Hay veces, demasiadas, en las que cuando alguien reniega de la sociedad en la que le toca vivir y da la casualidad que esa sociedad pertenece a lo que se supone que es un primer mundo organizado y cabal, le empiezan contar que tiene salud, que no vive en Siria, que puede comer todos los días, que hay gente que le quiere, que sale el sol por las mañanas y que debe de estar feliz por saborear el regalo que es la vida.
Y entonces le dicen que debe de dejar de fumar porque se va a perder el final maravilloso de envejecer con alegría.
Partiendo del hecho que el sol sale en todos los sitios es probable, sólo de una manera puntual, que quizá a alguien no le guste su situación, y que es tan lícito como salir cantando todas las mañanas "viva la gente". Podría ser peor, es un eslogan.
A alguno puede que no le guste la hipocresía y la homeopatía, el reiki y la música que se empeñan en imponer desde despachos inconfesables. Alguno, cansado de sentir las traiciones de las ratas que, citando a la "chaqueta metálica", cuando le sodomizan ni siquiera le hacen una paja (y eso es de ser muy desagradecido). Alguno, quizá y justo dos centésimas de segundo antes de encender otro cigarro, le importa bastante poco la vida tal y como se entiende: un engranaje que ni siquiera es necesario para el giro de la rueda. Hace un sonido raro cuando no está pero con el tiempo los dientes se liman y todo vuelve a la normalidad. Nunca conté el número de dientes del piñón grande de mi bicicleta. No me importaba.
Otra cosa debe ser sentirse necesario, aunque sea una mentira bien formulada.
Sin preguntar el por qué, que es una deformación muy de ingenieros de corazón, necesitamos un Dios con forma de obligación para levantarnos por la mañana, incluso en el primer mundo. Y si eso desaparece o deja de tener sentido, si ese objetivo, proyecto, trabajo, crianza o hobby deja de tener valor entones la desazón carga sus balas de lógica, que son como las de plata para los vampiros.
Nos creamos nuestra necesidad en el mundo, nuestro hueco para tirar de la cadena de tracción en la bicicleta. Es algo perfectamente válido. También lo contrario, dentro del debido respeto a quien no piensa igual, a quien no encuentra valor a vivir porque sí, sin que haya una consecución de objetivos. Beber por beber, gritar porque sí, actuar sin pensar es algo animal e irracional. Suicidarse, en determinados momentos, no tiene parangón en mundo animal (aunque hay casos) y no se entiende, por parte de los vecinos que dicen ante las cámaras que era un hombre feliz. No se explica fácilmente por qué dejé de llamar y es que me sentí innecesario. Fui a poner las bombillas, a reparar el ordenador, a montar un mueble, a cocinar pero luego, cuando no había motivo aparente, no fui. Y me sentí absurdo suicidando lo que fuera aquello sumergido en mi bañera. Atorado, intentando comprender el por qué, que es una deformación
Todavía es un misterio el por qué unas sociedades son más felices que otras pero vivir, quizá desde un posicionamiento demasiado exigente para con lo que nos han educado que tiene la vida de maravilloso, inmediato y pleno, no es, en ocasiones, un regalo. ¿Por qué?. Porque es muy cabrón admitir que no era tan luminoso y brillante, que no estábamos destinados a un blanco y pulcro despertar cada mañana y que no se va canturreando al trabajo para sentir la emoción de mejorar cada día porque el esfuerzo y el sacrificio no es sinónimo de recompensa sino, a veces, de decepción.
Respeto mucho más a los suicidas que a los que sonríen siempre como tontos drogados que dicen que disfrutan de todo lo que les pasa porque le encuentran el lado bueno a las cosas.
Y admiro a los que han encontrado el sentido. A esos sí, mucho.