Hay una línea muy débil entre ser bueno y ser un gilipollas. También la hay entre ser firme y ser un dictador, o ser inteligente y un aprovechado. Desafortunadamente también la hay entre ser incapaz y ser un caradura.
Cuando estábamos acabando nuestras carreras me comentaba un futuro (y ahora brillante) abogado cómo se había dado cuenta que podría dedicarse toda la vida a ir poniendo demandas aquí y allá para sacar rédito económico a la tergiversación de las leyes. No era necesario tener razón sino buscar la interpretación provechosa de la cuarta línea del noveno artículo de la ley en cuestión para retorcerla a su favor y sacarse unos dineros. No tiene que ser justo, ni lícito. En absoluto ha de ser moral pero sí sustentado en un texto escrito elevado a categoría de ley. Lo importante, como en algunas crónicas deportivas, es ganar.
Es perfectamente lógico considerar la necesidad de unas reglas que determinen de alguna forma la manera en la que nos relacionamos. Algo tan sencillo como que se va por tal lado de la carretera o que si el semáforo está en rojo no se puede pasar. Que no puedes llevarte la tele de tu vecino sin su permiso o violar a la oveja negra del rebaño del pastor. Sigo pensando, no sin más dificultad que antes, en la bondad primaria de las leyes. El día que alguien consideró que había que legislar lo hacía por una supuesta buena causa pero eso no quita que cuando nos vamos a la literalidad de las cosas se pervierta la causa.
Cuando el dueño del bar se dió cuenta que no venía nadie a las seis decidió poner una hora feliz pero los adolescentes se emborrachaban hasta las siete, y luego iban a buscar otra happy hour.
Con ese espíritu de maduración tardía algunos han llegado a la edad que se presupone adulta y, en un signo de falta de rigor, van buscando la oferta y la interpretación de las normas con el exclusivo criterio de su beneficio personal. Da exactamente lo mismo que el del bar tenga que cerrar, porque aparecerá otro. Da igual que sea necesario porque se pondrá en marcha un artificio mental en el que el/la/le/li/lo/lu será merecedor de esa ventaja porque si, porque es gordo, cojo, mujer, negro, chino, proletario, trabajador, contribuyente, porque no tiene netflix o porque tiene los huevos morenos.
Y cada año que pasa hay un nuevo derecho y una obligación maquillada. Vamos acumulando interpretaciones y saltando líneas hasta que , sinceramente, sea insostenible.
El año 2023 ha sido otro año de Happy Hour y conozco a más de uno que, en vez de desarrollar su sentido común, agota sus recursos en retorcer la forma en la que sacar ventaja mientras se justifica ante un enemigo malísimo. Conocí, hace muchos años, a un grupo de muchachos que vendían enciclopedias a las viejas en sus casas y me decían que podría decirse que engañaban a las señoras pero si no lo hacían ellos, lo harían otros después.
Ahora el gobierno, el vecino y el que aparca a tu lado en el garaje te están intentando vender enciclopedias. Al menos no te las venden otros, que son mucho más malos.