En alguna ocasión, en medio de la vida académica, me di un manotazo en la frente al salir del examen tras percatarme del error en el problema número tres. No podía volver porque ya lo había entregado, porque no había paso atrás, porque no es posible desplazarse por el tiempo para solucionar errores del pasado. Era un examen y , por definición, implica la resolución de diferentes preguntas o problemas en un determinado espacio de tiempo. Se hace y ya está. Queda escrito y se queda, de la misma manera, pendiente de valoración. Lo sabía, si. Lo podía hacer mejor, también. Pero no es posible porque, casi como una misión a Marte, no se puede cambiar nada después de despegar. Como tener que sobrevivir en una isla desierta después de un accidente o en un reality: no hay más que lo que hay.
Qué más hubiéramos querido que volver atrás en el tiempo, desplazarnos para no cometer aquellos errores, no repetir algunas estupideces y simplificar la resolución para llegar a una solución un poco más correcta.
Si algo tiene la vida moderna es que los deadline ya no son tan grandes. Se llaman a los coches a revisión, se puede modificar el programa electoral, se espera que esa persona que tiene el potencial cambie. Se compran aplicaciones que prometen demasiadas cosas imposibles y se espera a la nueva actualización. La esperanza en el futuro, en que todo lo que han prometido que pueden llegar a hacer sea una realidad, en que toda esa satisfacción se convierta en una verdad, está posicionada en la nueva notificación de la versión siguiente.
No compramos o apostamos por productos finalizados porque hemos asumido como innata la obsolescencia del consumo, del amor, del cariño y de la compatibilidad del software. Aceptamos las promesas y esperamos que sean ciertas en la nueva actualización.
Y cuando nos damos cuenta que, en realidad, no es cierto buscamos una versión de prueba que teóricamente haga lo mismo. Entonces empezamos a nadar en mares publicitarios como quien ha fracasado con las esperanzas que tenía en una persona y sale a la calle a bucear en bares entre los anuncios, normalmente interesados, que son los pantalones justos creyendo que ahí reside la verdad cuando solamente residen los pasatiempos que procrastinan entre nuestras decepciones.
De la misma forma que con los archivos borrados y los contactos eliminados siempre queda un residuo donde encontrar el rastro hemos aprendido a vivir en un nuevo orden de las cosas donde casi siempre existe una vuelta atrás, una recuperación de datos o un futuro mucho más prometedor en forma de nueva versión. Vale para el software, las personas que nos rodean, quien vendrá, quien se fue, la centralita del coche, las condiciones de garantía y nosotros mismos.
Eso nos impide vivir en el presente. Fantasear sobre el futuro. Intentar volver al pasado.
Viajar eternamente en el tiempo.