-La cerveza ha subido 20 centimos. El iva
-¿Desde cuando un 3% es más de un 10%?
-Pregúntale a mi jefe
Esta es una conversación verídica de esta misma tarde. En realidad la sensación que te recorre el cuerpo en más de un caso y con la situación que estamos viviendo es sensación de resignación. No tiene otro nombre. Es lo mismo que cuando quieres desayunar pronto en pleno mes de agosto y te das cuenta que ni en Palencia, ni Avila, ni en Segovia ni en Toledo es fácil encontrar un bar abierto antes de las 9 de la mañana. Luego, según va pasando el día, empiezas a oir conversaciones llenas de indignación pero hay un resquicio de conformidad ante los chubascos económicos que nos van cayendo como tormentas.
Después, como si fuéramos un grupo de indignados sin criterio, nos vamos a comprar al
Mercadona (porque es barato aunque sepamos que es de dominio público que ahogan a sus proveedores). Más tarde, mientras nos quejamos de lo poco imaginativo que es el mundo de la hostelería, hacemos un botellón salvaje donde comentamos lo barato que hemos reservado un vuelo en Ryanair (aunque sepamos que
esclaviza a sus trabajadores, se
ríe de las quiebras de la competencia y que hay dudas razonables sobre si el
combustible llegará para todo el trayecto). No son más que ejemplos de la doble moral en la que vivimos como si fuéramos hijos de la hipocresía.
Más tarde, quizá liándonos un cigarro o incluso pensando que un porro es menos malo que un lucky strike, establecemos lo indigno que nos parece que a un pobre muchacho (francés o marroquí) sin papeles no le puedan quitar un orzuelo mal puesto a cargo de la sanidad de todos y, acto seguido, explicamos la manera de pagar menos impuestos a nuestros amigos mientras decimos que se cierran muchos comercios de siempre y se nos rompe la carcasa de bajísima calidad del móvil que le compramos a un negro (esclavizado por mafias) que las vendía por la calle junto a los bolsos de CH (Carmen Hornillos).
Y hay momentos en los que se nos llena la boca con el "estado del bienestar" que se va, dando vueltas gracias al
efecto coriolis, por el retrete. Yo recuerdo que cuando era pequeño mi padre, que era un burgués venido a algo más, tenía un
Seat 132. Le llamaba "El Cuervo" por su morro y por la cantidad de gasolína que podía devorar. Un 132 era más que el
131 Supermirafiori de los burgueses normales y muchísimo más que el 124 1430 (leer catorcetreinta) del españolito normal. Pero tener un BMW o un Mercedes era un exceso al alcance de unos pocos. Hace unos años, y de eso sabemos todos, más de un niñato de 20 años aparecía en la obra con un BMW M3 casi con la facilidad con la que yo estrenaba un Golf tras otro en los años de bonanza de mi familia (no lo voy a negar). Pero yo sabía, por repetición contínua en la hora de la comida familiar, que era un privilegiado y sin embargo más de uno creyó que el BMW venía de serie con la casa en la playa y el estado del bienestar.
Ahora los BMW son de tercera mano y alguno lo pone como ejemplo de lo que pudo ser y no fue como quien te señala a la más guapa del bar y te dice que una vez, casi de manera mágica, la tuvo entre sus brazos.
-La culpa es del gobierno- Eso afirma la mayoría- que nos ha robado el estado del bienestar.
El estado del bienestar, que es un invento molón del que nadie conoce los límites, nunca consistió en que papá estado viniera a recogerte cada vez que te dejabas caer, porque eso te permitía caerte cien millones de veces y esforzarte lo justo, como cuando mi sobrina sólo se preocupa en aprobar y nunca en aprender. El estado del bienestar nunca fué que viniera alguien a pagarte la hipoteca que no podías pagar o que la sanidad pública te pague las tetas que quisiste tener. El estado del bienestar, a mi entender, era que el sistema estableciera protocolos para que pudieras tener una vivienda donde vivir, un alimento que comer y una educación que aprovechar para que todos esos esfuerzos no se quedaran perdidos por el camino.
Hace aproximadamente seis años alguien me pidió un anticipo de la nómina. "¿Para qué?"- le pregunté- "Para una playstation"- respondió. No se lo dí. Un mes después su compañera me paró por la calle. "Eres un hijo de puta"-me dijo- "Llevamos más de un mes con la caldera rota". Le dije que lo sentía y le pregunté si acaso tenían una playstation. "Por supuesto"-respondió.
El problema es que ahora, al llegar al lugar que habitamos entre septiembre y julio, más de uno considerará que si la cerveza sube 20 céntimos es debido al gobierno y a la manera infame que ha tenido de limpiarse el culo con el estado del bienestar (y RTVE). ¿Lo ha hecho?. Sí. También muchos, al estilo más español que nunca, van a aprovechar la situación para culpar a los demás. El problema está en que más de uno se lo cree cuando aplica subidas que multiplican por cinco el IVA.
Después compra en Mercadona, intenta no pagar impuestos y vuela en Ryanair.
Y se indigna subiendo la cuesta de Septiembre, que es la de la resignación.
Pd: creo, positivamente que algún día podremos hacer verdad eso de "el consumo responsable" que no consiste en reciclar sino en pensar, por una centésima de segundo, lo que estamos apoyando con nuestra manera de actuar en cada minuto, en cada compra, en cada vuelo y en cada céntimo. Eso sí. Requiere pensar, que no está de moda.