Mal dia para buscar

29 de noviembre de 2014

El camino hacia el lugar donde no hemos hecho nada

Nunca tuvo tiempo para mucho más, para seguir sus sueños, para hacer sus deberes, para salir a respirar el aire o para volverse loco. Tenia un mensaje esperando en el teléfono, una distracción momentánea o unos highlights, que es como llaman a algunas luces con las que se pierde el rumbo de la misma forma que los marineros lo perdían con los cantos de las sirenas, como los cuervos volando hacia cualquier brillo.

Quiso hacerse cargo del orden. Sentarse, como me sentaba yo mismo delante de mis apuntes la noche anterior al examen. Coger aire y establecer un orden casi como el que se necesita para montar una estantería sabiendo, positivamente, que no se puede llegar al paso tres sin hacer antes el uno y el dos.

Pero sonó una alarma o pasó un coche de policía con la sirena por la calle, y había que mirarlo porque era una distracción pequeña. Se preparó un café, que es un par de minutos. Puso una tostada para acompañar y aprovechó, en plena optimización del tiempo, a pasar por el baño antes de que el termostato hiciera su función brincando el pan. Encendió un cigarro, ordenó los folios, abrió un documento en el ordenador. Llevaba dos horas sin hacer nada y lo llamó procrastinación aunque quizá fuera miedo a no entender la teoría o pavor a sentirse bloqueado por las fórmulas. No hay tinta en el bolígrafo. Yo no miro los saldos bancarios por el abismo a sentirme más pobre habiéndome esforzado con furiosa cólera. Las paradas de autobús están repletas de personas ocupadísimas que van saltando de notificación del whatsapp a la última actualización de estado de facebook junto con veinte o treinta tuits que les ponen una interesantísima cara de intelectualidad.

Mientras suenan las notificaciones y pierde nuestro equipo de fútbol, mientras esperamos el ascensor, mientras volvemos a casa a coger el teléfono que nos hemos dejado cargando o esperamos a que pase el aguacero, mientras tanto, seguimos siendo pequeños sin oir las órdenes expresas de lo que debemos hacer para cumplirlas a regañadientes. Aunque las diga nuestro padre, nuestro padre interior o una de esas personas que nunca terminan de pasar.

Tenemos demasiadas ocupaciones con las que entretenernos por el camino que andamos para llegar agotados a un lugar donde no hemos hecho nada.

Temerosos de las espoletas.

26 de noviembre de 2014

El tipo que dice "feis"

Una de las expresiones que más asco me dan es cuando alguien dice: el feis. (traducción: facebook) (versión jubilado 2.0: el frusfus)

Otra de las cosas que chirrían, como una puerta mal engrasada, son los que hablan de "ciberhacking" y de "pensamiento global", los que se revuelcan en los estados de opinión mundiales y definen a las redes como el único y exclusivo lugar donde se puede encontrar la verdad obviando que la red, como la vida misma, está llena de mentiras. Es más, la cacareada libertad permite incluso que no haya ni un solo filtro entre la paranoia, la estupidez y la certeza.

De la misma manera que una mentira repetida mil veces en anuncios publicitarios no se convierte en verdad, cientos de miles de tuits tampoco convierten nada en verídico. Millones de visitas a un video de youtube no le da credibilidad, sino popularidad. Milli Vanilli eran muy populares y nunca cantaron. Hasta les dieron un grammy de la misma forma que, a más de uno, un premio bitácoras o un millón de followers.

Vivimos en una época de fakes que nos encanta creer que son verdad gracias a la excusa de lo masivo. Vivimos rodeados de personas que son, en sí mismos,  fakes con ínfulas.

Y los fakes y las paranoias tecnológicas se alimentan de los herederos del bricolaje. De la misma manera que mi padre se encerraba con sus herramientas de black&decker para hacer discutibles estanterías, miles de personas, poseídas por los tutoriales que encuentran en internet, se enclaustran con un par de destornilladores creyendo que veinte minutos después tendrán en sus manos la nueva ciberherramienta con la que derrocar al gran poder, al monstruo de siete cabezas que nos somete desde los grandes y blancos despachos en los rascacielos de nuestras ciudades. Cada vez más y con más virulencia se acerca una ufana horda de listos, en el sentido más irónico de la palabra, que se consideran a si mismos unos activistas que compran por internet mejor y más barato, que creen bloquear webs de bancos extranjeros o que se las dan de piratear cualquier software, perfil, animal o cosa que se les ponga por delante.

También son de izquierdas o de derechas, pero siempre radical y sin ningún respeto a quien no piensa igual porque ese es el enemigo. Se les llena la boca con machismo, con capitalismo, con comunismo, con democracia, amor por los animales y las causas justas, con los pobres. Sin embargo, aburridos de hacer "likes", nunca dieron nada a un pequeño banco de alimentos. Hablan de cultura gratuita pero exigen que su sueldo sea digno y la dignidad, en ese caso, si tiene más ceros es mejor. Insultan a los que creen que son poderosos y son solidarios con todas aquellas cosas que no les toca ni el bolsillo ni la moral, porque cuando se trata de ética personal, miran hacia otro lado exactamente con el mismo orgullo con el que compran camisas de Zara porque son baratas y luego se van a quejarse porque el mismo Zara usa mano de obra infantil, por lo mismo que vuelan en compañías de mierda y exigen trato Vip, por la idéntica razón con la que reclaman que el médico que les trata y cobra de los impuestos que procuran no pagar no les ha sonreído al hacerles el tacto rectal.

Así que se sientan en sus casas a hacer algo que denominan "hacktivismo" y, después, escriben tonterías en twitter y cuentan los retuits. Se toman una cerveza a tu lado y te dicen, ufanos y orgullosos: "nos vemos en el feis".

Quiero pensar que es una epidemia que se cura con el tiempo, unas cuantas bofetadas y la visión en bucle de vídeos de mascotas resbalando hasta que vomiten. Mientras tanto están ahí, mandando una y otra vez el mismo chiste por whatsapp.

24 de noviembre de 2014

Adolescencia, boligrafos y las señales

Reunión de antiguos alumnos. 25 aniversario. Conversación verídica de esas con la pausa que tienen los fumadores al reencontrarse sobre el bordillo del restaurante.

- Es curioso.
- ¿El qué?
- Que estamos la mayoría pero la mayoría de nosotros, así, aparentemente, somos gente que se podría considerar dentro de la normalidad. Unos están felizmente casados, otros divorciados, otros en su zona de confort... pero casi todos parecemos estar dentro de la media.
- ¿Y?
- Que no ha venido nadie que esté o aparente estar destrozado. Ya sabes, con 90 kilos de más y la cara de llevar la carga de mil errores a las espaldas.
- Eramos la generación iba a vivir mejor que nadie y aquí estamos, pero nadie dice que nosotros no la tengamos. 
- Cierto, pero no lo parece.
- Eso sí
- Y tampoco nadie que nos pueda restregar por las narices que ahora es un gran triunfador, que llegó a la meta que se puso con 14 años.
- Por cierto.
- ¿Qué?
- ¿Qué sabes de "Txalo"?
- Joder. ¿Te acuerdas cuando subía la cuerda en escala?
- Si, claro. Tambien os diré- apuntilla una chica- que yo le gané una vez en una carrera y luego me dejó de hablar una temporada.
- Porque le gustaba ganar a todo.
- Si.
- Yo sí sé de él. Le vi en la contraportada del ABC. Es investigador.
- Le pega
- ¿Por qué le pega?
- Os voy a contar el motivo. Teníamos, no sé, 15 años. Y yo fui a su casa a hacer algún trabajo o algo así. Entonces, encima de su escritorio, que estaba ordenado y organizado de una forma, según él, que fomentaba la productividad, tenía un calendario con anotaciones, con marcas en los diferentes días. Yo le pregunté qué significaba. Me dijo que era una manera de controlar el gasto de energía. Que si un día se masturbaba una vez, con el bolígrafo verde, hacía un círculo en el calendario. Si lo hacía dos veces, entonces, lo marcaba con el bolígrafo azul y si eran tres o más, entonces en rojo. De esa manera podía controlar su energía y estar en perfectas condiciones para los días que le exigían más. A saber: un examen o una competición. Me pareció una buena idea y yo quise hacer lo mismo. Fui a mi casa, cogí un calendario y puse a su lado un bolígrafo de esos multicolor. Y un día, antes de la evaluación de sociales o lo que fuera, a las dos de la mañana y con unas ganas locas de hacerme una paja, porque en ese momento tienes 15 años y es algo superior a tus fuerzas, llegué a la conclusión de que iba a suspender. Mi calendario estaba ahí, rojo como una bandera china, sin fallar un solo día. Y estoy seguro que el de Txalo estaba blanco en ese momento. No he de decir que suspendí y él volvió a sacar otro sobresaliente.
- Lo que sea, pero era un crack. Aunque ser así con 15 años es un poco raro.
- Y ganarse la vida como investigador en España.
- También.

Nuestra adolescencia pone las bases de nuestra madurez. Si. Lanza señales que no las vemos hasta conocer casi el final del cuento. Yo nunca tuve un calendario pero sí un bolígrafo de cuatro colores. Y los plastidecor. Garabateaba en vez de ser un tipo organizado.

22 de noviembre de 2014

La importancia de nuestra propia historia

A los padres nunca los tomamos en serio, estaban simplemente ahí, demasiado mezclados en nuestra historia como para observarlos con interés. - leo por ahí.

Los padres y los hermanos. Quizá, más adelante, todo aquello que lleva tanto tiempo a nuestro alrededor que parece que ya se ha convertido en algo innato. En realidad es todo eso que resulta maravilloso pero que no lo descubrimos hasta perderlo, como unos padres, como un amor de verdad, como la luz electrica, como la conexión wifi.

Se llamaba Javier. Su padre era chino y me refiero a aquella época no muy lejana en la que un chino por la calle era algo casi excéntrico. Era grande, gordo incluso, rompiendo los arquetipos del asiático delgado,  enano y poseído por una extraña introspección. Estábamos sobre el monte Igeldo, en un septiembre caluroso de San Sebastián. A nuestro alrededor las caras sonrosadas por el alcohol de un acontecimiento del festival de cine con copas en la mano y luces indirectas. A nuestros pies, la bahía. "Yo he ligado mucho"- me decía. "Mucho"- apuntillaba. "Pero no ha sido porque sea guapo ni ocurrente. Ha sido porque soy diferente. Soy el chino, no lo puedo evitar. Eso siempre me ha dado algo que los demás no tenían, una especie de ventaja, un elemento diferenciador". Estaba hablando de ser lo nuevo, lo diferente, el último juguete, los besos no dados, el viaje no realizado o lo que no se ha probado. "No soy mejor"- se sinceraba- "Soy exótico". Y luego nos tomábamos otra copa.

Hay demasiadas tendencias que juegan a ser lo nuevo. La nueva moda, como si fuera necesario descubrir El Dorado cada seis meses o cada nueva temporada. La nueva música. La nueva forma de hacer televisión. Los nuevos políticos. Todo tiene que parecer extravagante, "sorpresivo", diferente incluso cuando es algo repetido de un pasado o cuando abunda en otro lugar del planeta. Los primeros rusos que viajaban a España se llevaban las bolsas de El Corte Ingles para pasearlas por Moscú y nosotros las usábamos para bajar la basura. Hay un punto ridículo e infernal en esa necesidad de vivir algo nuevo, un desprecio a nuestra casa para fantasear en lo que hubiera dentro de la casa del vecino, una escapada a ningún lugar o una luz al final de algún túnel que no son más que los luminosos avisando del final de la carretera.

Pero eso no quita del escalofrío que se siente al tacto de unas manos nuevas, el embriagador momento en el que una canción desconocida nos posee, la resaca de un libro con un estilo que no conocemos o la sensación de volver a ser un niño que aprende y se ilusiona con cada sorpresa, que abre los ojos con una sonrisa que no le entra en la cara y quiere volver a ver a ver hacerte ese juego. Entonces, sin quitar la cara de asombro y bamboleándose con pequeños pasos, va hacia sus padres como preguntando si también lo han visto, si también se ha encendido una luz en algo que se sale de lo normal, si se han dado cuenta de lo maravilloso, lo nuevo, lo mágico, lo emocionante o lo ilusionante que es. Y quiere compartirlo con ellos como si hubiera descubierto algo que no hay en casa.

Después, más adelante, en el principio de la adolescencia, deja de compartir sus descubrimientos como las parejas dejan de compartir sus anhelos. Más tarde, cuando se cree un adulto, intenta dar lecciones a sus padres. Se enfada, grita, sale golpeando la puerta, busca conclusiones erróneas en los arquetipos del contrario, porque es "el contrario", que es como llaman algunos a sus parejas cuando se va diluyendo el amor, la confianza, la dependencia o la capacidad de mostrarse débil sin tener miedo a recibir daño. Es entonces cuando ha dejado de observarlos con interés y también cuando quiere dejar de ser el niño que se ve en los ojos de sus progenitores. Los mismos ojos que, al final de la historia, miran en un estertor de complacencia. “Yo no le había visto nunca aquella mirada. Era una mirada de miedo, indefensa, y sobre todo implorante. Me miraba implorando algo, quizá mi cuidado, mi cariño, mi protección”. Un poco más tarde se había marchado definitivamente.

A partir de entonces se aprende a valorar la importancia de nuestra propia historia.

Lo nuevo nos complementa. Nuestra historia nos compone. Lo exótico nos arrastra.

20 de noviembre de 2014

Serendipia

Serendipia es casualidad, pero casualidad buena. Buscar un medicamento y lograr el negocio de la CocaCola, olvidarse el pescado a fuego lento y descubrir la salsa de las kokotxas, obtener penicilina y, por qué no, bajar a comprar el pan y conocer a alguien para toda la vida.

Quizá también, aunque rozando el poste, puede ser algo parecido a la invencíón de las patatas chips, que no fue más que un pronto de un cocinero de NY. En realidad es toparse con algo cuando no se está buscando nada o se está, a veces de manera obsesiva, buscando en otra dirección.

La creencia en la serendipia es una forma de mantenerse vivo y también de quedarse inmóvil apostando por la providencia divina. Podría ser, también, la demostración de que hay una posibilidad de que llegue un viento a favor, aunque eso, en una determinada interpretación de los hechos, es ser un junco azotado por el viento. En cuestiones viajeras es asumir que , aun en un viaje con destino, se puede acabar en otro lugar y que no sea precisamente peor. Conozco a quien empezó a caminar con destino a Gumiel de Izal y acabó cerca del paraíso. Creo conocer a quien, acelerando cada vez más en la vida sin control que se supone que es la modernidad, descubrió lo maravilloso que es poder parar un poco o simplemente pasear en vez de hacer contínuos sprints.

El principal problema de las rápidas líneas férreas es que despoblan cualquier punto entre el origen y el destino sin dar tiempo a la casualidad, a degustar, a quedarse tumbado a media mañana, albornoz incluído, respirando profundamente tres minutos.

La serendipia es aprender a mirar los resultados intermedios porque, muchas veces, son la solución al enunciado. Mirar el paisaje. Dejar de obsesionarse con el deadline de los objetivos. Acampar en mitad de la ascensión.

Y, si no es válido, seguir. Porque tampoco es la respuesta sino una formulación que permite mitigar la tensión que produce la idea enfermiza de no llegar a nada.

La herencia digital

17 de noviembre de 2014

Cohelizados Vs Ancianos sabios

No soy un hombre mayor, pero tampoco soy un adolescente. Me he estado preparando durante demasiados años para los retos que aun no me he atrevido a realizar y que, probablemente, empiezan a tomar el carácter de imposible.

Sin embargo puedo asegurar que ese conocimiento continuo y esa pausa absoluta que me impide tomar decisiones por mi mismo me ha convertido en mejor persona porque me ha transformado en una incógnita que busca en cada cara que se cruza por la calle o en cada mínima o ínfima expresión cultural alguna razón que pueda hacerme mas sabio, que no mas fuerte.

Lo que puedo asegurar es que cuando tenía 19 años, cargado de energía y de amor propio a la puerta de la universidad, creyendo de mi mismo la respuesta a la mediocridad de la sociedad, era un tremendo gilipollas.  Fui activista y también deportista. Defendí la idealidad de lo que considere que era la verdad y desprecie, como se debe hacer cuando se van los puntos negros de la adolescencia, muchas de las herencias de las generaciones anteriores.

Así que ahí estaba, calculando momentos de inercia por la mañana, haciendo deporte por la competición, que no por mi salud, bebiendo algo más de la cuenta, robando algún disco que otro del gran capital que era El Corte Ingles y valorando menos de lo que hubiera debido los primeros amores de verdad que se tienen en esos días. También es cierto que, arrastrado por la alegría y el alboroto de primeros de los 90, vivía con ansia el momento de mi primer deportivo, la casa grande en un paraíso y la pobreza parecía estar solamente en África y no en el descansillo de la escalera.

Milité, con convencimiento pero poco sacrificio, que es como militan los aristócratas que nos creíamos en la emergente clase media. Me rebelé contra la irracionalidad del terrorismo (y más de un "ismo") porque castra la bondad de lo que yo soy y lo que me gustaría ser en un mundo global en el que todos nos ayudemos. Aprendí de los dramas que sucedían, por lógica temporal, en mi entorno. Se murieron los padres de mis amigos. Se murieron algunos de mis amigos arrastrados por algún coche, alguna droga y alguna enfermedad.  Me compre camisas negras para los entierros y trajes para las reuniones de trabajo. Descubrí, trabajando en medio de una jauría, que la verdad y la publicidad personal no son sinónimos, que muchos ganaban más por hipócritas que por trabajadores, que las chicas guapas pueden enamorarse de una cartera, que el triunfo de verdad no vive en un anuncio y que la música y las películas que me arrugan el corazón no están en las listas de éxitos. Al menos no en la parte de arriba. Aprendí, y quizá ya estaba haciéndome mayor, que todo eso es injusticia.

También aprendí que injusticia es ser un pobre de espíritu con suerte que roba a otros pobres, injusticia es acabar a créditos con los sueños pero permitir tener sueños imposibles o,en aras de la optimización económica, dejar lo justo a una masa para no tener capacidad de rebelarse porque así se pierde lo poco que nos queda cuando nos queda el miedo.

Y valoré, cuando el agotamiento me recorre la espalda al llegar con una sensación de fracaso a mi cueva, todo lo que mis padres habían creado de la nada con sus propias manos. Me senté a escuchar las enseñanzas que podían darme como quien quiere oir el truco del mago. Por un momento me vi incapaz de hacer esas croquetas o cuadrar esos balances. Mientras los matrimonios de mis amigos se descomponían con sus hijos aún en el jardín de bolas del Ikea asistía callado al último abrazo de mis progenitores muy cerca de sus bodas de platino que son las bodas que creo que nunca tendrá esta generación de inconformistas en la que estoy haciendo submarinismo.

Esta generación en la que nada perdura, en la que los pelotazos urbanísticos ya no están de moda pero los hipsters tienen un mini y dos iphone, en la que la culpa es de los demás y del gobierno, en la que la solidaridad es una palabra que no tiene sentido si se trata de un billete de avión en una empresa que no paga sueldos dignos o una gran superficie que estafa a sus clientes. Me refiero a una enfermedad de una generación, casi como fue la avaricia de la que venía delante mio, que tiene como síntoma creer que no hubo nada mejor, que la respuesta siempre les llevará a un lugar más luminoso, que las soluciones son instantáneas como un programa de mensajería que, además, debe de ser gratis para ellos pero deben, también, poder acceder a todos sus sueños aunque no estén capacitados para ello. "Cohelizados", entumecidos por la publicidad, tuertos para aceptar que hay cosas imposibles, ansiosos hasta la psicopatía y cegados por el objetivo hasta el punto de no ver que entre el espejismo y el lugar donde están hay un campo de minas cargado por las bombas de la naturaleza humana que son nuestros pecados capitales, los mismos que arrastramos desde milenios.

Así que en estos momentos en los que no soy un hombre mayor pero tampoco un adolescente, en este lugar en el que no estoy en absoluto en posesión de la verdad, creo que hay una parte de la generación que me pilla de soslayo que está creyendo que todo está podrido y que nada hay bueno en lo que se pudo hacer antes, que desprecia a sus ancianos y a su propia historia porque se ven a si mismos como la respuesta a la mediocridad de una sociedad enferma. Eso es exactamente igual a lo que yo pensaba con 19. Y con 19 era un idealista, militante, egocéntrico, sabiondo y gilipollas.

En aquel momento no me había parado a pensar en la magia de mis padres, a mirar absorto la historia, a sufrir y aprender de todos y cada uno de mis fracasos, a pensar antes de actuar o a valorar la experiencia infinita de mis ancianos. En definitiva, se me olvidó aceptar que hay mucho irrepetible delante mio, muchas buenas películas en blanco y negro, muchas excelentes decisiones tomadas desde la calma y la experiencia. Con 19 y con esa energía me creí , incluso, mejor que muchos buenos de mi misma generación que quizá no tuvieron la suerte de ir a la universidad pero por eso no son más tontos en absoluto como tampoco son más tontos los que se fueron de botellón el sábado.

El porcentaje de tontos, de ladrones, de estafadores y de miserables se ha permanecido invariable con el paso de los años. Más de uno tiene tres máster y te los tira a la cara cuando no le queda otra manera de imponer su sinrazón.

Nadie es mejor o peor por ser blanco, negro, asiático, mujer, hombre, gay, lesbiana, árabe, derechoso, izquierdista, bajito, tuerto, gordo, inglés o viejo.

Ante esa idea tan moderna que critica a los viejos para poner a una nueva generación que todo lo sabe y todo lo va a arreglar en veinte minutos con dos docenas de tuits, quizá haya que pararse a aprender un poco, hacer unas prácticas para coger experiencia, reconocer que nunca se sabe todo y apoyarse, sin despreciarlas, en las excelentes ideas que hay en el supuesto equipo contrario. Ya lo decía mi abuela: "La paja en el ojo ajeno". Con 19 me reía de una forma masturbatoriamente imbécil, tal y como era.

14 de noviembre de 2014

El eximente de la acusación (comportamientos)

"Me han hablado de las personas como tú"- me dijo cuando ya estaba todo reventado. "Eres tóxico".

Las tres primeras veces que lo dijo lo pensé. De verdad. Me preocupé por si era cierto, por si esa afirmación tan dura y tan tajante pudiera llegar a ser cierta.¿Era acaso un vírico con mala idea, psicópata, caradura? ¿Era un mediocre incapaz de asumir lo gris de mi existencia? Un vampiro energético, un ladrón de energía o un manipulador.

Maquiavelo tiene, en realidad , cierto parecido a muchas personas de nuestro entorno. Establece, dando una vuelta a sus razonamientos, que una vez escuchadas todas las opciones él toma la solución que considera correcta y la ejerce de una forma tajante. El problema aparece cuando se empeña en controlar al grupo para la consecución de sus objetivos personales. El problema aparece cuando determinados comportamientos, naturales o lógicos, inicialmente válidos o aceptables, degradan la realidad hasta límites enfermizos. Viene a ser como esas leyes que se hacen pensando en el bien general y luego, como si fuera un derecho de pernada infinito, se convierten en la excusas de defraudadores infectos para la corrupción global.

El caso es que en más de una ocasión, como si fuera un experimento Milgram a la inversa, las acusaciones salvajes caen de un lado con el fin de justificar o reducir el porcentaje de culpa de la parte contraria. "Robo porque me roban"- es una afirmación muy extendida y eso excusa del delito al infractor. Ser un autentico hijo de puta no es tan malo cuando se tiene la idea asegurada de que hay alguien mucho peor. Dar un puñetazo en la cara a Pol Pot no está tan mal porque asesinó a millones de camboyanos inocentes. Buscar datos empíricamente demostrables por los que yo pudiera ser una persona tóxica es la excusa válida con la que coger el hilo de porcelana que pudiera mantener viva la amistad necesaria para un apoyo en algún momento de la vida futura y lanzarlo contra el suelo convirtiéndolo en pedazos imposibles de unir con el pegamento del recuerdo.

Es el portazo de toda la vida tirando la llave intentado dejar el cadáver del enemigo sangrando en el suelo, ahogándose, como Jimmy Hendrix o Bon Scott después de una noche a destornilladores, en su propio vómito. Es el malo muriéndose con dolor al final de la película. Es la muerte del cazador de la madre de Bambi, un dictador pudriéndose en una panteón abandonado o una famosa descontrolada de antaño en el catálogo de un prostíbulo de carretera.

A veces, como una pena de muerte ante un daño atroz, somos incapaces de valorar si devolvemos un castigo desproporcionado. Somos incapaces de tener medida en la respuesta e incluso estamos incapacitados de descubrir si, con ello y con los puñetazos al aire que da sin control un niño desatado y enfurecido, pudiera golpear los genitales de su progenitor hasta el punto de no tener hermanos.

Soy o fui. Seré, quien sabe, un tipo tóxico. Podré reaccionar con algún catalizador que me convierta en un elemento inestable, como una reacción química descontrolada, como me puedo descontrolar en un exceso de alcohol que me lleve al infierno o a la exaltación de la amistad. Como uranio dando luz nuclear a todo un pais y calentando las calefacciones de los orfanatos, si se me utiliza sabiamente.

Si me acusas de ser el carnicero de Rostov existe el riesgo de explotar en un hongo nuclear, de volverme loco, de creer que soy ese animal enfermizo. Y devorarte.

Y, ahí, porque de eso va el texto, en medio de la discusión y de los ejercicios comparativos para la eliminación de la culpa, perdemos las dos partes. Lo mismo es no querer pagar impuestos, comprar por internet sin iva en una web china, bajar una película en screener o echar en la cara de la otra parte mierda para que se sienta peor que tú. Son formas de relacionarse, de comportarse, de usar estrategias para calmar los límites que no nos gusta sentir.

Hay dos maneras de ganar en un juego imposible. Una es no jugar. Otra es perder los dos.

eximente.
1. f. Der. Motivo legal para librar de responsabilidad criminal al acusado; p. ej., legítima defensa.

12 de noviembre de 2014

Definición de populismo

El populismo es el atajo por el cual jugamos con las pasiones, ilusiones e ideales de la gente para prometer lo que es imposible, aprovechándose de la miseria de la gente, dejando afuera absolutamente toda la razón y la lógica en la toma de decisiones.

10 de noviembre de 2014

La importancia de estar

"Buenas noches. Un beso"- puede poner en el teléfono. "Otro"- quizá se puede responder o también se puede poner ese emoticono con una cara que lanza un corazón. O se puede escribir Bss e irse a dormir ocupando toda la cama.

Supongo que es lo mismo que despertarse con un pequeño gruñido cuando se desean los tres segundos de una sonrisa. Supongo que para algunos es suficiente el placebo tecnológico que existe para la soledad. Lo que estoy seguro es que lo que no es, es estar.

Se puede firmar en Change.org pero no ir a las manifestaciones cuando llueve, criticar junto a la barra de un bar,  ser fan de un grupo pero nunca acudir a un concierto. Puedes asegurar que me quieres pero, por una razón u otra no dejar que me quede, no quedarte nunca o hacer lo imposible porque no tenga valor para quedarme. Puedes no responder los mensajes, bloquear a un usuario o mandar a la carpeta de spam. Hay muchas maneras de no estar.

Hace unos años se habló de lo maravilloso que es el teletrabajo. En tu casa, a tus horas. Haciendo tus cosas en bata y siendo responsable. Alguien demostró que el hecho de tener que ir a tu trabajo ayuda a mejorar como persona, que vivir en las cuevas sin salir, como un hombre que trabaja en pijama, nos atrofia y nos hace un daño que no somos capaces de comprender.

He de reconocer que cuando tengo que salir a la calle mi aspecto mejora exponencialmente, que cuando me quieren sonrío más amplio, que cuando me desean me siento más guapo.

"Recuerda"- dice un diálogo de una película- "aquel momento en el que fuiste feliz". Entonces ella le mira y hace una pausa. "¿Lo tienes?. Fíjate en los detalles. ¿Estabas solo?. A eso me refiero". En realidad no se  está solo y, sobre todo, se está.

Estar es una especie de asunto pendiente. Es un paso agotador que desgasta o que asusta. es una puerta que se abre y a veces es un salto a un agotamiento desconocido como un entrenamiento sin calentar, como una inversión con riesgo o como jugar a un juego sin seguridad de éxito o conocimiento de las normas. Estar, aunque fuera en la reunión de vecinos, es la manera de poderse quejar cuando hay una derrama para pintar el portal de un color que no me gusta. Es la manera de crecer y de saber si hace falta comprar pan o huevos, porque he estado delante de la nevera mirando lo que hace falta. Es una forma empírica de descubrir si todo lo que nos había ilusionado sigue ahí al llegar la mañana.

Estar cuando te duele la cabeza, cuando no estás guapa, cuando tienes miedo, cuando se te arruga la piel alrededor del ombligo porque va pasando el tiempo y, sin embargo, estás preciosa. Estar en el desayuno y estar esperando, si es que vienes a la cama. Estar en medio de tus deseos y estar a un lado cuando necesitas tu espacio, pero sabiendo que si te vas a caer, estoy para recogerte y estás para recuperarme.

Estar en la calle, oliendo la realidad, oyendo a las señoras que se quejan por lo mal que está todo, viendo a ese anciano que vive mirando la vida pasar desde la ventana de un bajo moviendo un poco las cortinas y sintiendo los golpes que se dan al salir por la puerta del metro en una hora punta.

Porque se puede mandar un mensaje, pensar en el bien ajeno, desear cosas bonitas e incluso opinar ilustradamente pero lo importante, aunque cada vez es más difícil en este cúmulo de sucedáneos que nos hemos agenciado gracias a las distancias y la tecnología, gracias a las burbujas en las que vivimos cuando compartimos el aire, lo importante es estar.

9 de noviembre de 2014

10 elementos básicos del peninsular molón


  1. Es de Podemos
  2. Exige derechos a voz en grito y con mucha indignación
  3. Ve a Sexta
  4. Ama a los animales más que a los concejales
  5. Compra en Amazon
  6. Es independentista ( Español, vasco, gallego...y en Cataluña, más)
  7. Tiene uno o varios perfiles en Internet muy activos (o muchos grupos de whatsapp)
  8. Desprecia violentamente a la Iglesia y a los bancos
  9. Dice que consume mucha cultura (pero sólo cuando es gratis)
  10. Da lecciones morales a todos los demás
Claro que la realidad y lo que se cuenta, como en casi todo, es pura coincidencia porque cuando empieza a ser vinculante, se acojona. Mira, ese podría ser el punto 11. Se acojona cuando se trata de él. ("Ayudemos a los pobres"- "Vale. A partir de ahora las camisas de Zara las haremos en un taller en Salamanca pagando salarios dignos y cada camisa pasará a valer 40€"- "una mierda, me voy al Primark"). Y el punto 12 también podria ser eso de que el dinero del Estado es infinito pero no quiere pagar impuestos. O el 13 que se siente un proletariado oprimido por el sistema y que hay que dar una vivienda a todos los que lo necesitan pero el piso de veraneo de su abuelo que no lo toque nadie. O el 14: que todos ganan mucho y él demasiado poco. 15. Que los buenos son los que piensan como él y el resto es idiota. 16: Todo es una mierda pero lo tiene que solucionar otro, 17: Tengo menos de lo que me merezco , 18: Nunca acepta que se equivoca, 19: Esforzarse, lo mínimo y 20: Buscar una subvención y creer que hemos cambiado desde Paco Martinez Soria hasta hoy.

Y sí, hemos cambiado. Por supuesto que a mejor. Claro que cuando dejamos de pensar nos sale el Adn que, como es lógico, es culpa de la herencia ( o de la casta, o de los medios, o del gobierno, o de la Iglesia, o de los insolidarios, o de los ricos o del cabrón de tu ex).

21: Y todo es culpa de una conspiración

7 de noviembre de 2014

Las respuestas emocionales a los miedos de antaño

El cerebro, dicen los que lo estudian, organiza nuestros recuerdos. Y no los organiza igual si lo que hemos sentido es alegría, emoción, decepción o miedo. Los buenos recuerdos tienen cierta fortaleza y, muchas veces, son los que se quedan. Se quedan los días en los que fuimos cómplices, se quedará esa imagen de la espalda arqueándose delante mio, de sujetar su pelo o del escalofrío al tumbarme. Sin embargo, aunque está demostrado que tendemos a olvidar los detalles de nuestros miedos, dicen que las respuestas emocionales se descontrolan cuando revivimos aquello que nos dio miedo aunque ya no recordemos el motivo.


Al contrario que la vida digital, en la que todo perdura como un arañazo, hay tantas veces de la vida real en las que esa reacción emocional descontrolada nos posee que somos incapaces de darnos cuenta. Salir, escapar cuando un abrazo es cierto por el miedo a que nos duela otra vez. Bloquearnos después de recibir un mensaje, por temer volver a responder de una forma equivocada. Llegar tarde por el pavor a quedarnos o no atrevernos a llamar al timbre por el desgarro de aquella otra vez en la que nos tuvimos que ir sabiendo que la casa no estaba vacía.

Algunos lo llaman "espíritu de supervivencia" y no es más que la respuesta, emocional, ante algo que ya no recordamos pero que se ha quedado marcado en nuestro adn. Un sexto sentido, un pavor, un fantasma o solamente una niebla de recuerdos entremezclados que nos atenazan y de los que no somos capaces de desprendernos porque, en realidad, no los vemos. Son: la correa invisible que nos ata.


Un amigo, lanzando píldoras amagos de novelas propias, escribe: "Si esto hubiese pasado cuando te quería como antes, tal vez me hubiese destruido. Ahora, que te quiero como ahora, sólo me hace pedazos. Espero que entiendas el matiz" . Pero no entiende que no hay matiz. Le he escrito, casi a modo de respuesta literaria: "Olvidar, sobre todo cuando es un objetivo, es un objetivo imposible. Yo quise olvidar su cuerpo frente a mi, su pecho agitado con mi techo de fondo, quise olvidar los momentos en los que fuimos una pareja de humoristas ocurrentes y cómplices, la manera de derretirse cuando la paraba en el descansillo de la escalera y le besaba en el cuello. Quise olvidar, sobre todo, la angustia de no sentirla a mi lado cuando era incapaz de dormir sin su olor. Y un día, cuando por fin acepté que era imposible olvidarla, la olvidé como se olvidan los juegos de la infancia. Ahora sólo aparece en flashbacks".

Reconozco que yo también he mentido cuando he hecho literatura porque si lo suyo no tiene matiz, lo mío no tiene olvido.

Así que podemos olvidar los detalles e incluso los nombres o las calles. Podemos olvidar las fechas y algunas caras, perder las costumbres de discutir los jueves, amarnos despacio o fuerte por las mañanas, cuando la luz se abre camino entre las ventanas o entre los bunkers donde nos quedamos con nuestros fantasmas porque los fantasmas vienen con nosotros. Los fantasmas no se olvidan.

Y no se van hasta que nos ayudamos mutuamente, como haciendo la cama juntos, a quitarles las sábanas para dejar la bajera del nórdico. Quizá no se van nunca. Quizá habrá que descubrir que son las respuestas automáticas a los miedos que tuvimos antes.

Y no deben de ser los miedos que debamos de tener ahora porque antes y ahora son dos tiempos diferentes.
Nunca son los mismos.
Solamente hay que saber que son miedos de antaño.
Solamente aprendí que no le tenía miedo a ella ni a nosotros, sino que supuraban las heridas de mi pasado.

Pd: pero no tuve suficientes tiritas para las heridas que ella llevaba consigo.

5 de noviembre de 2014

Internet, el clima y el frio

¿Sabes qué no hay en Internet?

Sí, de acuerdo. No hay olores. No hay roce. No hay nada más allá del encuadre de la cámara o no están  las partes de la personalidad que no quieres enseñar. Cierto. No lo hay. Normalmente tampoco hay entonación y las pausas siempre pueden ser lag, por lo que carecen de la intensidad dramática que tienen, cuando están bien puestas, en una conversación. Tampoco están esos movimientos de ojos que delatan las mentiras o esas puertas abiertas al pecado, al abrazo o a las dos cosas que tienen dos sillas una frente a la otra.

Tampoco hay clima.

Ese clima que exige subir un poco la manta o da una sensación de calor mientras llueve con violencia fuera de casa. Ese tono gris del otoño que hace que los limpiaparabrisas parezca que rompen la cámara lenta del principio del invierno o ese trueno que te hace sentir más pequeño.

No hay viento en las persianas, cuando no están abiertas ni cerradas. No hay una sensación de tener los pies mojados ni encoger los hombros para que las gotas de agua no enfríen al resbalar por el cuello. No hay cornisas bajo las que resguardarse mirando al cielo para ver si pasa. No hay una oleada de aire al doblar la esquina. De eso no hay.

Tampoco existe la luz al despertar, colándose por la ventana, porque Internet no duerme jamás.

No hay cambio climático, capa de ozono o vaho señalando que aún estás vivo. No hay amaneceres, atardeceres, nubes tapando el edificio de enfrente o una nevada que parece que detiene el tiempo. No baja la temperatura en invierno para buscar calor, refugio o ser secuestrado en medio del síndrome de Estocolmo.

No hay diez minutos para quedarse en el coche esperando a que escampe.

De eso no hay.

Bienvenidos al frío.

4 de noviembre de 2014

Nobody´s wife

Letra: I'm sorry for the times that I made you scream / for the times that I killed your dreams / for the times that / I made your whole world rumble / for the times that I made you cry / for the times that I told you lies / for the times that I watched and let you stumble / It's too bad, but that's me / what goes around comes around, you'll see / that I can carry the burden of pain / 'cause it ain't the first time that a man goes insane / and when I spread my wings to embrace him for life / I'm suckin' out his love, 'cause I, I'll never be : nobody's wife
I'm sorry for the times that I didn't come home / left you lyin' in that bed alone / was flyin' high in the sky / when you needed my shoulder / you're like a stone hangin' round my neck, see / cut it loose before it breaks my back, see / I've gotta say what I feel before I grow older / I'm sorry but I ain't gonna change my ways / you know I've tried but I'm still the same / I've got to do it my own way
It's too bad, but hey, that's me / what goes around comes around, you'll see / that I can carry the burden of pain / 'cause it ain't the first time that a man goes insane / and when I spread my wings to embrace him for life / I'm suckin' out his love, I, I'll never be nobody's wife
It's too bad, but hey, that's me / what goes around comes around, you'll see / that I can carry the burden of pain / 'cause it ain't the first time that a man goes insane / and when I spread my wings to embrace him for life / I'm suckin' out his love, I, I'll never be nobody's wife.


Traducción: Lo siento, por las veces que te hice gritar , por las veces en qué maté tus sueños, por las veces que hice ruido en tu mundo. Por las veces que te hice llorar. Por las veces que te conté mentiras. Por las veces que ví y te dejé caer . Está muy mal, pero soy así. Lo que va alrededor llega alrededor, verás que puedo llevar la carga del dolor. Por que no es la primera vez que un hombre se vuelve loco. Y cuando extiendo mis alas para abrazarle por la vida. Este amor me succiona porque,nunca seré la mujer de nadie Lo siento por las veces que no llegué a casa. Dejándote tumbado solo en la cama. Estaba volando alto en el cielo cuando necesitabas mis hombros Eres como una piedra esperando en mi cuello, mira. Córtalo, pierde antes de que rompa mi espalda, mira. Tengo que decir lo que siento antes de que me haga mayor
Lo siento pero tengo que cambiar mis caminos. Sabes que lo intenté pero sigue siendo igual, Tengo que hacerlo a mi manera Está muy mal, pero soy así. Lo que va alrededor llega alrededor, verás, Que puedo llevar la carga del dolor. Por que no es la primera vez que un hombre se vuelve loco. Y cuando extiendo mis alas para abrazarle por la vida. Este amor me succiona porque,nunca seré la mujer de nadie Está muy mal, pero soy así. Lo que va alrededor llega alrededor, verás Que puedo llevar la carga del dolor. Por que no es la primera vez que un hombre se vuelve loco Y cuando extiendo mis alas para abrazarle por la vida Este amor me succiona porque,nunca seré la mujer de nadie

3 de noviembre de 2014

La ley de Joy, las chisteras y los poderosos.

La Ley de Joy establece, casi de manera inicial, que los más inteligentes terminan trabajando para otros menos inteligentes.

Es una postura absolutamente quijotesca de la verdad pero, en más de un caso (que no en todos) es verdad. Es verdad cuando creemos que los que nos mandan son tontos, que los jefes son unos vagos, que el tipo ese que va de la mano de la mujer perfecta es un verdadero gilitonto. Es cierto cada vez que criticamos al entrenador de nuestro equipo deportivo y todas y cada una de las veces que creemos, indignados y enfurecidos, que lo podríamos hacer mejor nosotros mismos.

Claro que eso sucede porque queremos creernos por encima de los demás y para echar por tierra nuestro supuesto axioma de la verdad basta con dejarnos una estantería de Ikea sin montar y sin instrucciones, darnos quince minutos y esperar pasar desde la superioridad moral a la desesperacion del bricolaje. En ese caso simplemente se queda una estantería sin hacer pero , en realidad, el problema está cuando sacamos a un tipo orondo de la grada para sustituir al portero y nos meten dos docenas de goles. El problema está cuando alguno, apelando a la Ley De Joy en estado puro, se pone a dirigir el tráfico en un cruce peligroso y termina sucediendo un accidente a gran escala. Quizá fuera más listo que el policía pero, también, menos preparado porque la preparación, el estudio, el entrenamiento, probablemente también el fracaso y todas esas cosas que reducen la importancia de la casualidad también tienen su importancia.

Quizá ese regodeo en la ley de Joy tiene mucho que ver con la necesidad de inmediatez en la que se está convirtiendo el mundo. Decretos de ley que lo arreglen todo en unas horas. Acabar las crisis en media legislatura. Sexo de usar y tirar. Detenciones, juicios y condenas inmediatas. Quitar un virus informático con dos clicks y de forma telefónica. Responder un whatsapp ipso facto. Olvidar para siempre desde un preciso momento. Pasar, en definitiva, de un extremo al otro como si los dos fueran extremos posibles. Me han pasado de querer a odiar con la misma velocidad con la que la oposición jura que se pueden acabar con todos los problemas de este curioso pais.

¿Por qué? Porque todos somos más listos que los demás, porque "ese" está ahí por casualidad, porque "te voy a decir yo cómo se arregla este problema". "Pim, pam, toma lacasitos"- tenía como eslogan uno de los ejemplos de la generación nini en youtube.

Hay muchas veces en las que la ley se cumple. Lo hace en esos casos, quizá cada vez más frecuentes, en los que la inteligencia se demuestra al no doblegarse ante algunas obviedades capitalistas o acomodaticias. Lo hace cuando personas brillantes se descubren a si mismos siendo infelices y buscan la felicidad en los lugares que a ellos, y no a la mayoría, les vale. También se cumple cuando algún poderoso tiene tanto miedo a sus medriocridades que es incapaz de aceptar a nadie mejor que él y, por ello, los listos deciden parecer algo más tontos.

El problema es que para sentirse más listo que otros hay que ser plenamente consciente de lo que uno es, de a lo que uno mismo es capaz de llegar y a lo que no. Conocerse. Darse tiempo y calma para aceptarse. Normalmente con eso se solucionan casi todos los problemas.

Nos aterra, en lo político, en lo deportivo y en lo personal, enfrentarnos a nosotros mismos y, ante la duda, nos creemos mejor que lo que somos. "Tuve razón al dejarte", "hubiéramos ganado con un 4-4-2", "esto se arregla metiendo a los políticos en la cárcel". Por supuesto todos los demás, son tontos. Y los que están "por encima" de nosotros, más. Mucho más , incluso, que los que opinan diferente a nosotros porque esos no son tontos, son idiotas.

"Vivimos en un país en el que si se presentara un mono con una chistera a las elecciones le haríamos presidente del gobierno"- dije el otro día. "Nos gobierna un mono con una chistera"- me respondieron. "Cualquiera lo haría mejor"- siguieron. Eso, también, es la Ley De Joy. Supongo que se refiere a un hipopótamo con chistera o a un lemur con chistera o a mi primo con una chistera. El problema es la chistera. Tenemos tantas ganas en que suceda algo mágico a cada momento que lo único que perdura es la chistera.

Y si no pasa es porque los inteligentes no mandan y están castrados por los tontos poderosos.

En realidad que me parece una absurda, pero muy efectista, simplificación de la realidad. (Y sin necesidad de pararnos a pensar en lo que somos o lo que somos capaces)