"Si yo hiciera un libro con la historia de mi vida... eso sí que iba a ser un best seller". ësta es una frase que oigo exactamente cada vez que sale en la conversación algo relacionado con el hecho de haber publicado algún que otro libro. No quita nigún mérito al escritor pero establece, casi como una consideración obvia, que la historia buena es de quien lo dice y que si no lo hace, si no se pone ciego a vender libros con La Historia,es porque no quiere. Un poco más allá aparece un autoeditado que, no, pone, nunca, una, puta, coma, en su , jodido, sitio. Viene a ser algo parecido al que ha aprendido a llegar el menu avanzado de la cámara de móvil y se empeña en que Helmut Newton es un aficionado a su lado.
Una de las cosas que nos ha porporcionado la tecnología es que cualquier gallista puede hacerse un single con el micro del teléfono, subirlo a internet y masturbarse con cada dígito de la visualización. De esa forma añade una línea increíble a su curriculum donde pone "Cantante Profesional". No especifica si llenó el estadio de Wembley o si le oyeron sus primos y tres chinos aburridos que pasaban por ahí, pero casi resulta un dato demostrable.
Cuando publiqué el primer libro, que me llevó aproximadamente un año de trabajo, estaba tremendamente sorprendido porque alguien, supuestamente más listo que yo, afirmara tan rápidamente que quería mi historia. Mucho más sorprendente fue que me dijeran que prácticamente no habia fallas en mi relato. Así que en menos de tres meses ahí estaba, un tocho de 450 páginas, dispuesto a ser presentado. Ilusionado y sorprendido más de cien personas (y la tele, porque son colegas) vinieron a cubrir la presentación. Firmé, hablé, vendí y me sentí como Francisco Umbral pero sin gafas de pasta. Más tarde, con el tiempo y la distancia, aprendí que aquel negocio disfrazado de editorial no era más que un servicio de fotocopias al que le importa muy poco si eres bueno, malo o si has esKrito que hay que matar gatos con el rabo. Lo que importa es que tengas muchos amigos que compren el libro y, así, hacer caja de forma rápida y sin mirar al futuro.
La democratización de las artes lleva incorporado, como daño colateral, la miseria en la calidad de los mediocres.
Matías Prats es un comunicador, pero José Ramon hijo, el niño del cuarto A, también te aegura que lo es porque graba sus partidas en Internet y lo sube a youtube. A ver si vas tú a decirle a su madre que su hijo es un mamarracho que debería de estudiar más y no tatuarse el cuello.
En los años 90 los niños querían ser futbolistas porque pensaban que no llevaba esfuerzo. Que era una forma de llegar al éxito y los deportivos por capacidad innata. Que no hacía falta trabajarlo porque todos, absolutamente todos, disponemos de un don maravilloso que está ahí para hacernos ricos y felices. En los 2000 querían ser youtubers y ahora influencers. Ojo, que alguno lo consigue pero normalmente, si te fijas, han aprendido a editar sus videos, buscan un contenido de interés, graban con regularidad y abundancia y pierden el ojete si les llama un medio generalista que se han cansado de despreciar.
Para los consumidores de contenido, y en eso me da lo mismo que sea escrito, audiovisual, radiofónico o incluso plástico, resulta complejo diferenciar y elegir fuentes satisfactorias para el alma. Más de una vez llegamos a un libro o a una canción y detrás de la portada no hay nada salvo ruido. Porque no tiene que ver con algo tan voluble como si te gusta o te divierte ( o no) sino que hay ejecuciones artísticas que son arte y las que no. El dibujo con ceras de tu niño pegado en la nevera no es arte por muy orgulloso y feliz que te sientas por ello. Para hacer un podcast hay que tener algo que decir, y te lo escribe alguien que también ha tenido un podcast. Ni siquiera debe ser sesudo, transgresor o luminoso. Simplemente tiene que tener algo detrás y mucho cariño. Quizá simplemente es tener algo que decir hasta el punto de necesitar explotar soltándolo, aunque salga pus, sin preocuparse del número de visitas o visualizaciones. Reconozco que jode soberanamente esforzarse en algo y sentarse a ver cómo tres charos hablando de su menstruación monetizan contenido mientras vas a última hora al Mercadona para comprar el pollo de pronta caducidad.
El problema en eso es que el producto rápido basura es como la comida: mayoritario por su sencillo consumo.
Hoy en día Pink Floyd se hubiese muerto porque nadie va a consumir un disco que hay que oirlo completo y varias veces para descubrir que es arte en estado puro. Si te fijas los artistas de nueva horanada que mejor viven van lanzando cositas cada poco tiempo con estribillos cerquísima del inicio y un contenido prescindible pero alto especiado en golpes de efecto. Cuando me siento a buscar música me veo obligado a bucear en inhóspitos lugares.
Todos los centros comerciales tienen las mismas tiendas de la misma forma que casi todos los coches chinos se parecen entre si. No importa si el motor tiene más o menos cilindros o si la suspensión es hidraúlica o de muelles. Casi no importa si es divertido o no conducirlo pero sí el tamaño de la pantalla, que el asiento acaricie tus posaderas o si puedes jugar al Angry Birds en los semáforos. Los coches se han convertido en algo que te lleva del punto A al punto B sin importar el disfrute de la conducción. La música se ha convertido en algo de ascensor sin llevarte a ningún lugar. La literatura son frases como memes en fotocopias.
Dice un ingeniero sexagenario apasionado de la conducción que ahora los coches se fabrican para gente que no sabe de coches. Probablemente el cine se hace para gente que no ve cine habitualmente y te juran que Breaking Bad es lo más original del mundo. Hay una película, Yesterday, en que un músico despierta en un mundo donde no han existido los Beatles y se hace rico y famoso porue él si las conoce y las publica, soprendiendo a todos. Cuando es rico utiliza su dinero para encontrar a John Lennon, que vive en una caravana.
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