Hace 16 años ya un grupo de musica ( bastante aceptable, por cierto) se hicieron famosos por el video.
maldiaparadejardefumar
...podria ser peor, podría llover.
Mal dia para buscar
17 de abril de 2025
Ok Go
14 de abril de 2025
El final del periodo de pago.
Hace unos días leí que hay quien paga 1000€ por una buena entrada para ver a Lady Gaga. Hoy me he encontrado la sorpresa que se puede solicitar una foto con Jennifer Lopez por 1210€ ( entrada y gastos de gestión aparte). Hoy he leído que el 60% de la gente que va al festival de Coachella pide créditos para asistir.
De todas formas es francamente curioso visitar las tiendas oficiales de algunos equipos de balompié donde ajustados trabajadores pagan 100€ por una camiseta con el nombre del crack de turno para su hijo pequeño o para ellos mismos. No he visto jamás a un multimillonario con una elástica de Cristiano Ronaldo pero sí que las he visto en las imágenes de las 3000 viviendas que aparecen en "Alerta Policía". Quiero suponer que también tienen, en el salón y junto a la foto de la comunión de la niña, su foto con Jennifer.
8 de abril de 2025
Los falsos directos
Dentro de los avatares de la vida y de las enseñanzas que a uno le llegan sin pedirlo y solamente fijándose en los detalles, tengo a bien conocer a un Comunicador. una de las cosas que hace, a veces, es guardar entrevistas en la recámara y programarlas en un determinado día. Al verle, desde el salón, da la sensación que a esa hora en la que ya estás pensando con qué ropa vas a dormir, está trabajando para entretenerte. Que mientras tu ya has puesto el piloto automático de vivir en vez de trabajar, él todavia lo hace. Efectúa preguntas. Pone pequeñas trampas, según la afinidad con el entrevistado. Hace algún chiste. Cambia el ritmo de la tele e incluso, a veces, deja que el invitado se meta en charcos para ver si, de ahí, sale algún viral.
Lo cierto, analizando los detalles, es que no es directo. El truco, que es fácil como una navaja de Ockam, es llevar la misma ropa con cada uno de los invitados. De esa forma la cabeza del espectador asume que es el mismo instante pero no lo es. Es, lo que se llama, un falso directo.
En un falso directo no se miente, porque no se da la hora. Tampoco se dice la verdad al respecto, porque es irrelevante.
La mejor manera de robar, según mi teoria de cumplidor de las normas, es aparentar que no sucede nada. Supongo que la actitud, vacilante y atenta, de algunos ladrones es lo que les delata. La mejor forma de colarse en una fiesta es no esperar la cola, acercarse a la puerta, dar las buenas noches y pasar orgulloso al lado de los de seguridad, Actuar, en realidad, como si fuera algo que tienes asumido como lógico y que han de detener desde la contraparte. Si no das cancha al análisis y la obligación de detención por el adversario ya tienes algo ganado. Es empezar un partido con un gol a favor.
Una de las cosas que tiene la tecnología, aparte de la eliminación de puestos de trabajo por el abaratamiento de costes, es su capacidad de generar falsos directos a cualquier hora del día. Puedes conversar con una inteligencia artificial a la hora que te de la gana y sobre el tema que te de la gana sin que te lleve mucho la contraria y, sobre todo, con la principesca sensación de ser el centro de dicha interacción. Te puede haber gritado tu jefe por inútil, rayado el coche un repartidor en patinete, abandonado tu pareja o incluso quedarte sin leche en la nevera porque cerraron el supermercado justo cuando llegabas pero enciendes tus dispositivos electrónicos y ahí están, diciendo que ese contenido es para tí. Que ese premio es tuyo si pulsas el banner. Que han buscado canciones que saben que te gustan. Que eres especial, en definitiva. Y si, es una máquina. Podríamos decir que es un falso directo. Sin embargo juega con saber que es algo que te reconforta.
En oposición a un mundo en el que hay que lidiar contra la irrelevancia, la tecnología bombardea con la idea de que eres especial y que lleva todo el día esperando que llegues a casa para darte tu serie, tu canción, tu premio o tu noticia favorita.
Es mentira como el falso directo, pero una parte de nuestra cabeza ignora esa obviedad e intenta dejarse llevar por el espejismo.
Como una prostituta amable y servil las mentiras que nos hacen sentir especiales, aunque sea un rato, resultan ser las drogas tecnológicas en las que vamos cayendo cada día hasta que nuestra cartera se queda vacía. Y la cartera tiene nuestro dinero, o nuestros datos personales, o nuestros gustos que van a ser vendidos a otros postores. A veces pagamos simplemente con el tiempo que dejamos de emplear en ser nosotros mismos.
Resulta desconcertante cómo los falsos directos, en el sentido más amplio de la palabra y con trucos sencillos pero efectivos, son mucho más habituales de lo que pensamos. No estás hablando con una persona de la misma forma que esas entrevistas no las están haciendo ahora. Y, sobre todo, nada de todo eso que te juran que es exclusivamente para ti, como una oferta de último minuto, es para ti.
Eso sí, es mucho más entretenido creérselo.
7 de abril de 2025
El futuro sentimental
Hace algunos años devoré, con curiosidad nostradámica, aquel documental de "La teoría sueca del amor" donde se diseccionaba la manera solitaria, quizá egoista y absolutamente triste que tenían los suecos de relacionarse. Daba, como es de esperar, unas pinceladas del cuadro al óleo descorazonador de nuestro futuro social. No éramos gordos, sedentarios y poseídos por pantallas como en Axiom (la nave de Wall-e), aunque casi.
Hoy comentan, en esas noticias de relleno que nos afectan más de lo que parece, que el modelo convencional de pareja está en retroceso y que el número de reservas en los restaurantes para una sola persona está en un crecimiento contínuo. Sí que es verdad que aunque en EEUU eso ha subido un 50% y en Reino Unido un 15%, en España solamente somos un 4% más. Es que en el mediterráneo somos muy de juntarnos, aunque sea para criticar a un tercero.
Eso me ha hecho recordar el fenómeno de los Johatsu. Esos son los más de 100mil japoneses que han desaparecido de sus vidas en los ultimos 40 años y que, además, no quieren ser encontrados.
Siempre me recuerda, en parte, a la serie, para mí de culto "Caida y Auge de Reginald Perrin" ( que dispongo en formato DVD) de 1976. Reginald, cansado de su vida, decide desaparecer y volver. La moraleja es que, después, la vida vuelve a resultarle aburrida y carente de interés. Supongo que es porque cuando escapas de algún problema tienes que pensar si acaso el problema lo llevas contigo.
5 de abril de 2025
Palisades park ( canción, cortometraje, historia, cine)
La letra:
Alguien gritó.Todos los sueños de Jim Jeffries.Explotan en un puño negro.Él cae al suelo.Mira hacia el cielo.Y tal vez desearía saber por qué.Pero ya no puedes volver allí. El futuro suena tan loco.Todos escuchamos esa canción antes.Mañana es el nombre que cambiamos de ayer para culpar.Cuando el tren ya no se detiene aquí.Me quedé con los ojos brillantesI.En la montaña rusa.
Andy dijo, 'Hombre, necesito un descanso del mundo exterior'.Estos días mi vida solo se desvía. A través de una máquina de pinball.Podría hacerlo mucho mejor. Pero no puedo salir del tilt. Y hay una fotografía en la TV, en blanco y negro. Andy te dice algo. Jack Johnson cabalgando en Reno, Nevada.
¡Caray, a veces me olvido de mí mismo también!. Pero más allá de las puertas. Donde estamos durmiendo . Bueno, la reina blanca se arrastra. El gato macho está espiando. Ahora no estoy rompiendo. El tren solo está temblando. Nunca llegué aquí antesI
Y hay un ratón salvaje girando a las chicas. Hasta que ya no pueden más. Solía soñar en la oscuridad, en el Parque Palisades. Sobre los acantilados y entre las chispas
Es una vida larga.Llena de noches largas. Pero no es lo que estaba esperando. Todos han visto a los caballos zambullirse en la orilla. Es un milagro que ya no los hagan más
Así que. Maquíllate, nena. Despierta, bebé. Entraste al bar como una estrella de sábado.Recta como un clavo en tacones de aguja y nervios. Y eres un orgullo del centro, completamente amplificado Clyde. Apretada por el gin y envejecida, pero bien conservada.Recuerda a Andy afuera de tu ventana del dormitorio. Diciendo, 'Vamos, crucemos hasta los Palisades. Sigue hasta llegar a Reno, Nevada. No veo a Andy tanto estos días. Aún hay páginas detrás de las pilas de acción
Donde la reina blanca se arrastra. El gato macho está espiando
El tren no se está rompiendo
La vía solo está temblando
Nunca llegué aquí antesI
Y hay un cohete girando al mundo
Hasta que ya no puedo más
Y llevas esa chispa del Parque Palisades
Sobre los acantilados y hacia la oscuridad
Es una vida larga
Llena de noches largas
Pero no es lo que estaba buscando
Todos sueñan con caballos volando por la orilla
Es una pesadilla que ya no tenemos más
Hombre.¿Has visto a Andy?. Oye hombre, oye hombre ¿Lo has visto por ahí? Oye hombre, ¿has visto a mi Andy? Oye hombre, ¿lo has visto, has visto a
ella? lo has visto, has visto a ella Oye, ¿has visto a Andy por ahí?
Vestido con un chaleco de pirata Todo cuero, plumas y perlas
Andy dijo, '¡Mírame, hombre! Estoy cocinando Estas manos podrían tocar este mundo entero Dijo, 'Sal afuera Sal de tu ventana del dormitorio Deslízate por el escape de incendios Y di adiós
'Sal afuera' Andy dice, 'Estoy vestido como Edie Cambiando todo el tiempo Mis manchas de leopardo a lunares 'Y di adiós' 'Sal afuera' Bueno, tal vez podamos mudarnos a California Solo encuéntrame en el metro 'Y di adiós' 'Sal afuera' Los policías piensan que estamos locos Si te quedas, solo te casarás Con una chica que nunca te conocerá Y luego di adiós
Oye hombre, ¿has visto a Andy?
La perdí en el sol
Estaba alto como una cometaI
Pero solo encantadora en blanco
Hombre, puedes perder a cualquiera
Oye oye hombre, ¿has visto a Andy?
No sé a dónde se fueI
El amor real sobrevive al deseo adolescente
Podríamos mojarnos y nos mantiene calientes
El amor es como polvo de ángel
A veces encantador nos cambia
A veces no
¿Has estado anhelando con confianza o solo?
¿Te has estado despertando con lujuria?
¿Nos has estado inventando o solo
Llevándonos a casa?
Es una larga espera
En un semáforo largo
Autos congelados en vuelo
Todo el tráfico se detiene para mirar
En un paso de peatones en Reno, Nevada
Donde no hay nada más que aire
Y un par de alas de papel gris
Andy piensa que no tengo nada que ponerme
No tenemos nada nuevo y
No tenemos nada que ponernos.
No tenemos nada que ponernos.
No tenemos nada que ponernos.
La teoría de sacos.
Coño. El otro día estaba oyendo música de una forma bastante aleatoria y llegué a una agradable composición. Se la envié a un cómplice de canciones y da la casualidad que, al descubrir que estaba cantada en euskera, me preguntó si acaso yo era independentista, En el caso de ser independentista, por lógica, debería de odiar a España. considerarlo un estado opresor fascista y ver con ojos tolerantes matar guardias civiles junto con sus hijos con cobardes bombas lapa cuando les llevan al colegio. Joder, si yo sólo había disfrutado de una composición musical.
Todo resultó desconcertante pero intenté esquivar la situación cambiando de escenario. Salí a la calle y encontré, cosa que ultimamente no es sencillo, un periódico en papel junto con un café en el bar debajo de casa. Mi vecino, que se escapa de casa por las mañanas con la excusa de sacar al perro, me encontró sumergido en las noticias y mientras su animal lloriqueaba atado en la puerta, se hizo el interesante preguntando sobre mi opinión acerca de la sociopolítica. Justamente me encontraba en una página que analizaba la bajada de pobreza argentina y cómo la desregulación de los alquileres había logrado abaratar la vivienda por allá. Mayor oferta implica que los dueños se vean obligados a bajar los precios. "Así que tú eres de Milei, ¿eh?"- afirmó sin que yo hubiera dicho nada. "Te encanta estafar al pueblo con criptomonedas falsas y acabar con las ayudas a los pobres. No sabía que mi vecino era un facha". Me quedé un tanto picueto por cómo repetir un dato me había metamorfoseado en alguien que desea alegremente asesinar a los saharauis que aparecen en pateras en las playas de Canarias.
En ambas situaciones alguien me había metido en un saco en el que yo no había pedido entrar, pero necesitaban incluirme en una especie de pack.
Cuentan que, en cuestiones de tráfico, tendemos a comportarnos respecto del resto de los automovilistas como nos indican sus vehículos. Si se nos acerca un Bmw con más de 15 años y un alerón damos por supuesto que lo conduce un chalado poseído por las drogas. También es cierto que si nos ponemos al volante de un Citroen 2cv con suspensión neumática no se nos pasa por la cabeza acelerar a tope. Explican, en más de un artículo de expertos, que si llevas un Seat Leon amarillo con cristales tintados también llevas un cartel para que te paren en cada control. Luego nos extraña que los primeros que paren en una redada sea a los adolescentes con pinta de norteafricanos, pero es el mismo mecanismo mental.
Hay algo que es cierto: lo que creemos que hacen los extremos que no nos agradan suele ser mentira. Ni los que hablan euskera se juntan por las noches a preparar asesinatos indiscriminados de niños, ni los políticos democráticamente elegidos de una supuesta derecha ordenan ahogar inmigrantes, ni los que tienen un Bmw van drogados adelantando por la derecha, ni el Psoe establece una organización de ruina para España, ni los marroquíes llegan a tu barrio con la firme intención de robarte a ti. Algunos casos se dan pero, la verdad, es que no es lo habitual. Es más, los más imbéciles de todos los extremos se comportan como creen que lo hacen los imbéciles del extremo contrario porque necesitan ratificarse en su extremismo. No es más que las acciones que hacen para intentar pertenecer a un grupo por encima de cualquier razonamiento intelectualmente defendible.
No existen los malvados infinitos aunque sí los estúpidos infinitos.
El problema, como casi siempre, reside en la incómoda sensación de convertirse en un paria. Somos seres sociales, aunque algunos lo seamos menos. A nadie le agrada que le denominen asesino, facha, yonki, ladrón o miserable. Quizá por eso existe una línea, cada vez mayor, entre la verdad y el discurso público. Nos sentamos, con una cerveza al sol, a explayar argumentarios dignos y elaborados que nos dejan en buen lugar con nuestros vecinos en vez de decir lo que pensamos de verdad. Muchas veces, incluso, nos pasamos por el arco del triunfo las realidades empíricamente demostrables para poder mantenernos en nuestro podium moral. Hay quien es capaz de afirmar, sin ningún rubor, que nunca jamás una mujer se lo hizo pasar mal a un hombre y que ninguna persona que llega a España sin trabajo y sin dinero haya cometido algún delito. Hay quien insiste en que todos los que no nacieron en la maternidad de su barrio son delincuentes y que las ayudas públicas son pagos aplazados a votantes vagos. Hace unos días un militante del colectivo gay me juraba que por dignidad de género debía de estar a favor de Palestina. No por la propiedad histórica del territorio o los escritos ancestrales de una cultura milenaria, sino porque es gay. "Precisamente por eso no creo que sea ya que Israel ha ganado Eurovision orgullosos de un homosexual y en Palestina les apedreaban". Me insultó casi como si yo hubiera programado un dron contra la casa de catorce niños muertos.
Cualquier barbaridad antes de mostrar debilidad dialéctica.
Sin embargo vivimos en una sociedad que necesita, como un terraplanista o un presentador de la sexta, simplificarlo todo. Si un día, por lo que fuera, Irene Montero dice algo que pueda compartir no significa que quiera matar a los hombres. Es más, puedo estar de acuerdo con algo que diga Abascal y no desear matar negros. Querer un carril bici de acuerdo con un concejal de Bildu pero aceptar que las independencias son cobardías territoriales. Hay maricas en el PP y puteros en el Psoe, violadores en las izquierdas y ricos que son buenísimas personas. Mujeres que mienten. Hombres acosados. Hay un ciclista que no se salta los semáforos y un jubilado que cruza por el paso de cebra. Existe, al menos, un cuidadano que no se preocupa de quien dice qué sino lo que dice. Es más, que incluso valora lo que hace el que lo dice, independientemente del saco en el que le pusieron antes de hablar o de hacer.
Pero es más fácil usar la teoría de sacos.
Si dices algo que dijo A, eres como creo que es A. Sencillo. Aunque no sea verdad. Y si yo soy de B, toda la maldad la tienen los A.
3 de abril de 2025
Un mundo de odiadores.
No niego, y tampoco lo vas a hacer tú, que en más de una ocasión has sentido las irrefrenables ganas de acabar con todo. De comprar, en Aliexpress, una bomba termonuclear y hacerla reventar de forma indiscriminada expandiendo el odio que te carcome por dentro.
Los pistoleros de tercera división no son muy diferentes, salvo que su universo son los pasillos del instituto.
Tampoco son de otra pasta los tuiteros o los odiadores anónimos que únicamente desean destruir casi todo. No hay muchas reseñas de dos estrellas y media. Son de cinco o son de una. Vivimos en un escenario en el que las cosas son absolutamente perfectas y maravillosas, que ninguna lo es, o son una mierda pinchada en un palo que merece todo nuestro desprecio y su eliminación inmediata. No puedes decir que un disco no te gusta, sino que quieres que lo dejen de vender. No puedes estar en desacuerdo con quien no piensa como tu, sino que hay que cancelarlo. Eso, aunque sea de forma digital, es coger el fusil de tus opiniones anónimas y disparar a matar. Pensándolo con perspectiva viene a ser como cuando alguien te presenta al amor de su vida y cuando te la encuentras, seis meses después, te asegura que lo que más desea es que su ex esté muerto en una cuneta mientras se lo están comiendo los coyotes.
Con Elon ha pasado algo parecido. Hasta hace no mucho tener un coche de esos con mucho software, mala ingeniería y cargador de pared era algo que algunos casi se ponían como pegatina en la cara. Los compradores de coches Tesla ( en particular) eran como los veganos que te intentan convencer de las bondades del brócoli a todas horas. Disponer de uno de esos vehículos no era, solamente, una decisión de motor sino de ideología. Significaba ser sostenible, preocupado con el planeta, por supuesto de izquierdas, inclusivo y solidario. Luego resulta que quien personalizaba esa idea era un derechón capitalista y ahora tener uno de sus coches es ser un insolidario fascista hasta el punto que algunos ven una reivindicación quemar la propiedad privada de su vecino, si es que tiene uno de esos vehículos. Obviamente no es ni una cosa ni la otra pero los vientos culturales obligan a posicionarte en alguno de los extremos. También es lógico admitir que resulta mucho más sencillo destruir el coche de tu vecino que ahorrar para comprarte uno. Es mucho más fácil odiar que amar. Arrasar que construir. Criticar que hacerlo bien.
Los mediocres son mejores odiadores.
Desconozco si lo s que sucede en España es algo que pase en el resto del mundo. Somos un pais de envidiosos, eso está claro. Si hay algo que no soporta un español es que le vaya bien a su vecino. Aunque su vecino se vaya a trabajar cada vez que te levantas a mear a las seis de la mañana y lleves de baja dos años. En España hemos aprendido a despreciar a quien saca un poco la cabeza. Odiamos a quienes han triunfado y siempre vamos a buscar una excusa que desprecie su inteligencia, sacrificio o suerte. Odiamos a los ricos, a los guapos, a los que se han comprado un coche nuevo o un piso con terraza luminosa y amplia. Queremos ser ellos pero, como no lo somos, les odiamos. Juramos que han robado, matado, explotado, sodomizado o prostituido para llegar a algún lugar en el que nos gustaría estar. Les ponemos una sola estrella y deseamos que sean destruidos. No nos oímos el disco o visto la película de su vida, solamente deseamos que mueran, que sufran, que les salgan varices en la zona genital con mucho picor y eso será lo mejor que les deseemos. En una concepción de distribución de la pobreza, preferimos ser todos igual de pobres a que haya alguien, que no seamos nosotros, que esté mejor. El español medio es feliz si todos a su alrededor están peor. Te mira con cara de compasión y empatía pero después, sentado en su sofá, prefiere que te joda la vida a que le joda a él. Es un curioso comunismo social en el que todos pobres y todos mal: bien. Así que, cargados de rencor, somos una sociedad de mediocres que odian con ganas. Insultan mejor los argentinos, pero es que estaban peor.
27 de marzo de 2025
Alicia, el alcohol y el móvil.
Maria del Carmen es una madre soltera emponderada. Trabaja, con la intensidad que su energía le permite, para que su única hija, fruto de un fracaso con el hijo de perra machista vago y cabrón que fue su desaprensivo marido, salga adelante. Alicia, que es el nombre de la adolescente, apareció en casa el sábado cuatro horas tarde, vestida como la Jennifer, borracha como una macarena, sin un euro, tras haber perdido el móvil y en un Bmw de cuarta mano con los tubos de escape cambiados para rugir más.
Obviamente el domingo por la mañana la situación es un tanto tensa. Alicia está sentada, mal desmaquillada, en la mesa de cocina con cara de no saber si está ahí o saliendo de una anestesia general en un hospital comarcal de Nueva Guinea, donde la sedaron con peyote. "Me han robado el móvil. Necesito otro"- dice en voz baja. En un primer intento Maria del Carmen se mantiene con cierta fortaleza y está firmemente convencida de no tolerar ese desdén. ¿Donde te lo han robado?-pregunta- No sé, por ahí- obtiene como respuesta. -Eso es que has andado sin cuidado- . -Claro, ahora va a ser todo culpa mia. ¿Qué culpa tengo yo de que la gente vaya por ahí robando cosas?. ¿Te crees que yo quiero que me roben el móvil donde lo tengo todo?-. Alicia ha adoptado el rol de víctima indignada castigada por el sistema cruel y deshumanizado. -No estoy diciendo eso, cariño- aplaca su madre en modo pérdida de discusión- pero quizá hay que tener más ojo.
-De todas formas- sigue Alicia en su razonamiento- ya no cargaba bien y había que cambiarlo.
-Pero si tiene menos de dos años.
-Había que cambiarlo
-¿Y qué tienes ahorrado?
-¿Yo?. Pero si me paso el día estudiando y no tengo trabajo. Yo no tengo.
-Entonces no hay móvil.
Alicia se levanta como si tuviera un resorte. -¿Y qué hago?. ¿Me muero?. ¿Como voy a hablar con mis amigas y cómo me van a enviar los deberes del colegio?. No tendré vida social, no podré estudiar y nunca llegaré a nada. La verdad es que jamás te puedes poner en mi lugar.
Tras ese silogismo catastrófico en el que la responsabilidad del desarrollo personal de tu descendencia cae sobre las espaldas de un dispendio económico, surge la duda.
El lunes siguiente Maria del Carmen toma un café con sus compañeros de trabajo. Les cuenta que la delincuencia está por las nubes y que incluso su hija, modélica como ninguna, sufrió un atraco al salir de la discoteca sin alcohol a la que va los sábados. Que se le abalanzaron unos muchachos de origen sospechoso y antes de ser violada les dio el teléfono. Que le acababa de comprar uno nuevo, de ultimísima generación y con una funda de diseño, porque su hija no se merece un móvil de 150€ , sino de mil porque de esa forma estudia mejor y sacará mejores notas. Por eso, precisamente, había pedido hacer un doble turno en el trabajo y que esperaba que el miserable de su ex pagara la mitad de ese imprevisto.
Es curioso pensar que una generación que ha crecido con el drama de Marco sin encontrar a su madre, Heidi con su amiga paralítica, la casa de la pradera, Chanquete y la madre de Bambi muriéndose e incluso la muerte de Fofó, sea una generación tan flojeras.
Dos semanas después y cuando ya amanecía el domingo, Alicia llegó a casa en un estado lamentable y con la pantalla del móvil rota. "Es que me has comprado el de 128gb y si no es el de 256, no me vale".
Otra vez en vez de hablar del problema de verdad se quedaron discutiendo sobre advenimientos tecnológicos. La mejor forma de no solucionar un problema es quedándote en otros detalles del conflicto. Es como discutir muy fuerte sobre de qué color pintar los tanques sin hablar del motivo por el que hay que ir a la guerra o no.
25 de marzo de 2025
Vivir es ir en moto un frío día de lluvia.
No sé si alguna vez has ido en moto en un día de meteorología complicada. Uno se prepara, se abrocha la chamarra, se ajusta los guantes, se cierra la visera del casco y arranca. A partir de ahí lo único que queda es devorar kilómetros. Entonces descubres que hace frío y los dedos se entumecen, a veces hasta el punto de quemar por la baja temperatura. Los mueves sobre los puños pero no puedes soltarlo porque te vas al suelo si no lo haces con cuidado. En ciertas ocasiones sueltas una mano y la metes bajo el culo, pero tampoco es una gran solución. Sin embargo no es lo peor. Una de las peores cosas es cuando se empaña la visera y lo hace por dentro. Mucho peor si eso sucede con lluvia porque al abrirla para desempañarla se moja. Lo que haces es respirar poquito valorando si puedes alcanzar una velocidad que permita que los agujeros mágicos para el flujo de aire hagan su trabajo. La lluvia no es una buena compañera. Una sensación torturadora es notar, fría como el corazón de aquella mujer de la historia, una gota que se sitúa en la base del cuello y va deslizándose por la espalda sin poder hacer otra cosa más que sentirla. Es como estar atado con correas a un sillón inquisitorio mientras el verdugo abre en dos la columna vertebral.
No sentir las manos. Apenas poder diferenciar objetos con la vista. La humedad en la espalda y notar cómo la humedad encharca los dedos de los pies porque no te pusiste las botas adecuadas.
Sin embargo ir en moto es una actividad deliciosa. Supongo que es como vivir, pero sobre dos ruedas. Está lleno de sensaciones incómodas de las que uno no se puede librar excepto si encuentra un lugar donde detenerse, pero parar solamente es demorar lo que va a suceder. Por eso, quizá, los moteros casi siempre llegamos al final de la ruta, aunque sea embarrados. Yo he conducido de noche por largas carreteras de Castilla, he subido puertos detrás de quitanieves, se me han puesto las uñas negras por el frío y solamente un par de veces he terminado fumando un cigarro debajo de un puente jurando que soy el motorista más imbécil que conozco.
Creo que es algo parecido al montañero que disfruta de coquetear con las inconveniencias o el deportista que entrena en días de aguacero. Al final queda un extraño regusto de saber que fuiste capaz de hacer aquello que te propusiste por mucho que el universo confabulara en tu contra.
Una de las cosas que se ve, los días de lluvia en ciudad, desde dentro del casco, es la forma entre condescendiente y cómica en que miran a través de las ventanillas de los coches. Unos ponen ojos de "pobrecillo, que no tiene coche" y otros de "hace falta ser gilipollas". Da igual que llegues antes o que no tengas que pagar aparcamiento, eso no entra en la ecuación. Una de las máximas del ser humano es ratificarse en sus decisiones y procurar considerar, por defecto, que su decisión es la correcta. Al fin y al cabo no se mojan, derrapan menos, disponen de calefacción y en caso de colisión están menos predispuestos a fracturas. El confort siempre es un punto a favor. Es la baza que yo uso para afirmar que prefiero ver, con una copa, el mar cantábrico a bañarme en el helador mar cantábrico. Con lo cual no quito que alguien considere maravilloso bracear entre las olas cada día del año siempre y cuando no me quiera obligar a vivirlo en primera persona de la misma forma que yo no obligo a nadie a coger curvas con inclinación de más de 45 grados. Desafortunadamente vivimos en una sociedad incapaz de tolerar con esa facilidad las elecciones ajenas y que se empeña en prohibir actividades por tu bien. Prohibir, muchas veces, es poner trabas. Cualquier día seré libre de fumar y de conducir la moto previo pago de más de un impuesto disuasorio.
Lo único que quería contar es que conducir la moto en un primaveral día de tiempo adverso es algo parecido a vivir. Con algo empiezas, has de estar atento para no caerte, te tienes que sobreponer a los elementos y hay una cierta satisfacción al llegar al destino, incluso cuando solamente has salido a conducir sin rumbo. Eso si no te caes.
17 de marzo de 2025
Tanto aportas, tanto recibes
En cierta ocasión alguien me comentaba que estaba muy mal pagado su trabajo. Eso es algo muy español porque no conozco a nadie que afirme, incluídos futbolistas, que le pagan mucho más de lo que merece. Entonces, haciendo gala de mi pacto con el diablo, pregunté que cuánto de beneficio consigue para su empresa. Que si su trabajo se convierte en un beneficio superior, aunque sea un euro, a la cantidad por el que es recompensado.
Tras un momento de duda se fue a la afirmación estandard: yo hago lo que me dicen que tenga que hacer.
Quizá mantengo una visión anacrónica de la función del trabajo pero siempre he mantenido que si la empresa gana, ganamos los que trabajamos en ella. Que la justicia es que sea una ganancia proporcional al riesgo o al esfuerzo aplicado y que la función de la empresa es una función de mejora ( investigación, etc..) o la búsqueda de un beneficio. Quizá porque si la empresa dispone de dinero podrá pagar salarios mayores. Sin eso, salvo que sea Tesla o cualquier compañía pagada con el dinero de los contribuyentes, es imposible la subsistencia.
Es por eso que, en realidad, hacer la cuenta de la vieja en la que se separa lo que recibes y lo que aportas, es lo que nos da la visión adecuada a la viabilidad del sistema.
En Dinamarca, allá por el 2018, hicieron un análisis en esos términos. Pusieron una gráfica, basada en datos estrictos, donde por encima de la línea del 0 se aporta al sistema y por debajo se recibe del sistema. En las edades tempranas, como se recibe educación y sanidad, el sistema es el que pone encima de la mesa recursos. Más adelante, una vez educados y colocados en un puestito de trabajo, se pagan impuestos como el rico que ya eres y aportas al sistema, estando por encima del punto de corte. Llegados a la tercera edad se empiea a cobrar pensión, asi que volvemos a recibir. Luego vas y te mueres.
Por curiosidad los daneses separaron esas gráficas por los orígenes de los contribuyentes llegando a la fascista conclusión demostrable que existe un grueso de personas que van cambiando sus residencias a fin de lograr el mayor número de beneplácitos posibles de los sistemas. Viene a ser como un cliente de bares que va de happy hour en happy hour intentando pagar lo mínimo por sus consumiciones. El problema está en que si el bar se aprieta hasta perder en esos momentos y no se toman copas en horario normal, terminará cerrando.
12 de marzo de 2025
Diógenes y vergüenza digital.
En algún sitio están guardadas todas y cada una de las soplapolleces que escribiste en un dispositivo electrónico en algún momento de tu vida. Muchas veces me pregunto el motivo por el que un americano rico o un chino avaricioso quiere tener copia de las ocurrencias que les envío a los amigos, los desgarradores mensajes de ayuda creados en algún momento y seguro que los borradores no enviados de las declaraciones de amor que, por orgullo o absurdo comedimiento aprendido, escribí.
En algún servidor, encriptado o de libre acceso, hay más de una foto que siempre negaré y tres o cuatro mil errores que parecían espectaculares en mi cabeza allá por 1998. Supongo que si nos viéramos, gracias a una máquina del tiempo hacia atrás, sentiríamos vergüenza. Si tengo escondida la orla en la que aparezco en el mismo flequillo de George Michael cuando se le suponia hetero, también quiero que desaparezca aquel momento en el que, vestido con un guardapolvo negro con hombreras, salía por la calle creyéndome el nuevo componente de Duran Duran.
Tecnológicamente hablando ese síndrome de diógenes digital que tienen las compañías modernas tiene que ver con la idea de poder revender o monetizar parte de esos datos. Programar un bot, aburrido y cotilla, para que se lea todas las mierdas y sea capaz de sacar conclusiones a partir de nuestros más íntimos comportamientos. Esas conclusiones pueden ser sobre lo que nos gusta comprar o vender, lo que nos apasiona o no y esos grados de separación que nos relacionan con el mundo. Cuando a ella le gustaba Depeche Mode a mi me aparecían opciones para comprar entradas de sus conciertos. Cuando, más tarde, ella se compró una moto, a mi me salían ofertas de naked. Desafortunadamente ahora estoy cansado de que aparezcan páginas para hacer feliz a los solteros y me jode, mucho, que me certifique una puta máquina sin sentimientos, que soy un incompetente sentimental.
Curiosamente los análisis de comportamientos llegan hasta el punto de poder determinar, con muy poco error, nuestra edad, capacidad económica, estado sentimental, salud, gustos, biorritmos y hasta hábitos sociales. El gps de nuestro móvil, las pulsaciones de nuestro reloj, el sistema operativo de nuestro ordenador y todas nuestras búsquedas. Pero también nuestras conversaciones, fotos y contenido de correos electrónicos. Nada es gratis en la vida.
Quiero pensar que, de la misma forma que lo pensábamos de los bibliotecarios que habitan los sótanos de los almacenes de los libros perdidos y se sientan en una mesa, con un flexo amarillento a leer, existe alguien en el extremo de los grandes centros de datos que, a través de su terminal vintage, pasa las horas viviendo la vida de los demás a través de sus mensajes encriptados. John Smith Washington, que logró con esfuerzo su master en análisis de datos, se dedica a fantasear con la vida de Jessica Wilkinson, de Oklahoma, a través de su azaroso whatsapp. Traspasando las normas básicas de confidencialidad ha decidido bloquear los mensajes de Gary Johhanson porque sabe que ese chico no le conviene. Ella cree que le ha bloqueado pero es el ángel de la guarda del centro de datos de Ohio, que la cuida anónimamente. Quizá no me llegaron tus mensajes porque alguien ha llegado a la conclusión que no te merezco.
Yo borro las conversaciones por norma. Es algo que me hace sentir mejor porque conozco el mecanismo de mi memoria. Ella es una aliada y es capaz de mejorar, ocultar e incluso inventarse recuerdos con la premisa necesaria de mi salud mental. Por eso mismo borro toda aquella literalidad, que vista en perspectiva es fría y avergonzante, y me quedo con el recuerdo de las sensaciones que aquello produjo en mi. Es mucho más bonito recordar un beso que verte besando torpemente.
Pero me produce pavor saber que en algún sitio están guardadas todas y cada una de las soplapolleces de mi vida digital, porque no tengo excusa. Era así y hoy soy otra persona. Si me sacas de contexto o juzgas un instante desde el presentismo, seguro que salgo a perder.
5 de marzo de 2025
José Ramón invade un país y le dan una pensión.
Vivimos tiempos extraños.
Si invades un país y vas por ahí matando gente, parece que te van a dar un trozo del territorio.
Si pierdes unas elecciones en Cataluña, te dejan organizar lo que sucede y te excusan cuando dices que quieres echar a todos los marroquíes y negros que vienen sin recursos a tu barrio. Claro que si aparece alguien que mete muchos goles, le abres las puertas.
Si vas por ahí atracando a las viejas y oKupando pisos, parece que hacen leyes que te protegen porque has puesto mucha cara de penita.
Si te has tirado cuarenta años defendiendo que matar guardias civiles es un daño colateral, te dan un dinerito público y te ponen el cartel de demócrata.
Pero claro, si te llamas José Ramón y has nacido en Burriana, no vas a ir por ahí invadiendo un país, como la canción. Tampoco has estado matando gente que no piensa como tú ni te has presentado a las elecciones. Tampoco te has metido en casa de tu vecina, que la señora Carmen es encantadora y no se lo merece.
Lo que sí que es verdad es que has procurado ser buena persona, esforzarte, estudiar y trabajar días que estabas enfermo. Has ayudado a subir la compra a la señora Carmen. Es más, hasta has considerado que pagar impuestos y cumplir las normas es una parte básica de la convivencia. Es, casi como un mantra, aceptar las normas y reglas que nos hemos puesto entre todos en el juego de la vida social.
Luego llega un día que descubres que el de la mesa del fondo se ha hecho delegado sindical, no viene al trabajo y además es intocable cuando hay que hacer ajustes en el trabajo. Te vas a tomar un café un domingo y te cuentan que han puesto el piso a nombre de la abuela para no pagar un impuesto que te ha hecho elegir pollo en vez de ternera las últimas semanas. Ves como tres niñatos en patinete y un tipo en bicicleta se saltan los semáforos mientras esperas, y te sacan un dedo si les pitas.Tu compañero vago de clase, cuando te lo encuentras, te habla de las vacaciones extra que se ha marcado porque ha pillado una ayuda a parados de larga duración. Rosana, con sus gafas de marca, se jacta del piso que le han dado porque denunció a su ex por machista cuando se estaban divorciando. No por malvado sino porque se acabó el amor y conoció a un cubano. Manolo ha cobrado un dinero de la empresa porque le despidieron al no ir, conscientemente, durante quince días y haberles denunciado por bulling.
Y José Ramón llega a la conclusión de que es imbécil. No porque no haya que ayudar a la gente que lo necesita sino porque se encuentra demasiados casos excepcionales a su alrededor. Siente, objetivamente hablando, que su esfuerzo, sacrificio y cumplimiento de las normas no vale para nada. Llega a la conclusión que si no paga impuestos, no va a trabajar, no cumple con la hipoteca, no ayuda a la vecina y no respeta los semáforos, no pasa nada. Es más, que si le pillan y pone cara de pena, asociándose a algún tipo de victimismo encontrado, hasta puede tener premio. Así que se plantea el motivo de la vida. Llega a la resolución que si es para vivir de la mejor manera posible, está haciendo el canelo. Sinceramente porque no hay nadie que tenga los huevos de joder a Manolo, Rosana, al del patinete, al vago delegado sindical o al oKupa.
La conclusión es lógica: José Ramón decide convertirse en un hijo de puta.
Si José Ramón fuese Putin invadiriría un país y la culpa no es de José Ramón sino de haberle demostrado que pasarse por el forro del arco del triunfo las normas tiene premio en vez de castigo. Que el castigo, en estos tiempos extraños, es hacer las cosas como se debe.
Ya sé que te crees José Ramón, pero.
24 de febrero de 2025
Sorprenderse es ser feliz.
Cuando se puso de moda Breaking Bad tuve una revelación: es una serie que triunfaba, sobre todo, en gente que no estaba acostumbrada a ver series. Viene a ser como mucho éxitos musicales, que triunfan en una mayoría de personas que no están acostumbradas a escuchar música ( Fito el malo, Leiva). Ese razonamiento lo llevé un poco más allá y llegué a la conclusión siguiente. Grandes artistas son: A) los que hacen algo por primera vez y, aquí está el quid, B) los que hacen lo mismo que otros antes, pero mejor.
Jimmi Hendrix, Led Zepellin o Chuck Berry hicieron algo nuevo. Madonna cogió algo que ya existía y lo profesionalizó. A mitad de camino está Michael Jackson, que unió el soul y el pop de una forma mágica, te guste o no. Los Smiths se atormentaron , pero fueron los de Seattle los que lo convirtieron en drama. Probablemente tampoco soy tan experto, en realidad no soy experto en nada, aunque sé lo que quiero decir. Existe un momento en el que muchas de las cosas dejan de sorprenderte porque tienes la sensación de haberlo visto antes, de haberlo oido, de haberlo saboreado, de haberlo sufrido. Cuando el primer amor termina todo es un drama. La sensación de final, la amarga y desconocida angustia de la soledad. La rabia, el desamor, la incapacidad de estar en todos esos lugares en los que has idealizado que fuiste feliz. Luego llega la segunda ruptura. Y la tercera. Y la treinta y dos. Entonces sabes que todas esas sensaciones ya las conoces y son incapaces de sorprenderte, como canciones que has oido o series que ya has visto, aunque sean con otros actores. Por supuesto que hay variantes y sorpresas magníficas, pero en la mayor parte de los casos no es nuevo. Deja de ser sorprendente. Deja de ser. Te enfría. Si nos viéramos por un plano secuencia infinito pareceríamos seres de hielo.
"Por si te acuerdas de mi te he apuntado en una barra de hielo mi dirección y mis mejores deseos"- dice una de las frases de mis canciones.
Afortunadamente existe una mayoría opuesta. Gente que se estuvo riendo mucho con "8 apellidos vascos" y que fue a ver "8 apellidos catalanes" y "8 apellidos marroquís", creyendo que no eran la misma infame y mediocre película. Después no entienden "un pez llamado Wanda" o no encuentran la gracia a "1941", "zombieland", "el jovencito frankenstein", "aterriza como puedas", "el mundo está loco, loco , loco" o "amanece que no es poco". Son títulos que se me ocurren sin pensar demasiado pero ejemplifican lo que quiero decir. Si no existiera esa gente no tendríamos más que las tres buenas de Star Wars, la primera de Rocky, ningún refrito de series conocidas y no se iba a producir ningún remake. Ayer dieron por la tele "el peor vecino del mundo" cuando la buena es "Ove", pero es sueca. Hay quien se cree muy original por comprarse un Alfa Romeo Junior, pero es un Jeep Avenger, un Opel Corsa, un Peugeot 2008 y un Fiat 600, entre otros. Cuando hay fans de Oasis que afirman que no les gusta The Stone Roses, no me valen como criterio. De todas formas hay una parte dentro de la psique del cerebro que parece necesitar de las sorpresas, aunque sean inventadas. Por eso todos conocemos a alguien que le encanta vivir de la emoción al drama como en una montaña rusa de sensaciones. También es verdad que lo mismo te envían unas fotos de amor infinito el martes y te lloran por la pérdida el viernes, hasta que se meten una raya de entusiasmo con algo que conocieron el sábado a las seis, antes de llegar a casa. Viene a ser como haber sido sometido a electroshock y volver a sentir el gusto de descubrir la comida que te apasiona, una y otra vez. Quizá es tan adictiva la serotonina desparramada por las terminaciones nerviosas que da lo mismo lo que lo genere porque lo que importa es la sensación. Vivo, muchos días, odiando la capacidad que tiene una mayoría de ser aparentemente feliz con globos que se pinchan o juguetes que ya estaban rotos.
Es envidia, lo sé.
Porque tengo más ganas de sorprenderme que de vivir, pero esa serie y ese disco ya lo vi antes. También hay conciertos en los que no me atrevo a entrar porque creo que no voy a ser capaz de entenderlos, pero eso es otra parte del cuento. En el 2025 se espera una película de Superman, otra de Avatar y alguna entrega de Jurassic Park. Ya verás como María del Carmen te intenta convencer de lo mucho que se ha sorprendido con cada una y, después, te presentará a su nuevo amor de esa semana.
21 de febrero de 2025
José Ramón, Manolo y la caída de Atenas.
José Ramón siempre fue un hijo de puta. Desde que pegaba a otros niños en el colegio hasta que robaba en los supermercados e insultaba a sus vecinos. Nunca lo ocultó. Si alguien le preguntaba si esta o aquella fechoría la había hecho lo aceptaba, porque era su naturaleza. No una enfermedad ni una excusa, simplemente era así.
Manolo, por el contrario, era el típico niño que hacía sus deberes y pasaba el balón a los que no metían goles, pero era necesario para que se sintieran partícipes del juego. Más tarde, cuando la adolescencia da paso a las charlas entre amigos que intentan solucionar el mundo, era ese amable interlocutor al que se le llenaba la boca con un mundo mejor y un futuro basado en el equilibrio, la bondad y la moralidad. Manolo demostraba estar lejos de las necesidades mundanas como el dinero y el sexo sin amor. Manolo montaba en bicicleta con alguna de las camisetas reivindicativas que poblaban su colección.
Los años, como algo incontrolable, pasaron.
José Ramón se convirtió en un gestor empresarial. La vida y su carácter, como es lógico, le llevaron a buscar el beneficio para su empresa, aunque eso tuviera como consecuencia los despidos en malas épocas y la negociación contractual que fuera más rentable para sus objetivos. Al fin y al cabo los recursos son algo limitado que hay que intentar optimizar hacia el lado propio. Si para salvaguardar el balance se contratan niños bengalíes, se hace. Se casó y se separó, porque el amor tiene caducidades extrañas. Nunca se preocupó de si sus empleados se follan a gente de su sexo, del contrario o a una cabra. Se la traía al pairo, literalmente, si eran negros, blancos, árabes o adoraban a satanás. La rentabilidad era su único baremo porque, pensaba, el rendimiento es la base para que a todos nos vaya mejor.
Manolo avanzó hasta un puesto público de relevancia. Su manera de expresarse para con el mundo, revolucionaria y buenista, dieron con él en un despacho ministerial. Concilió y se casó, creando una familia feliz. Compró un chalet con jardín y zona de juegos. Un coche de siete plazas cuando no usaba el oficial. También hay que reconocer que en algún momento, fruto del estrés y de la propia naturaleza humana, se sintió atraído por alguna de sus jóvenes ayudantes, anonadadas por la admiración del líder. Nada que, a su parecer, no fuera lógico dada su excelsa superioridad moral para con sus enemigos. Con el tiempo los adversarios pasan a ser enemigos porque de esa forma se les deshumaniza. El acceso a recursos públicos, infinito porque todos los José Ramones pagan sus tributos, daba para pintar bancos de morado, llevar dinero a asociaciones interculturales de amiguetes hippys en países subtropicales y denunciar a todo aquel que no piense como él, acusándolo de algo tan grave como querer matar al planeta o a cualquier grupo minoritario víctima. Siempre hay una víctima para la próxima excusa.
Era de esperar que ambas concepciones del mundo chocaran en algún instante.
Cuando le hicieron una entrevista a José Ramón en la radio hizo lo que se esperaba de él: reconocer su propia maldad y pragmatismo abolutista sin ningún alarde al respecto. Manolo y su grupo de asesores decidieron investigarlo y, por supuesto, ponerle como ejemplo del descenso a los infiernos del mundo moderno. Sin haber incumplido ninguna ley le denunciaron por tener pocos hindúes y ningún evangelista en nómina. Le atacaron porque en los equipos de carga de sacos en camiones no había una sola mujer, sin decir que en los departamentos de diseño el 90% eran féminas. Pusieron un cartel en la calle con declaraciones de su ex, que le acusaba de ser un mal padre y que le llevaron a participar en tertulias televisivas donde ponía cara de tremenda pena porque José Ramón había reconocido haberla insultado. Cuando le preguntaron dijo que claro que lo había hecho porque ella le pidió el divorcio a la vez que le confesaba de llevar dos años follándose al jardinero, que era mucho más viril que él. Y eso, decía José Ramón, me enfadó. Se convirtió, sin quererlo, en todo lo malo. Malvendió la empresa y se marchó del país. Creó otra empresa en Nigeria y la volvió a hacer rentable.
Pero se guardó un as en la manga. Consiguió, a golpe de realidad que no de discurso, demostrar que Manolo contaminaba, se tiraba a sus becarias, acumulaba patrimonio, degradaba a sus subordinados, malgastaba dinero público, consumía drogas ilegales y rompía, sistemáticamente, todas las premisas morales que llevaba defendiendo, con furiosa cólera, demasiados años. Así que Manolo, acorralado, hizo un dignísimo comunicado en el que renunciaba a seguir liderando el país por presiones del malísimo enemigo. Eso sí, con una buena pensión pública porque Manolo nunca había aprendido a ser rentable.
El resultado fue, precisamente, el que se espera de una guerra: pierden todas las partes y, sobre todo, los civiles.
Así que llegaron los chinos, los americanos del norte, tres rusos y mano de obra india para quedarse con todo. Europa se volvió musulmana y la regla básica de la democracia consiguió que la mayoría hiciera suyo el destino común. En el año 3000 hablan de la Europa de los años 80 y 90 como si fuera Atenas, antes que lo arrasaran los Persas. O Roma, veinte minutos antes de la moda de las orgías, cuando Ramonum conquistaba territorios y Manolum se tumbaba a filosofar comiendo uvas.
16 de febrero de 2025
14 de febrero de 2025
El amor es hábito.
Me dijo que necesitaba alguien más afín.
Con los años y la capacidad innata para observar el mundo de una manera en la que hace tiempo que dejé de ser partícipe he descubierto que hay muchas formas de amar. El amor, actividad necesaria como respirar o comer, es tan variable como los gustos. Eso no es malo ni es un guión de una película. Es lo que es. El amor es aquello que existía antes del momento en el que sentimos un vacío. Es ese instante en el que queremos contar algo que nos ha pasado a alguien en particular, como si aquello que nos pasara fuera solamente verdad cuando es compartido. Es quedarse tranquilo sabiendo que alguien vigila por ti y sentir la ilusión de saber que la vas a ver sonreir cuando aparezcas con cualquier sorpresa, paisaje o calentar el café desde que suena el timbre hasta que llega a la puerta. Supongo que son las pequeñas cosas mucho más que los titulares de las películas románticas. Ni siquiera es una cuestión de pareja sino una cuestión de personas y, sobre todo, es verdad cuando es costumbre.
La costumbre es hábito y un hábito es "Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas." Dicho así puede parecer frío o puede perder la emoción cinematográfica de corretear por la playa, hacer el amor a la luz de la luna, besarse en medio de una avenida llena de ejecutivos que llegan tarde, encontrarse en un aeropuerto, aporrear las paredes con el beneplácito de los cuerpos o salpimentar la cocina sobre la encimera. Sin embargo cuando algo es un hábito, una costumbre, es algo imprescindible e irracional. Es algo que, como el tiempo atmosférico, unos días es bueno, otros es malo, otros es frío y otros reconfortante pero siempre está ahí y nos acompaña sin siquiera plantearnos que alguna vez no esté. Porque si mañana no está todo se convierte en un escenario blanco quirúrgico de desconcierto y vacío.
Amo a mi madre y aunque hay muchos días en los que no hablamos de nada, a las 21:30 nos llamamos. Es un hábito y es amor. Cuando no haya llamadas la tensión sobre los párpados será directamente proporcional al vacío. Por esa misma razón soy consciente de cuánto quise porque tengo la capacidad de sentirme vagando por la nada en los espacios que estaban poblados por aquella persona.
Pero, obviamente, esa es mi parte de la historia y solamente es la mitad del cuento.
No dudo que haya alguien más afín, más sorprendente, más viril, más rico, más disponible, más viajero, más sano, más listo y, sobre todo, más fácil. A veces la vida nos va pidiendo determinadas cosas y la facilidad es una de ellas. Las personas fáciles y predecibles, aunque menos emocionantes, son exitosas de alguna manera porque nos mantienen relajados ya que no dan para mucho más. En alguna ocasión me he dado de cabezazos contra la pared por vivir preguntándome el por qué de todas las cosas sin dedicarme exclusivamente a disfrutar de que sucedan. Muchas más veces, consciente de mis cien millones de limitaciones, me he quedado al margen convencido de, como un impostor, que no iba a ser capaz de hacer más feliz a quien estuviera cerca. Por eso, demasiadas veces, me escondo a mi cueva confinado para no contaminar a quien quiero de alguna infección que, como un hipocondriaco sentimental, estoy convencido de tener. También es una manera infame de amar y una representación de respeto extraño, aunque doloroso y, por supuesto, poco afín. Supongo que si te cuento mis miedos y lo pequeño que me siento ante la inmensidad de la vida, ya no me vas a ver igual. Y siempre quise sentir que estabas orgullosa de mi.
Que me convertí en tu costumbre.
El amor es costumbre, hábito. Hay muchas formas de amor aunque más de una vez te das cuenta tarde y por el vacío que se queda. Es la certificación exacta que ese hueco no lo va a llenar nadie, nunca. Porque cogió la forma, aunque esa forma no fuera afín. Puedes tener un coche nuevo más grande, más cómodo, más rápido y que te diga cosas mientras te lleva a los sitios, pero amaste a ese ruidoso vehículo de segunda mano que te dejó tirado en una carretera comarcal de Soria. Yo tengo etiqueta contaminante.