Mal dia para buscar

29 de marzo de 2017

Miedo a las pequeñas cosas

Hay una canción de DefCon2 titulada "pánico a una muerte ridícula". Dice: "Electrocutarse al cambiar una bombilla. Suicidarse sin mirar la Primitiva. Ahogarse en la piscina de un barco. Desnucarse en la bañera fornicando. Pánico.Pánico a una muerte ridícula.". Cada uno tiene miedo a lo que quiere.

Hay quien tiene miedo a los grandes retos y quien tiene miedo al ridículo. Hay quien tiene miedo a los arácnidos y no puede ver Spiderman. Mi padre tenía pavor con los reptiles. Yo tengo miedo a las pequeñas cosas.

No tengo miedo a la muerte porque según pasan los años me parece más un periodo de descanso. No tengo miedo a caerme del tren de la vida (o tropezarme alguna que otra vez, cosa que he hecho con grácil habilidad) pero sí tengo miedo a no pasar la ITV del coche. Es un miedo muy tonto. Tuve, de una forma absolutamente irracional, miedo a renovar el dni por si en medio de la comisaría me confundiesen con un terrorista y terminase en Alcatraz gritando, desde mi celda, que es todo fruto de una equivocación, que soy inocente. Y no poder llamar a mi madre a las 21:30, con lo que eso genera de conflicto familiar. El miedo es libre. Dar un disgusto a mi madre, el principal carbón de la caldera a vapor que es mi maquinaria actual.

Sin embargo los miedos, como las ideologías o la comprensión lectora, son siempre susceptibles de juicio. Son como las enfermedades. "Oh, qué miedo me da el cáncer"- pues sí, es mucho miedo. "Oh, qué miedo tengo a un catarro"- tú eres idiota. Vale. Pues yo soy de los que tienen miedo al catarro. A no poder ir con mi drama por ahí encontrando un poco de comprensión para el mal enfermo que soy. A que sea tachado de quejica ridículo. A ser el pastor gritando ayuda porque una oveja se ha clavado una astilla en una patita. Si viniera el lobo no tengo problema en enfrentarme porque en el entierro seré el que murió ante un animal salvaje o, en mi recuperación, el hombre que mató al lobo. Gano siempre. Pero no soporto la idea de ser el tontaina que murió de un catarro, el sujeto de los chistes, el que ganó el premio Darwin

He de aceptar, cual alcohólico en periodo de recuperación, que me ha generado más problemas que ventajas. Soy capaz de saltar al agua desde muy alto pero no me sé meter poco a poco en el mar Cantábrico. Puedo acetar el reto del compromiso para siempre pero soy un mal compañero de esos de "conozcámonos para ver qué pasa". No soy un mal amante, si es que jugamos a que hay un final cercano porque ya me sé cómo acaba la historia.  Me vi dispuesto a dejarlo todo siempre y cuando fuera un salto al vacío pero me pesa infinita la mochila que voy cargando, si es que me la he de llevar. Me cuesta sobremanera conducir hasta la frontera de mi comunidad autónoma pero luego salto provincias como una ardilla de árbol en árbol. Es casi irónico, pero es así. Es más largo el camino al garaje que mil kilómetros hasta la iglesia que está junto a su casa. Nunca llegué.

He aprendido a enfrentarme a las peleas por el campeonato del mundo contra un mulo que me reventará la cara a hostias pero me bloquean los combates contra sparrings sin público en un gimnasio. Me quedo quieto con los abrazos pero no me tengo en mala estima si es que tenemos que inundar la habitación de olor a sexo. Configuro con destreza equipos informáticos imposibles y me preocupa que el ratón de 5€ no sea lo que espera el cliente. Es una estupidez de la que soy consciente: tengo miedo a las pequeñas cosas. 

Quizá es miedo al ridículo, a la ordinariez de la vida. A no cerrar bien el tubo de la pasta de dientes.
A aceptar que no soy capaz de diferenciar claramente la derecha de la izquierda.

No tengo miedo al infierno ni al cielo. Tengo miedo al limbo. A no llegar. A vivir a medias

24 de marzo de 2017

Lo que los demás crees que es, es.

No es lo mismo que te lo diga yo a que te lo diga un aliento nuevo después de la tercera cerveza. En mi caso sabes donde están las heridas cicatrizando y hay veces que te gusta creer que no hay heridas ni taras, que el hallazgo del nuevo mundo es el destino y, sin embargo, suena mi voz desde lejos por las mañanas, a veces, si es que no hace el suficiente sol.

No es lo mismo un disco de Leiva o de Sabina y se empeñan en cantar a dúo cuando uno sonó a verdad hasta el mentiras Piadosas y el otro siempre me suena a farsante.

Estamos llenos de prejuicios no por el contenido, sino por el continente de los alientos.

Da igual que el mismísimo demonio, en un acto de contricción infinita, venga a salvarnos la vida. Saldremos corriendo en dirección contraria a abrazarnos a uno vestido de ángel. No se escucha a los malvados ni tienen sentimientos los enemigos.

Sólo les hacen faltas a nuestros delanteros. Sólo tienen razón los políticos que os caen en gracia y de ahí la diferencia entre prevaricar o desfalcar, ser un cabrón o un gilipollas. Un bocazas o un imbécil. Un inútil o un desalmado. No debe de acertar, ni por error, el investigador que quiere acabar con el cáncer si es que acaso es de la otra universidad. Da igual el cáncer. Perder ni a las chapas, que decía un perdedor.

Estoy hablando de la manera más partidista que tenemos en el mundo moderno de ponernos las zancadillas.

Mi madre dice que uno es tanto lo que es como lo que los demás creen que es. Mi madre es sabia. No lo dice desde un estudio antropomórfico del mundo ni desde un análisis, sesudo y estadístico, sobre el comportamiento humano. Lo dice con la atalaya de sus 86, que es mucha más titulación que unos cuantos máster rellenando curriculums. Cuando los demás se empeñan en que eres alto, lo eres. Cuando los demás se empeñan en que eres tonto, lo eres. Cuando los demás, poseídos por la marea desconcertante de la "arquetipización", consideran que eres un crápula, podrás demostrar que llevas años sin pisar un bar y jurarán que te vieron borracho a las tres con dos componentes del equipo checoslovaco de natación sincronizada en un burdel mixto.

Hay, cada vez más, mentiras en forma de meme que se convierten en verdad.

Dura más una mentira socialmente aceptada que la vida media de un smartphone.

No es lo mismo que te diga al oído lo que pasa, no es lo mismo la verdad susurrada por mi que la mentira por un predicador con seguidores en twitter y un halo de santidad pagado de repercusión social. Te volví loca dando la razón a unos y luego a otros porque sólamente quise fijarme en el contenido de las palabras y no en las voces que las pronunciaban. Acepto equivocarme el 44% de las ocasiones, 45 el dia 30. Te alerté de acantilados y nos hicimos fotos en el extremo de alguno sabiendo que si resbalabas me iría detrás. No te suena a verdad cuando te digo que tengo ganas de verte. Crees que es un juego porque , quizá, los demás me pusieron en el rol de jugador. En el rol de alto, que no lo soy, de tonto, que puede, o de crápula sin saber lo que cuesta una cerveza. O de reptiliano.

Cada vez que uno sale en la radio, en una red social o en una declaración jurada poniendo en duda un argumento porque lo ha dicho "el otro", le retiro el voto.

Pero es más rápido que argumentar en contra y mucho más, por supuesto, que aceptar que quizá si, quizá el cáncer lo curó el otro. Muchos prefieren la enfermedad a aceptar las derrotas y así sólo hay cadáveres en las calles. Me dan mucho asco los políticos que juegan a "yo soy el bueno y tú eres el malo". Me dan pena sus votantes.



A veces paso junto a mis cadáveres, que soy yo fallecido de mil flechas diferentes. Una por cada prejuicio.

Me han llamado de todo. Lo he sido todo en muchas mentes. Lo difícil es ver lo que soy, si es que lo fui. Californication es la historia de amor de un perdedor empeñado en no ser feliz.

16 de marzo de 2017

"Recompensorio"

Es una concepción absurda y estúpida de la parte comercial de las relaciones sociales. A veces no es algo económico porque, en realidad, el dinero es la forma de cuantificar algunas de las aportaciones o la parte fría que tienen las recompensas.

A veces es un abrazo. A veces unas croquetas. En algún momento excepcional es una mirada y otras veces son las yemas de los dedos en lugares insospechados. Pero todas, absolutamente todas las ocasiones es una recompensa.

Y la recompensa, como si fuera una bofetada para aquellos que hablan de eso de que hacer el bien es satisfactorio en si mismo, tiene siempre un componente externo y de esfuerzo ajeno. Lo siento. Uno es recompensado cuando alguien decide que la primera acción requiere una reacción contrapuesta que la devuelve y agradece. Ni siquiera debe de ser en la misma medida. Nuestros padres dejaron a un lado las diversiones que nosotros consideramos propias y nuestros hijos un derecho para que luego les devolviéramos los ratos a su lado que necesitan cuando se hacen mayores y niños a la vez, que es lo que se llama envejecer.

Una señora me trajo un bizcocho a la tienda cuando le puse unas jotas en su teléfono. Otro caballero se fue sin decir nada después que luchara por ponerle la banda sonora de "la muerte tenía un precio" como politono. Ninguno me compró el teléfono y en los dos casos me quedé, lerdo y lastrado, esperando una recompensa. Porque de eso se trata. He hecho tantos equipos personales brillantemente configurados a la medida que debería de tener lista de espera para los agradecimientos y no la veo. Si, el día de mi muerte prematura, oigo más de tres veces lo bueno que he sido me apareceré todas la noches en forma de fantasma de la hipocresía.

Hice el mal y me equivoqué todas y cada una de las veces que después pedí sinceramente perdón, porque estoy lleno de errores y contradicciones. Sin embargo estuve en cada momento que creí que me necesitaban y, como la canción poco valorada de la unión, me pregunté donde estaban en los malos tiempos.
Es cierto. Es jodidamente cierto que el desarrollo incierto y misterioso de la vida hace que quien no queremos se desvanezca y que hay quien permanece o incluso vuelve de los infiernos. También que existen momentos en los que se hace el silencio antes del nuevo ruido. Es más, aparecen ruidos que no nos gustan en intermitentes periodos de ametrallamientos de los valores que considerábamos invariables. Es un encanto y un misterio. Es un billete para el carrusel de las sensaciones que tenemos comprado de serie.

Yo pertenezco a la generación a la que convencieron que el esfuerzo tiene su recompensa. Me llevo esforzando demasiado tiempo como para pensar seriamente en plantarme y exigir mi puta recompensa. Suspensorio es un calzoncillo diseñado para proteger los genitales masculinos de una actividad vigorosa. Recompensorio debería ser una recompensa diseñada para convencer a alguien que merecía la pena el sacrificio vigoroso. O la espera. O las horas en silencio.

No me vale la satisfacción de lo hecho. No me vale. -El problema lo tiene usted- me dice mi psiquiatra. -Lo sé- le respondo- pero lo necesito. Y ya no me vale un bizcocho porque me he ganado la fábrica entera.-

-Así no mejoramos
-Lo sé.

Vivo en un oximorón cuando se trata de sentir las palmadas en la espalda.

13 de marzo de 2017

Ser moderno es no tener cuello

Uno de los problemas principales que tiene la modernidad contemporánea es el desprecio por el pasado.

Voy a poner un ejemplo: el messenger. No el del facebook, que se llama igual pero no es lo mismo. No salen esos dos muñequitos. Alguno será capaz de recordarlo. Aparecían nuestros contactos con sus estados y nos decía si estaban online o no. Mandábamos mensajes. Tenía dibujitos que ahora se llaman emoticonos. Hablabas y te respondían y si tenías la suerte de tener una tarjeta de sonido full dúplex hasta podías interrumpirte. Tenía videollamada. Vamos, que era lo que quiere ser el whatsapp, pero el whatsapp es la puta modernidad.

Si, es verdad. Desapareció fagocitado por el skype (que sigue siendo una maravilla que incluso hace traducción en tiempo real para el que no lo sepa). Se lo llevó por delante esa revolución móvil que no vieron aquellos como yo para los que la revolución no eran mejores máquinas sino poderlas llevar con las llaves de casa para rallar la pantalla. Pero, joder, en 1999 ya teníamos lo que ahora nos quieren decir que es lo nuevo.

Si nos fijamos en los anuncios y en las grandes o pequeñas startups lo que nos venden como nuevo no lo es. Alquiler de casas ya hacía mi abuela. Compartir coche lo hacían con las diligencias. Ha cambiado la forma de venderlo pero el producto, tal cual, ya estaba ahí. Vender el candelabro de la tatarabuela de segunda mano se hacía en una cosa llamada rastro.

Hay pequeños detalles que parece que lo poseen todo: que si el coche aparca solo, que si cuando tu prima te manda un mensaje se oye por los altavoces o que te dice el camino más rápido para llegar a casa. Pero la realidad es que se aparca y te lleva a casa. Eso lo hacía mi tía con un Seat 124 1430 (léase catorcetreinta) en 1975. También mi abuelo taxista con un Hispano Suiza antes de la guerra civil. Nos venden quitadores de colesterol embotellados pero tu madre aparecía con un zumo de naranja diciendo que lo tomaras antes de que se fueran las vitaminas (esa es una de las grandes mentiras del ejército de las madres para que nos levantásemos). El bífidus es la madre del ciudadano soltero que vive solo

Los creativos de Volkswagen hicieron un anuncio exclamando que su coche tenía Ziritione, que no era nada, para reirse de la modernidad.

Las fichas perforadas, las cintas de cassette, el dvd, los discos duros y los discos ssd m2 tienen la misma base, pero han mejorado en eficiencia siendo 0 y 1 cuando los miras muy muy de cerca. Pero el queso es queso, los hoteles hoteles y ligar viene a ser más o menos lo mismo aunque ahora, como somos más, es un mercado de carne que pasa por nuestras pantallas eliminando el componente del cortejo a lo mínimo.

Algunos creen que los electrones que les llegan a su casa son verdes, mucho más verdes que el insolidario de su vecino, porque contrataron una tarifa green. Creen que hay un duende con cara de ecologista que discrimina si la intensidad está generada por combustibles fósiles o por molinillos de viento. Y lo creen porque se lo vendieron así, usando su conciencia poco razonable para acceder a su cartera.

La colonia no es colonia, es un medio de seducción.
Los alimentos son una manera de comprar felicidad. Nadie se alimentaba o era feliz en el siglo XIX
La democracia una manera de alquilar superhéroes para cuatro años.

La modernidad se basa en vender más o menos lo mismo e intentar que no se mire atrás para poder repetir las ventas de hace 25 años. Han sacado un donut de la pantera rosa. No es vintage, es futuro.

Si miras atrás te rompes el cuello pero también descubres que la mayoría de lo que viene, estaba.

En un mundo ansioso de moderneces no ha cambiado lo que nos venden sino la forma de venderlo.

Los millenials flipan con el 3310. 


Pd: el título no significa que Fernando Alonso sea moderno. (humor)

11 de marzo de 2017

Los pies en el barro.

Del capítulo 32...

"No es difícil entender que las normas o las leyes son necesarias porque hay que marcar unos parámetros que no hay que sobrepasar, unos comportamientos que no hay que repetir. Unas salvajadas que no hay que cometer. No es necesario un límite de velocidad si no hay accidentes por conducir rápido. No hay policías si no hay delitos. No hay delitos si no hay delincuentes. En un mundo ideal en el que no se delinque sobra el resto de la ecuación. Sin embargo mantenemos, con más fortaleza que nunca, la defensa de las normas y el cumplimiento de las mismas.
(...)
Tal y como nos lo explicaron un estúpido no es capaz de ver las consecuencias de sus actos a largo plazo, priorizando el bien personal inmediato contra el mal, incluso propio, en un periodo de tiempo más lejano. Es incapaz de empatizar y se exime a sí mismo de responsabilidad. Es lo que llamábamos en el colegio “un tonto a las tres”. Pero es cierto que lo que han hecho durante tantos años tantos estúpidos deja sus consecuencias y, en definitiva, los barros en los que metemos los pies muchas de nuestras mañanas.

Tenemos horarios porque hubo que ponerlos para que no se los saltasen los vagos. Tenemos que pagar impuestos porque la contribución personal filantrópica era lo mismo que nada. Tenemos cerraduras en las puertas porque algunos tenían la costumbre de entrar en nuestras casas a llevarse los candelabros de la abuela. (...). Casi todos los estúpidos, por norma o por naturaleza, han desarrollado sus estupideces a lo largo de los años. Quizá a lo largo de demasiados años. Han generado expectativas y una forma de vida. (...) Tenemos los pies en sus barros y la vida llena de todos los intentos que hicimos para pararles. Normativas, impuestos, horarios, sanciones, policía, ejército, guardias urbanos con y sin silbato. Lo hemos considerado normal pero no lo es. El cambio lógico debería ser una progresiva y necesaria laxitud en las leyes hasta la hipotética sociedad perfecta en la que nuestro sentido común nos regule. Algo muy bonito. Algo que un hippy cargado de flores podría firmar sin dudarlo.


Existe una historia en el que una sociedad elimina todas sus armas, aparece un tipo con un palo con un clavo en la punta y les somete a todos.

En un mundo feliz un solo estúpido nos hará infelices a todos"




Extra del capítulo 32 también:

"Te voy a decir que es bastante más complejo que tengan relaciones dos personas, digámoslo, inteligentes. Los estúpidos, y más en lo que se refiere al control de los instintos básicos, nos ven más allá de sus genitales. Sin embargo el sexo es mucho menos habitual entre personas de una mayor capacidad razonadora porque valoran consecuencias. Es francamente curioso aceptar que a mayor atracción intelectual se produce una menor intensidad sexual. Consideran las derivas morales y personales de sus actos. Ya no solamente la procreación sino los lazos sentimentales que se generan tras el sexo. No son perros, por decirlo de una manera. (...)  Parece mentira que la gestión de los instintos más básicos: comer, dormir, follar… sea también un rasgo de identidad de la estupidez. Los estúpidos tienen mucha más tendencia a los desórdenes alimenticios, al desarreglo de sus biorritmos y, como supondrás, al sexo deportivo"



Pd: que sepáis que, salvo que los personajes se empeñen en cambiarlo, ya hay final.