Mal dia para buscar

27 de mayo de 2014

El placebo de la utopía

Hay una línea muy fina entre la utopía y la estupidez. En algún momento de hace más de un siglo alguien pensó que las mujeres y los hombres deberían de tener los mismos derechos porque son personas y alguno le tildó de utópico, de imposible, de proponer algo que jamás llegaría a suceder y, sin embargo, ahora mismo es algo de sentido común, como son otras muchas cosas de la misma forma que aunque parece obvio que al atardecer es el Sol el que se aleja lo que está sucediendo de verdad es que nosotros nos estamos dando la vuelta.

También hay alguno que tuvo una visión y, en realidad, era un imposible como todas las noches que soñé con Linda Evangelista, todas las veces que se patentan inventos absurdos o todas las ocasiones en las que queremos creer que, con un chasquido mágico de dedos, los problemas se solucionan sin esfuerzo y de una manera inmediata.

Utópìco es creer que volverá a confiar en mi. Estúpido es presentarme a las elecciones de su vida.

Alguno sigue teniendo una capacidad innata en querer creerse las utopías que necesita y, entonces, da igual si puede ser cierta o es mentira, si es factible o si es una falacia bien construida. Da igual mientras la rebaja sea grande y jodan a los demás para satisfacerme a mi, que me lo merezco.

El placebo de la utopía bien vale unos millones de votos, exactamente 1245948.

Debí de haberme presentado con unos cuantos maravillosos imposibles en vez de con mi mediocre capacidad.

25 de mayo de 2014

Los universos paralelos disjuntos

Esa señora mayor, de las que miran a las teclas señalando con los dedos y entornando los ojos para acertar en el numerito, cruza por donde no debe gritando al auricular porque está haciendo una llamada de larga distancia.

A un lado del coche hay una furgoneta blanca con cien marcas de óxido en las puertas traseras y, al volante, un desaseado hombre en camiseta con sus cinco hijos, el pequeño delante, entre él mismo y una oronda mujer con moño y una mezcla de batín y albornoz. Estoy seguro que lleva zapatillas.

Al otro, un bmw con un niño de esos que creen que están en posesión del mundo y miran al horizonte del verde del semáforo. Junto a él una chica mechada consulta los mensajes sin percatarse del ruido del tubo de escape petardeando.

Atrás, un jubilado en un vehículo enorme preocupándose de tener las manos situadas a las 10 y diez, que es como mejor se conduce y como se lo enseñaron en la autoescuela en 1962. Es la forma en la que se lo enseñó a sus hijos y a sus nietos, que le daban la razón como hay que dársela al abuelo y que es sin hacerle mucho caso pero sin que se note cuando, en realidad, se da cuenta de todo.

En realidad son cientos los universos paralelos, miles, casi tantos como personas. Nos empeñamos en creer que vivimos en una misma realidad y, sin embargo, cuando conseguimos la clarividencia momentánea de poder identificar cual es nuestro presente deseado resulta que no es el mismo que el de los componentes que habíamos pensado para él.

Acumulamos, más que nunca, sensaciones, circunstancias, creencias que consideramos inmutables. Tenemos conciencia y un exceso de información. Hemos aprendido a fantasear sobre lo que pudiera ser antes de disfrutar de lo que es. Hemos sido poseídos por la amarga viruta de la queja que se clava en el corazón al no alcanzar lo perfecto que no existe. Algunos han preferido abandonarse al abandonar cualquier esperanza y por el camino me abandonaste a mi mala suerte.

Pero todo fue por no ser capaz de entender que mi universo no era el mismo universo de aquel o de aquella, que aunque iguales en la composición corporal somos tan diferentes en la forma de ver cada día. Y no se imponen los universos, ni se superponen. Se suman, se respetan. Las parejas de ancianos, aquellas que llevan tanto tiempo durmiendo cada día juntos que no recuerdan cuánto hace, viven en el mismo universo.

Dicen que hay un universo por cada decisión que hemos tomado. En uno estas a mi lado, en otro sigues siendo mi amigo, en un tercero os sustituí y en este sigo esperando. Probablemente en todos seamos los actores que nos toca y en ninguno gira la rueda en un sentido perfecto o hacia el sentido en el que he estado empujando.

Así qué vivo en el presente variable, en esta incapacidad admitida de llegar a entender la realidad porque la realidad, sencillamente, no existe. Hay dos direcciones, dos desvíos: por uno se va a la procelosa senda de aceptar y respetar, de intentar colaborar a la suma. Por otro se va a la autopista de la ignorancia y de intentar imponer un mundo sobre los demás de la misma forma que se invaden países extranjeros. Estoy convencido que dos luchan sí uno quiere y para que se entiendan dos hacen falta un par.

Será por eso por lo que algunos revientan al ver que esa declaración incierta de añoranza instantánea que tienen los mensajes por las noches no tiene respuesta. Será por eso por lo que escucho tantas discusiones a través de los tabiques, en las calles y en los semáforos.

Los mismos semáforos en los que, mirando alrededor, veo tan claramente que vivimos en universos paralelos.

Y el problema empieza cuando queremos o creemos que nuestro universo es el mejor, el único y el que posee la verdad absoluta.

Como las razas, las religiones, los sistemas políticos o, sencillamente, tu y yo : Diferentes, llenos de tramas y aún sin desenlace..

23 de mayo de 2014

Personal trainer

Ni primavera ni tormentas ocasionales: estamos en plena operación bikini que es el deadline de la grasa.
No importa la consecución intelectual del éxito, no hay un deadline cultural. Importa, de una manera sangrante y piadosa, de una forma sacrificada y obsesiva o con una actitud espartana y exigente que las grasas o las formas se vayan a los lugares donde deseamos que estén. No hay gordos en el escaparate veraniego. Hay que entrar en la ropa que se compre cuando lleguen las rebajas de verano con el mojito en la mano y poniendo cara de que se está así todo el año.

Son las oposiciones al postureo personal, las ganas de coger colorcillo, la necesidad humana de sentirse observado y deseado. Muchas veces lo único que importa es saber que te miran y para eso, como si fuera la intro de Fama, hay que ganárselo con sudor.

Y, quizá por ser un fetichista de la mente, me pregunto el motivo por el que no hay una "operación cerebro", una temporada del año en el que se agoten los autodefinidos y la wikipedia sea más consultada que la dieta Dukan. No comprendo por qué las librerias no están repletas de personas deseando tener temas de conversación inteligentes, los conciertos saturados con los carteles de "no hay entradas", los museos ampliados o las charlas intelectuales con oyentes en el suelo porque ya no quedan sillas.

Creo que es porque es más fácil, como un producto chino falsificado, cambiar la imagen que aprender a pensar. Aunque lo uno sea algo voluble y lo otro sea para siempre.



Pd: Claro que hay personas hermosas que además son mucho más listas que yo. Conozco alguna pero, como las que son sólo bellas o las que son sólo hermosas, están por ahí viviendo su vida. Unas no me quieren por tonto y otras por feo.

20 de mayo de 2014

Leer, pensar, abstenerse o lo otro

A ti, elector (abstencionista o no):

Como la inmensa mayoría de los europeos no tienes ninguna idea del destino final de tu voto (o "no voto"). No sabes si va para un lado, si va para el otro, si se lo queda un tipo que dice que va a acabar con los paraísos fiscales viviendo en Luxemburgo, si van a dejar sin pollos a Polonia o si te van a subir el precio del pan. No lo sabes. Es más, estoy casi convencido que desconoces el nombre del candidato final. Ni siquiera sabes quien a estar en algún lugar representando tus supuestos intereses. Así que es probable que si a ti te importa una mierda, a él o a ella tú le importes bastante menos. Pero ahí están, llenando tu buzón de propaganda pagada por ti o tus impuestos (creo que 13millones de euros !entre 4 partidos! para publicidad electoral) , los mismos que no llegan para tu médico pero sí para esos sobres que bien podrían ir con una bolsa para usar en el súper.

Así que, como no tienes criterio, vas a fijarte en los detalles: que si uno tiene barba y ha dicho no se qué de las mujeres y la otra, la reina del selfie, que dice que decir un perro es machista y decir una perra denigrante, Hay uno que se ha puesto la camiseta de Gosling con la de Culkin como principal atractivo electoral, alguno que hace un corta y pega de Equo y Javier Nart mirándolos a todos desde su estrado de aquel programa llamado "Tribunal Popular" pasando por "El gato al Agua" o con Maria teresa Campos. En realidad la estrategia más cómoda es la del nacionalismo que, tal y como me dijo una vez un político europeo electo: "voy, cobro y me callo" y están, callados, viendo si van a cobrar o no.

Con todos esos datos y esas discusiones a golpe de marketing y de detalles es lógico que los argumentos, como todo lo que pasa en la sociedad últimamente, desaparezcan ahogados por lo anecdótico. Más aún cuando parece que a nadie le interesa explicar nada. Es mucho más importante la babilla desagradable de las comisuras de los labios al hablar que las palabras o los hechos. Es más importante decidir el voto o la abstención por un comentario de twitter (que mi diccionario intenta corregir a titiritero) que por una idea esperada de una Europa mejor y más justa.

Es probable, elector, que ya estés harto de que te traten como si fueras idiota, te prometan imposibles o se alimenten de tu vagancia a la hora de pedirte un puesto en aquello que decide, en última instancia, si cobrarás más o menos a final de mes porque, en definitiva, es el banco europeo el que emite más o menos moneda, el que decide si la leche sube o baja o el que eleva o reduce los tamaños de las fronteras.

Por mi parte he decidido votar. He decidido votar a quien me razone algo plausible y cabal, a quien me hable de Europa si hablamos de Europa porque ya hablaremos de agrandar o reducir las aceras en las municipales, donde es probable que votaré a otro. Es una estupidez votar por votar y votar siempre al mismo cuando se trata de asuntos diferentes. Cristiano Ronaldo no juega bien al badminton. No votar es lícito pero es rendirse a la jauría de la mercadotecnia política.

Voy a hacer el esfuerzo de leer programas electorales que no se cumplirán, de saber quien está detras de cada cartel y de cada sobre. Voy a quitarme tiempo de los videos de youtube y de quienes se creen focos de opinión porque tienen ocurrencias en 140 caracteres. Hay tiempo aparte de la procrastinación y, por supuesto, aparte de la rendición. Ni siquiera voy a sentarme en un banco, como un jubilado rendido, a decir lo mal que está todo, volver a casa a comer lentejas e indignarme igual por un penalti no pitado.

Porque creo que es eso precisamente: el agotamiento, la indiferencia, el miedo y el desconocimiento, con lo que se controla a la gran masa social a la que se aleja de las decisiones que realmente le afectan.

Algún político con ganas habrá, alguno honesto, alguno que diga cosas coherentes y posibles. Hay crucigramas más difíciles. Elector: quita la publicidad, los asuntos que no tienen nada que ver, los insultos entre ellos y los mensajes imposibles.

Estamos haciendo una selección de personal para puestos de 8000€/mes que decidirán sobre tu futuro como continente global partiendo de donde estamos ahora. A mi me pidieron más para mi trabajo de mierda y aunque no votes no dejan asientos vacíos. Que Merkel esté más delgada ,noticia para algunos, no es algo que interese pero no creo que me contratasen por mi fina figura sino por mi capacidad de rendir.

Te veo el domingo, después de la copa de Europa. Estoy seguro que en el fútbol ya tienes favorito. Y eso, sinceramente, no cambiará nada tu futuro.

13 de mayo de 2014

Artificios mentales (excusas) y cadáveres afuera.

-Padre... ¿Por qué mató a madre?
-Porque era muy mala.

Definitivamente vivimos en el país de las excusas. "Era muy mala", "La herencia recibida nos ha obligado a hacer esto", "Estaba drogado" e incluso el abogado de la tonadillera dijo que "las hormonas le impidieron ver la verdad" y tuvo el atrevimiento de citar a Ortega y Gasset.

"No me acuerdo"- "No me consta"

Aquí con una excusa se tapa todo. "Me sentí muy sola"- me dijeron una vez. "Así que era capaz de follarme a cualquiera". Y yo entendí, por un momento de estupefacción, que casi era mi culpa. Que era yo quien había llamado, seguido el juego, invitado a casa, abierto las piernas y puesto la boca con forma de redondel. Después, pensándolo friamente, no encontré gran diferencia entre eso y lo de Ortega y Gasset, aunque era más de Houellebecq. El caso es encontrar una excusa de esas que puede lanzar la responsabilidad sobre otro para quitarse la carga de encima como quien se arranca un pecado a base de confesiones.

Ni siquiera vivimos en una época de excusas coherentes, de elaborados discursos que pudieran cuajar dentro de la verdad. Cualquier cosa nos vale. Un momento de ofuscación, un tremendo pago a hacienda, un plazo de la hipoteca a destiempo, unas condiciones de uso no leídas o una estupidez. Hace poco una chica murió al hacerse un selfie conduciendo, en Jaen un chico murió al intentar subirse a un tren para hacerse otro selfie y  ambas familias creerán que fue porque las autofotos matan, que las redes sociales mataron a sus hijos. Ninguno, estoy seguro, admite que murieron por gilipollas, como los nominados a los premios Darwin, como los reyes del balconing que ya tienen sus reservas para este verano.

Las adolescentes borrachas llegan a casa con los ojos idos y saben que pueden contar que tuvieron "un bajón de azúcar" pero nunca, jamás, admitir la verdad. Nosotros contábamos que una cerveza con la que nos mojamos los labios nos ofuscó, como al torero. Estoy seguro que piensa que aquellos primeros besos ajenos a cualquier logística  no se repitieron porque no dí ningún paso aunque jamás me volvió a invitar donde nunca estuve pero la culpa, cuando se pregunta sobre si estaré vivo o muerto como quien aparece después de un viaje, será mía. Y yo, diciendo esto, la hago suya.

"Me quedé sin batería", "Había mala cobertura", "No lo oí porque estaba en la ducha", "Nunca me llegó el mensaje"

Por alguna razón existe un miedo infinito a decir la verdad porque nos aterra reconocer nuestros errores o nuestras miserias. "Sé que soy un cabrón". "Me equivoqué". "Perdón". Son frases que, con sinceridad cristalina, no suenan nunca. A veces porque cuando alguien se equivoca se estigmatiza, se convierte en un mataperros, como el refrán. Una vez no me quisieron más porque iba a volver a cometer los errores de antaño, y sin perro. Nunca valieron los perdones ni las verdades, sólo los antecedentes ante los que nunca encontré razón ni disculpa. Eso me perdió.

Cuando mi madre intuía que había parido a un despojo sentimental tuvo la necesidad de presentarme a alguna hija de sus amigas. Ni siquiera recuerdo el nombre. Vivía cerca de casa y yo, con mis 18, bajé a conocer a aquella chica. Volví pronto. "¿Qué tal?"- me preguntó con los ojos abiertos. "Mamá... no es por nada pero esa chica es..."- y ella me interrumpió con un "Robusta". Yo no me atreví a decir que era gorda, enorme incluso, pero lo era. "Es que su madre hace unos pasteles muy ricos"-me dijo. La culpa siempre es de otro.

"Lo siento"- es una de mis frases de las primeras veces- "me pongo muy nervioso". Luego pongo cara de niño desnudo por primera vez y lo que sucede, en realidad, es que estoy pensando si acaso quiero estar ahí o salir corriendo (por pies) para no defraudar o enamorarme.

Probablemente hemos aprendido que la verdad, en vez de hacernos libres, nos ata a nuestros errores.(Y eso es culpa de los demás)

Probablemente hemos admitido las normas de un juego en el que aceptamos que hay excusas para todo aunque sea inmoral, imperdonable, indecente, fútil o sea simplemente un retraso a la hora de llegar o de llegar tarde. Incluso, a veces, no llegar.

Se nos ha ido de las manos porque creemos que nos ponen excusas donde no las hay y las ponemos donde no deben de estar. Se nos ha ido de las manos porque muchas de esas excusas nos las hemos creído, que es lo peor que se puede hacer con un artificio mental. Sucede todas las veces en las que la culpa de algo que es nuestro (en porcentajes aceptables) pasa de dentro a estar fuera y, así, no tenemos que preocuparnos de mirar en ese pozo interior que tanto nos asusta, en esa incapacidad humana que es parte de nuestra característica.

Aunque sea muy mala. Por eso la matamos lanzando los cadáveres a la cara de otros o la disfrazamos con la careta de las circunstancias.

Tengo que pasar la ITV de la moto. No tengo plaza en Oklahoma.

11 de mayo de 2014

Eurovisión 2014

En un show de un conocido y famoso transformista dice: "hace unos años a los gays nos apedreaban, después nos aceptaron y ahora nos quieren hacer presidentes de la comunidad de vecinos".

Pd: extra Nigerian Brigbackourgirls:

9 de mayo de 2014

Yago -vs- Lo que es.

Quiero pensar, aunque es un artificio, que Yago se puso ese mono ajustado con el que llegó a rozar el cielo a las 8h56 y cogió impulso por el pasillo. El pelo atrás, los ojos imaginando los pasos en el aire, el tiempo pasando a cámara lenta, los pies agarrándose a la alfombra y ésta, retorciéndose a su paso. Entonces atravesó la ventana del fondo intentando llegar al edificio de enfrente, cerrando la mirada en ese momento de ingravidez que tiene la consecución de los récords.

Y ya pasó.

Sentado al lado de Marco Pantani, de el Chava, de Urtain. Sentado al lado del que se ligó a la más guapa del colegio en un recreo y nunca más tuvo a nadie que le quisiera. Sentado al lado de un marido carpintero de Elizabeth Taylor mientras uno de los Milli Vanilli les hace los coros.

Y, al fondo, cien millones de tipos que soñaron con la gloria les envidian desde lejos. Son los que pueblan las gradas, los que anhelan un minuto de gloria corriendo al lado de los ciclistas, los que se ponen camisetas de sus ídolos musicales. Son los que se acuestan soñando con tener entre sus brazos a Linda Evangelista.

Los minutos de éxito o las temporadas de grises.

El césped siempre está más verde y más lejos en casa del vecino. A 8 metros y 56 centímetros, a un tour, a un Grammy o a un K.O de la verdad. Todos viven en un lugar donde se olvida la maravilla que es despertarse, mirar a un lado y sonreir sin pensar en más. Ni en lo que fue ni en lo que será. 

Lo que es.

3 de mayo de 2014

La impaciencia de los hombres buenos

Algunos dicen que estamos marcados genéticamente para la bondad. Otros hablan de la justicia divina y mi madre, que es la wikipedia de las buenas intenciones, sigue pensando que todo lo que hagamos nos será devuelto.

-" Te devolveré lo que me hagas, multiplicado por mil. Así que ten cuidado lo que haces"- creo que dije alguna vez en mi adolescencia. No recuerdo lo que recibí y estoy seguro que no lo devolví.

Existe un martillo que ciega, de vez en cuando, la vista. Está formado por un mango de ignorancia y una cabeza de desparpajo. Clava astillas en el corazón de los hombres justos que queremos creer que somos. No conozco a nadie que asuma, de si mismo, que es un miserable. No conozco a nadie que, cuando está en ese momento de la ducha que es gula acuática y reflexión extrema, acepte que es una mala persona. Sí que conozco a quien se ducha rápido para no pensar, quien se ocupa para no enfrentarse a si mismo, quien ha aprendido a no mirar atrás, quien no quiere juzgar para que no le juzguen y quien es un yonki de las malas artes porque nació siendo un niño travieso y se ha convertido en un adulto que, como un perro culpable, sólo pone cara de arrepentimiento si le detienen con el "carrito del helao".

Todos, como manifestantes infalibles y convencidos, creemos que hay un cúmulo de injusticias a nuestro alrededor. Ascensos que no obtuvimos, sexo que era para nosotros pero nos tuvo esperando en el portal, besos que nos robaron, abrazos que dieron a quien no lo merecía, entradas que se agotaron o enfermedades, sufrimientos o entierros que no merecimos. En esos casos, incapaces de ser resilentes, caemos en el pozo de lo comparativo y buscamos excusa en la justicia, en las enseñanzas de mamá.

No es fácil ser bueno ni se puede vivir sumergido en el agotador tsunami de la venganza para con la infamia de los hombres malos. Pero escuece, muchos días escuece. Escuece cuando, cansado, vuelve a ponerse el día como si no hubiera pasado nada más que no fuera el tiempo y las erecciones se hubiesen difuminado sin la alegría de esperar a arroparse por las noches. A veces solamente estamos más viejos. Alguien me dijo una vez, entre una de esas bocas que tienen una comisura que acaba en sonrisa, que era fantástico mirar atrás y encontrar algo: un título, un hijo, una familia, un proyecto o cualquiera de esas pequeñas cosas que nos hacen sentir orgullosos. La exigencia personal también tiene que ver con el orgullo porque hay quien está contento de participar y quien se siente fracasado por llegar segundo.

Sigo levantándome por la mañana esperando alguna de esas pequeñas recompensas. Cuando lo verbalizo, caprichoso y enfurruñado como un niño señalando a un antojo, aparecen los dramáticos extremos de la verdad o la salvación futura que no llega.

Dicen que viviendo se pasa porque estamos ocupados. Básicamente estamos marcados genéticamente para la bondad y no hace falta repetirnos que ser buenos es un esfuerzo porque es intrínseco.

Y mi madre dice que, al final, todo se vuelve justo.

Una vez, borracho y fantaseando sobre cual es la última idea que pasa por la cabeza antes de morir dije que sería: "Ah, era por esto".

Será una cuestión de impaciencia. La impaciencia de los hombres buenos.

2 de mayo de 2014

Monos sin ventaja

Estoy convencido de que existirá algún tipo de experimento científico en el que a un mono le den un utensilio que le permita una ventaja cuántica en su alimentación o en cualquiera de las necesidades macacas que tuviera y lo aprende a usar para hacer uso de esa mejora, y eso que dicen que lo que más mueve a un mono es poder fornicar cuanto más, mejor. Un perro, sin embargo, se mueve por comida y una mariposa busca la luz como una pazguata, quizá porque así cree que se acerca al Dios Osram, que es el Dios de muchos insectos.

También estoy seguro de que cuando a nuestros abuelos les hacían un gurruño con trapos eran capaces de convertirlo en la pelota de sus sueños y se embarraban en los solares que la revolución inmobiliaria convirtió en los pisos de sus hijos proletarios, que son los padres de los niños que no pueden jugar si no es con las botas de Messi.

Sé, porque me lo ha contado mi madre, que eran capaces de dar de comer a toda una familia aprovechando los restos del día anterior y que si ayer había garbanzos hoy teníamos caldo. Los padres de familia eran expertos en bricolaje, las madres arreglaban las camisas para los hermanos pequeños y en televisión se hacían programas en los que ganaba el que más cultura era capaz de demostrar y, casi en prime time, sesudos debates eran el tema de conversación en los bares los días posteriores. Algunos afirmaron en La Clave que el mileniarismo iba a llegar. Hace 30 años, cansados de hacer malas copias de coches italianos, un grupo de españoles llamaron a las puertas de los ingenieros de Porsche y cogieron lo poco que tenían para hacer el Seat Ibiza y aunque lo hicieron con las pequeñas ventajas que les quedaban, les salió bien.

Internet fue la gran ventaja del intercambio de información y lo primero que hicimos algunos fue buscar porno o ponernos a descargar música como posesos. Cogimos esa ventaja, nos limpiamos el culo con ella, y le dimos el uso que nunca supusimos que se iba a dar de una forma tan masiva.

Cuando Klennex decidió usar los restos de algodón de la primera guerra mundial en hacer toallitas desmaquillantes descubrió que las mujeres que las compraban se quejaban de que sus maridos las usaban para limpiarse los mocos. Simplemente se dió un giro a la publicidad para seguir vendiendo lo mismo.

Las redes sociales fueron una forma de estar en contacto más cercano con quienes, por la razón que fuera o por la propia extensión del mundo y la reducción del tiempo, no podían estar al corriente de nuestros anhelos o pequeños triunfos y fracasos. Quizá en más de un caso ahora son un gran prostíbulo donde saciar las necesidades sexuales macacas a golpe de click y de polvo facilón con el que calentar la cama después de tres copas o, incluso, hacer un take away sexual y creerse moderno y molón.

Nunca fue tan sencillo encontrar a tu media naranja, a aquella persona que pudiera ser un punto de apoyo o simplemente alguien con quién intercambiar impresiones sobre aspectos de la vida que pudieras tener en común y, sin embargo, una sensual foto de perfil es el pasaporte para evitar la soledad nocturna. Los monos no leen, sólo ven las fotos de las monas.

Los teléfonos eran una manera de comunicarse y, cuando fueron smartphones, una herramienta que nos daba ventaja y esa ventaja se llama, para muchos, "selfie". "Photobomb" lo llama un tipo que dice que ha revolucionado la televisión. Porque la televisión, ahora mismo, es un circo donde no hay espacio para aprovechar las ventajas que nos da la tecnología. Es un lugar donde seres anónimos que no son capaces de dar nada se van, por ejemplo, a una isla a hacer monadas y los productores esperan que copulen para ganar un poco más de audiencia en submundos vacíos de cualquier contenido. En este caso lo único que se espera es que se comporten como monos.

Y que sean monos que entretengan a monos tontos que no son capaces de aprovechar las ventajas cuánticas que tenían en sus manos.

Simplemente monos que han dejado de buscar la manera de usar las ventajas en algo que no sea entretenerse o fornicar y eso no es tan malo excepto si se convierte en lo único.