Llevo un tiempo pensando en clave de agotamiento, en el gesto del pez sacado fuera del agua agitándose con exceso aire y dando coletazos sobre el fondo mientras sus compañeros yacen muertos y mojados a su lado. Cuentan que alguno, en un último estertor, logró volver al río aunque basándonos en las leyes de la estadística, va a morir. La mayoría, siguiendo la ley empírica de la bandada de Juan Salvador, han aprendido a vivir más cómodos continuando las leyes no marcadas de la subsistencia de la especie. Desovan a un lado, abren la boca con cara de asustados mientras nadan en círculos durante la vida y mueren en la barca.
Me he cansado de clamar por la estupidez global hasta llegar a la conclusión de que hay munición imposible.
Me he cansado de clamar por la estupidez global hasta llegar a la conclusión de que hay munición imposible.
Queridos hijos de puta:
Me teneis hasta los huevos con ese cacareo infernal de lo que se debe y lo que debería de ser mientras no haceis nada, mientras os quedais parados mirando cuando parte del mundo se desmorona. Vivis en la queja eterna y en la estupidez supina, como si llorar muy alto os llevara comida al plato y dinero a la cartera. Quereis al prójimo pero no estais. Os importa el ébola, los niños abandonados, el maltrato animal y la igualdad de género pero os da igual el vecino o el compañero porque eso es una labor poco digna para vos. O se salva el planeta o se jode el de enfrente. "Debería de reciclar la gran empresa", clamais como ecologistas pero tirais papeles al suelo para que lo recoja el barrendero porque ese es su trabajo. Estais esperando a los nuevos salvadores como quien espera a Superman cuando los villanos arrasan la ciudad y esos villanos sois vosotros mismos con vuestro hipócrita eterno superpoder. Millones de hormigas locas discutiendo cómo construir el hormiguero. Cientos de clientes exigiendo el cumplimiento de la garantía después de haberse sentado en su teléfono, rompiendo la pantalla y jurando que se ha roto sola. Reclamais vuestros derechos escurriendo los errores propios y olvidando la lógica o las obligaciones. No os gustan los ricos, excepto si lo sois vosotros. La oferta, luminosamente decorada con un gratis a 100 euros, de la últma todopoderosa compañia es la próxima dosis en la adicción de la muerte por consumo. Soñais con un mundo feliz que siempre os deja por encima de la media y, tal y como sucede entre las guerras de los idiotas, ganan los terceros cuando os habeis aniquilado entre vosotros y arrasado con los demás en un daño colateral. Los centros comerciales sobreviven cuando habéis dejado de ir a los comercios de verdad, la mayoría absoluta de la felicidad es un anuncio después de acabar con la vida social en las calles.
Así que de vosotros aprendí a quejarme por no lograr lo que he saboteado siempre.
Y negar mi maldad, mis errores y mis millones de equivocaciones.
Siempre se equivocan los demás