Mal dia para buscar

30 de abril de 2018

Esa España nuestra

Nunca he sabido si , en realidad, España considerada como lo que hay debajo de los Pirineos y sin tener en cuenta Portugal es una excepción al resto del universo. No lo sé aunque hay una parte de mi que cree que no, que la naturaleza humana es mucho más poderosa que las fronteras. Sin embargo nos encanta creer que la mierda que tenemos es solamente nuestra y que si salvamos la tortilla de patata (sin cebolla para mi) todo es un asco infecto.

Todos somos jueces y seleccionadores. Todos lo haríamos mejor pero nadie se atreve a hacer nada. Todos somos más listos, más altos, más graciosos y más limpios. Más trabajadores aunque soñamos con vivir tocándonos los genitales por las mañanas. Nos encanta regodearnos en nuestro fango de una forma casi de gorrino dispuesto a ser sacrificado por Campofrío.

Y somos los reyes de la excusa. Que si el sistema, que si los demás, que si estaba así cuando llegué, que si la culpa es del gobierno o de un alienígena que vino por la noche. Los nacionalistas antiespañoles, incluídos los que son de Albacete, intentan demostrar que sin España se vive mejor porque los del PP roban en Madrid y se deja a violadores casi en libertad aunque les metan 9 años y el 3% sea algo probado como las cremas de Cifuentes. Parece que buscamos, y es fácil encontrarlo, maneras de demostrar que somos un asco.

En los años 70, cuando España era un cúmulo de ciudadanos que se habían visto castrados por la cobardía de un dictador aprendimos a reirnos de Jose Luis Lopez Vazquez, de Alfredo Landa y de Paco Martinez Soria. De la Ramona pechugona y del tartamudo que se queda guardando una serrería jurando que no tartamudea si es que canta. También de quien hacía empanadillas en Móstoles. Ojo, que fue muy divertido y generó maravillas como Amanece que no es Poco.

Sin embargo tras ese extraño momento en el que nos creímos el jodido centro del mundo con las olimpiadas, la expo, los Rolling en el Vicente CalderónQueen en Barcelona y Manolo García cantando con Bruce, Tracy Chapman y Sting, llegó esa sinusoide lógica en la que no todo salía bien, en el que se dejaron de ganar trofeos y entonces, como buenos españoles, pasamos de creernos los mejores a decir que somos lo peor. Es muy mediterráneo vivir en los extremos. También lo es culpar a los demás. Zapatero decía, en sede parlamentaria, que eso de la crisis es una cosa de los americanos. Rajoy dice que es cosa de los catalanes y los catalanes que es cosa de Rajoy. Pablo está intentando convencer que la culpa es de todos los demás menos de él y mi cuñado asegura que todo pasa porque no le dejan hacer las cosas y eso incluye desde montar los muebles del Ikea hasta la alineación de las ruedas de Fernando Alonso. Tuve una amante, maravillosa y lejana, que está convencida que España va como va porque no mandan las mujeres y un amigo vegano que asegura que la industria cárnica nos lleva a la destrucción.

En España hemos aprendido rápidamente que la culpa siempre es de otro sin caer en la cuenta que el otro cree exactamente lo mismo.

Y si alguien acepta que se equivocó los demás ponen cara de obviedad y le señalan con el dedo porque, precisamente, no son ellos. Cuando acepté como errores mis decisiones incorrectas, me apalearon y hubo alguno que hasta me robó jurando que lo hacía por necesidad ya que había firmado un divorcio que le dejó a dos velas. La culpa era de su ex mujer aunque lo mío acabó en su bolsillo.

Es cierto que la generación que estuvo antes que nosotros siempre fue avanzando despacio pero a mejor. Que los abuelos empezaron sin nada y terminaron con un Seat 600 aparcado delante de casa y eso era un triunfo. Es cierto que no hemos sido educados para la frustración de dar algún que otro paso atrás o para aceptar que hay medallas que nunca ganaremos o que hay puestos de gerencia a los que no llegaremos, unas veces porque no tenemos la capacidad y otra porque nos equivocamos en las puertas a las que llamar.

La gran mentira "coelhiana" en la que si uno se esfuerza lo suficiente conseguirá todo lo que se proponga es una soberana estupidez que nos hace sentir bien hasta que nos damos cuenta que es mentira. En ese preciso instante en vez de mirar dentro nos gusta mirar alrededor buscando culpables. Si no fuera así no seríamos españoles. O humanos que necesitan de confabulaciones para justificar sus carencias.  Claro que poniéndonos zancadillas es mucho más difícil avanzar.  Pero si no fuera así no sería, como decía Cecilia, esa España nuestra en la que nadie quiere ser responsable de nada pero criticamos con una gracia considerable.  Reyes de los memes. Sentido del humor que no falte. En eso sí que somos muy diferentes de otros países: tenemos más gracia.

28 de abril de 2018

Las mentiras no descubiertas.

"Ha perdido la sonrisa. Ni en foto puede ya"- me dicen en un mensaje hablando del nuevo divorcio. De esa mujer que lo intentó porque no era un mujeriego ni un bebedor, porque no era un  mal tipo de esos que son fáciles de identificar pero era, en realidad lo sigue siendo, un pozo negro que cada vez se iba alejando más de eso que se supone que es un equipo de dos. De tres si hablamos del enano. En realidad tras mi primera expresión de pena siento una sensación de alivio. Ella es una mujer que me cae francamente bien y que siempre he creído que estaba sumergida en algo que no le corresponde. Viene a ser la misma sensación que tengo al pasear por mi ordenado, moderno, bien comunicado y racional barrio: que no pertenezco a él, que hay incomodidades que se amoldan con mucha más gracia a mi destartalada realidad. A veces la camiseta gastada nos hace sentir mejor que un buen traje nuevo, incluido el del emperador.

Es pequeña y delgada, con el pelo liso y rubio casi como si se fuera  romper en el caso de que se agite muy fuerte. En las comidas familiares ayuda a recoger y sabe pelar las gambas con los cubiertos. Se obliga a ser disciplinada, a no decir una palabra por encima de otra y si insulta lo hace con elegancia. No sé si alguna vez la vi en vaqueros y con zapatillas arrugadas, creo que no. Sin embargo estoy convencido que detrás de toda esa corrección hay alguien que disfrutaría llamando a los timbres, salir corriendo y riéndose detrás de la siguiente esquina. 

Hay demasiadas veces en la que estamos convencidos que ese organizado espacio en el que las fotos de la boda se acercan a las del bautizo del niño es el sitio al que pertenecemos. Hay muchas ocasiones que es al revés, que intentamos vivir una vida de aventuras cuando nuestro sitio está en el sofá viendo, otro sábado más, informe semanal. Nos empeñamos, no en una ni en dos formas, vivir en los  lugares en los que creemos que seremos felices y después de lograrlo descubrimos con amargura que no era así. Es muy complicado aceptar que una vez que se gana el campeonato del mundo aquel podium no nos satisface porque nos sentimos tontos después de tanto entrenamiento y tanto sacrificio

"Lo único bueno que tiene nuestra mierda de vida"- me dice desde un retiro soleado- "es que no tenemos de quien divorciarnos". Y aunque tiene razón hay un resquemor con la cara de todas nuestras derrotas en esa frase por mucho que seamos espectadores de los triunfos y los fracasos de los demás. Por mucho que supiéramos mucho antes que ella que aquello no podía nunca llegar a un lugar feliz sin el postureo de lo correcto. Por mucho que hayamos aprendido a diferenciar la verdad de los personajes.

En realidad es una conversación de actores que no han tenido nunca un papel de verdad. No hemos ardido nunca pero escupimos fuego. A veces conocer la verdad impide vivir las mentiras no descubiertas de las que se compone parte de la vida.

Lo curioso, lo descorazonador, lo fantástico y mediocre de la vida es que por mucho que nos empeñemos en una u otra cosa al final el sentido debe de estar en saber llegar al lugar al que verdaderamente pertenecemos y no al que creemos pertenecer. Hay quien empieza ese camino después de un divorcio y no precisamente hay que divorciarse de una persona. Ese es un detalle sin importancia porque algunos nos casamos con un trabajo, un sueño, una pesadilla o un recuerdo. O una colección de fantasmas que nos persiguen atándonos los tobillos para no poder correr.

Ni siquiera a escondernos detrás de la próxima esquina después de tocar los timbres.


23 de abril de 2018

Todo nos parece una mierda.


(Como se celebra el día del libro, os dejo un extracto de "Sé que eres un estúpido")


—Tenemos con nosotros a Roberto Martínez.

Aparece un tipo con barba, camisa, pantalón vaquero y casi con cara de aburrido. Quizá podría ser un tipo con mala leche continua que pide pan y no una baguette integral de media cocción.

—Roberto, no puedo evitar preguntar: ¿todo nos parece una mierda?
—Bueno. Hay que poner un título.
—Sí. También es verdad. Pero, digo yo, ¿no había otras opciones?
—Claro que sí. Siempre hay más opciones, pero Como sigamos así nos vamos a ir todos a la mierda, me dijeron que era muy largo. Así que aproveché el título de una canción pop.
—¿Realmente lo crees?
—Sí. De forma casi inalterable. En realidad, hemos perdido el control de nosotros mismos. Desde la estantería donde nos ponen los productos que debemos comprar en el supermercado hasta la manera que tenemos de aceptar una serie de normas que nos han ido imponiendo sin preguntarnos la lógica de las mismas. El libro es resultado de todos esos momentos y de todas esas situaciones históricas de los últimos años que nos han llevado por un camino que, si lo hubiéramos pensado diez minutos, no hubiéramos elegido y, sin embargo, es por el que vamos caminando.
—¿Y a dónde crees que vamos?
—¿Sinceramente? ¿Se puede decir a esta hora?
—Claro.
—A tomar por culo—dice después de un suspiro.
—No me das muchas esperanzas, la verdad.
—Vamos a ver. Esperanzas hay. Siempre hay esperanza. Pero hay muchas semanas en las que me siento delante de la pantalla, busco entre las noticias e intento encontrar algo que me diga que somos capaces de arropar entre todos a aquellas personas, propuestas o inventos que hagan mejorar al planeta. Y cuándo un tipo descubre una manera de potabilizar el agua de los manantiales de África resulta que no consigue financiación mientras hacemos millonario a otro que ha puesto un gancho en un palo para que tu prima se haga fotos donde salgamos todos. Eso me cabrea. Cuando lo explico resulta que también le cabrea a los demás, pero dos años después se siguen muriendo de sed en África y el inventor del palo está en su piscina lanzando chorritos por la boca como si fuera el mismísimo Manneken Pis o una ballena en medio de la opulencia del capitalismo. ¡Ojo!, que el capitalismo no está mal, pero no elige a sus héroes de una manera inteligente porque si alguien se hace millonario por acabar con las guerras, las desigualdades o el hambre, yo mismo estaría contento de que me pasara su triunfo por las narices, pero no, eso no pasa. Y eso es lo que me hace pensar que todo es una mierda.
—Hombre, visto así, sí.
—Pues eso mismo. Ahora hay elecciones. ¿Va a cambiar algo con nuestro voto? ¿Alguien no nos va a prometer la felicidad eterna o dos docenas de vírgenes a cambio de una papeleta? ¿Lo van a cumplir? Ni siquiera eso. ¿Lo pueden cumplir? Claro que no. No pueden porque, si lo pensamos con lógica, no es posible. No puede ser todo el mundo rico o todos guapos o todos altos o todos felices. No se puede. No hay una sola promesa de amor eterno que dure todos los días y no tendrá éxito alguien que prometa querernos los martes impares y el resto del tiempo respetarnos porque ahí estará, con los cuellos de la camisa por fuera, Tony Manero asegurando que nos puede dar todo siempre. A todas horas. Siempre. Para toda la vida.
—Entonces no crees en las promesas.
—No creo en las promesas imposibles o en todo aquello que suene a infinito porque es imposible. Es como creer que tú, que estás aquí cada noche, siempre estás de buen humor o que yo, que no hago más que quejarme, soy como has dicho antes: un hipocondríaco social.
—Yo siempre estoy de buen humor.
—Y si mi abuela tuviera ruedas sería un carrito.
—Vale. No siempre. Pero tú dices que las personas no son buenas.
—Al contrario. Creo que son buenas. Es más, creo que nos gusta creernos las historias y las promesas. Confiamos. Es algo que nos viene por naturaleza. Pero también nos viene por naturaleza ser permeables a los cuentos. Y la verdad nunca es un cuento. Creerlo y actuar esperando el final del cuento feliz, como si nos vinieran a rescatar siempre en corceles blancos sin hacer nada más que estar esperando, es una estupidez. A veces uno se esfuerza y no le sale bien. A veces hay que limpiar debajo de la cama porque si no lo haces salen esas bolas de polvo gris que parecen esas cosas que vagan por el desierto cuando John Wayne va con su caballo. A veces hay que pararse a pensar un poco antes de hacer las cosas y a veces, como las personas somos intrínsecamente buenas, si pensamos todos es probable que hagamos algo bien.
—¿Y no lo hacemos?
—No. Ese es el problema. Sabemos que hay niños haciendo camisas en vez de estudiar y nos enfurece, pero después compramos las más baratas sin pensar por qué lo son. Eso es lo mismo que votar imposibles. No queremos pagar impuestos, pero queremos luz en las calles. Queremos estar orgullosos de nuestros científicos, pero pagamos por ir a ver a futbolistas. Nadie cobra entrada por ver a un tipo analizando ADN en un laboratorio ni los patrocinan con publicidad en sus batas.
—Tampoco pasa eso en otros países.
—No. No digo que sea un problema nuestro. Es un problema global. Sucede en todo el mundo. Tenemos información. Tenemos conciencia. Tenemos hasta una bondad implícita dentro de nosotros independientemente de nuestra religión o nuestras diferencias. Sabemos perfectamente lo que es bueno y lo que es malo. Aquí y en cualquier otra parte del mundo. Sin embargo, fomentamos, apoyamos y promocionamos muchas de aquellas cosas que repudiamos. Desde el agotamiento de los recursos del planeta hasta el tráfico de seres humanos, la explotación infantil o la esclavitud laboral. Y entonces es cuando nos sentamos delante del televisor, viendo las noticias y lo decimos.
—Que todo nos parece una mierda.
—Efectivamente.

19 de abril de 2018

Criptolopollas

El mismo, exactamente el mismo que montó un videoclub, es el que invertía en sellos, el que puso una tienda de cigarrillos electrónicos, se hizo coaching y ahora te cuenta lo rico que se está haciendo con las criptomonedas.

Huye.

12 de abril de 2018

Zumo y radio.

He tenido tantas veces vértigo de  no estar a la altura que he aprendido a vivir con esa sensación. Es algo similar a haberme creído ser un superhéroe y no poder volar después de coger impulso. Y caer. Volver a ver la misma herida abierta. Oír a un niño riéndose de mi caída y ver a las personas volando de un sitio a otro con la naturalidad de disponer de ese poder como quien respira: sin habérselo propuesto.

He caído en forma de ley de Murphy: golpeándome por el único lugar que me quedaba sano. No estoy moreno, son cardenales. Casi es una constante que se repite y como el perro apaleado me quedo temeroso si es que alguien  se acerca con intención de hacer una caricia. Vivo expectante del próximo fracaso, la siguiente traición o una decepción reconocida. No es bueno y el problema es que se ha convertido en algo habitual. Es más, si no se da el caso muerdo la mano que viene a alimentarme para que se enfade conmigo. Y eso, como un tonto, hace que al final pueda asegurar que tenía razón.

Cagarla es lo más fácil aunque en días lluviosos, sin saber hacer croquetas y con la espalda doblada por alguna carga mal llevada, sueñe dentro del casco y con la visión emborronada por la lluvia sobre el visor en que encontraré la forma de considerar que mereció la pena.

Estoy a la mitad de todo y, como en las películas, parece que el protagonista pierde.

Dime que hay un final feliz a ser posible con zumo de naranja y las noticias de la radio sonando.
Y que estuve a la altura.

11 de abril de 2018

Todos y cada uno de los culos.

Cómo nos gusta echar la culpa a los demás de la mierda que nos abraza cada día.
Además es fácil. Culpar al borbón, a los toreros, a España, a los ricos y a los que no son como yo. Eso nos exime de culpa, que es la peor carga. Decir que siempre se fue a tomar por el culo todo porque los demás fueron unos insolidarios de mierda, porque si, porque "si lo he hecho"- me dijo uno que me había robado abusando de 19 años de confianza- "es porque tengo que comer".

La psicología mantiene, con gran razón, que hay una especie de goma en la moralidad. Algo así como que cuando se reconoce que matar judios es una soberana barbaridad y se acepta que los alemanes son malos, entonces matar alemanes no está tan mal. Es matar, sí, pero son alemanes. Cambia a los alemanes por árabes o por soldados imperiales. Que robe un rico es una vergüenza pero si lo hace un pobre entonces es seguro que se enciende un pilotito en algún lugar buscando una razón lógica y excluyente. Hay un mecanismo que tiene a rellenar los huecos de la manera que se adecua más al resto de la visión que tenemos del mundo. Es lo mismo que los juegos esos en los que hay que completar el resto del dibujo y que se aprovechan de nuestra tendencia a la interpretación.

Sigo manteniendo, con furiosa lógica, que subsanar una injusticia no es nunca crear la injusticia contraria. Si hay que aceptar que la libertad es decir que la madre del presidente es una meretriz mundana también lo es si el presidente lo dice de tu madre. Quid procuo en la estupidez y los lenguaraces. Pero !qué dificil es mantener la equidistancia cuando algo te toca de cerca!

A mi abuelo le jodieron vivo los nacionales en la guerra civil y a su hermano lo mataron los republicanos. En mi casa nunca se ha jugado al juego de la culpabilidad porque en una guerra matan los que ganan y los que pierden. Si no fuera así, vaya guerra de mierda. Pero, claro está, a nadie le gusta aceptar la culpa propia o de los suyos. Es la peor carga pero eso ya lo dije.

"Vamos a comer aquí, que es de mi cuñado y nos regala el postre"- dice mientras se queja de que a una mujer con posibles le regalan un máster por ser ella. Lo difícil es aceptar que los dos, en su medida, hacen lo mismo.

Después hacen canciones con furiosa cólera. En Francia, después de un atentado en el que el carnicero de un supermercado murió al enfrentarse con el terrorista, condenaron a cárcel a una imbécil (vegana, en este caso) que dijo que carnicero muerto es una buena noticia. Dirá que la condenaron, como la youtuber esa que se lió a tiros, porque no le dejaban, esos gobiernos absolutistas, ejercer la libertad de expresión.

"No puede ser que Pablo gane más que Rajoy"- me decían al ver los datos delante de su nariz- "lo que no pone ahí"- concluía- "es lo que Rajoy roba". Y con eso se arregla todo porque hay que completar la idea global con algo tranquilizador. Hacer una tonada que sea lo suficientemente enérgica y chistes, muchos chistes para meter el dedo en el ojo. Tirar piedras para ver si devuelven una y entonces usarlo como prueba de la eterna maldad. Los que estamos fuera no sabemos ya si era antes el huevo o la gallina, los palestinos o los israelitas, Rusia o EEUU, los de la izquierda o la derecha, hombres o mujeres, ricos o pobres, altos o bajos, sirios o sirios.

"¿Ordenó usted un código rojo?". "Por supuesto que lo hice, joder". Esa es una respuesta que jamás oiremos. Porque hay preguntas que no queremos hacer y es mucho, muchísimo más entretenido seguir teniendo a los peleles a los que insultar, criticar y culpabilizar de la mierda que nos abraza cada día que coger una pala, mancharse las manos, asumir los errores e intentar hacerlo mejor.

Hay quien ha aceptado, sin saberlo, el papel de eterno criticón enfadado porque es incapaz de ponerse al frente y cuando se pone, curiosamente, se convierte en lo mismo que criticaba. Por eso lo normal es que, como el jubilado que critica al obrero tras la valla de la obra, no ponga una baldosa.

Y se cierra el círculo. Como mucho, cambian los ritmos musicales. Me falta una canción que diga "yo robo porque los políticos también roban y no voy a ser menos". Alto, claro y con orgullo.

No me gusta que me sodomicen sin avisar, de cualquier lado. Al ritmo que sea.
Pero, joder ya, me teneis un poco hasta las narices de considerar que la mierda siempre es de los demás. Sobre todo porque los demás piensan lo  mismo.

Y mientras tanto, huele. A reivindicación y a falta de callarse y ponerse a trabajar para frotar con amoniaco en todos y cada uno de los culos.
A mi me enseñaron  a limpiarme el mío y no voy por ahí diciendo que si está sucio es por los demás. Me cae mucha y seguramente lanzo bastante, aunque intento ser consciente de ello (la mayor parte del tiempo). Nunca he dicho que hubiera una confabulación judeimasónoca contra mi persona. Y tengo pruebas, como Iker Jimenez, el gobierno, la oposición, un patrón o un obrero, para demostrarlo.

5 de abril de 2018

Yo first.

Hay profesiones que han perdido, indudablemente, el prestigio. En un artículo hablan de periodistas, abogados o maestros. "Cuando éramos pequeños y llegábamos a casa diciendo que el profesor nos había pegado nuestro padre nos daba otra bofetada. Ahora denuncian al profesor y mandan al niño a un psicólogo infantil"- es una frase que he oído varias veces. Pero, claro está, si los padres no sienten ningún respeto por el profesor los niños, que son espejos, menos.

Lo curioso es que no soy capaz de encontrar una profesión de respeto (que no sea youtuber si es que eso fuera una profesión). Los jefes son unos explotadores, los políticos ladrones, los funcionarios  vagos, los periodistas voceros y los que trabajamos cara al público las putas (en el sentido arquetípico de la palabra) de todos.

Los futbolistas niños ricos consentidos, los informáticos raritos onanistas, los taxistas malhablados, los peluqueros maricas plumosos, los dentistas médicos frustrados,  los psicólogos manipuladores, los policías amantes de la violencia gratuita, los artistas drogadictos, los hombres maltratadores y la mujeres feminazis. No es cierta ninguna afirmación pero hay quien las acepta todas excepto la que le toca de lleno. Curioso exigir respeto por uno y no respetar a nadie. "Yo primero" es el eslogan que viene con el "America First" y presupone esa visión egocéntrica tan de moda hoy en día y que alimenta las convicciones de los derechos propios en detrimento de los demás, excepto si los demás sólo suponen problemas a otros. Dejemos ocupar viviendas si no es nuestra vivienda, vender producto falsificado si no es nuestro producto. No comamos carne excepto si nuestro padre resulta que es ganadero o carnicero. Acabemos con los bancos porque son explotadores al abrigo de los gobiernos capitalistas. Y ademas los banqueros y los bancarios son cocainómanos al estilo del Lobo de Wall Street.

No es que no haya prestigio sino que vivimos en lucha constante contra todo aquel que no sea uno mismo. Exactamente igual que uno mismo. Clon. Yo . Yo first.

Fiera, vamos a tener que llevarnos mal de nuevo



Rock&Roll de aquí, de ese fácil que sale de dentro (de 2:12 a 4:55...) y del que conozco todos los bares y todos los paisajes. Es curioso lo de los paisajes: a veces son cacofónicos, a veces reconfortan. Sueño con escapar de los paisajes de siempre pero cuando me los encuentro, me calman.

4 de abril de 2018

¿Si tus amigos se tiran por el puente? Te tiras.

Lo primero que hay que decir al seguro cuando te roban  algo es que fue con violencia, con mucha violencia. Algo casi de película de Charles Bronson. Porque si es un hurto quiere decir que te han robado por gilipollas y ser un gilipollas no está cubierto por el seguro.

Se aprende en primero de partes al seguro.

Si algo tenemos claro es que el elemento más débil es aquel por el que se rompe la cadena. En la tecnología el elemento más débil siempre es el usuario porque existe una probabilidad muy alta de que sea gilipollas. O torpe. O tonto. O estúpido,que no es lo mismo pero como resultado puede ser casi igual.

Hay una gran indignación porque resulta que alguno ha descubierto que facebook se alimenta de la venta de sus datos. Se sorprenden y se indignan, a partes iguales, cuando es algo que ya se sabía. Es algo parecido a asustarse porque en invierno hace frío y en verano calor. Lo ponen en sus perfiles diciendo que sus datos son suyos y después, como quien no quiere la cosa, ponen fotos de sus hijos menores o la marca de su nuevo coche o si quieren comprar un jersey. Lógico es pensar que como son sus datos facebook no va a ir a un vendedor de jerseys a decirle que un tipo quiere uno de lana. Claro, no lo va a hacer.

Hablando del tema comentaba con un muchacho que si yo, digamos, tuviera el dato de qué persona atractiva tiene ganas de no dormir sola y puedo vender ese dato en la puerta del bar en el que va a entrar, quizá es más que probable que alguien pagara por ello a fin de incrementar sus probabilidades de éxito. Bien, pues en ese caso yo soy facebook , el comprador una compañía y la persona, que ha entrado gratis a cambio de esa información, no tiene derecho a escandalizarse porque  el dato me lo ha dado ella, que es, una vez más el elemento más débil de la cadena. Y el producto.

Cuando algo es gratis el producto eres tú.
Pero nos centramos en Facebook cuando en realidad las aplicaciones lo que buscan en saber más y más de nosotros para descubrir, después, a quien  se lo pueden vender. Grindr, la aplicación estrella de contactos homosexuales, tiene un apartado en el que los usuarios indican si son portadores de ViH para que de esa forma los demás sepan el riesgo. Es algo muy digno pero da la casualidad que ha vendido ese dato y alguno se lleva las manos a la cabeza porque le legan anuncios de farmaceúticas que no deberían de saberlo. Pero lo saben y lo saben porque se lo has dicho tú, que eres gilipollas.

Google vende tus intereses de compra, los sitios donde estás, a quien llamas, las horas que el teléfono se queda en la mesilla de noche. El banco el dinero que tienes, dónde sacas la tarjeta. Las tarjetas de fidelización de cliente cruzan los productos que compras y saben, con la minería de datos (que no es nueva) que cuando compras leche te llevas azúcar. Así que subiremos el azúcar y pondremos una oferta en leche, para que caigas como un lerdo. Yo siempre miento en el número del código postal cuando me lo preguntan en Ikea porque sé que no es para hacerme ningún bien pero muchos siguen creyendo en la bondad de la compañía y que es para darles una piruleta en forma de mueble con diéresis. Con los datos se sacan conclusiones y cada vez que nos conectamos no se mira las tonterías que escribimos sino el modelo de nuestro ordenador o teléfono (que habla de nuestro supuesto poder adquisitivo), nuestras búsquedas anteriores (que puede determinar nuestra edad y sexo), la ubicación (que determina nuestra posición geográfica habitual), nuestros contactos (que hace suponer que algo tendremos en común con esas personas) o, yo qué sé, el paisaje de nuestras fotos (que da una idea de si viajamos, a dónde y en qué fechas). Regalamos cosas que ni siquiera imaginamos.

Uno de los timos más absurdos de los últimos años son todas esas aplicaciones que prometen poder espiar el whatsapp de tu ex. Lo que demuestra es que muchos quieren ser una de esas compañías y que pagarían por los datos que luego se quejan que les roban. Es lo mismo que quejarse de los ricos y cuando uno, por herencia, azar o pelotazo lo es,  se convierte en un imbécil.

Pero hay algo más grave, más absurdo: el uso de aplicaciones gratuitas crece exponencialmente. Los datos van y vuelan, se cruzan y se acumulan. Instagram, Snapchap, el Gps de tu coche, la tontería esa para ponerte orejitas en las fotos que pide acceso a tu agenda, Twitter. Todos van  a por los datos y a todos se les da. Las opciones de navegación privada de los navegadores, que están ahí, no las usas, ¿verdad?.

Algún adolescente y más de un adulto afirma que hay que estar en esos lugares porque ahí están todos sus amigos y conocidos, tirándose por el puente. Y las madres siempre dicen que si tus amigos se tiran tú deberías de no hacerlo.

Ya nadie hace caso a las madres. O es que ya están todas en las redes, poniendo tonterías.




Pd: Luego jurarás, cuando saquen una foto tuya borracho hace años al ir a buscar trabajo, que te robaron los datos con violencia. Pero no, es un hurto.