Para la prensa todos los días son la víspera del fin de los tiempos.
Para Maria del Carmen todos los hombres que la miran por la calle son, en potencia, la relación estable definitiva y feliz que durará siempre.
Ni una cosa ni la otra son estadísticamente viables pero es bastante entretenido considerarlo. A unos les da lectores y a la otra un sonrojo en la mejillas muy agradable.
Tampoco es cierto, y lo admito, que esa última decisión sea la que termine conmigo hecho un ovillo en el pozo del fracaso absoluto tras una vida esforzada y sin ningún resultado tangible. Mi madre dice que siempre que llueve, escampa. Mi padre afirmaba que siempre se puede hacer mejor y mi abuela que no hace falta buscar mucho para encontrar a alguien por encima y alguien por debajo en cualquier asunto en el que tengamos a mal compararnos.
Una de las pocas ventajas que tiene vivir creyendo firmemente en el borde del acantilado del desastre es la capacidad de estar atento. El problema de estar atento es que no se puede todo el tiempo. Al final, acostumbrados al riesgo, los funambulistas son capaces de pensar en que se están quedando sin leche en la nevera mientras van de un lado al otro por el fino cable de la vida. La siguiente vez en que estemos seguros que llega la debacle tendremos una vocecita en la cabeza asegurando que lo más probable es que no suceda. Hay un disco que se titula "Existen moscas que se relajan durante el vuelo".
Es después, unas semanas después, cuando podemos ser conscientes que ya no va a volver a llamar o que lo que parecía ser un punto de inflexión, lo era. La última conversación, el último día que disfrutaste en un partido, la vez que ya no volviste a usar messenger o el final del concierto de tu grupo favorito no eras consciente que era definitivo. Normalmente las circunstancias no van acompañadas de alarmas metereológicas mientras los huracanes del destino te arrasan poquito a poco. Quizá, como las guerras, son dramáticos ajustes que hacen sitio a nuevos tiempos e incluso nuevas gentes. Podría compartimentar mi vida basándome en los tipos de personas que me rodeaban en cada momento: el grupo con el que compartía los recreos del colegio, los que estuvieron a mi lado en los azarosos tiempos de la adolescencia, quien compartía los apuntes de la universidad, la gente del trabajo, los amigos de mi pareja. Es raro que alguien pase todos esos filtros y dicen que no llegan nunca a cinco personas. Nadie sabe nunca el motivo por el que perduran. El resto de la gente, seguramente, no encajaría. A ese tipo tan listo con el que pasas tiempo charlando delante de un vino bueno jamás le hubieses elegido para el equipo de baloncesto del recreo.
Si algo tiene vivir al borde del apocalipsis es que es la excusa perfecta para vivir en el cortoplazo. Emborracharse rápido, follar vigorosamente, gritar por la ventanilla del coche, ponerse dramático, exaltar la amistad, arrasar con los ahorros, dejar que la ansiedad conduzca el vehículo de las decisiones y justificarlo todo porque es la última vez.
También es la estrategia perfecta de los vendedores. "Solo por tiempo limitado". En esos casos no depende de la calidad o utilidad del producto.
A ver si al final ese ametrallamiento excesivo con las más horribles tormentas, las olas de calor definitorias, las enfermedades epidémicas, el caos social, la fractura económica y la posibilidad de guerra termonuclear mundial van a ser solamente estrategias para que vivamos sin pensar en pasado mañana porque ayer ya fue el fin de los tiempos.
En cierta ocasión me llamó una amiga de Logroño y me dijo: "Ayer conocí a un tipo y al final, cosas que pasan, terminé en su casa. Por la mañana me dice que si me puede pedir algo y yo le preguntó qué. Entonces me dice que si le puedo regalar mis bragas.". Obviamente yo pregunté: "¿Qué hiciste?". Noté un soplido de desdén al otro lado de la llamada. "Se las dí y le pedí que jamás, en su puta vida, se pusiera en contacto conmigo. Al fin y al cabo, eran de las feas".
La primera sensación de ese tipo de anécdota es que el muchacho en cuestión es un chalado. Me puedo imaginar un cajón repleto de bragas ( usadas, por supuesto) que se pone sistemáticamente en la cara, presionando con su mano izquierda mientras se masturba con la derecha. Visto así, descalzo, con un montón de pelos en el culo y la espalda arqueada como un mono onanista, resulta muy poco agradable. También hay que pensar que hace uso de su libertad y eso es cosa de cada uno. Que nadie es sensual a todas horas y que reconocer lo que nos disgusta y nos gusta es un avance dentro de la introspección necesaria en todo ser consciente de si mismo. Quizá es más confiable alguien capaz de verbalizar, en un entorno de confianza como es un despertar post coital, sus propias filias que quien lo niega en todo momento. Si a tu marido le gusta vestir liguero sería preferible que no tenga pudor a ponérselo contigo a que te lo encuentres encima de una carroza del orgullo con tacones a juego y una tanga muy pequeña.
El autoconocimiento, como punto de partida, es un "must" que dicen los modernos. Pero no me vale un autoconocimiento verbal, sino empíricamente demostrable. Si yo quiero una relación adulta y estable, basada en la confianza y en el respeto mutuo lo que no puedo hacer es llevarme a casa a un argentino de 25 años que conocí en los baños de un after jurando que es muy maduro para su edad porque recorre el mundo con su hatillo a la espalda. Tampoco me vale cuando Maria José, heredera de un divorcio traumático y que aseguraba estar harta de hombres inmaduros, pone doscientas veinte fotos con Ramón esperando que el mundo le felicite por encontrar, en veinte minutos, el amor verdadero retransmitido casi como un directo de Twich. Sus fotos aftersex, sus montajes horrorosamente enfocados correteando por la playa y todo el proceso de elaboración de las cenas del amor. Cuando yo estaba convencido que nada era capaz de superar a una adolescente haciéndose fotos en todos los espejos de los baños que visita, junto con las fiestas a las que va y las comidas ultraprocesadas que consume, llegó Maria José subida en lo alto de la montaña rusa del amor publicitado.
No te deseo lo peor pero si no estás preparado, desde arriba, solamente hay un veloz camino hacia abajo. Con susto.
Las personas excepcionalmente felices en sus proyecciones públicas, tengo la teoría, están podridos por dentro. La pareja, sonriente, que lleva a sus hijos al colegio todas las mañanas en sus bicicletas eléctricas, ella con la niña en blanco y él con el niño en negro, ambos con sus cascos de ciclista a juego, deben de ser una familia infernal en la intimidad. Unos traficantes de órganos asociados a la mafia calabresa. Defraudadores de impuestos. Especialistas en trata de blancas. Vendedores de productos mágicos en Internet. Son los mismos que, cuando eres capaz de reconocer que no estas pasando por un buen momento, se empeñan en torpedearte con consejos de la tercera división de autoayuda. No lo hacen por empatía sino porque disfrutan y necesitan ratificarse en que están mucho, muchísimo mejor que tú. La diferencia entre la gente aparentemente feliz y el tipo que se acostó con mi amiga de Logroño es que ellos huelen bragas en la intimidad y si les cuentas la anécdota del principio, ponen cara de asco.
Porque lo que más mueve la economía es, en realidad, el sexo. Si cogemos todos ( Argentina), la economia mejorará y en un año seremos una potencia económica mundial.
Decía, en su presentación, que le gustaba el cine, la música y las relaciones con base. El día que la conocí recibió varios mensajes. Confesó, quizá porque pensaba que eso le haría parecer más moderna o mas resolutiva, que unos eran de un tipo con el que había quedado hace un par de días. Los otros de un caballero, gentil y educado, con el que cenó ayer. La sinceridad, en su concepto basto del término, suele estar enfrentada al buen gusto y si alguien piensa que resulta moderno hacer ostentación , nada más llegar, de una azarosa vida sentimental o sexual podríamos pensar en qué hubiese pasado si le dijera que tengo que ir al baño a limpiarme del polvo que acabo de echar. Todo eso mientras pongo cara de travieso, moderno y gilipollas. Me resulta desagradable hasta a mi.
Tampoco pasa nada porque reconozco que hay determinadas licencias que algunos se permiten para parecer lo que creen que deben parecer. Es exactamente lo mismo que Maria del Carmen, 25 años de fiel matrimonio y recién separada, que al salir de copas por primera vez aparece embutida en un vestido animal printing y quiere tocar el culo a todos los camareros. Si queremos ser igualitarios podemos hablar de José Ramón y Eduardo que una vez al año, calvos con pelillo en las sienes, vaqueros de 1987 y camisetas de Barcelona 92 ( compradas en Barcelona, 1992), se fuman un porro pegando botes en la primera fila de un concierto punk moviendo la cabeza como si tuviesen cresta.
El caso es que, como soy un cabrón dialéctico, me quedé a investigar los extraños mecanismos de ese cerebro. Pregunté por aquellos muchachos. Obviamente, hablando en frío, hizo gala de modelos previamente aceptados. "Yo busco tener una relación con alguien y ya se verá. Quiero concer a las personas y después, solamente después, dar el paso a la intimidad". Correcto. Quise, por ahondar en ello, preguntar por su último año. "He tenido tres o cuatro relaciones". "¿A la vez?". "No, hombre"-dijo con cara de haber pensado mal sobre su integridad moral. "Entonces, si es un año y son cuatro, quiere decir que el tiempo que tardas en decidir que alguien puede ser el hombre de tu vida es"-y puse cara de hacer un cálculo mental.-"tres meses". Luego quise ser malvado y añadí: "dos si te das unos días para asimilar los fracasos. Eso, quedando los fines de semana alternos, son tres cenas. Así que la cuarta vez que quedas con alguien ya es el hombre de tu vida. La primera es un café, la segunda es una cena con beso en la despedida y la tercera ya está. ¿Ayer cenaste con el hombre educado?. ¿Qué numero de cita era?". Me miró enfadada: "La segunda". "Pero no te creas"- quiso puntualizar- "que soy como alguna de mis amigas que salen por las noches y si ven a un tipo que les gusta se acuestan con él".
Hicimos un silencio.
- Presupones que ellos no tienen capacidad de decisión.
- Los hombres sois todos iguales. Quereis lo mismo.
Curiosamente es obvio que llegados a ese punto o su afirmación era falsa o yo no era un hombre.
- ¿Ayer te despediste con un beso?
- Si.
No me iba a poner a preguntar sobre la ultima película que vio entera o el último disco que escuchó completo. Vivimos en una sociedad que pasa a la siguiente canción en menos de 10 segundos, que consume series porque son de media hora y se quedan en 20 minutos quitando la introducción y los créditos. Vamos camino de llegar a la conclusión que una relación estable dura lo que tarda el dedo en pasar al próximo perfil.
Aunque lo más importante es creer en la propia integridad. Asegurar que te gusta el cine, la música y las relaciones estables.
Me confesó que jamás llegaba al final de una película porque se queda dormida, supongo que en el sofá de su próxima relación estable de dos meses con un hombre muy hombre, no como otros.
Existe toda una generación que irrumpió en este mundo para luchar contra los poderosos, y eso es bonito. Sentirse parte de un grupo maltratado. Buscar una manera de no discriminar al inferior, al pobre, al que ha tenido menos oportunidades. Cooperar. Reciclar. Establecer respuestas obvias a problemas complejos y escribirlas en carteles con rotuladores Carioca de colores. Sentirse un anarquista gritando a los cuatro vientos que no le dejan ser libre mientras le graban para el telediario y le escolta la policía en una manifestación autorizada por el ayuntamiento, con todos los permisos en regla.
Y un día, porque la vida avanza y porque la generación que viene por detrás es a la que le toca, se convierten en los poderosos.
Dirigen las empresas de sus padres, acceden a los puestos del consejo de administración, algunos tienen éxito en sus empresas y contratan empleados, se presentan a las elecciones y logran vicepresidencias, ministerios, salarios importantes. Alguno tiene un programa en prime time con su grupo de colegas de siempre.
Pero, como son incapaces de hacer lo que era "tan sencillo", siguen luchando contra los poderosos. Si no los encuentran, se los inventan. Si no se los inventan, crean conspiraciones o mantienen vivos a los muertos. Alguno, incluso, descubre que es poderoso sin saberlo mientras va en el metro a una empresa dirigida por un joven recién llegado que ha afirmado en una entrevista que lucha contra él. Viene a ser como cuando Sabina ya era rico y seguía haciendo canciones contando que se iba en furgoneta con una amante ocasional mientras les detenía la policía por quererse ( o algo así). El sueño americano no debería ser preparar paquetes en Amazon.
Así que tenemos empresas que dicen que son verdes y luchan contra la deforestación pero colaboran en las guerras de África para sacar los recursos más baratos. Políticos que nunca harían lo que están haciendo. Empresas que tratan a sus empleados (o falsos autónomos o lo que se llame) peor que el principio de la revolución industrial. Ni bajó la luz ni se acabaron los desahucios. Quizá porque ya ahorraron para pagarse una segunda vivienda y un coche de combustión. Algunos, ansiosos de experiencias, pagan billetes carísimos para hacer turismo espacial.
Pero lo más curioso, y en eso se diferencian de las generaciones anteriores, es que siguen teniendo que mantener el discurso de luchar contra los poderosos, aunque los poderosos sean, precisamente, ellos. Sabina tiene un buen disco llamado Juez y Parte. Cantaba "cuando era más joven".
Empieza un nuevo curso y tengo una buena noticia para ustedes: un porcentaje altísimo va a obtener su titulación. Eso, como diría la vicepresidenta, es bonito.
Hace bastantes años existía la idea, no sin base, de que estábamos viviendo en un pais con pocos titulados. Por eso mismo, haciendo la misma lógica, estábamos retrasados respecto de Alemania. Allí todos eran médicos, ingenieros y biólogos moleculares. Por ese mismo razonamiento si conseguíamos tener el mismo porcentaje de titulados por metro cuadrado llegaríamos a la felicidad extrema que se le suponía a la nación teutona.
Una de las formas de lograrlo era favorecer el acceso a la educación superior y otra, menos publicitada, era reducir el número de abandonos en ese periodo de la vida. Por alguna razón la titulación universitaria se convirtió en algo parecido al carnet de conducir: al final, con tiempo y dinero, siempre te lo sacas. Luego da igual que conduzcas como un retrasado o que te sepas las señales. Tienes el título y se puede afirmar que en España prácticamente nadie conduce sin carnet. Es casi como buscar esas estadísticas que afirman la inmensa cantidad de titulados superiores que hay a nuestro alrededor. Que sean buenos en lo suyo, incluso que es guste su trabajo o se esfuercen en hacerlo mejor es secundario. Por alguna razón alguien ha pensado que si eres futbolista federado del Club Deportivo Santutxu, tu desempeño es el mismo que el de Carvajal. Los dos tenéis la misma titulación. Es la misma base de razonamiento por la que Mari Tere, que juega al futbol los martes, debería de tener el mismo salario que Messi: mismo trabajo, mismo salario.
Políticamente hablando es chulísimo afirmar que, a dia de hoy, la mitad de los españoles entre 25 y 34 años dispone de una titulación superior. Es un porcentaje superior a la media europea. Nos podemos chupar las pollas mientras le decimos al francés de turno "a mi me lo vas a contar, que soy ingeniero agrónomo". Que sea un agricultor de Toulouse le quita toda la razón porque no tiene título.
La educación superior ha perdido desde hace tiempo su necesaria función de filtro. A alguien se le olvida decir al estudiante en cuestión que no, que no tiene madera de médico o de arquitecto. Que está muy bien que se sepa de memoria todos los capítulos de La Ley de Los Angeles pero que para estar en un turno de oficio del juzgado de Parla hay que tener otra actitud y preparación. Que si eres ingeniero industrial con tres máster en renovables pero no sabes coger un destornillador, algo falla. Vendría a ser alguien con el título de cantante, que hace poses en el escenario y lleva el pelo sorprendente, pero de cantar, poco. Bueno, eso es Samantha Hudson.
Siento estar en disposición de afirmar que cada vez me encuentro más titulados sin conocimientos. Por mi trabajo, cada año, recibo a media docena de personas en prácticas. Es su último paso a la inserción en el mundo laboral y no es que yo sepa más sino que cada vez saben menos y, curiosamente, les noto una menor gana de aprender o de hacer algo. Vienen, preguntan la hora de salida, están y se van poniendo cara de esfuerzo. Una conocida, cirujana, me comentaba que veía a los nuevos médicos bastante bien preparados en lo técnico pero que sentía un gran temor en los cambios de turno porque alguno dejara al paciente sin coser porque "si no me pagan horas extras no tengo por qué quedarme ni un minuto". Hemos pasado a una situación, básicamente en Europa, en la que en vez de aprender a mejorar el sistema es el sistema el que debe de proporcionarlo todo y donde si mis padres tienen un apartamento no puedo entender cómo no lo voy a tener yo, incluidas mis vacaciones, medios de transporte y plataformas de cine pagadas. Si ellos se esforzaron, yo me compré un samsung y no un iphone.
Es, como muchas otras cosas, un defecto cultural bastante cabrón basado en la exaltación de la individualidad por encima de todo, trabajo incluido. El tonto, y eso lo hemos hablado antes, es el que se esfuerza y el que trabaja porque los demás se sientan diciento:"yo lo merezco, que para eso tengo un título".
Al final la vida, como siempre, se impondrá y tendremos que encontrar un nuevo filtro para determinar las capacidades de las personas porque hoy por hoy tener un título ya no significa nada más que fuiste a la universidad pagando tus cuotas. Existe un político al que cada vez que se le recuerda lo mal que lo hizo, te recita su expediente académico. Mis compañeros con mejores notas normalmente no fueron los más brillantes en su trabajo, y eso que en primero estábamos 10 clases y en segundo, tres. Sin embargo alguien afirmará que el sistema es cruel con los sacrificados estudiantes titulados, presuponiendo que están preparados porque acabaron los cursos que empiezan hoy.
Definitivamente, para algún tipo de segmentación, hay dos tipos de personas. Unas son seguidistas y facilonas. Disfrutan yendo a las fiestas populares, disfrazándose en carnaval, tocando la turuta en medio de las charangas, manteniendo los discursos que estén de moda o convenciéndote de la bondad de la película taquillera y la serie más vista. Son esas personas que se divierten dejándose llevar y estableciendo como lo que debe ser a todo aquello que hacen, aunque pudiera ser incompatible entre si. Incluso aunque es imposible llegar a todo se intenta, como lanzarse al acantilado de la frustación Yolo ( acrónimo del inglés "you only live once" )
Sin embargo, como bien explicaban en "en la cama" ( película mucho más que recomendable), eso siempre es sospechoso porque no se pertenece a ningún conjunto o simplemente se es "feliz" aceptando el conjunto que toque en ese instante.
Curiosamente si, por el contrario, eres una persona con criterio, pasas a ser tú el sospechoso. "Qué raro"- pueden decir- "nunca viene a los conciertos de las fiestas". Lo que sucede es que has hecho el esfuerzo de investigar al artista en cuestión y has decidido que no te gusta. Quizás, como ya eres viejecito, no te apetece ponerte macareno y decides irte a la cama o simplemente no beber el día que se supone que hay que beber pero es que, joder, no quieres beber. Ahí te sientes, demasiadas veces, señalado por el tumulto.
La pertenencia a un grupo pasa siempre por la crítica y el desplazamiento de quien no acepte las normas absolutas del grupo. Todos los geocentristas vivian mejor que los heliocentristas hasta 1543.
Asi que si ahora te gusta oir música en formato físico, no vas a ligar el mercadona o no organizas tu tiempo libre alrededor de los eventos deportivos del momento, eres un apestado. Lo eres más si te has quedado con algún parámetro de antes: haces chistes de Chiquito. vas a la gira de New Order o prefieres el hotel a dormir en la furgoneta. Fumas tabaco en vez de porros. Corres en vez de hacer running. Llamas al poliamor, cuernos. Trabajas por amor a hacer algo mejor y bien, sin pensar en las vacaciones o en el salario. No tienes tiktok. Jamás hiciste un Reel. Te gusta leer el periódico y vas a los artículos en vez de a los titulares. Valoras si hay partes de los discursos de partidos políticos a los que no votas que pudieran tener razón. Eres, literalmente, alguien peligroso.
E infeliz.
Porque una de las formas más sencillas de ser feliz es creérselo y aceptar que mil millones de moscas no se van a equivocar a la vez. Existe un pálpito ensordecedor que, como la droga de la actualidad, premia con los efectos psicotrópicos de la felicidad supuesta a quien hace lo que suena, y se deja llevar con el río. Arrastrado y camino al mar de la insignificancia.
Ya me hice pro palestino, a favor de lo LGTB, solidario con los manteros, antifascista, contrario a los judíos, puse fotos de mis pies en las playas de verano y de tres copazos en instagram y ahora me toca decir que estoy triste por la vuelta al trabajo y dentro de nada recuperar a Mariah Carey por Navidad. Vi el coñazo del juego del clamar y quise creer que Breaking Bad era un guion muy original. Estoy convendo que Melendi es un antisitema porque se emborrachó en un avión.
También nuestros padres tuvieron un 600, fueron a Benidorm, estrenaron bikini, se creyeron muy modernos jugando al tenis, nos pidieron que llamásemos al llegar, que nos comiéramos todo lo del plato y que aprendiéramos inglés.
En realidad cambian los detalles pero se mantiene la esencia. Todos aquellos que hicieron lo que se esperaba de ellos subsistieron. Fueron franquistas, demócratas, hippies o llevaban coderas. Y los que sobrevivieron, en su mayoría, lo hicieron todo. El truco, supongo, es ser seguidista y pensar lo mínimo.
El problema es que en esta sociedad llena de hemerotecas publicas y privadas, es mucho más sencillo mirar atrás y percatarnos de nuestras contradicciones obligadas. Claro que los que pusieron que Juan estaba en su casa dirán que eso es algo que le hicieron poner porque les engañaba el sistema. Ahora son más listos. Ahora, simplemente, les engaña el otro sistema.
Y a nadar.
Pd:
Pero, por otra parte y al ser las sociedades más grandes, incluso globales, movilizarlas es complicado y lento. El marketing, que ahora lo mancha todo haciéndolo dificil de separar de la verdad, sigue actuando sobre los mismos resortes de siempre y hace caer en el ridículo reivindicaciones que fueron perfectamente lícitas. Eso es un riesgo de volver a repetir el ciclo que ya habiamos superado. Supongo que nos hemos vuelto un poco Colon: no sabemos donde vamos, ni siquiera donde hemos llegado y buscamos que nos lo pague todo el estado.
Y no conocemos a nuestro enemigo porque es al que le hacemos caso para seguir creyendo que somos íntegros y felices.
Ultimamente me atormenta una tontería en forma de símil.
Imagina que eres un fabricante de hombreras. Montas una fábrica. Inviertes y arriesgas tu dinero y sueños en hombreras. En realidad es un producto más. Insulso, que normalmente pasa desapercibido, poco visible a la vista e incluso algo que, una vez acabada la raza humana, no será recordado si nos descubren civilizaciones alienígenas. Puede que descubran los motores de combustión, las grandes construcciones, quizá parte de nuestra tecnología o incluso los avances científicos que nos hicieron ser los reyes del planeta. Puede que, si lo hacen bien, conozcan a nuestros grandes artistas y pensadores. Quizá descubran a las figuras deportivas como quien encuentra un tótem en la campiña escocesa. Pero es muy complicado que se topen con las hombreras.
Y sí que es verdad que durante un breve periodo del tiempo, allá entre el final de los 80 y unos pocos años de los 90 estuvieron de moda y eran cool. Molaban. Estaba bien que se notara que las teníamos e incluso fueron unos años boyantes para la empresa pero, como todo en la vida, fue efímero. Como la juventud.
Así que hoy, que cumplo 53, iré a mi modesta fábrica de hombreras y me empeñaré en seguir empresarialmente vivo porque siempre hay alguien que necesita una hombrera. Me sentaré en algún momento del día a recordar lo que fueron los años dorados y querré pensar que no hay ningún motivo para pensar que puedan volver, aunque de otra forma. Y si no vuelven, pues no vuelven.
A veces no es la labor, sino la trayectoria. Y seguir. Del legado deberían de encargarse los arqueólogos de las civilizaciones que nos estudien.
Tampoco me importa que en los libros de historia se hable de las hombreras. O de mi, aunque sé que, como un replicante barato, es más improbable que lo que me contaron que iba a ser durante aquellos años en los que, hinchazo como una americana con hombreras, entraba en los bares haciendo el ridículo.
-Soy gerente de un grupo de distribución de producto fresco que lleva muchos años siendo referencia en la cuidad.
Más tarde descubrí que era la que llevaba la frutería que fundó su abuela. Un trabajo dignísimo, por cierto. Algo alejado de ser responsable de producto fresco del Eroski, pero eso son detallitos. También conozco a quien jura que es escritor porque aparece su nombre en Amazon sin caer en la cuenta que a Jeff Bezos le importa un colín si sabes escribir que ahí hay un hombre que dice !ay!. Otros dimos con alguna editorial obscenamente pequeña que apostó por nuestro fracasito y ninguno somos Reverte. En verano hay tenistas, pescadores, montañeros y especialistas en barbacoas que solamente lo son durante dos meses. Si les oyes hablar son el mismísimo Nadal, Argiñano o Juanito Oyarzabal. Te proporcionan más consejos que un cuñado titulado y conducen su SUV con ayudas electrónicas por las rectas autopistas de Castilla como si fueran Fernando Alonso en las calles de Mónaco. Tampoco es elegante hacerles ver la verdad. Además, y lo digo por experiencia, no se ganan amigos.
Aquel futuro matrimonio ( spoiler, no duraron ni un año) nos quiso enseñar su futuro nido del amor eterno ( ¿he dicho que no fue ni un año?) . Así que nos llevaron a lo largo de las estancias de su vivienda mostrando , ufanamente, una configuración que denominaban "decoración fusión" y que, a mi parecer, resultaba ser una mezcla de los catálogos de Ikea y Masions Du Monde revueltos como la ropa al salir de la lavadora con la salvedad de haber incorporado sillones en lugares que hacían imposible el paso entre habitaciones. Ni siquiera se podría parecer al urbanismo de cualquier barrio periférico de cualquier cuidad, ordenado y sin personalidad. Carecía de personalidad, eso si. El problema fue cuando me preguntaron mi opinión y poco más o menos vine a expresar que el reloj de péndulo de la abuela Rosario no quedaba bien al lado de la televisión Oled con luz indirecta. Nunca más volví a pasar por allí, ni para recoger las cosas posteriores al divorcio.
Una de las funciones más infames de la modernidad es que cualquiera es capaz de definirse a si mismo como un experto. Fotógrafo si le das a la cámara del móvil. Locutor si una vez grabaste veinte segundos de un podcast. Creador si dijiste tres tonterías y lo pusiste en youtube. Deportista porque te vestiste con unas mallas. Yo podría ser surfero porque una vez, con mucha dificultad, me puse un traje de neopreno y entré en el océano. No vamos a discutir con Fermín sobre si es o no igualito a Indurain porque se compró una bicicleta eléctrica y subió siete repechos. Yo mismo me comparo con Julio Iglesias, no por mis dotes de cantante, sino porque he estado con más de dos mujeres a lo largo de mi vida y eso es de truhán.
Reconozcámoslo: nos encanta ser "expertos". Si, en una discusión, ponemos cara de estar basados en el tema ( subiendo las cejas), y empezamos con "me vas a decir tú a mi", ya somos expertos.
Conozco a expertos en grupos musicales que van a sus conciertos y no se saben ninguna canción. Melómanos sin discos en casa. Personas con criterio que no han leído un periódico. Cinéfilos cuya mayor virtud es saber diferenciar a Marvel de DC. Lectores compulsivos que llevan bajando el mismo libro a la playa tres años. Expertos en volcanes , política internacional y virología. Más letrados que los abogados de la ley de Los Angeles y, por supuesto, doctores en economía y nuevas tecnologías porque saben el nombre de tres criptomonedas. Dispongo, en mi agenda de teléfonos, de un número correspondiente a una muchacha peruana que se fue de su país, ha fracasado en tres negocios y se aburre de poner frases motivadoras vestida con traje de vendedor de pisos usados invitando a quien la lea a pagar un dinero por recibir charlas de emprendimiento moderno o situacion sociopolítica sudamericana.
Curiosamente cuanto menor es el conocimiento de una materia mayor es el desparpajo al respecto. He estado al lado de gente cultísima en medio de un museo, parado frente a un cuadro, con cara de no entenderlo mientras otro, sorbiendo de un refresco y por supuesto levantando las cejas, nos ha estado hablando del dominio de la luz. Un marchante de arte, después de acompañarnos a una exposición sobre Warhol y donde se hacían referencias a sus años con Mick Jagger, me explicaba lo curioso que es que dos chavales que se conocieron de pequeños en el barrio, fueran dos grandes estrellas. Le pregunté si acaso uno no es británico y otro de Pensilvania y me dijo: "¿quien es el que sabe de arte aquí?.
Tuve ganas de responderle que la que sabe de arte es, precisamente, la frutera.
Normalmente la foto de "aquí, sufriendo" la publica ese amigo tuyo que lleva todo el año quejándose de que no tiene un euro y que la vida es durísima porque no llega a fin de mes. El mismo que te cuenta los lunes la tremenda resaca que tiene, se ha comprado un coche y te intenta convencer que su iphone de ultimísima generación es mucho mejor que tu android, aunque su principal preocupación es que, en las fotos frente al espejo, se vea el logo.
Si le intentas hacer una pequeña crítica te dirá, rápidamente, que si acaso él, como trabajador proletario castigado por la maquinaria infame del capitalismo, no tiene derecho a vacaciones. No nos referimos a unas vacaciones en Valdemorillo del Bierzo sino unas dignas. Con su barco y su playa. Su chiringuito con copazo que lleve puesta una sombrillita. Su cama king size. Sus vistas al salir de la ducha y alguna visita guiada a lugares de fuerte componente cultural que desconoce pero le hacen interesantísimo. Obviamente, te dice, debe de recuperar energías porque en el último año ha trabajado mucho. Más o menos, entre bajas y paros discontínuos, tres meses. Claro que se puso mala su mascota y debía de estar cuidándola. Ahora, sin embargo, la ha dejado en un "hotel para mascotas" porque este sistema antiespecista no comprende que se pueda viajar con perro.
¿Tengo envidia de que el perro viva mejor que yo?. Probablemente si. Sin embargo lo que me jode y no logro entender es que yo vivo cada día exprimiendo mi rendimiento laboral hasta el máximo nivel que me da la energía y entre un crucero por el Caribe o reducir la hipoteca haya optado por la segunda opción. Por eso me quedo viendo los aparcamientos vacíos en una ciudad de influencers de Instagram que parece que crean porno para podólogos con tanta foto de pies en la playa.
Una parte de mi espera que tras ser la jodida cigarra pasen un invierno cabrón y frío pero nunca sucede. Año tras año los muy hijos de puta se superan. Han pasado de Marbella a Ibiza y de Ibiza a Chipre. De Chipre a Punta Cana, con parada cultural en Nueva York sin que les atraque ningún yonki del fentanilo. Cada maldito día publican algún atardecer y ya han cogido colorcito como si vivieran en un reportaje del Hola. Los mayores dramas son los días nublados, algún mosquito y que les han puesto poco hielo en el mojito.
Si algo tenían de castigo las vacaciones de los demás cuando no había redes sociales era tener que soportar el carrusel de fotografías mientras te contaban sus inmersiones entre tiburones en Papúa Nueva Guinea. Ahora no es necesario porque te mantienen al día en todo momento y sin que a ninguno les hayan arrancado un brazo al sacarlo de la jaula.
En septiembre te volverán a contar lo durísimo que es volver a la vida convencional y se harán los locos en la primera ronda, porque ya no les queda dinero. Contarán los días para las vacaciones de navidad, las de semana santa, tres o cuatro puentes de guardar y te intentarán convencer que el estado DEBE de ayudarles con los libros de los niños, lo cara que está la luz y los pocos puntos de recarga que hay para el coche eléctrico que van a comprar.
Y lo curioso, lo mágico, lo insospechado del término, es que siempre lo logran. Duermen caliente, comen rico, sonríen en los selfies y los vehículos los tienen limpios pero nunca les ves limpiando el coche. Jamás demuestran miedo a quedarse sin ingresos, enfermar, sentirse abandonados o simplemente arrepentirse de haber despilfarrado sus posibilidades como los perros que se lanzan a comer sin pensar que luego pudieran tener hambre de verdad.
La única conclusión a la que llego es que el mundo se divide en dos: los que ponen y los que usan. A mi me tocó poner como el que madruga para ir a por el pan sin ser, jamás, el que se despierta despreocupado porque alguien se encargó de hacer las tostadas y me quejo porque la mermelada es de fresa cuando a mi me gusta la naranja amarga.
Aunque la conocía de antes, ella pasó de ser una persona de esas que reconoces entre la gente a ser alguien de tu entorno. Nos fuimos varias veces de cena por lo menos los cuatro: la que era mi pareja, la suya, ella y yo. En realidad nos llevábamos bien porque la mía era una pareja princesa, de las que se tumban en la playa como los cangrejos y valoran los restaurantes por el precio de la merluza, y las suyas ( porque en ese tiempo era la reina de las partidas sentimentales simultáneas) eran de ese tipo de malotes de buen corazón con poco recorrido intelectual que tratan a las mujeres como reinas en la intimidad porque no dan para mucho más.
He de admitir que, para su bien, actualmente sigue felizmente casada con un buen e inteligente tipo, padre de sus dos hijos. Se van a ibiza y ponen fotos en la playa los atardeceres mientras los niños llevan pelo de surfero hasta que empiecen a tener criterio propio.
Desconozco el motivo pero una tarde de esas en las que no hay gran cosa que hacer me acerqué a su casa. Vivía en una de las mejores zonas de los alrededores de la ciudad. Un edificio señorial y maravillosamente ubicado. Llegué al portal y no la vi. Entonces apareció por un lado y me hizo señales. A su vivienda se accedía por el lateral ya que era un antiguo almacén para los vecinos que habían habilitado como apartamento. Un semisótano de esos en los que se ven los pies de algún transeúnte por las ventanas. Era como vivir en un palacio, pero en la caseta del jardín. Sacó un par de cervezas y me comentó que uno de sus "amigos" había dejado marihuana en casa. Preguntó si sabía liar un porro. Yo, que soy un hombre práctico pero inexperto, le dije que no pero que podíamos vaciar con mucho cuidado algún cigarrillo, mezclar la marihuana con el tabaco y volver a meterlo con la ayuda de la mina de un bolígrafo. Mientras lo hacíamos, muy torpemente por cierto, me estuvo explicando que aquel muchacho no era el mismo que había llevado a una boda en la que coincidimos, pero que de vez en cuando se iban en el barco de sus padres. No es que le gustara pero "tiene un barco".
Con tiempo y maña empezamos a fumar. "Tengo unas coca colas"- me dijo- "aunque yo me tomaba un cubata de ron". Yo ya había empezado a elegir música. Sonó el timbre de la puerta. No sé quien era pero supongo que era el del barco. Me di cuenta perfectamente que me miraba desde allí como si estuviera mancillando el amor que estaba convencido que tenía con su pareja. Yo, que en ese instante era un yonki atolondrado en un sofá. El chico no entró y me extrañó. Ella se sentó con una sonrisa y me dijo "le he mandado a la gasolinera por ron". No era yo nadie que estuviera de disposición de criticar ese trato y pasados unos minutos decidimos repetir la operación "vaciado de cigarro". No tardó mucho en volver a sonar el timbre de la puerta. "Vaya repartidor eficiente"- dije. Sin embargo, al abrirse, era otro caballero. Algo más bajo y con ropa más deportiva. Hablaron y se marchó. "Me he dado cuenta que no tenemos hielos, así que le he dicho que vaya por hielos. Me ha preguntado quien eres y le he dicho que un amigo. !A ver si no puedo yo tener amigos". Empecé a pensar que todos sabían de qué iba el juego pero estaban poniendo mi cara en el lugar equivocado. Al cabo de un rato llegó el ron y yo estaba convencido que habría tres vasos sobre la mesa, pero no. Ella lo recogió , le dio gentilmente las gracias y nos empezamos a servir. "A ver si llegan los hielos". Y llegaron. "Claro"- pensé- "como va a venir el de los hielos ella no quiere que coincidan". Pero no. Nos estábamos fumando el tercero, cantando canciones horribles pero pegadizas de los 90, y bebiendo un par de cubatas fresquísimos.
-"Te veo tremendamente tranquila"- le dije.
-"¿No debería de estarlo?. Jon es muy majo y está muy bueno. Salimos con el barco y a mi eso me gusta. Eneko trabaja en temas de arte y suelo ir con él a exposiciones y fiestas. Está bien porque se conoce gente y hay veces que nos vamos a Paris o a Italia aprovechando su trabajo.
-Pero casi coinciden.
-!Qué tonto eres!. Los dos están seguros que les engaño contigo porque te han visto y tú- dijo dando una larga calada- eres el novio de mi amiga.
Caí en la cuenta en ese instante que si realizas una acción inapropiada, bien sea un engaño o un delito en el que es estrictamente necesario un cómplice, una de las maneras de librarse es encontrar a un inocente y pedir al jurado que valore la inocencia de éste. Porque si no es culpable, tú tampoco lo eres.
Nos entró hambre y llamó al chico que yo conocía para que trajera comida del chino.
Supongo que los tres, aunque ninguno la conoce, en algún momento le enviaría esta canción:
Uno de los motivos por el que algunos ecologistas se oponen a los trenes de alta velocidad es porque fomentan origen y destino pero matan, aniquilan y abandonan todos los puntos intermedios que tiene el viaje.
Cuando veo fotos de estaciones abandonadas creo que soy capaz de oir el crujir del suelo en mis pies y el aire pasando por el vestíbulo de la estación, atravesando los cristales que no quedan. Es el sonido previo a la avalancha zombie. En algunos viajes han sido precisamente las paradas no previstas las que se han quedado en mi recuerdo. No sé donde fui o si lo hice con alguien pero aquella parada , en medio de nada, con los girasoles apuntando en una determinada dirección, es lo que me queda. En realidad me queda la sensación de ese instante y quizá por ese preciso momento estuvieron justificados los kilómetros.
Es algo parecido al desprecio que tienen algunos con dormir porque consideran que es tiempo perdido, excepto si sueñas.
Si se acaba el viaje y apareces en el destino que has anotado es probable que desaparezca la posibilidad de sorprenderte. Existe una necesidad innata humana de tener la sensación de control sobre los tiempos. Saber lo que va a pasar y que pase proporciona calma. Dejar al azar tirar los dados dispone de un alto porcentaje de fracaso. Somos una generación, y cada vez más, incapaz de lidiar con la frustración. Por eso, quizá, quedamos para tener sexo sin habernos conocido. Por eso mismo tomamos aviones a destinos determinados con escursiones programadas. Por eso hay personas que viven la vida social como una contínua selección de personal. Por eso los coches me miran extrañados si me he parado a fumar un cigarro en medio de la nada, con la música en aleatorio y sin saber cuanta gasolina me queda o cuando me dolerá la espalda para buscar un sitio en el que dormir y, a ser posible, soñar. No sé si hablaré con alguien, con una señora que me cuente lo poco que se preocupan sus hijos de su bienestar o contigo. Supongo que el truco está en no esperar nada pero permitir que pase de todo.
Cuando los americanos del norte se van de viaje, cuentan, pueblan cadenas de comida basura en las que comer. Necesitan lugares en los que saben que , aunque malo conocido, van a encontrar lo que buscan. Después te cuentan que la coca cola no sabe igual en los diferentes paises del mundo, lo cual es cierto, pero sigue siendo el mismo refresco.
Uno de los principales reproches que siempre me hiciste es mi incapacidad de hacer planes, y es cierto. Estoy convencido que es porque lo asocias con un desprecio a compartir destino pero, al contrario, es por la necesidad de disfrutar del trayecto contigo. No se pueden vivir aventuras en resorts de lujo. Es imposible aprender de las experiencias de las personas sin hablar con ellas. No puedes conocer el paisaje sin perderte, conocerte sin estar relajado sentado en un muro de piedra en medio de la nada rebuscando en lo que tienes dentro y te has llevado en la mochila.
Esa, quizá, es parte de la clave. Un trayecto deja tiempo para pensar. Y no queremos pensar. Nos escondemos en las magníficas y ruidosas experiencias finales, instagrameables, para no mirar dentro o compartir esos miedos que nos hacen pequeños. No nos quedamos parados oyendo el agudo sonido del aire entrando en nuestros pulmones aceptando nuestra reducida capacidad pulmonar o que no somos esa persona que soñamos íbamos a ser. Asimilando que es probable que nunca alcancemos el destino pero aprendiendo a disfrutar del trayecto.
Al fin y al cabo en el destino siempre acabamos muertos y lo que importa es todo aquello que fuimos capaces de aprender viviendo.
No es donde estuvimos, es la manera en la que llegamos hasta donde fuera.
Las virtudes que le concedemos al ocio son, en este mundo moderno, extrañas. Si dices que te has ido de vacaciones a montar en barco por el Adriático todo parece ser maravilloso y si te has ido a Gumiel de Izan aparenta que vienes impregnado a olor de vaca. No puede ser, porque no puede, que te hayas mareado y todo tu tiempo lo hubieses empleado en vomitar por el mediterráneo. Tampoco puede ser que hayas comido riquísimo, hayas aprendido sobre la vida y la meseta te ponga la piel con el punto cobrizo y dorado que tiene la buena vida. Hay quien, de la misma forma que ya se lo ha pasado de fábula antes de llegar a su lejano destino, desprecia todo aquello que ha presupuesto inferior a lo merecido.
Un hotel de dos estrellas siempre le parecerá despreciable frente a un coloso lleno de luces de Las Vegas, aunque esté lleno de imitadores de Elvis y cocainómanos ludópatas.
Un coche será mejor si te saluda al entrar que si simplemente te lleva. Hoy tuve una curiosa conversación sobre lo bueno que es un Tesla en la que yo argumentaba sobre la frágil ingeniería de los frenos y las tolerancias de acabados. La otra persona me decía "pero si es un Tesla" casi como si al llegar a Ibiza, por arte de magia, vayas a ser feliz. Por supuesto que eso implica lo contrario: si entras en un bar de Villanueva del Bierzo, te han comido las chinches por mucho que Carmiña sea una mujer limpísima.
Como todo en la vida el sexo vale como ejemplo extremo. Puede ser que estar acurrucado en el sofá sea maravilloso, pero hay quien considera ( hombre y mujer) que si no la atas, la azotas hasta que se le pone el culo rojo y te terminan doliendo los huevos como en erecciones adolescentes, no te lo has pasado bien.
Nunca he sido un gran trasnochador. Cuando tenía sueño, me iba a casa. Alguna vez he visto amanecer pero son veces que las puedo contar con los dedos de una mano. En absoluto ha sido, jamás, un objetivo primario. Todos conocemos a alguien que, llegada una hora, se va al baño y reaparece con los ojos muy abiertos porque hay que aguantar todo lo que se pueda. Es como si el número de horas despierto fuera directamente proporcional al goce de la noche. Que cuando te lo estás pasando bien estés más tiempo no significa que estando más tiempo te lo vayas a pasar mejor. Tampoco significa que si tienes marcas en el cuerpo el sexo haya sido más satisfactorio.
Alberta, Canadá, no tiene por qué ser mejor que Jacinta, Mejorada del Campo.
Reivindiquemos la capacidad de encontrar la felicidad en lugares insospechados y con placeres comprobables. Suele pasar.
Mojar pan en un huevo frito en vez de una deconstrucción al vapor de almejas salvajes australianas.
Cada uno disfruta de lo que quiere y a nadie le tienen que obligar a entretenerse con lo que no le entretiene. Jersey es la prenda que me pongo cuando mi madre tiene frío. Ese hotel es al que vamos cuando tú quieres decir que te lo pasaste bien, pero te chupabas los dedos con las alitas de pollo. También es cierto que alquel dia, después de colarnos en un bar lleno de adolescentes con capucha, vislumbré la luz de la felicidad llegando a casa riendo.
Pd: intentar que cada día fuera algo nuevo y algo emocionante aurrinó una parte de mi vida. Sabes por qué lo digo.
Poseo muchas taras. Afortunadamente las conozco casi todas pero eso no significa que las haya eliminado de mi vida sino que, como quien ha aprendido a vivir con sus disfuncionalidades, las dejo asomar si es medianamente conveniente.
El problema es que también sé que favores precisamente, no me generan.
Hace muchos años estábamos recuperando datos de un ordenador. Es curioso como la vida de las personas se puede imaginar con unos cuantos detalles que pasen por tus ojos. Primero sale en las fotos de fiesta, luego aparece siempre un muchacho, más tarde están los dos, después pasean a un perro, luego hay imágenes del embarazo, una niña muy mona jugando con el perro, de golpe él ha desaparecido, la niña crece, el perro se hace mayor y la protagonista vuelve a poner fotos de fiesta. No hay que ser Sherlock para unir los puntos de la historia.
El caso es que mi compañero no es ciego, al igual que los médicos, los fruteros o los bomberos. Comentó que la chica que aparecía en las fotos aparentaba ser tremendamente atractiva. En realidad no ese atractivo infinito y elegante de Linda Evangelista en 1989 sino algo más Samantha Fox en las paredes de los talleres mecánicos de la misma década. Algo me extrañó porque ese equipo lo había traido una familia convencional con padres del mismo atractivo que yo e hijos de bastante poca edad. Tomé la decisión, una vez recuperada la información y realizado con prestancia y calidad nuestro trabajo, de pedir a los padres que vinieran a una hora específica y sin los hijos. Así se lo hice saber. Cuando llegaron les llevé al taller. Al igual que hacemos con todos los clientes, encendí el equipo para mostrar que todo estaba en orden. "Sin embargo"- les comenté- "hay algo que creo que deberíais de saber". Me fui a las carpetas recuperadas. "Obviamente cuando recuperamos la información ésta pasa a ser visible y aunque nos importa muy poco lo que haya creo que como padres deberíais saber las fotos que guarda vuestra hija". Me miraron como si yo fuera un purista de 1949 que se hubiera escandalizado por verle el tobillo a una mujer en el autobús. "Ya sabes"- dijo la madre- "que estas niñas se hacen miles de fotos. Es normal". Entonces abrí una de las fotos en las que la "niña", a sus no más de doce años, aparecía en tanga, a cuatro patas sobre la alfombra, con un pecho que no tiene una senegalesa con tres hijos y con un chupete en la boca.
Llegados a ese punto los padres cometieron lo que me parece un error. Me pidieron que dejara el equipo ahí y fueron a buscar a su hija. Volvieron con ella y pasaron al taller. "Enséñaselo"- me pidieron como si yo fuera un verdugo. Yo abrí alguna de las fotos y me quedé callado. Ella puso la misma cara que ponen los perros cuando saben que han hecho algo mal. Sin embargo, como un primer ataque de adolescencia, quiso justificarse. "La verdad, mamá"- empezó buscando complicidades- "es que con las fotos del uniforme o jugando con mis amigas no me hacía caso nadie y con estas fotos tengo cientos de likes". Supongo que es algo parecido a las chicas que se subían las faldas de tablas un poco más allá de la rodilla y los del colegio de chicos les prestábamos un poco más de atención, pero en su versión 2.0. A una determinada edad el reconocimiento, por el motivo que sea, es más importante que uno mismo.
Cuando me encuentro cientos de perfiles hipersexualizados en internet me acuerdo de aquel día.
Cuando llega el verano y los bikinis que dejan ver un poco pero no del todo aunque mi cerebro heterosexual juegue a completarlo, vuelvo a ese instante.
Y me doy cuenta que más de uno y de una, que han dejado atrás la adolescencia, quieren buscar la misma popularidad de aquella niña. Usan los mismos métodos. En Instagram, en Tinder, en Facebook, en una foto que te llega por whatsapp pidiéndote que te fijes en el paisaje.
Es mucho más popular una buena forma que un título de Harvard, sobre todo en estos tiempos de inmediatez.
Luego ya, si eso, puedes decir que la sociedad patriarcal te hipersexualiza pero si te lo estás haciendo tú, no te quejes.
Ahora ya podeis empezar a haceros las fotos vacacionales.
Hace muchos años, cuando te salía un hijo que no sabías donde meterle, le mandabas con los curas. En realidad era una forma de buscarle un medio de alimentación para alguien que suponías poco capaz de valerse por si mismo.
Para que te echen, tanto de la Iglesia como de un organismo público, hay que liarla muy gorda. Con poco que se me conozca puedo afirmar que eso, precisamente, es el origen de problemas endémicos. Si desaparece la meritocracia, la multa, el despido, la ruptura, la flagelación moral y pública o la amputación de una mano, dan más ganas de robar, vaguear, cometer infracciones de tráfico o esforzarse.
Acabábamos de cenar y los fumadores nos escondimos en el colgador de la ropa que hay al final de la cocina. La rubia adolescente me pidió un cigarro. En esos momentos, casi como si fuera un grupo de yonkis a las puertas del bar unidos por sus adicciones, se abre la puerta a la sinceridad. Ella, aprovechándose del miedo que todas las madres protectoras poseen, había conseguido establecer un modo de vida aparentemente envidiable: casa en el centro con todo pagado, coche, móvil de los caros, dentadura perfecta, tiempo libre, vacaciones a elegir. -"¿No te das cuenta"- dije- "que nada de lo que disfrutas lo has conseguido tu?". Ella dió una calada larga como si estuviera esperando esa pregunta y se sinceró. "Veo a mis amigos en la misma habitación en la que nacieron, estudiando. ¿Qué quieren?. Tener un piso, un móvil, irse de vacaciones y disfrutar sin saber el dia de la semana en el que viven. ¿No?. Pues eso ya lo hago yo. Que lo haya logrado sin ese sacrificio es, sencillamente, que soy más lista". Puso, en ese momento, cara de jaque mate.
Si algo explicaba Eric Fromm en "el miedo a la libertad" es que todas las sociedades humanas necesitan de una figura superior. Puede ser un Dios, un Padre, un Jefe o incluso un Estado. Las características que se le suponen es la protección, capacidad de premio y de castigo, respuesta última a lo incomprensible y manutención. el "Dios proveerá" se ha convertido en "alguna ayuda habrá" o en "lo pagarán mis padres".
Probablemente hay mucho de cultural en todo ese funcionariado aspiracional que contagia a la sociedad actual. No es algo exclusivo de la juventud porque me encuentro a decenas de arrepentidos del sacrificio que, con sus sueños rotos, tienen sobre la mesa de su comedor de soltero infinidad de temarios públicos. Se cree que aquello es un mundo de ilusión en el que una vez que se es aceptado sólo queda sentarse a pensar en qué tipo de ocio popular gastarse las prevendas. Un club exclusivo donde los bienes llegan de manera mágica y son infinitos. Una empresa que no puede quebrar por muy mal que se haga el trabajo. Un jolgorio en el que nadie te va a mirar mal por una baja poco elegante fruto de la resaca o simplemente la desidia. Visto así es una bicoca, fantasía sexual de procrastinadores y progenitores de estúpidos.
Es no quita que haya funcionarios de vocación. Mari Carmen, que disfrutaba preparando formularios para organizar el uso del baño de sus hermanos pequeños. Alguno habrá y será eficiente hasta el extremo. Lo que habrá, y no lo pongo en duda, es algún tipo de profesional que, incapaz de enfrentarse al reto de demostrar su valía, haya decidido jugar con red al juego de la profesión. Es la misma diferencia que hay entre la intensidad de una final del campeonato del mundo y un partido playero de solteros contra casados.
Sin embargo el principal problema que tenemos en nuestra cultura occidental es que hemos asumido como verdad que quien se la juega, quien arriesga, quien se esfuerza, quien pierde, quien intenta hacerlo cada dia mejor y para el nunca es suficiente el grado de calidad de su resultado laboral, es un idiota.
Nadie quiere ser idiota.
Y José Ramon, que te envía memes mientras se toma el tercer café en el bar subvencionado del ayuntamiento, te quiere convencer que es feliz y más listo.
Así que quieres ser José Ramón porque te ha hecho un jaque mate.
Otra cosa es que un país relleno de funcionarios solamente puede terminar muriendo porque si eres un servicio, no hay a quien dar servicio y, sobre todo, de quien sacar para tu paga extra, el chollo termina. Pero claro está, es lo mismo que el ecologismo: ya solucionaran eso nuestros vuestros hijos. Que ese envase lo recoja otro. La productividad no está en mi convenio.
Tres de cuatro españoles quiere trabajar menos y ganar más sin riesgo a ser despedido.
Pd: Ultimamente, al menos en España, existe una pandemia de pequeñas huelgas y reivindicaciones que tienen un elemento en común: son semifuncionarios ( médicos, bomberos, policías, conductores de aurtobús, limpiadores de polideportivos municipales...). No verás una huelga de fruteros autónomos.
Supongo que lo he contado alguna vez. Conocí a Coldplay en un bar de Segovia. No a ellos, como es lógico, sino a su música. Bajaba a Madrid en coche, probablemente en invierno. En aquella ciudad que te pilla de camino si haces un desvío estudiaba una mujer frágil y energica, que dicho asi parece un oximorón pero es real en ella. Hace mucho que no la veo. Estaba perdiendo peso casi hasta ser un cadáver de lo que era. Yo tenía una herida en el labio superior, que es la forma en la que tiene de marcarme el frío y la soledad. Por una parte llevaba alimentando, todo el viaje, las ganas de besarla pero me podía la vergüenza de una más de mis taras físicas.
Cuando nos vimos nos abrazamos de esa forma que hacen los que no saben cómo comportarse y buscamos un lugar neutral donde dejar que la forma que tienen los adultos de poblar el silencio nos llevara a algún lugar mágico en el que ya hemos estado anteriormente. Hay personas con las que solamente estar, incluso en silencio, proporciona calma y cariño en proporciones similares. Supongo que lo que nos pasaba, sobre todo a ella, es que nos sentíamos libres cuando estábamos juntos. En mi caso, aunque tenga cara de malote, casi nunca hay nada emocionante que contar. Mi formalidad cristiana me puede y me castra. Sin embargo ella, colorista y elegante, me empezó a contar con un tono que podría ser hasta tildado de coqueteo, que Segovia era una ciudad extraña. Parece un castillo en medio de la nada pero en cuanto lo recorres aparecen las mazmorras y las habitaciones ocultas. "He descubierto"- me dijo- "que soy un mujer débil". Se sonrió como si viniera una maldad detrás. "He conocido a mucha gente que está aquí estudiando y curiosamente me he topado con dos chicos a los que les falta un dedo de la mano. Es raro, ¿verdad?". Yo hice un cálculo estadístico y me acordé de Gil, un compañero de clase , muy listo por cierto, que había nacido con dos dedos pegados. "Es raro, si"- acerté a responder. "El caso"- continuó- "es que parece que no puedo evitarlo y aunque son dos chicos normalitos, es como si me dieran pena". Yo puse la cara de alguien que se intenta demostrar empático con los sentimiento ajenos. "Y no puedo evitar tirármelos"- concluyó.
Uno de los problemas que tiene dejar, abiertamente, que la otra persona haga uso de su libertad porque te gusta mucho pensar que siendo una mujer maravillosa va a elegir quedarse contigo es que estas cosas , pasan.
Así que durante un silencio de estupefacción en el que ella esperaba que sonriese por el mutilado y prolífico sexo casual mi cerebro buscó datos en el entorno a los que poder agarrarme y fui consciente, por primera vez, de Yellow. que era el segundo single de ese disco más que fantástico titulado Parachutes que habían sacado los chicos de Coldplay en el 2000. Me giré a preguntarle al tipo del bar qué era lo que estábamos oyendo y cambié de tema afirmando que sonaba muy bien. Luego nos puso Shiver y puedo empezó Trouble ya había llegado a la conclusión que eran una mezcla entre el U2 que me gustaba y el RadioHead que me apasiona. La diferencia, que eso no se sabe con un primer disco pero sí viéndolo en perspectiva, es que los más grandes evolucionan ( Zooropa no se parece a War y The Bends es tan acojonante que cuando los puristas me hablan de Kid A, pongo caras). Me compré el segundo disco de Coldplay. El single, In my Place, todavía sonaba al disco anterior, pero con más medios. Les buqué en The Scientist pero algo decía que ya no era lo mismo y no creo que fuera por la influencia malévola de Gwyneth Paltrow, novia de Chris Martin justo en ese disco. Ella, por retomar el anecdotario anterior, es físicamente muy parecida a la chica de Segovia. Ambas son capaces de parecer princesas abandonadas en almenas y hacerte sentir culpable por no estar en algún momento mientras te cuentan la violencia del sexo con el chico que limpia las caballerizas.
Luego sacaron Fix You. La letra dice: "Cuando lo intentas todo
Pero no tienes éxito,
Cuando obtienes lo que quieres
Pero no lo que necesitas,
Cuando te sientes tan cansado
Pero no puedes dormir,
Atascado en marcha atrás.
Cuando las lágrimas
Caen por tu rostro,
Cuando pierdes algo
Que no puedes reemplazar,
Cuando amas a alguien
Pero se desperdicia, ¿Podría ser peor?
Las luces te guiarán a casa ,encenderán tus huesos.
Y yo intentaré arreglarte.
Bien arriba o bien abajo
Cuando estas muy enamorado
Como para dejarlo pasar.
Si nunca lo intentas nunca sabrás
Lo que realmente vales.
Las luces te guiarán a casa
Y encenderán tus huesos.
Y yo intentaré arreglarte. "
A partir de ahí, musicalmente y para mi gusto, Coldplay se murió.
Sin embargo, como casi todos los fenómenos publicitarios, alguien les ha buscado un hueco en el que reinar. Coldplay lleva, más de unos años, intentando convertirse en un referente molón, eco resiliente, bondadoso, integrador, amistoso y que haga que la gente regale abrazos por las calles a los demás porque los seres humanos somos personas amables, empáticas y generosas. Los conciertos, con sus pulseras y mensajes incuestionables sobre quererse mucho y salvar el planeta, se han ido convirtiendo en algo parecido a telepredicadores con dinero que hacen un espectáculo que intenta llevarte al éxtasis para hacer un poco más de caja. Como todo milagrero, la forma de llegar a ello es una mezcla entre dejarse sorprender, hacer grupo férreo alrededor del nuevo Dios y no poner en duda las escrituras. Probablemente, a falta de música, el espectáculo es el que manda. Eso no quita que te digan que sus conciertos reducen las emisiones de carbono, que te expliquen que los escenarios son de bambu y que ponen bicicletas que generan energía eléctrica para que los pedaleos de sus asistentes alimenten la luces. Que pidan a sus espectadores que no vayan en coche y usen botellas de agua rellenables. Nada de ir en coche, ponerse macareno a cerveza y tirar los vasos al suelo como hacen los heavys. Si vas a un concierto de Coldplay puedes hacerlo por la música o salir con la sensación de que hay un arbol más después de pagar la entrada. Todo eso independientemente de los 500 millones de dólares (estimados) que se sacan por gira. O que te rompan el corazón por darle una oportunidad a unos muchachos a los que les falta un dedo.
Supongo que Coldplay es uno de esos conciertos masivos a los que vas porque dices que te gusta la música pero gastas más tiempo en elegir la ropa que en oírte los discos. Esos instantes en los que haces algo porque quieres sentirte bien tú y luego te pones digna contándome no sé qué sobre el ecologismo. Vamos, como tener un coche eléctrico pero no hablar jamás de los pueblos africanos donde se sulfatará la batería que ya no uses.
Es un reflejo de nuestros tiempos.
No sé qué será de ella pero cuando oigo el mejor disco de estos chicos, que es cuando soñaban con la música, yo sueño con una taberna irlandesa vacía de Segovia.
Si algo tiene el ser humano actual es la innata capacidad de repetir los esloganes publicitarios. Tu puedes pasar el pronto y yo el paño. Hola, soy Edu, Feliz Navidad. Qué suave, ¿es nuevo?.
Por supuesto que la publicidad jamás es algo exclusivo de los productos a la venta. Sabemos, y para eso no hace falta pensar mucho, que las cosas "gratis" suelen ser mucho más caras porque la moneda eres tú. Sin embargo y por alguna oscura razón escondida en los maquiavélicos engranajes del cerebro, nos encanta esa sensación de ser especiales, únicos y estar por encima de la media cuando hemos logrado un gambusino que no necesitábamos gratis ( o de oferta) a cambio de traer un paquetito desde Marruecos. Es un ejemplo. También me vale ver diez minutos de anuncios, regalar mi ubicación o contárselo a mis contactos. Si algo tiene la tecnología, en su aplicación real, es la cesión de algo a cambio de algo. Comercio de toda la vida pero cambiando las palabras.
En una sociedad mucho menos social y tamizada por las pantallas hemos llegado a un punto en el que la manera de entrar en tu casa es a través de tus dispositivos. También, como siempre, a través de la publicidad y sobre todo a través de la publicidad institucional. No es baladí que el primer anunciador sea el estado. Una de las principales cosas que ha descubierto el estado es que con tu dinero te pueden bombardear hasta intentar cambiar tu percepción de la verdad y, sobre todo, fiscalizar todo aquello que hasta hace nada se correspondía a tu propia libertad.
Porque aunque nos quieran convencer que vivimos en la sociedad más libre de la historia eso no deja de ser un eslogan. Podemos ir donde queramos con nuestra aplicación de mapas pero me dice los bares que están cerca. Podemos usar nuestro coche eléctrico siempre conectado aunque le den los datos de nuestra forma de conducción a los seguros para que nos cobren diferente en la próxima cuota. Podemos pagar con tarjeta aunque el banco le diga a los anunciantes en qué nos gastamos el dinero. Podemos consultar cualquier cosa en Internet a cambio de que el algoritmo nos catalogue en una determinada categoría. Los ejemplos de esa libertad son infinitos. Al fin y al cabo solamente hay que hacer una triangulación de las antenas de telefonía para saber a qué velocidad andamos, en qué medio, con quien y por donde. Si algo tiene la modernidad es la infinidad de excusas que hemos aceptado como correctas a cambio de pequeñas cositas que no parecen importantes. Los granos de arena terminan poblando desiertos.
Cuando ya hemos aceptado todo aquello como válido pasamos a un segundo grado legislativo. Poner cámaras por tu seguridad. Prohibir pagar con dinero para controlar el blanqueo. Controlar el tiempo que pasas fregando los cacharros por la liberación de la mujer. Limitarte la masturbación a 30 veces al mes para que los niños no vean pornografía. Señalarte de alguna forma si no votas lo correcto. Obligarte a contratar a la prima coja del vecino. Poner la lavadora a las tres de la mañana porque es una hora valle de la compañía eléctrica y hay que proteger el planeta. No me extrañaría que cualquier día aparezca un funcionario (que no esté de baja) disfrazado de mi madre obligándome a peinarme y a sentarme bien por la salud de mi espalda. El término "es por tu bien", en esta sociedad mucho menos familiar, se ha convertido en un concepto institucional.
Si hay algo que me enoja soberanamente es que me traten como si fuera gilipollas. No porque no lo sea, que eso es más que discutible, sino porque se presuponga, de la misma forma que hacen algunas feministas con mujeres biológicas, que el ser humano necesita ser guiado por los pastores de la verdad disfrazados de legisladores. Esos mismos legisladores que, incapaces de solucionar los problemas de verdad, han decidido meterse en tu casa para imponerte la tele que ves, la ropa que planchas, los residuos que reciclas y las veces que te tocas. En cualquier momento usarán el mismo argumento que usaban los curas conmigo cuando la adolescencia me llegaba: "Te vas a quedar ciego". Los curas, que fueron los primeros en decirte cómo follar, como querer, como vivir y cómo alcanzar la santidad. Ahora, en cierto modo, el estado quiere ser la nueva iglesia. Sin hábitos pero con coches oficiales. Con impuestos en vez de pasar el cepillo. Igualmente intrusivo.
Un ejemplo de la obvia pérdida de libertad está en que algunos procuran no decir cosas políticamente incorrectas cuando hablan, aunque no haya maldad en sus palabras. Si en nuestro grupo hay un tipo especialmente obeso y nos piden que identifiquemos a José Ramón, no podemos decir que es "el gordo" porque eso está mal visto. Otro ejemplo es lo infantil y maniqueo (tendencia a reducir la realidad en bueno y malo) de las letras de las canciones mainstream.
Así que ya lo sabes:
"Haz uso de tu libertad, pero haz un BUEN uso".
Dios está en todas partes. Tu gobierno también.
No es magia, son tus impuestos.
Y no te toques.
Pd: ya verás como alguno, en una tertulia, termina afirmando que como para masturbarse hay que ver porno y en el porno se simulan violaciones, masturbarse es lo mismo que violar. Porque de la misma forma que el amor es ciego y Dios es amor, Steve Wonder es ciego y se puede deducir que Steve Wonder es Dios.
Joderse la vida no es, precisamente, nada nuevo ni nada generacional. Cuando los alisios de la desesperanza soplan desde alguna dirección nunca, absolutamente nunca, tienen el mismo olorcillo a conflicto que se huele en las películas. El móvil de un crimen, aunque sea onanístico, no tiene por qué existir. Las sensaciones, que se parecen al amor en lo incontrolable de sus términos, van y vienen. Son incuestionables y no tienen que vivir en el mundo reglado de la lógica.
A veces es algo parecido al hambre. Aparece sin hacer mucho ruido hasta hacerte cambiar el comportamiento como un perro famélico. A veces es la desgana, entumeciendo los músculos de la espalda. La mayoría de las ocasiones, probablemente, es un espacio del que se desea escapar pero no se sale nunca. Es entonces, agotado de correr hacia la puerta de una habitación infinita, cuando la opción de joderse la vida se hace plausible.
Quizá porque cada uno tenemos nuestras preferencias a la hora de elegir equipo, yo soy de aquellos que considera que quienes se joden la vida disponen de un grado de conciencia superior a los instagramers de la existencia. No dudo, por supuesto, que en el escalafón hedonista siempre son más felices los mediocres porque no son conscientes de sus limitaciones. Es por ello que más de uno, de la misma forma que está de moda quitar titulaciones a los curriculum, procura convertirse en estúpido. Los grandes atormentados, si es que me los imagino, tienen un aire a Tom Waits disfrazado o fumando con Bukowski borrachos como Hemingway y atormentados como John Kennedy O´toole antes de suicidarse. También es "ojotrueno" Yorke grabando The Bends o la noche en la que Djuick habia fallado el penalty con el que el deportivo de La Coruña perdió la liga. O Prada fallando, con el tiempo cumplido, tres tiros libres seguidos en la final de la copa de Europa del 79. Todos tienen en común que nos hubiésemos cambiado por ellos sin dudarlo pero, en ese instante, se sentían parte de la peor faceta del mundo y estaba justificado joderse la vida. ¿El motivo?. Son conscientes que podrían hacerlo mejor. Es eso, que no es más que un síndrome del impostor latente, lo que nos lleva, más de una vez, a escondernos detrás de una copa, un diazepan, una canción deprimente que nos arañe el alma o simplemente a irnos de la fiesta sin hacer ruido, como un amor que se difumina porque sabes que puedes querer de una forma mejor. Hay veces que si no hay un dolor presente tienes la sensación de estar muerto. Al fin y al cabo la muerte se puede fantasear como la ausencia de dolor.
Joderse la vida es el tránsito o la forma de saber que si no vamos a llegar a donde creíamos, reducir el tiempo de espera.
Y lo ha hecho la humanidad desde que se tiene constancia.
Ya no es nuevo ni nos sorprende, pero de vez en cuando hay que reflexionar sobre algunos desparpajos modernos.
Básicamente, y para el que no tenga paciencia para el minuto que dura, una mujer que decidió tener un hijo con su pareja resulta que se queda sin pareja y decide que, dado que fue producto de una donación de esperma, el donante debería de pagar la manutención del hijo porque ella no está en disposición de trabajar. Y ya está. Obviamente si el devenir del amor hubiese sido diferente y el donante quisiera hacerse cargo de su hijo biológico en contra del deseo de esta buena mujer, le estarían acusando de intento de robo de niños. Sabemos con certeza contemporánea que las reivindicaciones son discursos victimistas con tono de drama apocaliptico en los que se deduce que lo que digo yo debe ser subvencionado y todos los demás son intransigentes a los que hay que aplicar la fuerza de la ley.
El problema reside en que llega a la edad adulta un grupo de personas que se creen sus propias cositas. Yo que sé, los microracismos de preguntar a un negro si es verdad que es de Albacete o de Vox. ( Que puede serlo, pero estadísticamente no es lo más habitual). Pasa lo mismo con el cartel del orgullo de Madrid. No sé si alguna vez habrás estado en una fiesta del orgullo. Normalmente, y lo digo también de manera estadística, un grupo de locazas entaconadas se suben en carrozas acompañadas de musica pop adoptada como himno, hacen ostentación de su legítima sexualidad y se toman unas copas por las noches intentando ligar todo lo que puedan. Así que han hecho un cartel con copas, tacones y preservativos. Como el ayuntamiento no es del partido que debe ser ( aunque sí del que han votado los madrileños) han montado en cólera porque "se les estigmatiza". Todos sabemos que la celebración del orgullo consiste en una reunión de todos aquellos que aman a Laura reciclando envases antes de ir a misa, claro.
Soy de los que opinan, no sin polémica aunque con ningún problema porque haya quien opine lo contrario, que los actos de exaltación de la sexualidad propia son igual de anacrónicos que un grupo de obreros de la construcción en camiseta escupiendo al suelo y siendo soeces con muchachas en flor que paseen cerca de la obra.
Y aunque personalmente me la pela, cuando hay que quejarse, algunos lo hacen siempre. Incluso cuando les ponen un espejo delante. No son los gays, las lesbianas o los adoradores de Satán. Es toda una clase social. La clase social de los protestones.
De todos es conocido que la mejor manera de conseguir algo en una sociedad occidental es indignarse muy fuerte, aunque ni siquiera se sepa lo que se quiere.
El resultado final ante tanta soplapollez es que cuando alguien tenga, realmente, un problema, no sabremos diferenciarlo y se quedará hundido bajo kilos de impostura. Por otra parte nos hemos acostumbrado a determinados discursos y , como las drogas, cada vez hace falta una dosis más fuerte. En las ultimas semanas hemos considerado normal que bajo el paraguas de la igualdad se elimine el porcentaje de hombres o que los eventos solo para mujeres sean buenos para que seamos todos iguales. Hemos vivido con indignación extrema que unos militares de Israel lleven a un palestino en el capó del coche pero se nos ha olvidado que llevaron a una alemana violada medio muerta como trofeo el 8 de octubre, los otros. Volvemos a las polémicas por los dictadores muertos y estamos a veinte segundos de hablar de explotación calórica porque llega el verano y, oh casualidad, hará calor.
Pero no pasa nada porque hay Eurocopa y seguramente nos pitarán un penalty injusto por la conspiración que existe contra nosotros. Bueno, excepto si es a favor aunque haya piscinazo.
Hace años alguien descubrió que, casi en cualquier deporte, gana el que mete más puntos pero también el que consigue que no le metan ninguno. Los italianos, que para soluciones determinantes tienen un gen dedicado, inventaron el catenaccio y ello nos llevó a aburridísimos partidos de futbol donde ganaban ellos , excepto si jugaban contra alemanes. También pasó en baloncesto (obviamente sin alemanes pero con el Maccabi y los yugoslavos) , lo cual me lleva a las defensas salvajes de Dino Meneghin que siempre recuerda como , con 31 años, se enfrentó a un joven de 19 llamado Fernando Martin. Eso es otra historia.
El caso es que en una sociedad en la que el resultado prima sobre los métodos utilizados para ello ( siempre y cuando se actúe dentro de las normas) aquello era una posibilidad de ganar y ya sabemos bastante bien que el triunfo, desafortunadamente, no siempre va de la mano de la ejecución más precisa, la más estética o la más elegante.
Muy por encima del deporte y como juego máximo creado por los humanos está la economía.
De todas formas, tal y como sucede con los ganadores históricos en ciertos deportes, también hay potencias variables en los ciclos económicos. Fenicios, vikingos, persas, los europeos, americanos del norte, quizá los chinos... todo son fases del juego y en cada una de ellas se pone de moda una forma de jugar: La invasión, el capitalismo, las regulaciones legales, el terror o la ciencia como elemento colonizador. Cada época ha tenido su forma de jugar y grandes ganadores y perdedores. Los romanos te hacían un acueducto y unas cuantas calzadas para poderte cobrar más tributos y los alemanes generaban unas deudas a Grecia que se cobraban poniendo sus empresas de gratis, con mano de obra barata, hace 10 años. Los americanos echaron una mano en la segunda guerra mundial a cambio de vendernos sus cositas durante más de 50 años. Cada uno ha usado las variables de su época para ir ganando fases de ese juego. A nosotros nos tocó traernos cositas de América como quien hace dropshipping desde su cuarto.
Una cosa es cierta: las fases cada vez parecen más cortas. Los imperios no duran siglos. A veces ni siquiera décadas. Y como buenos humanos que viven con un ojo en el pasado y otro en el futuro, sin mirar al presente, sabemos que el cambio está a la vuelta de la esquina. Casi como un deportista que entrena, nos preparamos para la próxima competición.
Comparto la idea que se basa en que al final, fruto de la tecnología y de los competidores, del patrón dolar muere. Los chinos (y los rusos), que saben de esto, han ido acumulando materias primas (básicamente oro) desde hace tiempo porque hasta que nos pongamos de acuerdo con el próximo patrón, pasaremos por ahí. El terremoto mundial que fue la pandemia, si algo nos hizo ver fue el poder infravalorado que tienen las cosas que eres capaz de tocar, comer o transformar. En una sociedad sobre tecnológica se nos había olvidado el poder de nuestra tierra y que todo deriva de ella. Para un bitcoin hace falta un ordenador y para un ordenador silicio y para tener silicio hace falta alguien que lo extraiga de algún sitio. Ese sitio, por cuestiones lógicas, será Africa y ahí hay dos maneras de llegar: los chinos les hacen las carreteras a pagar en cómodos plazos ( al estilo romano) y los rusos les echan una mano para dar golpes de estado y arrasar un poquito ( al estilo Persa). El resto del mundo está muy ocupado mirándose el ombligo (basicamente europa) o tienen demasiados problemas como para meterse en los de los demás. Esos últimos son las ligas menores y es ahí, como en los campos de futbol de Brasil o de los barrios de Buenos Aires, donde aparecen curiosas y nuevas formas de jugar. Al fin y al cabo cuando uno no tiene nada que perder, la innovación o el atrevimiento loco es el camino.
Nayib Bukele, salvadoreño de origen palestino ( que ya determinó a Hamás como bestias salvajes) , llegó a un pais arrasado por la violencia y, ayudado por su conocimiento publicitario, sin que pareciera un dictador del siglo pasado, ha sido reconocido como alguien que ha reducido esa violencia en un tiempo record utilizando unos medios discutibles pero eficientes. Eligió el bitcoin como moneda nacional ( mala idea) y adoptó como suyas políticas liberales en lo económico que han llevado a este pequeñito pais a mejorar su posicion en el tablero mundial. Quizá pasar de 140 homicidios por cada 100mil habitantes a 2.4, ayuda, Parece que el pueblo, por ahora, le respalda y le tolera muchas de las cosas que hace porque va ganando partidos.
Otro al que el pueblo le ha elegido como entrenador es a Milei. Ya no es un pais pequeñito. Aunque considero personalmente que es un payaso hace años ya, cuando no era más que un señor que gritaba en las tertulias, captó mi atención. Aquí teníamos a Pablemos y allí al Pelanas. Este tipo está firmemente convencido que Argentina es un gran pais y que, como un club de gran cantera hundido en tercera división, la forma de hacerlo volver a primera es gestionarlo bien. El principal diagnóstico de Argentina, como era la violencia en El Salvador, reside en la inmensidad del estado. Una sociedad dependiente del estado lo único que consigue es perpetuar al propio estado. Los votantes volverán a votar a los mismos porque son quienes les proporcionan trabajos, dinero o mera subsistencia. Sin embargo cuando las empresas son estatales y carecen de comperencia o incentivo para realizar mejor su labor, no tiene pinta que lo harán especialmente bien. Así que la línea de actuación principal es adelgazar el estado al máximo y aprender que hay que trabajar y trabajar bien para salir adelante. Quitamos el ministerio de fomento y buscamos quien nos haga las mejores carreteras. El estado pasa a ser la grasa necesaria para que funcionen los engranajes de la economía. De la misma forma que en El Salvador aparecía el gobierno para meter a tu hijo pandillero en la cárcel, en Argentina tienes que ir a buscar trabajo porque se te acabó el chollo de ser funcionario.
Ahora ya, si eso, desde la visión occidental del estado del bienestar y como apelativo global puedes llamar fascista a estos dos sin saber definir exactamente qué es el fascismo, por supuesto. El problema es que, por ahora y como los italianos con su futbol de mierda, están ganando partiditos. Al menos en la liga de la economía.
El problema, obviamente, es qué sucede si les va bien. De la misma forma que vivimos en Europa el ansia de que el Reino Unido se vaya un poco al guano sin nosotros, miramos de reojo a éstos por si resulta que hayan acertado en algo. En un pais, como es España, donde más de la mitad de los jóvenes suspiran por ser funcionarios y los políticos, sobre todo los del gobierno, se aburren de prometernos pagas a realizar con nuestro propio dinero y a base de endeudarnos más ( porque eso será un problema del que venga después), me pregunto si no vamos de cabeza a una situación en la que el único destino sea convertirnos en Argentina. Zelenski era un actor de comedia cuando llegó al poder en Ucrania. No es tan diferente de un payaso ( y dadas las circunstancias no lo hace nada mal). La diferencia es que nuestros políticos actuales son payasos y comediantes, pero te intentan convencer que no lo son y, por supuesto, que quien no juega como ellos dicen es el enemigo diabólico del deporte.
Nunca me gustó el balompié italiano de aquella época pero ha ganado cuatro mundiales.
(Deneuve hizo un disco delicioso que se titulaba "El codazo de Tassotti")