Mal dia para buscar

31 de marzo de 2023

Gone with the wind

 


¿Cuando se fue todo a la mierda?
Te crees que controlas, eres el rey del mambo. Pues nada más que eres un gilipollas, que no controlas nada. Un día llegas a tu casa y ya no está. Crees que puedes hacer lo que te salga de la polla, que ella te va a estar esperando siempre. Que no tiene vida, que su vida eres tú. Otra vez: "gone with the wind".


Ultimamente esa es una escena que me viene continuamente a la mente. No por el adolescente ingrediente del amor perdido y la pena infinitamente melodramática que emana, sino por el hecho, empíricamente demostrable, que supone que todos, absolutamente todos los que han vivido entre los 45 y los 55 años reciben una bofetada que les pone la cabeza del revés. Lo más importante es que es algo con lo que no contaban. Por eso me lleva a la escena. Gone with the wind.

Puede ser un despido, un divorcio, una muerte, una enfermedad, dos lesiones, un duelo mal llevado, un giro del destino laboral, un accidente o cualquier otra cosa con la que no se contaba porque, precisamente, ya creían que estaba todo bajo control, que eran los reyes del mambo. Nada más eran unos gilipollas.

Hay eventos para los que uno se prepara: para ir solos al colegio, para la vida laboral, para el desamor o incluso para los acercamientos y alejamientos en la vida sentimental. Sin embargo se supone que todo eso es para lograr unas bases y una artificial sensación de asentamiento. Que llegue un día en el que sepas que al llegar a casa, después de un trabajo que no te desagrada y por el que te pagan, encuentres la paz que te mereces y tengas algo parecido a un regusto de serenidad. Un refugio, me gusta decir a mi. Básicamente es algo parecido a haber perdido el miedo a conducir y disfrutar del paisaje mientras pasan los kilómetros. Los anuncios de la dirección general de tráfico son claros: es ahí cuando llega el riesgo y es ahí cuando el anuncio pasa de gustoso a dramático. Ahí es cuando unos segundos de exponen a cámara lenta y todo cambia de paz a ruido y de ruido a silencio hasta que llegan las ambulancias.

Según voy preguntando, nadie se libra de ese momento.

El segundo punto es cómo se reacciona. Ahí existen una disparidad de personajes. Quizá el más fácil es la recién separada que se viste como creen que se visten las personas de la edad que ella cree aparentar y descubre, a las cinco de la mañana, que no tolera el alcohol como considera ni ese príncipe guineano era príncipe. Quizá también hay quien se encierra en un pequeño mundo que supone a salvo de las maldades del exterior. Hay quien, con una crisis de niñato adolescente, se pone un implante de pelo que se nota y se compra un deportivo. Hay quien, y conozco alguno, se refugia en aquellos años en los que recuerda haber sido feliz y vuelve a comprarse en vinilo todos los discos de Duran Duran, o se va a primera fila de los conciertos de La Polla Records a sus casi 60 años. Muchos beben porque creen que se socializa mejor y más de uno vuelve a drogas de otra época. Las reacciones, después del golpe, son demasiado variadas pero casi nunca van a mejor sino a olvidar o creerse quien no se es porque la persona que creíamos ser, no somos. Creíamos que controlábamos, que éramos los reyes del mambo.

Y ahí está, otra vez: "gone with the wind".

29 de marzo de 2023

Un año sin libélula.

Elegía las películas por el título. Daba igual la calidad. Si era algo así como "el lúgubre escarnio de la juventud", tenía que verla. Sabía que era mala, pero las conocia todas. Así que se acurrucaba en un pequeño sofá y se tapaba con una manta para caer dormida a los pocos segundos. Nunca recordaba el argumento pero yo sabía que me iba a jurar haberla visto porque simplemente, era así.

Siempre le cogía la muñeca y la rodeaba con mi mano. "Te estás quedando en nada"- regañaba si es que era capaz de tocar mis dedos haciendo un círculo y ella la quitaba diciéndome que comia lo suficiente y que no me preocupase. Se empeñaba en rescatar a los demás continuamente impidiendo, como efecto contrario, que alguien la fuera a rescatar.

No sé hasta que punto sabía que estábamos ahí.

Tenía un jersey arrugado y viejo al que se abrazaba al dormir. Siempre el mismo, como una necesidad de sentirse acompañada. Ponía nombre a todo lo que entraba en su mundo: Indarki, era su nuevo coche, poderoso y chiquitín.

Aquellas navidades hasta le había tocado la lotería. Pintó la casa. Me llamó para preguntarme si quizá era un buen momento para arreglar el baño, tirar algún tabique o volverse loca y buscar otro piso. Me había enseñado, unos meses antes, cómo estaba pintando la habitación de su hijo para hacerla parecer más de mayor que del niño que tuvo. Pusimos juntos la lámpara que estaba sobre su cama. Le dediqué un capítulo de un libro. Estaba algo triste pero me llamó para contarme que "ya está. Me conoces. Me acurruco en mi cama con el jersey, apago la luz, lloro un poco y se me pasa".

Miraba como si la ilusión se la llevara al verte. Este invierno estrené una bufanda que me regaló hace varios años. Le gustaba hacer carrilleras. Se reía de lo torpe que se sentía en clases de ukelele, en un gimnasio que había encontrado o dando larguísimas caminatas los domingos. Fue la primera persona a la que llevé en mi moto con su pelo rojo y rizado, agarrándose y diciéndome que no corriese. Los jubilados que toman un vino antes de ir a comer justo delante de donde aparco me hicieron bromas cuando me vieron con ella.

Yo fumé, alguna vez, en su terraza. Un lugar alto, con un gran vacío delante y un cenicero sin vacíar escondido en una esquina.

-Si seguimos así, Ricardo- me decía- Tendremos que pensar donde nos vamos a ir a cuidarnos mutuamente cuando seamos viejecitos.

Yo me estoy haciendo viejo como terminan las canciones que no acaban, como resuenan los mensajes que no mandas. 



Se reía. Sus piernas como palillos caminaban a mi lado. Me llamaba "cariño" ,con mucha C, porque sabía que eso me hacía rabiar y aunque los dos teníamos nuestras vidas no dejábamos de mirarnos de reojo. Cada semana, más o menos, nos poníamos al día y yo llegué a creer que esa llamada de los domingos era una buena costumbre. Por eso sabía que por fin estaba tranquila en el trabajo. Que su padre ya estaba en una residencia después de mucho solicitarlo. Sabía que las luchas contra la adolescencia de su hijo iban por un buen camino de superación y que la casa había quedado bien pintada. Probablemente, después de un año, creo que haber ganado todas las peleas que tenía en marcha fue el principal motivo. Quiero pensar que es eso porque sé que no le gustaba dejar las cosas a medias.

A los nos gustaba sentirnos útiles.

Así que cuando la vi tumbada, demasiado seria para ser ella y tras el cristal, le dije, porque estábamos solos en el tanatorio, que era una putada lo que había hecho, Hay gente especial que se hace un hueco en tu vida y sabes que es tan suyo que no puede llenarse con nadie que escoja las películas tan mal, te sonría tanto, se empeñe en salvarte, no engorde nunca y haya saltado de un balcón que veo cada vez que paso por la autopista. Entonces es cuando me quedo, en silencio y triste, recordando cómo salía del portal un poco tarde, con un pantalón estrecho, algo de color al cuello y una sonrisa infinita al encontrarme.

La última vez que lloré sin poder parar fue porque te fuiste. Hace un año de eso.