Siempre tuve la necesidad de escribir. Ello lleva implícito algún tipo de lectura ajena y la búsqueda de alguna respuesta porque, casi como la confesión o el psicoanálisis, lanzar fuera algunos de los demonios los descubre como minucias. También tuve la necesidad de querer, lo cual lleva integrado sentirse querido. Tuve la necesidad de intentar hacer las cosas mejor porque me enseñaron de pequeño que aquello lleva alguna recompensa relacionada con el esfuerzo: Si soy bueno con las personas, las personas serán buenas conmigo. Si estudio apruebo. Si quiero, me querrán. En el fondo todo se basa en una concepción mercantilista del mundo. Casi nada de lo que hacemos resulta hacerse gratuitamente porque no hay nada gratis en la vida. A veces es una compensación en forma de sonrisa, algunas incluso la recompensa en regodearse en las propias miserias y otras se puede contabilizar en dinero aunque la inmensa mayoría de las veces va relacionada con llenar necesidades básicas aceptadas o desconocidas.
Nuestras acciones son los síntomas de nuestras necesidades.
Aquellos fueron los orígenes. Si en el año 2007 (!8 años!) alguien me hubiera preguntado el motivo de empezar con un blog hubiera contado que era el entrenamiento para un libro, para algo más serio, para una realización personal. Después fue un lugar donde plasmar las enseñanzas. Una libreta donde ir dejando cada momento, cada segundo milagroso que tenía cada día. Soy perfectamente capaz de leer entre líneas en todos y cada uno de los posts. Hay declaraciones de amor y hay despedidas. Hay sudores encontrados en los bunkeres y muchos kilómetros buscando un destino o una respuesta a los lomos de mi moto. Hay rabia. Quizá como un viaje al lado oscuro esa rabia se hizo dueña de todo lo demás. Últimamente hay una gran decepción con el mundo. Cuanto mejor he escrito más bajas han sido las estadísticas de los lectores. Hago las cosas mucho mejor y, sin embargo, el resultado es ínfimo. Un blog con fotos de escupitajos de monos sería más valorado por google y, lo que es peor, por el número de visitas. Follo mucho mejor que hace años pero ya no me reclama nadie. Poseo una conversación y dialéctica mucho más interesante pero hace meses que no tengo una tertulia inteligente. Soy capaz de arreglar cualquier ordenador y adivinar la máquina o solución tecnológica correcta para cualquier persona pero esa profesionalidad parece no valer ante una oferta falsa de un centro comercial con un párbulo de uniforme y acné delante de un jubilado con dinero. Alguien me estuvo explicando que para todos hay un lugar, como el de Juan Salvador Gaviota. Respondí que empiezo a estar cansado de esperar, como la canción. Soy un ciclista entrenado que se ha perdido en medio de una vuelta. Soy un buen amante y compañero que ha aprendido a cenar solo y a ocupar toda la cama.
Este blog tiene muy buenas cosas. Tiene mucha y muy buena música, selecciones cada fin de año, reflexiones brillantes y mucha mala leche de la que vomitamos los hombres buenos. Tiene una evolución, una terapia, unos cuantos desencuentros. Tiene algún polvo loco y más de una historia de amor, a veces en el mismo sitio, a veces en lugares enfrentados. La mayoría de las ocasiones son historias inventadas. Tiene una sensación de culpa y una sensación de desprecio. Este blog tiene raciones inmensas de melancolía y grandes vacíos todos los 20 de diciembre desde el 2009. Y tiene, como un ancla en un crucero, algún impedimento.
Un impedimento es descubrir que todo se repite. El tiempo atmosférico, las discusiones, las sensaciones de desamparo, los refugios no encontrados, las noticias, la estupidez humana y la propia o los chistes. Hay un momento en el que leer la prensa es un dejavú contínuo. Hay una situación en la que las conversaciones son recurrentes como los diálogos de las películas que ya hemos visto y que tengo a bien memorizar porque, desafortunadamente, la memoria es mi mejor músculo aunque me duela de agujetas de recuerdos.
Otro impedimento es la misma sensación que estar debajo de su casa cuando sabes que, detrás de esas persianas bajadas a las once de la mañana del domingo, está acompañada por un soplagaitas que conduce un mercedes de segunda mano. Es la sensación de que no vale para nada, recordando continuamente la fábula de Alfredo. No escribí aquel libro ni me reconcilié con mi interior. Hice rico a un psicólogo y aprendí que todos contamos siempre una parte de nuestras historias.
Pero descubrí, cuando no entendí al último cliente, que dejé de crecer.
Por eso dejo de escribir.
Es el mismo motivo por el que he dejado de querer, aburrido de no encontrar un refugio ni un final feliz a 8 años de blog. Aburrido de perder.
Hasta que vuelva a recuperarlo, es un hasta luego. Quizá sea un hasta luego muy largo.
Pd: Este soy yo, antes de buscar un cigarro en los bolsillos. Os he querido, según corresponda, a todos.