Supongo que éramos un equipo, aunque nunca estuvimos federados. Ni siquiera nos hicimos unas camisetas bien chulas con nuestro nombre detrás, que es lo que tiene la pertenencia a un grupo pero la relevancia personal: son los mismos colores pero está personalizada. Será por eso que la camiseta de Vinicius y la de Asensio cuestan diferente.
Sin embargo, como en los grupos de rock, algo sucedió. No sé quien era Roger Waters de los dos, o el hermano limpio de los Cano. Si pudiera elegir yo quiero ser Lennon, Gilmour o Davies ( de nombre Rick, obviamente). El caso es que ninguno, visto desde perspectiva histórica, consiguió jamás la magia que tenían juntos. Se pueden hacer mejores canciones e incluso discos, poner encima de la mesa algún que otro directo histórico pero la verdad es que hay algo completamente intangible que desaparece cuando el equipo no está completo.
El ser humano es mezquino muchas veces y hay una parte miserable que parece que se levanta todas las mañanas con la firme convicción de romper lo que tiene creyendo que lo que vendrá después será mejor. También es cierto que hay un resquemor infinito que nos impide reconocer la calma con la que nos quedábamos dormidos en el sofá después de comer un sábado gris, casi como si fuera al calor reconfortante de una playa paradisiaca. Nos cuesta aceptar cómo éramos mejores e incluso la belleza desconcertante de todas las imperfecciones en las que chapoteábamos. Las mismas a las que nos agarramos para romper el grupo, para confesar que no éramos un equipo.
Sucede con los trabajos, con los amigos, las parejas, los amantes. Sucede con ese concierto al que no querías ir y del que te querías marchar, pero lo ves con otros ojos cuando aparece en Youtube. Sucede al recordar aquel día muerto de frío con la moto haciendo extraños en una carretera sin cobertura. Si te hubiesen preguntado entonces hubieses dado mil motivos lógicos para no estar allí, pero ahora los recuerdos y el vacío lo magnifica maravillosamente.
Hay una ley de vida que rompe las correas invisibles que nos atan a las personas. La gente se muere, se muda, juega a ignorarte, comete errores que no quiere admitir o simplemente es incapaz de gestionar los miedos comunes. Luego están las decisiones irracionales en las que, tras romper el equipo, ninguno ganará un disco de platino y mucho menos la próxima copa de Europa.
Los premios menores no son premios, son las mierdas que te tiran a la cara cuando preguntas si te va mejor ahora que ya no estás.