Mal dia para buscar

26 de agosto de 2020

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Desconfío de los buenos deseos pero, como a quien no le gustan las verduras aunque debe de comerlas, a veces mi organismo los necesita.

Esos deseos no deben de quedarse escondidos en los momentos significados: la navidad, los entierros, el día que te invitan a una boda o las fiestas de cumpleaños.

Acumulamos fechas. Todos los días son la efeméride de algo. En 1990, tal día como hoy se ejecutó la matanza de Puerto Hurraco y los hermanos Izquierdo salieron, escopeta en mano, por la calle Carrera disparando a las cabezas o a los corazones. En 1983 Bilbao se ahogó en sus propias inundaciones. El 26 de agosto de 1971 Astrud Gilberto era numero uno de los 40. Y a las 16:00, más o menos, enfrente de lo que ahora es un museo y que en aquellos tiempos era un muelle de descarga de plátanos que venían de Canarias, nací yo.

Por el camino llegaron y se fueron demasiadas cosas y demasiadas personas. Una vez me dijeron que, como la vida y la muerte, es una ley no escrita y contra eso, igual que contra la naturaleza, gastar energía es perderla. Nadie me enseñó a gestionar las cicatrices que te dejan algunos vacíos y con los años esas heridas se ven el en espejo mientras intento no marcar los pliegues de mi piel madura si me afeito por las mañanas. Tampoco supe gestionar bien aquello de que el tiempo pone a cada uno en su sitio o que hay recompensas a las buenas acciones. Simplemente aprendí a vivir sin esperar nada y , después, convencerme de lo contrario para seguir viviendo.

Todo eso, todos los días. Me equivoqué pensando demasiado. Va a sonar ególatra: me gusta quien soy pero no donde estoy. Debo aprender a reconocer a quien está en vez de esperar el momento en que se haya difuminado como una foto antes de dormir. También me queda pendiente esa lección en la que aunque cada día espero que sea ese en el que todo, como en un guión bien hecho, encaje para felicidad del protagonista, que hoy no sea. No tengo que llegar a la cama con la sensación de tener otro boleto comprado para el título de: Mierda. Las autoflagelaciones curan mucho más despacio.

Aprender es lo que queda siempre. Solo doy las gracias cuando es de verdad y las doy demasiadas pocas veces.


Sin embargo, a lo que iba: Desconfío de los buenos deseos.

Buenos deseos para mi. Hay que comer más verdura.


24 de agosto de 2020

Las DOS nuevas clases.


Bienvenidos a ese momento en que, tras estar destinados en la retaguardia de las vacaciones, nos han llamado para combatir en el frente.

Combatir con la idea de que vivimos en una guerra bacteriológica donde el enemigo se infiltra en nuestras líneas y sabotean nuestras instalaciones. Luchando, bajo las órdenes de comandantes resguardados en sus búnkeres para la guerra atómica, contra todo lo que no sea íntegro y válido en ese momento. Pudiera ser lo de la guerra de la semana pasada pero hoy ha llegado una carta de comandancia explicando que las órdenes son otras. Luchamos, antes, contra los que no tenían guantes, contra los que salían a la calle. Hoy luchamos contra los que no van parapetados y quien tiene la mala suerte de toser. Sólo tosen los judios y por eso les metemos en los campos de concentración de sus casas, les quitamos el trabajo y lo hacemos por el bien de la raza.

Es por tu libertad por lo que no debes dejar que tus hijos jueguen con los hijos del vecino. Por la libertad  no bailes, no bebas, no llegues a casa tarde, no folles, no resoples si corres para pasar el semáforo en verde y, sobre todo, no pienses.


Vive en una nueva sociedad de dos clases. No son ricos y pobres. No son blancos y negros. No son ni siquiera zombies y sanos.

Es una sociedad de dos clases:

1- Por una parte los que no saben si mañana comerán, si tendrán trabajo o si tendrán para un chubasquero cuando empiecen las lluvias.

2- Por otra todos los que, por fortuna o por oposición, van a cobrar a final de mes porque sus empresas seguirán vivas. Se llamarán funcionarios, consejeros u operarios de grandes compañías esenciales.



Y la guerra, en cierto punto, es entre esas dos clases. Unos vitorean la necesidad de seguir vivos del virus y otros esperan que no sea el hambre la que les mate.

Esas son las dos nuevas clases. Unos les miran con recelo a los otros porque les van a infectar y les denominan insolidarios. Los otros les ven con  envidia y rabia porque lo que quieren es poder trabajar mañana.

Bienvenidos. A ver en qué lado te ha tocado luchar.

15 de agosto de 2020

Todos somos Maria ( Bilbao. Aste Nagusia 2020)


María está loca.

No es algo relacionado con la  pose o porque sea la que más baila en las fiestas, la que grita más alto o la que conduce con la ventanilla abierta cantando canciones de Jose Luis Perales a pleno pulmón por la circunvalación de Bilbao. María está loca diagnosticada y sabe, de una manera cierta que hay días, momentos, respuestas e incluso opiniones incontrolables que brotan sin control de alguna parte de su cabeza.

Sube y baja, como una sinusoide, como El Ratón Vacilón de las barracas.

La puedes encontrar, cuando los fuegos artificiales llenan el cielo los nueve días de fiestas, gritando con cada explosión o tumbada en la hierba con los ojos fijos y sintiendo como si las luces fueran gotas de lluvia que la empapan.  Salta en las verbenas. Se sienta en los conciertos. Se sorprende, abriendo mucho la boca aspirando el asombro, con los magos callejeros. Habla con  las marionetas y  más de una vez se ha perdido, como un niño en la sección de juguetes de El Corte Inglés, entre los cientos de estímulos que llegan, amplificados, a sus pupilas.

Es una artista en sus tiempos muertos.

Ese cliché que relaciona la locura con el arte la hace brillar sin saber exactamente si es una artista o si tiene la capacidad de explotar contra un lienzo de una forma fascinante, con un exceso de esa imaginación que no dispone del filtro que da la consciencia. Acumula colores y formas de una manera estremecedoramente auténtica. Cuando su mente no la traiciona, cuando la realidad no se convierte en pesadilla, es luminosa y delimita las formas de sus cuadros en un alarde realista casi fotográfico. Cuando se queda sepultada por el agotador proceso de las neuronas, sus dibujos son borrosos con el mismo patrón de desbandada de píxeles mal acumulados que tiene una pantalla moderna rota a cabezazos.

María ha extendido las sábanas de la cama en el suelo del salón.

Tuvo un novio que no la adoró lo suficiente y otro que desapareció antes de amanecer tras una nota de despedida que lee cuando llora, en el sofá, los domingos de lluvia. Tuvo amigos aparecieron y se esfumaron, pero siempre en exaltaciones de la amistad  y rupturas dramáticas que después, en realidad, no dejaron cicatrices. Solo te pueden hacer cicatriz los navajazos que te das tú solo, aunque sea con el cuchillo de la ausencia de otros. También se puede salir, alocado y feliz, proyectado al infinito en una espiral de energía que hace levitar con un combustible de rabia, ganas y ansia. A la luna se le aúlla en soledad o se le enseña el culo en compañía.

María empieza a pintar sobre las telas. Lanza pintura de colores que se entremezclan. Salta descalza sobre ellas. Se mancha las manos y gatea. Se desnuda. Se tumba y se pone en posición fetal. Verde, rojo, blanco. Azul brillante gotea por sus caderas. Se duerme sobre una cama multicolor.

Todas las mañanas son una lotería de sentimientos. Se puede despertar de un salto o resguardarse con miedo del amanecer. Cantar con la ducha como micrófono o dejar que las gotas golpeen la cerviz deslizando por la espalda como unas manos calientes que memorizan sus músculos. Saluda a los vecinos, unos días. Otros, en el infinito trayecto del ascensor, mira cómo cambian lentamente los números de los pisos que siempre se toman más tiempo cuando no hay ganas de hablar. Compra el pan. Unos días de molde, otros días de barra. A veces se hace bocadillos de atún y a veces de chorizo. Se refugia en un trabajo que la ocupa. Los entretenimientos la aíslan, en una sensación de paz y rutina, del maremágnum de emociones que tiene dentro. Cuanto más gris, mejor. Ella siempre soñó con la creatividad ilimitada que tienen los genios, pero los genios tutelados.

Nada más despertar ha cogido unas tijeras largas, alumínicas y afiladas.

Al llegar la tarde, con esa luz parecida a un reflejo en una lámina de cobre que tiene Bilbao en agosto, recoge su mesa ritualmente para dejarla exactamente igual que como estaba ayer. Volver con todo en su sitio resulta, a veces, un chute de calma porque nada ha cambiado y todo parece que está controlado. Conocer la ubicación de nuestro universo, como saber el lugar exacto en el que se pone cada Txozna en fiestas, es una manera de sentir algo parecido a “casa”. Pasa el tiempo, pero permanece lo bueno y si todo está como siempre es que siempre estuvo bien.

Ha empezado a cortar con un patrón conocido pero aproximado. Vive un momento en el que en su cabeza todo parece perfecto pero desde fuera no se entiende. Corta y extiende. Mira. Vuelve a cortar. Ella está acostumbrada a que nadie la entienda y necesita, visceralmente, llegar a donde quiere llegar. Muchas veces el destino es una incógnita que se descubre sola al final de la ecuación, cuando se tachan las variables.

Bilbao en fiestas es un gran bullicio. Reflejándose sobre la ría y con una mezcla de reivindicación, festividad y algarabía comunitaria se vive luminosamente sin perder un núcleo que lo impregna todo como si fuese la mano personal de un único artista que habita en cada uno de los bilbaínos. Y todos los que están ahí lo son, aunque sean de Cuenca o aunque hayan venido a vender esmeraldas falsas a los joyeros de la Villa. Los oídos resuenan, las conversaciones se entremezclan a cada paso y los ciclos se repiten día tras día como si no fueran a terminar nunca. Niños, concursos, charangas, tradiciones, bilbainadas, bares, conciertos, txosnak, cortejos, amores, culturas, fuegos artificiales, amistades,  tumulto, brigadas de limpieza y amanecer. Vuelta a empezar.

María se ha puesto las sábanas pintadas alrededor del cuerpo. Un fajín azul. Una falda larga. Una flor en el pecho. Brilla, desde las muñecas hasta la cintura, multicolor. Coquetea con el espejo mientras rasga un pedazo de tela para ponérsela en forma de pañuelo alrededor del cuello. Se mira. Se dice a sí misma, bilbainísima como ella sola: ¿A que no hay huevos? . La respuesta es un giro feliz, brusco y acelerado decidiendo correr hacia la calle.

Por las avenidas María baila. Y sonríe. Es una mujer alta. Bota al ritmo de la música. Levanta los brazos y otras personas, irradiadas de ella, la siguen. Como una serpiente multicolor donde es la cabeza y a su vez todos los colores, va por el puente del arenal deslizándose al ritmo de los compases de la ciudad. Y viene María en medio de la Jaia, que para eso es fiesta en euskera. Loca, alegre, contenta y con sus claroscuros, como tú y como yo. Como todos los que estamos algo locos aunque no estemos diagnosticados porque no nos dejamos ver por la lupa de la cordura. No estamos cuerdos porque estamos en fiestas. Allí, por donde se baila y se bebe, por donde se ríe y se han hecho amigos exclusivamente por el hecho de estar bajo el cielo de la misma ciudad. María lleva su ropa colorista. Su pañuelo, su falda abanicando y haciendo que hasta los gatos estén alegres, como dice alguna canción.

Todos lloramos, reímos, tenemos taquicardias que nos acongojan antes que nos salga una carcajada a media tarde y después de encontrar a los amigos o a nosotros mismos. Tuvimos amores y pérdidas. Buscamos las cuerdas de las marionetas. Nos quedamos callados con los fuegos artificiales sobre nuestras cabezas. Cantamos en la ducha. También nos ponemos tristes, a veces. Hemos llorado las ausencias, comido bocadillos de atún y de Nocilla. La llevamos dentro. María es la fiesta y como es algo nuestro esa locura la convirtió en Marijaia.

María no está loca.

Pd: Todos somos María, al menos 9 días.
·         Jaia: fiesta.
Pd2: Mariajaia fue diseñada por Mari Puri Herrero en 1978.

11 de agosto de 2020

Ojos en el culo (basado en una historia real de vacas)

En Botsuana alguien pensó en pintar unos ojos en el culo de las vacas para que cuando los depredadores llegaran tuvieran la sensación de estar siendo observados y así no matar las reses. 

Oye, que les salió bien.

Así que en medio de la sabana un leopardo acecha a un rebaño de vacas para ver qué se lleva a la boca. Planifica su ataque por las partes traseras tal y como aprendió de sus mayores y descubre que le están observando. Igual que a algunos nos resulta incómodo que nos miren en determinadas actividades, se asusta con unos ojos saltones y una nariz que bien podría ser un rabo. Y se pira a casa mientras la vaca muge, que diría Gloria Fuertes.

Dicen que, como la estrategia del espantapájaros, funciona ese tipo de miedo burdo que se enfrenta al animal que se lleva dentro. Con los humanos pasa algo parecido cuando hay una señal de radar en la carretera, cuando hay una cámara falsa en un ascensor y te querías sacar un moco o cuando te han convencido que el gran hermano te vigila. Entonces se puede decir que no haces lo que te pide el cuerpo porque alguien dibujó algo parecido a unos ojos en los culos que te ven.

5 de agosto de 2020

Niemöller Revisited.

AL PRINCIPIO IBA A PRIMARK PORQUE LAS CAMISAS DE BANGLADESH ESTABAN 3 A UN EURO. 

MAS TARDE COMPRE EN EL CHINO DE LA ESQUINA PORQUE ERA MAS BARATO.

DESPUES COMPRE EN AMAZON PORQUE ERA MAS ECONOMICO Y LA VIDA ESTA MUY MALA.

LUEGO ME FUI A ALIEXPRESS PORQUE LOS PORTES ERAN MENOS Y LOS PRECIOS SON SORPRENDENTES.

Y CUANDO FUI A MI TRABAJO ME TUVE QUE IR A CASA PORQUE NADIE QUIERE PAGAR LO QUE PERMITE UN SALARIO (Y NO TENIA PARO PORQUE NADIE HABIA PAGADO IMPUESTOS)

 ASI QUE DIJE "SOIS UNOS HIJOS DE PUTA" 
( Y EL HIJO DE PUTA ERA YO).


4 de agosto de 2020

Nuevo paradigma

Ayer acerqué a un colega,  justo a la hora del anochecer, a ese lugar en el que Jaime Bertani (protagonista del libro Dame Cuerda) se esconde antes del desenlace a fumar un cigarro. Y nos fumamos un cigarro. Nos bebimos dos cervezas y nos comimos un par de Durum aunque yo soy más de Kebab. Es un lugar que da paz y miedo, como la situación que se acerca. El nuevo paradigma, me dice parafraseando a un coach de tercera división ( ¿hay de primera o es todo una chufa?). En realidad a lo lejos se ve la paz del mar y abajo, a los pies, muros de piedras que se van  cayendo al mar sin protecciones . Hice una foto:

Si algo tuvo la crisis del 2008 fue la idea, equivocada en los resultados, de que aquello cambiaría la forma de actuar del supuestamente inteligente ciudadano medio. Que por ganar cinco mil euros un mes nadie se iba a comprar un BMW y pedir una hipoteca a treinta años. Que la estupidez salió a flote y se nos había llevado por delante. Y, sin embargo, hay que reconocer que no fue así como el que comete un error cada vez que se encuentra con la misma disyuntiva, como si nuestra sociedad fuera una yonki que no sabe decir que no a lo que le hace daño.

Poco tiempo pasó desde aquello y ahora, sin suficiente tiempo para que las cicatrices dejen de notarse, nos golpea una bofetada invisible. Nos golpea sin poder vender el  BMW que no necesitamos y que está en el garaje  o sin las escrituras de un piso que no podemos pagar en el cajón. Solamente nos golpea.

Y cuando lo hace salen a la luz, a veces como el pus de un grano que explota, nuestras infecciones. Supongo que por eso lo primero que se acabó fue el papel higiénico.

En estos seis meses nos podemos sentar a ver lo que ha pasado. Se vive sin comprar una camisa por semana o sin el ultimo móvil pero necesitamos las dos cosas. Preferimos el ordenador y nos sentamos delante de la tele rogando porque nos entretengan el mayor tiempo posible, aunque sean contenidos sin criterio pero que sean muchos. Si algo tienen las plataformas es la preferencia por la cantidad más que por la calidad, para darnos la anormal sensación de poseer algún tipo de control. Hemos aprendido a cocinar por obligación  y a asomarnos al vecindario. Algunos han descubierto que hay tiendas debajo de casa y otros, bocazas solidarios (porque dicen amar al médico y al comerciante pero en realidad no), que hacen un click y tres días después aparece un tipo mal pagado que les deja un paquete en el ascensor.

No nos hemos comprado un coche ni nos hemos ido a Bali. Tampoco hemos tenido un affair con una checoslovaca (ellos) o un italiano ( ellas) porque se quedaron en sus casas. Algunos han descubierto que tener hijos es un trabajo a tiempo completo. Hay quien ha dejado a un lado el racismo, el machismo, la ecología, el animalismo e incluso la defensa activa de las libertades de las minorías porque se dio cuenta que tenía que limpiar el baño antes o usar la excusa de sacar la basura en una bolsa de plástico.

No conozco a nadie que se haya comprado  un disco pero todos han estado oyendo canciones.
Me han preguntado cien veces que de donde se pueden descargar mis libros.

Así que todo eso nos da una pista de ese "nuevo paradigma" del que me habla mi amigo después de guardar el papel de plata que cubre el Durum en la bolsa y apurando la cerveza. Es un futuro en el que aprendemos que se vive perfectamente con lo necesario y en el que se llenan de buenos sentimientos los balcones pero si el repartidor (¿portes gratis?) aparece veinte minutos tarde con la trócola (producto inútil ficticio) rosa que pedimos a china ayer o si el rosa no es del mismo tono que soñamos al ver la foto nos indignamos con energía sacando toda la frustración que hemos acumulado en el niño consentido que creímos que merecíamos ser.

Quizá el futuro esté lleno de niños malcriados con cuerpos de adulto. Esos egoistas de manual que te quieren mucho hasta que te sacan la paga,  que van al bar solamente la hora feliz y que exigen sentirse especiales mientras tratan a los demás como sus esclavos.

O quizá no.

Hay quien cree que esto nos hará reflexionar y valorar lo que realmente importa. Bueno, eso si te importan las trócolas rosas de oferta.

No puedo  sé ser optimista.