Se define como "disforia poscoital" a ese momento en el que las emociones despegan. A veces es una sensación de exceso y a veces uno de esos sueños que llegan desde los músculos. A veces hay quien ríe sin poder parar y una vez, en el lugar en que debía estar, me puse a llorar como un niño pequeño. Hay quien dice que se debe a un momento en el que las expectativas de sexo satisfactorio no han llegado al grado esperado y otros, con los que estoy más de acuerdo, que es un instante en el que las emociones llegan de una forma mucho más fácil a los cráteres de nuestros poros. Yo era feliz llorando en aquel momento y también lo soy cuando miro una cara calmada y feliz, de esas que arquean la comisura de los labios en medio de una sonrisa incontrolable. Me gusta el calor de ese momento y subir una sábana hasta la cintura. Me gusta dejarme llevar por el tiempo que se mueve más despacio y me suele dar hambre. Una vez hice una paella a las tres de la mañana y ella llevaba puesto un albornoz que colgaba de mi baño en la casa de mis padres.
Tengo un don, sin embargo, en el que por miedo o por no querer llegar a un momento en el que se abra mi alma desnuda en dos consigo que no suceda lo que pudiéramos querer los dos. Uno no lo dice por vergüenza y otro por alguna razón extraña, por pensar que si se pasa una línea marcada por la ropa ya nunca será lo mismo. Es ese momento de las películas americanas de tercera en la que dos adolescentes se despiden en la puerta de casa, esa situación en la que ella invita a subir o no, como si fuera un atrevimiento.
Tengo un don en el que en vez de un beso pongo una barrera de fuerza entre ambos, un comentario inconveniente, una película sin gracia o un saco de razones por las que lo que deseo es una mala idea. Y me vuelvo a casa como el niño que ha pasado la tarde mirando en el escaparate uno de sus sueños.
No sé dejar de pensar ni saltar al vacío sin pedir permiso.
Lo llaman, por la disforia, post-sex-blues. Es un apelativo mucho más musical.
Porque, cuando es posible, en vez de cagarla con frases y miedos, con fantasmas o con temores o conflictos inventados, las cosas deberían de ser mucho más sencillas. Supongo que de eso va esta canción. De las mil veces que en vez de hacer lo que se debe o se quiere, se dan rodeos. Algunos somos teóricos de lo que se supone y no hemos superado, jamás, el examen práctico.
Tengo un don, sin embargo, en el que por miedo o por no querer llegar a un momento en el que se abra mi alma desnuda en dos consigo que no suceda lo que pudiéramos querer los dos. Uno no lo dice por vergüenza y otro por alguna razón extraña, por pensar que si se pasa una línea marcada por la ropa ya nunca será lo mismo. Es ese momento de las películas americanas de tercera en la que dos adolescentes se despiden en la puerta de casa, esa situación en la que ella invita a subir o no, como si fuera un atrevimiento.
Tengo un don en el que en vez de un beso pongo una barrera de fuerza entre ambos, un comentario inconveniente, una película sin gracia o un saco de razones por las que lo que deseo es una mala idea. Y me vuelvo a casa como el niño que ha pasado la tarde mirando en el escaparate uno de sus sueños.
No sé dejar de pensar ni saltar al vacío sin pedir permiso.
Lo llaman, por la disforia, post-sex-blues. Es un apelativo mucho más musical.
Porque, cuando es posible, en vez de cagarla con frases y miedos, con fantasmas o con temores o conflictos inventados, las cosas deberían de ser mucho más sencillas. Supongo que de eso va esta canción. De las mil veces que en vez de hacer lo que se debe o se quiere, se dan rodeos. Algunos somos teóricos de lo que se supone y no hemos superado, jamás, el examen práctico.
Baja la guardia. Deshazte de todo, aquí no hay entregas, pagos pendientes ni citas ni deudas. Mi miedo es mi pena. Te sobra la ropa, Ahí viene la fiera, Los ojos retando, La piel implorando, Que empiece la fiesta. Y sobre la mesa, A viajar por el mundo. Si tanto te gusto aquí va un consejo: Follame mucho. Y todas las noches después de la cena mi tele ni pelis ni móvil. Tan solo estos juegos de mesa. Entiende el asunto. Es claro y confuso. Mareos los justos que luego hay disgustos y acabo en la arena. Si a ti te divierte. A mi esto no mucho. Un cuerpo versado es un cebo que puede dejarte sin rumbo. Disculpa la brasa. Ya acabo el discurso. Si tanto te gusto aquí va un consejo: Follame mucho. Baja la guardia. Deshazte de todo aquí no hay entregas, pagos pendientes ni citas ni deudas. Mi miedo es mi pena