Por supuesto que existirá algún libro estupendamente editado y avalado por alguna universidad o unos cuantos testimonios de americanos anónimos con nombre y apellido que contará lo mismo pero hay una realidad que se nos olvida desde la razón. Esta realidad es el mundo real, el impulso, las acciones compulsivas o simplemente, el letargo del cerebro.
Nuestro cerebro, que es una máquina maravillosa, intenta conseguir los mismos objetivos con el menor consumo posible. Es absolutamente permeable al amarilleo de la prensa, a los realitys y a los chistes fáciles. Se deja guiar, como un cuervo con los elementos luminosos, por los carteles de gratis y algunas cómodas verdades absolutas. Se arrastra con tremenda facilidad por el dramatismo y la exaltación, por los eslóganes y los ritmos machacones o por la pertenencia a grupos en los que se siente protegido. Todo eso, todo aquello que simplifica aparentemente la existencia, consume menos neuronas y de una manera absurda nos engaña con una supervivencia superior casi como una selección darwiniana.
Por eso triunfa Internet, porque no hay que memorizar el dato. Por eso los community managers que tienen miles de seguidores gracias a soplapolleces dan charlas sobre coaching. Por eso, aunque la historia nos explique una y otra vez que es mentira, el resarcimiento exagerado es un refugio para las venganzas mal entendidas. Todo ello apela a algo fácil en vez de a algo mejor.
"Si me votas"- seguro que dice algún candidato- "te devolveré lo que te han robado los otros". "Si me compras"- estoy convencido que lo dirá alguna publicidad- "serás más feliz". "Pulsa aquí"- dicen los programas publicitarios- "y te arreglaré todos tus problemas informáticos aparte de que podrás ver cualquier partido o serie totalmente gratis". Aunque tres segundos de razonamiento impiden caer en dichas tentaciones la realidad nos dice que ese tipo de mensajes son exitosos.
Hay éxito en las polémicas, en una contertulia a la que pillan sin bragas, en un escándalo controlado por twitter o en una salida de tono políticamente planificada. Recordamos a todos los freaks de la televisión pero no conocemos el nombre de ningún tertuliano que utilice correctamente todas y cada una de las palabras esdrújulas. Sin embargo nos quejamos de que vivamos en este turbio mundo donde no triunfa el esfuerzo, el equilibrio o la razón sino el próximo nuevo chascarrillo o la próxima nueva estrella a la que se le ve un pezón en un photocall.
Y en cuestiones de mercado, que al fin y al cabo es de donde comemos casi todos, hay una brecha mucho mayor que la que puede llegar a existir entre ricos y pobres. Los productos insultantemente de lujo se agotan y las marcas blancas llenan estanterías a donde acude el cliente que cree que se ahorra cientos de euros. Internet, despreciando las condiciones de garantía, la profesionalidad o los controles de calidad se ha convertido en el montón de saldos donde ávidos buscadores de chollos caen una y otra vez en trampas que no admiten cuando se jactan de sus hallazgos en los bares. "Casi cualquier cosa es válida"- me decía un experto en marketing- "si consigues atraer la atención del cliente. Lograr un viral es un éxito. Fíjate en la tontería del vestido blanco o azul. Son ricos y no lo son porque el vestido sea mejor o peor, más bonito o más feo, sino porque es viral". "Entonces"- le respondía yo con una pregunta- "¿no hay que ser mejor?". "Para vender, ahora mismo, no".
Así que reuní al equipo y les conté la buena nueva. Les expliqué que hacer las cosas bien e incluso mejor ya no es un sinónimo de éxito. Les dije que si salimos a la calle correteando con los genitales al aire y logramos salir en televisión es probable que las ventas mejoren. Les dije que si en vez de contratar a una persona preparada nos atrevemos a valorar más un buen escote o un paquete prieto es probable que haya más clientes. Les demostré que un tipo en monociclo disfrazado de Darth Vader tocando Star Wars con una gaita es más famoso que nosotros y nuestra manera de clonar los discos duros o la forma que tenemos de optimizar el rendimiento de los ordenadores de nuestros clientes. Les aporté cifras de cómo los ordenadores "todo en uno" siguen siendo un éxito porque son bonitos aunque valgan más rindiendo mucho menos. Les hice suponer que un trozo de mierda con una manzana mordida sería siempre una apuesta segura de ventas y que más de uno, sin pararse a pensar, haría cola para comprarlo. Les puse un anuncio de Marimar donde un tonto hace de tonto sin hablar de la calidad o la garantía, del servicio o la experiencia. "Si un chino estuviera atendiendo aqui"- terminé- "podríamos vender más caro porque bastantes clientes creerían que es más barato y la prueba es que el chino de la calle de arriba vende las tarjetas de memoria un 200% más caro que nosotros y sigue abierto".
Apostar, hoy en día, por la profesionalidad y por lo que debería de ser parece un desvío asegurado hacia algún tipo de desastre porque se basa en la capacidad de razonamiento de la mayoría y no en apelar a sus arquetipos o ideas preconcebidas. Vender la impresora 3€ más barata pero obligar a comprar un cable por 5€ da un argumento para no gastar 3€ más, aunque yo regale el cable y al final de la historia 50€ parezca más que 52€.
Hemos acabado hace muchos años con el amable gasolinero que se manchaba las manos con las mangueras del surtidor y nos quejamos al tener que salir, con lluvia de costado bajo esas estaciones de servicio de diseño que gotean por todos los lados, a llenar el depósito.
Quizá habría que ejercitar el cerebro un poco más porque, si lo pensamos tres segundos, nos iría mucho mejor. Si no lo hacemos ya tenemos una imagen de nuestro futuro: políticos publicistas, tronistas que no saben escribir, graciosetes con alma de comercial, gratuidades con trampa y lujo mal entendido. En definitiva, si dejamos que la vagancia de nuestro cerebro sea lo que mande en nuestras vidas, vamos a matar la clase media. Y en la media, así lo aprendí yo, está la virtud.
Otra cosa es que ser virtuoso no mole porque es más divertido ver a una choni con un pezón fuera, a un político insultando gravemente a otro, leer a un community manager de un centro comercial diciendo mamonadas, hacer acto de fe con un banner o quedarse solamente a ver las tanganas de los resúmenes de los partidos de fútbol porque no importan los goles sino los puntos de sutura de las cicatrices.
Aún quiero pensar que haciendo las cosas bien se obtienen mejores resultados pero últimamente la política, el deporte, las redes sociales, los nichos de mercado, la tecnología, las frutas y las verduras o la realidad no me dan la razón.
Veo a personas haciendo botellón en un banco y luego tomando copas a 17€ en discotecas con entrada mientras cierran bares con el cubata, servido en copa con esmero y cuidado, a 8€ con un músico tocando en directo canciones con más de cuatro acordes.