Marta quiere a Jorge, y es algo que no puede evitar dejar de demostrar, pero quiere más a un Jorge que desease: atento, formal y encantador. “He soñado que estaba embarazada y tenia una niña preciosa que me abrazaba”- me llegó a contar un día entornando un poco los ojos como quien busca una pausa para disfrutar aún más del momento. Pero Jorge no es así de perfecto. No la llama tanto como quisiera ni la dice tantas cosas como quisiera. Jorge es alto y algo delgado. Tiene una sonrisa pícara y supongo que le gusta jugar a no necesitar a nadie. Tampoco puede evitar quererla.
- Ayer fui a su casa y estaba con unos amigos
- ¿y?
- Y me parece muy bien, pero si voy a su casa es para que me haga algo más de caso, aunque yo lo entiendo, pero es que me molesta.
- ¿Y?
- Nada, pero me da rabia, porque siempre soy yo la que va y la que hace cosas, a veces creo que simplemente le resulta cómodo. Lo que pasa es que cuando me enfado y me marcho me manda siempre un mensaje y vuelvo, como una idiota.
Es la historia de siempre, la que me cuenta con rabia y con una pizca de conformidad.
Una vez apareció en mi casa enfadada, después de discutir. Me juraba no volver, no querer, no ser, no estar, no repetir… Y sonó el teléfono entre sus ropas. Sonaron palabras entrecortadas de habitación a habitación. Sonó: “si, pero”. Sonó: “por eso mismo”. Sonó, al final: “yo también”. Y después salió de casa hacia su punto de partida.
Marta reconoce que esperar es tan fácil que no sabe cual es la correa invisible que la ata a ti.
Pero eso mismo, más o menos claramente, esta es la base de tantas relaciones y he visto tantas realidades que ya he perdido la cuenta. “..que yo no soy Mickey Rourke, ni tu Kim Bassinger, ni tengo 9 semanas y media…”. Lo que quiero decir es que hay demasiadas bases en la cultura popular que apoyan esta teoría.
- Ayer fui a su casa y estaba con unos amigos
- ¿y?
- Y me parece muy bien, pero si voy a su casa es para que me haga algo más de caso, aunque yo lo entiendo, pero es que me molesta.
- ¿Y?
- Nada, pero me da rabia, porque siempre soy yo la que va y la que hace cosas, a veces creo que simplemente le resulta cómodo. Lo que pasa es que cuando me enfado y me marcho me manda siempre un mensaje y vuelvo, como una idiota.
Es la historia de siempre, la que me cuenta con rabia y con una pizca de conformidad.
Una vez apareció en mi casa enfadada, después de discutir. Me juraba no volver, no querer, no ser, no estar, no repetir… Y sonó el teléfono entre sus ropas. Sonaron palabras entrecortadas de habitación a habitación. Sonó: “si, pero”. Sonó: “por eso mismo”. Sonó, al final: “yo también”. Y después salió de casa hacia su punto de partida.
Marta reconoce que esperar es tan fácil que no sabe cual es la correa invisible que la ata a ti.
Pero eso mismo, más o menos claramente, esta es la base de tantas relaciones y he visto tantas realidades que ya he perdido la cuenta. “..que yo no soy Mickey Rourke, ni tu Kim Bassinger, ni tengo 9 semanas y media…”. Lo que quiero decir es que hay demasiadas bases en la cultura popular que apoyan esta teoría.
(Basado en la cancion Kina, de Los Piratas: Kina, la correa invisible que me ata a ti...)
2 comentarios:
Hay muchas especies de miserables. Están los asesinos, los canallas, los uxoricidas, los degolladores, los verdugos, los envenenadores, los parricidas, genocidas, y todos los demás -idas. Pero estos son fáciles de localizar y por lo tanto son fáciles de evitar.
Pero luego, hay miserables recónditos, ladinos, furtivos, solapados, que se enmascaran de honestos, se camuflan de héroes, se fingen generos y hasta se hacen
abanderados de la moral.
Por último, hay miserables y naturalmente "miserablas" que poseen correas invisibles, con las que amarran a otros/as miserables/as dependientes de esas correas invisibles; que sueñan que estas correas se difuminarán una mañana al despertar.
¿Pesadilla o sueño?
Las ataduras son pesadillas, las atablandas sueños son.
Y cuando rompes esa correa te das cuenta de lo fácil que hubiese sido hacerlo antes, quizá nos gusta estar atrapados
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