Nunca tuvo tiempo para mucho más, para seguir sus sueños, para hacer sus deberes, para salir a respirar el aire o para volverse loco. Tenia un mensaje esperando en el teléfono, una distracción momentánea o unos highlights, que es como llaman a algunas luces con las que se pierde el rumbo de la misma forma que los marineros lo perdían con los cantos de las sirenas, como los cuervos volando hacia cualquier brillo.
Quiso hacerse cargo del orden. Sentarse, como me sentaba yo mismo delante de mis apuntes la noche anterior al examen. Coger aire y establecer un orden casi como el que se necesita para montar una estantería sabiendo, positivamente, que no se puede llegar al paso tres sin hacer antes el uno y el dos.
Pero sonó una alarma o pasó un coche de policía con la sirena por la calle, y había que mirarlo porque era una distracción pequeña. Se preparó un café, que es un par de minutos. Puso una tostada para acompañar y aprovechó, en plena optimización del tiempo, a pasar por el baño antes de que el termostato hiciera su función brincando el pan. Encendió un cigarro, ordenó los folios, abrió un documento en el ordenador. Llevaba dos horas sin hacer nada y lo llamó procrastinación aunque quizá fuera miedo a no entender la teoría o pavor a sentirse bloqueado por las fórmulas. No hay tinta en el bolígrafo. Yo no miro los saldos bancarios por el abismo a sentirme más pobre habiéndome esforzado con furiosa cólera. Las paradas de autobús están repletas de personas ocupadísimas que van saltando de notificación del whatsapp a la última actualización de estado de facebook junto con veinte o treinta tuits que les ponen una interesantísima cara de intelectualidad.
Mientras suenan las notificaciones y pierde nuestro equipo de fútbol, mientras esperamos el ascensor, mientras volvemos a casa a coger el teléfono que nos hemos dejado cargando o esperamos a que pase el aguacero, mientras tanto, seguimos siendo pequeños sin oir las órdenes expresas de lo que debemos hacer para cumplirlas a regañadientes. Aunque las diga nuestro padre, nuestro padre interior o una de esas personas que nunca terminan de pasar.
Tenemos demasiadas ocupaciones con las que entretenernos por el camino que andamos para llegar agotados a un lugar donde no hemos hecho nada.
Temerosos de las espoletas.
Temerosos de las espoletas.