Mal dia para buscar

28 de agosto de 2017

War on drugs- Pain

Go to bed now I can tell Pain is on the way out now Look away and domino falls away I know it's hard looking in Knowing that tomorrow you'll be back again Pin your head and let me in I'm waiting So long I was staring into the light When I saw you in the distance, I knew that you'd be mine Am I moving back in time Just standing still I met a man with a broken back He had a fear in his eyes that I could understand I can even shake the hand When I break it in I've been pulling on a wire, but it just won't break I've been turning up the dial, but I hear no sound I resist what I cannot change But I wanna find what can't be found I'm aware you're tired and lost Like a demon in the doorway, waiting to be born But I'm here all alone, just begging Pull me close and let me hold you in Give me the deeper understanding of who I am Yeah, I'm moving back again I'm waiting here I'm just pulling on a wire, but it just won't break I've been turning up the dial, but I hear no sound I resist what I cannot change, own it in your own way Yeah, I wanna find what can't be found

26 de agosto de 2017

Happy birthday to me (46)



Este año he aprendido una cosa muy tonta que es a la vez muy sencilla y difícil de llevar a cabo. He aprendido a sentarme, cada vez que un rayo me recorre el cuerpo, para diferenciar la realidad de lo que me dicen los sentimientos, los que antes me arrastraban y ahora tiran de mi como cuerdas tensas llevando al lado oscuro o a la estrella de la muerte de sus recovecos o de los retorcidos laberintos de los fantasmas que se disfrazan de mis miedos, que los tengo todos.

Así que me quedo quieto haciendo dos columnas, de pros y contras, para intentar sacar un resultado frío y global. Considero que el ser humano es egoísta pero no está cargado de mala intención. Considero que alguien puede ser un ladrón porque en realidad es un pobre hombre, como cuando un gilipollas adelanta por la derecha: antes le cerraba el paso y ahora sólo deseo que se reviente contra la trasera de un camión que vaya por el carril lento, partiéndose una pierna pero sin daños que perduren en el tiempo salvo una cicatriz fea. Considero que podríamos ser invencibles pero si sucede que nunca nos vamos a mover quiero no martirizarme con la ausencia, el vacío y el vacío de la sensación de casa. Al menos, y lo digo con una sonrisa cómplice, no tendré que oir folclore africano. Considero que el zumo de naranja natural está mas rico pero soy vago en el periodo que va desde despertar hasta que mis ojos, ancianos, son capaces de enfocar con los mensajes perdidos del móvil. Cada vez me gusta más que me locuten frases mundanas al oído pero que debajo de ellas haya un enorme yacimiento de cariño. Valoro que estoy lleno de imperfecciones, al menos 46, pero he aprendido a vivir con ellas. En realidad y a día de hoy creo que son las únicas que han decidido quedarse. Esas y un dolor continuo de lanzar el frisbee muy lejos para alguien de mi edad.

Sigo haciendo tonterías. Muchas. Pero creo que me doy cuenta.

Pd-1:45
Pd0: 43
Pd1: 42
Pd2: 41
Pd3: 40
Pd4: 39

19 de agosto de 2017

Aste Nagusia 2017 (19-27 Agosto)

No me gustan las norias.

Estás solo, en un cajón, alejándote del mundo. Y las personas se van haciendo pequeñas, como hormigas. Las ves casi perdidas por los caminos que hay entre las barracas cargando sus tesoros, sus peluches, sus comidas grasientas de forma cíclica y ceremonial. Las ves de lejos y viene esa sensación lenta y extraña en la que el estómago sube un poco y se sostiene en el mismo instante en el que se toca el punto alto del círculo de metal que es la atracción. Justo ahí existe un segundo de soledad absoluta, de falta de otros delante o detrás. Es un punto en el que la respiración se contiene y justo después todo crece sin control. Mucho más rápido de lo que se fue. Crecen las personas,  las hormigas son manadas de bisontes y luego vuelven a ser personas. Entonces busco a alguien que mire la noria y fijo sus ojos para que me vea pasar, para que me encuentre y tengamos un recorrido como el que se tiene cuando sale el tren pero yo, en realidad, no voy a ningún sitio. Vuelvo a subir. Todo se repite. A la tercera vuelta deja de ser emocionante pero sigo sin hablar porque debería de estar como un niño y estoy sintiéndome una cámara que graba un documental sobre el comportamiento humano aunque no soy más que un humano más. Creo que soy pequeño cuando estoy arriba. Creo que soy vulgar cuando estoy abajo. No estoy cómodo en ningún sitio. No. Definitivamente no me gustan las norias.
  
En fin, llego sin rumbo por el ayuntamiento. Los amigos hemos quedado como si fuera un ceremonial. Todo es un tumulto ordenado y multicolor. Una especie de exaltación de la libertad donde cada uno comprende el lugar hasta el que llega. Groucho, como siempre, me saluda al llegar. Más adelante las decoraciones me hablan de las críticas o de la libertad sexual aunque siempre no es no, y a mí me han dicho que no muchas veces. Alguna me dijeron que sí. Alguna vez me encontraron bailando, como si no fuera yo mismo, Sin Cuartel y con un mojito en la mano. A veces me agarraron delante de una verbena. Al llegar una actuación parece que rodea a mis amigos. Nos vemos y hay metros pero se recorren en días hasta llegar a ese grupo. Caminando hay encuentros con la historia de cada uno, como si estuviera en medio de la marabunta de la vida. Me la encontré, también encontré a mi compañero de pupitre y a tres turistas andaluzas que se perdieron visitando el cantábrico. Me preguntaron a donde ir y ya estaban en medio de todo con sus pequeños pantalones y unas sonrisas que no se pueden quitar de la cara, de esas caras que lo miran todo para no olvidarlo. De esas miradas que se quedan clavadas a cámara lenta como un anuncio de telefonía que vende felicidad y modernidad a partes iguales junto con decisión y autoridad, con poderosa y suave fortaleza, como una espalda limpia con leche de almendras.

Nos encontramos, los amigos, en círculo como un rondo de fútbol. Con un balón con forma de kalimotxo que nos vamos pasando con mayores y menores florituras. Hablamos de a dónde vamos, de qué conciertos hay. El ceremonial de la planificación está en el programa festivo de la misma forma que volveremos a los mismos lugares. Subiremos a Algara para oir la música desde el puente del Arenal, con la ría a nuestra izquierda. Si nos perdemos quedaremos en La Granja aunque el bar ya no exista, aunque delante vaya a poner una bandera la modernidad mal entendida en forma de comercio lejano y barato, de esos que usan a niños para vender las bragas a un euro. Tampoco importa mientras se pasea dialécticamente por encima de lo que se hizo ayer y lo que se va a hacer mañana. Uno dice que ligó pero es mentira. Otro le recuerda que la película Pagafantas se grabó en los mismísimos Jardines de Albia, que es donde hay que pasar a comer un pintxo moruno, con “tx” porque es Aste Nagusia y para eso somos de Bilbao. Se baja a Gogorregi para la emocionante perversión de la euskaldunización del día, para que suene Extremoduro y SutaGar uno detrás de otro o para que, de una modernidad extraña, aparezca Asier Bilbao vestido de ikurriña contando cómo se cuelga de las perchas como tirolíneas hasta llegar al mismísimo teatro Arriaga para ponerse tierno con un chulazo que podría estar cortando troncos en Amoroto. No deja de ser gracioso y no deja de ser algo nuestro. Hemos pasado del jazz al turismo y del turismo a rock, del rock a la modernidad y de la modernidad al transformismo. Todo en el mismo lugar y todo juntos. Uno dice que cree que ha vuelto a ligar.

En realidad no ha pasado nada. No ha sucedido nada. No somos más sabios ni hemos arreglado los problemas del mundo. El Athletic sigue en primera siendo de los primeros pero no el primero y, normalmente, tampoco el segundo. Creemos que tienen que suceder cosas para sentirnos plenos y, sin embargo, la mayor parte del tiempo en la vida no sucede nada menos importante que estar vivos, que estar juntos y que encontrar un lugar donde poder ser nosotros. Dime que no es maravilloso haber encontrado un refugio. Ese sitio donde todo vale y todo se respeta pero todos nos respetamos. Ese oasis caliente, como agosto, que nos reconforta sin darnos cuenta que va pasando el tiempo. Ese oasis con MariJaia como palmeras indicando la ubicación. Ese sitio donde aún es más importante estar que twittearlo, mirar al de enfrente que mirar el móvil. Cuando se mira una pantalla se pierde una actuación o una ronda de cervezas.

-Dejemos los móviles
-¿Y volver a 1987?
-Algo así, pero con menos hombreras.
-Es para estar localizado.
-No seas hipócrita. ¿Cuántas llamadas has hecho en los últimos diez días?

Nos fuimos a Abando. Junto a las vías del tren, como si fuéramos unos espías de la segunda guerra mundial, alquilamos una consigna con el número 26 en la llave. Yo la llevé encima tras un amañado sorteo. Salimos, cómo no, frente a La Granja. Recorrimos Ledesma mirando a quienes están con sus mensajes y sus selfies como si fueran fumadores el mismo día que se deja de fumar, que siempre es mal día. Hicimos un ceremonial de vinos, un brindis en el que nos encontramos una y otra vez. Quisimos arreglar un poco el mundo pero al final jugamos a poner voces en el grupo de chicas que nos miraban de lejos. No nos acercamos, la verdad, quizá por miedo a que nos quisieran mandar un whatsapp. Tampoco pasa nada. Somos de Bilbao. No ligamos, realmente, más que un par de veces en la vida.

¿Cuándo nos fijamos por última vez en los balcones que hay cerca de los juzgados?. ¿Sabías que el edificio de la plaza Venezuela tiene forma de barco desde el aire porque es hasta donde llegaban los navíos que venían con sus cargas a Bilbao y se llevaban el hierro a la Gran Bretaña?. La campa de los ingleses se llama así porque en esas explanadas donde ahora está la torre, al lado del museo, jugaban al fútbol los marineros en sus días muertos. Me gustan las luces reflejando en la ría mientras cruzo el puente de Zubizuri. Es soprendente lo que se ve cuando no hay una vibración llamando al narcisismo a todas horas. Hasta los bocadillos de jamón huelen mejor en la calle Ascao, detrás de la iglesia de San Nicolás, que es un lugar en el que quedé la primera de las dos veces que liga un bilbaíno como yo. En Unamuno nos sentamos en las escaleras que suben a las campas de Mallona, prolegómeno del parque Etxebarria, para ver llegar a la gente del metro y cómo algunos esperan a que una mesa se quede vacía para comer unos champiñones grasientos sobre pan, como un delicatesen autóctono.

-Me fumaba un cigarro- dice al acabar el bocadillo
-Y yo hacía alguna foto y mandaba unos mensajes- digo yo.

Así que nos quedamos como se tienen que quedar los amigos: empate y geolocalizados porque están el uno al lado del otro y los dos al lado de los demás. La mejor ubicación es la que puedes alcanzar con la mano.

En ese instante nos damos cuenta que ese, el que siempre dice que liga, está hablando con unas chicas. Va a ser verdad que tiene un don pero más que un don parece que es un guardia urbano. Hace muchos gestos señalándonos y mirando al cielo después. Marca con el dedo. Hace el gesto de andar con el índice y el medio. Se toca los bolsillos como si le faltara algo y pone cara de mimo abandonado. Hace el signo universal de stop y vuelve al grupo.

-No me jodas, tío. Alguno tiene que tener un móvil.
-No. No tenemos. Es el día sin móvil
-Es que son extranjeras y no sé como explicarlas
-¿El qué?
-Que hay fuegos artificiales y se sube por aquí.
-Eso es fácil: fireworks.
-Sí. A eso llego. No me jodas.
-¿Para qué quieres el móvil?
-Para el traductor
-¿Tú te crees que tu padre y tu madre usaron traductor?. Anda –dice levantando la mano- ve y arréglatelas.

Se va a las chicas y sonríe. Las acerca. Dos austriacas y una alemana delgada que juraría que es de la Alemania del este. Blanca y pelirroja. El alemán es un idioma que, cuando no lo entiendes, crees que están hablando mal de ti. Luego dicen del Euskera. Subimos las escaleras y vamos dejando atrás el casco viejo que, si lo ves con cariño, tiene forma de corazón con la aorta saliendo de la catedral de Santiago. Palpitando en fiestas. Nos vamos parando para explicar, con gestos y sin apoyo tecnológico, nuestra ciudad desde el aire que dan las laderas del botxo. Al final del camino, como una llegada sorpresa, nos esperan las atracciones. Nos esperan los autos de choque y la carpa donde siempre huele a txistorra pero es chorizo, donde se come pollo asado y los camareros van con sus camisas blancas y sus pantalones negros. Se ve el circo, que suele ser mundial. Alguna montaña rusa y, mierda, la noria enorme. Reconozco que es menos amenazadora cuando se está con los amigos, unos vinos y un grupo de alemanas. Tengo que admitir que, iluminada, es casi una visión más allá del cielo que nos rodea, del refugio que nos compone. Allí van, fruto de la cortesía mal entendida del latin lover vasco, para comprar boletos. Allí vamos porque no se puede ser parte de un grupo sin hacer lo que hace el grupo y esperamos a que vaya parando, a que vayan subiendo las familias que están delante nuestro, a que se pongan en sus huecos parejas recién encontradas o encontradas hace tiempo.

Montamos en nuestros balancines. Dejamos que dejen de bambolearse tras subir por turnos. Reimos contenidos por la sensación de riesgo mínimo pero riesgo al fin y al cabo. Se mueve. Cojo aire por un momento y el ruido se detiene o no: suena a engranajes. Sube. Veo las personas como manadas de bisontes y luego espero que se vuelvan hormigas pero me despista una risa, una risa en alemán pero una risa al fin y al cabo, que es un idioma universal. Detrás de esa risa aparece Bilbao y la ría. Y las torres.  Las luces. Creo que soy un privilegiado y no se mueve mi estómago ni me siento lejos o cerca del mundo. Estoy con mis amigos y estoy en mi ciudad. Estoy sin interrupciones, que es como se debe de estar, ni de mi cabeza atontada ni de un mundo que cree que la verdad está detrás de una pantalla cuando, joder, es tan grande y tan pequeño todo desde aquí. Es grande porque lo tiene todo. Es pequeño porque puedo ver las calles por las que jugué, las calles por las que me perdí, las esquinas y los portales donde, antes del cambio climático, me resguardaba de la lluvia que nunca cesaba. Bilbao será el mediterráneo climático para nuestros nietos. Alguno, quien sabe, con apellidos germánicos. Creo que mi amigo sí que liga alguna vez. No me cambio por él. Hemos subido y hemos bajado. Volvemos a dar otra vuelta y estoy esperando a volver a llegar arriba pero no para mirar abajo sino para memorizar la inmensidad de una ciudad en fiestas. Frenamos.

Nos quedamos en lo alto.

Las luces se apagan y todo se frena, con una leve brisa de agosto y algo que llevo a recordar de las emociones que se sienten cuando, siendo más pequeño, algo iba a suceder pero no sabías por donde. La ciudad se frena también. Un ruido a nuestro lado. Ensordecedor. El primero de los tres petardos que empiezan los fuegos, esos que tenemos todos los días porque somos así de grandes, como un perro de doce metros. Y veo salir las carcasas desde abajo. Explotan a mi altura, iluminándolo todo. Veo las palmeras deshaciéndose entre mis ojos y mis pies. Sonrío con cada petardo y busco cada combinación de colores. Van pasando una tras otra las tracas y el ruido, las luces y los relámpagos. En cada una veo a la ciudad y a los amigos, veo la hospitalidad y la realidad. Veo la sensación recorriéndome y ninguno, en medio de ese espectáculo de luz y de imágenes, en ese instante irrepetible y casual que sucede nueve días todos los años, añora su teléfono ni nada más que estar ahí, como si hubiera una alineación de planetas. Como si Aste Nagusia fuera el eclipse necesario para coger aire o hacer el redoble final que tiene el verano, como si fuera la terapia de choque contra las fobias.

Como si fuera una forma de adorar las norias.

A uno de mis amigos le gustan las alemanas. Otro dejó de fumar. No pasó nada y pasó todo. Lo tenemos todo. En eso consiste esa semana de nueve días.


Ahora sí, me gustan las norias.

(Bienvenidos a las Fiestas de Bilbao 2017)

18 de agosto de 2017

Una historia o algo así.

Una puta historia de amor.


Recogerla como un pasajero cerca de la estación de autobús que está a un lado de la del tren y besarla en el portal mientras le digo que está suave. Escaparnos por la noche convirtiendo una en nuestra canción por la autopista.

Que aparezca borracha en casa como la canción de Cleopatra, sin sus fantasmas y ninguna zanahoria.

Despertar en medio de su sonrisa en el lado contrario de la mesilla que siempre será un sinónimo de pasión.

Decir: "¿qué tal haces el café? después de un concierto. Y hacer yo el café mañana.

Recogerla del tren.

Tomar un café de tres días. Aprender la sensación de casa.

Secuestrarla del cuello con un beso en una travesura camino del garaje.

Salvarla de una inundación en el galeón que es mi cama.


Algo así. Cualquier principio que nos haga invencibles.

16 de agosto de 2017

La impaciencia hiperbólica

Cuando se habla del descuento hiperbólico lo importante de la conclusión es considerar que cuando el tiempo entra como variable en la ecuación el resultado o la decisión que se toma es diferente. No es lo mismo tener 10 euros ya que 100 euros dentro de un año.

Lo que pasa es que suele asociar a las decisiones conscientes que uno ha de tomar respecto de si mismo. Bien por esa teoría que se basa, absurdamente, en que el 100% de la responsabilidad de lo que somos o nos sucede es cosa nuestra. Igual de absurdo que creer que la culpa de nuestros males es del presidente del gobierno o de una multinacional. Porque hay un porcentaje, no sé cual, pero lo hay. Quizá la conciencia de ello y el encuentro de esa cifra en su justa medida sea la clave de la felicidad y, en consecuencia, el sentido de la vida.

Pero ¿qué pasa si nos centramos en el tiempo de respuesta a nuestros actos o nuestras necesidades conscientes o inconscientes?. ¿Eso determina nuestra vida?. Si, lo hace. Lo hace el tiempo de duración del video que hemos encontrado, el tiempo que duran los anuncios determina nuestra atención sobre los mismos, el rock tuvo parte de su éxito en que las canciones duraban menos de tres minutos. Los whatsapp largos no se leen más que por encima, si no te responde de forma inmediata crees que te van a mentir y además aprovechas para lavarte los dientes con lo que pierdes el hilo de la próxima mierda que ibas a contar. Puedes ser digno unas horas, quizá un par de días pero el tercero tienes que ir a cagar y es ahí cuando, sentado, empiezas a aceptar que ya ha empezado la cuesta abajo, que has perdido glamour. Una vez me fui a la cama reconociendo que había sido un tipo brillante y amable en una cena. Pensé que no iba a poder ser jamás tan estupendo como aquella vez y me acordé de Pelé, que se retiró en lo alto de su carrera. El día siguiente marché y nunca más volví a quedar con aquella gente. Un cobarde, si, pero en lo más alto que iba a poder llegar. Un gilipollas, también.

Los tiempos de respuesta a nuestras expectativas determinan nuestra vida en cierta medida. Es un grado de impaciencia. La impaciencia hiperbólica. Miramos las visitas de la página los siguientes diez minutos a la publicación pero se nos olvida, diez días después, que estaba ahí. Esperamos resultados inmediatos a los globos sonda que lanzamos al hiperespacio sin dejar que sobrepasen la atmósfera. Queremos amor eterno después del primer beso con lengua. Fidelidad absoluta tras la primera confidencia porque en la cuarta, cuando hemos admitido que nos da miedo la oscuridad, empezamos a pensar que os van a apagar la luz cuando nos despistemos. La constancia no es una virtud de moda y eso, como el sueño de la razón, produce monstruos.

Esos monstruos son los triunfos de la nueva era: las canciones de mierda con un ritmo de tres segundos que se repite, los eslóganes graciosos, los memes, las historias sentimentales (con enamoramiento, desarrollo y decepción) de tres horas, los resúmenes de partidos donde solamente salen los goles. Los greatests hits resumidos con los que más de uno dice que sabe de música, arte, deporte o amor sin haber, en realidad, llegado a tener la paciencia de conocer ninguno de ellos de forma completa. ¿Cuantos vídeos de youtube dejas que terminen pero los comentas como un experto en la próxima cena social?

Una vez, sí, pero hasta el final y de forma completa, degustando en vez de devorando. Eso es mejor que conocer solamente los resúmenes de cien pero tienes menos temas de conversación.

No dijo lo que quería oír los tres primeros segundos después de presentarnos y no volvimos a hablar jamás. Es un spoiler del cortometraje de "el columpio". No fue capaz de escribir un libro porque a partir del carácter 141 se quedaba sin ideas, es un ejemplo de futuro. Nadie oyó la sinfonía porque duraba más de tres minutos. El futuro tiene pinta de ser mediocre y breve. Arqueología de las cosas que se hicieron viejas hace tres minutos. Obsolescencia impaciente. Resultados de mierda inmediatos que pisan todo aquello que tarda en cocerse a fuego lento.

Comida basura.

15 de agosto de 2017

Fuera de lugar

Y esto se hacía en 1993, con Jose Manuel Casañ desbocado desde el 3.23. Un cantante infravalorado que lo dió todo desde el punk, el ska, el rock o la rumba. Quizá es eso lo que no le dejó en un sólo lugar: dar palos a todos lados.  Vino tabaco y caramelos.

Breve malentendido que acaba con moscas.

-Guapa- le dijo con sinceridad y admiración como quien se queda delante de una escultura. Y ella, al ver que no era en absoluto el hombre de su vida, detuvo a una patrulla para denunciar una agresión machista que más tarde salió en el periódico sin poner, en ningún caso, la cara pixelada o salvaguardar la presunción de inocencia. Salió absuelto y marcado, señalado.

El nunca más, ni siquiera en la intimidad más absoluta, volvió a piropear a nadie. Todas sus parejas, a partir de entonces, le acusaron de ser poco cariñoso, de no decir amables palabras de amor y de callar sus sentimientos. Le dijeron que era un hombre frío y se fueron buscando calor más allá de la puerta de entrada al hall de su vivienda. La misma donde le encontraron, un martes, devorado por las moscas y muerto de soledad.

-Era un buen tipo- decían sus vecinos en los reportajes de 20 segundos del informativo local. - Reservado- dijo la vecina del tercero, a la que siempre quiso en secreto pero no pasó de hacer referencias a la temperatura de la calle cuando bajaban tres pisos en el ascensor. 

No devolvió jamás el balón que se le escapó a unos niños. No detuvo a un ladrón extranjero que salía corriendo con su botín de una pequeña tienda. No cruzó ningún semáforo en rojo aunque tuviera prisa. Cedió el asiento, todas las veces, en el autobús.

En el todo o nada de los comportamientos sociales, se quedó en nada, en un zumbido a su alrededor.

11 de agosto de 2017

Reflejos.

Es intrínseco: nos gusta sentirnos reflejados. Si puede ser en ese reflejo brillante que se lleva dentro, mejor. En ese luminoso momento en el que no tenemos control de nuestra imagen ni de nuestras palabras, que es casi lo que sucede cuando un orgasmo es de los buenos o de los de verdad, que no es lo mismo: que no hay control de lo que, como un halo proyectado, una aparición, sale de nosotros mismos hacia el exterior. Es el mismo halo que se queda palpitando, como una burbuja elíptica, al despertar con la espalda al aire y las sábanas revueltas por las mañanas de agosto.

Nos gusta vernos en los ojos infinitos, en la parte bondadosa y honesta de la verdad que hay en el fondo del iris, en la luz del lago que nos hace sonreír entre las ondas sinusoidales de la superficie. A veces romper el agua y ver cómo nos volvemos a formar, que siempre es cuando llega la calma.

Tenemos dos imágenes, quizá tres. La que damos, la que inventamos y la que somos. Yo tengo imagen de travieso, me invento como un honesto trabajador fiel a personas y principios con finales inciertos. Tu das de dura sensible individual e imperturbable y te inventas como una superviviente. Digo que eso lo inventamos y no tiene que ser verdad porque siempre creemos de nosotros mismos que somos mejores de lo que somos. ¿Y que somos?. Probablemente mediocres de halo intermitente. O infinitos en tu reflejo. O tú en el mío.

En eso consiste.

Llévame a ver salir el sol.

Ya no sé que hay en sus ojos. Dice que no se ve reflejada. Será que son paisajes de agosto. (Y se miraron los dedos, se rozaron codos, se erizaron los pechos. Vamos, que se lió todo). Es un reflejo. Lejano en el tiempo y en el espacio como un Cadillac sin frenos.(Y ahora encuentra la canción, que está escondida como las letras de un autodefinido sin gafas al lado de la piscina). Diciendo que te quiere cuando ya te ha abandonado, calando hondo. Engáñame un poco al menos, antes del minuto 6.52

For what it´s worth

En mi defensa, todas mis intenciones eran buenas. Y el cielo sabe que hay lugar en algún lugar para los malentendidos. Sabes que te daría sangre si fuera suficiente El diablo está en mi puerta desde el día en que nací. Es difícil encontrar una puesta de sol en el ojo de una tormenta pero soy un soñador de diseño y sé que con tiempo vamos a poner esto detrás. Por lo que vale, lo siento por el dolor. Seré el primero en decir: cometí mis propios errores Por lo que vale, sé que es sólo una palabra y las palabras traicionan.A veces perdemos nuestro camino Por lo que merece la pena. Detrás de la lente hay una imagen de veneno que pintas y no pretendamos que estuvieras vistiendo santos porque he sido crucificado por estar vivo. En algún lugar en el fuego cruzado de esta guerra susurrante parece que he olvidado por lo que estaba luchando pero debajo de mi piel hay un fuego dentro, todavía ardiendo. Por lo que vale, lo siento por el dolor. Seré el primero en decir: cometí mis propios errores. Por lo que vale, sé que es sólo una palabra y las palabras traicionan. A veces perdemos nuestro camino Por lo que merece la pena El primer pájaro que vuela consigue todas las flechas. Dejemos atrás el pasado con todas nuestras penas. Construiré un puente entre nosotros y tragaré mi orgullo Por lo que vale, lo siento por el dolor Seré el primero en decir: cometí mis propios errores Por lo que vale, sé que es sólo una palabra y las palabras traicionan A veces perdemos nuestro camino
Por lo que merece la pena

9 de agosto de 2017

Crisis: 2008-¿2018?

"Industry and commerce toppled to their knees The gears of progress halted The underclass set free The super-ego shattered with our ideologies The obscene injunction to enjoy life Disappears as in a dream And as we return to out native state To our primal scene The temperature, it started dropping And the ice floes began to freeze". Eso dice el último vídeo de Father John Misty y, curiosamente, la unión europea dice que ya se acabó la crisis. Eso que no existía en el 2008, cuando todos éramos ricos y parecía que estábamos en un paraíso de bienes infinitos que nunca, jamás, iba a dejar de darnos sus beneplácitos.

También cantaba Dire Straits: "I used to like to go work but the shut it down. I´ve got a right to go to work but there´s no work here to be found. Yes, and they say we´re gonna have to pay what´s owed. We´re gonna have to reap from some seeds that´s been sowed". Pero eso fue en 1982

Todo es un ciclo porque no aprendemos. La moda y las hombreras, las canciones de mierda y las personas que nos hacen daño. Quizá somos sadomasoquistas de las crisis y de las piedras que, como Julio Iglesias, nos hacen tropezar de nuevo.

¿Qué éramos en el 2008?. Unos gilipollas. ¿Que somos casi en el 2018?. Unos gilipollas pobres.

Lo curioso es cómo se interioriza lo que nos ha pasado durante este tiempo. Perez Reverte afirma, en algún caso, que si la gente vuelve a tener medios la volverá a cagar porque somos así. No le quito razón. Es curioso que mi abuela, tras haberse tenido que esconder de las bombas durante toda una guerra y con dos hijos, fue una trabajadora infinita que guardaba las joyas en un baldosin suelto de la cocina. Que nunca se permitió un lujo y que tenía más dinero que un torero en comparación con sus gastos. Mi padre, que emigró para conseguir mejorar en la vida, fue siempre hacia delante guardando en los tiempos buenos para los malos, que eran cíclicos. Y nos dio de comer todos los días mientras pintaba la terraza en verano, arreglaba las bicicletas en otoño y cuadraba balances el resto del año. Nosotros, que vimos a nuestra abuela y a nuestros padres trabajar para salir adelante, quizá hasta lo interiorizamos pero no mucho porque la realidad es que eso de no tener es algo de lo que nos habían hablado casi tanto como lo de ir al lado oscuro de la fuerza. Así que no le hicimos mucho caso incluso sabiendo que Darth Vader es un personaje de ficción. Nos pusimos dignos y coherentes con la ecología y la economía en conversaciones grupales en la que quisiéramos aparecer como razonables y le dimos a nuestros hijos todo lo que nos pidieron, a veces hasta con copias fraudulentas de la verdad. A veces con peluches falsificados de Pluto o de Bob Esponja, pero se lo dimos. Y un móvil. Y les hablamos de lo importantes que son los derechos y que si alguien se esfuerza podrá tenerlo todo. Les mentimos como perros pero tampoco les íbamos a decir que las cosas eran jodidas porque la ordinariez de la vida es muy fea para explicarla antes de dormir, como un cuento en el que termina llegando el hombre del saco. El malo. El otro. El responsable de nuestras penas, de las que no nos merecemos, de las que nos envían los malos, siempre los malos. Los de las películas. Las mismas películas en las que se encontraba a la persona perfecta entre sonido de violines.

Me cuenta un amigo que se rodea de jóvenes menores de 30 y cargados de ilusión que lo primero que hacen cuando intentan sacar adelante un proyecto es valorar en qué parte de la oficina pueden poner el futbolin porque todos quieren ser la parte que mola de google y hablar como Musk, que pierde un millon de euros cada vez que parpadea. Me dice que todos quieren hacer una app tonta que les saque de pobres pero mientras tanto actúan como ricos. Mi padre me daba dos billetes cuando yo quería salir. "uno para gastar y otro para enseñar"- me decía porque no está bien que los demás piensen que eres un mierda. Me explica, mi amigo, que antes de aprender a golpear la pelota los aspirantes a estrellas ya llevan las gafas de futbolista rico y que esos sueños les duran hasta que se acaba el dinero y que eso suele ser un par de años. No más. No son capaces de preguntarse qué sucederá si la fuente se acaba porque la fuente, de una forma u otra, de los padres, de abuelos o del estado siempre ha manado. Trabajan, eso sí, en lugares trampolín hacia sus sueños: comerciales, repartidores, camareros o almaceneros. Pero si les preguntan todos son artistas, coach, ceo, product manager o directores. Tienen un trabajo para gastar y otro para enseñar. Los diez años de penuria no son su problema porque ellos no lo causaron. Son las víctimas de un sistema y, sin embargo, compran en páginas que no pagan impuestos, en tiendas que utilizan niños, en aplicaciones que no hacen nada más que joder a quien trabaja (las aplicaciones de reservas joden a los hoteleros sin tener hoteles, las de comida rápida a los restauradores sin tener comida, las de alquiler de coche al que pone el coche). Tienen un discurso para contarte lo que se preocupan por los demás y otro para hacerlo cuando están en la intimidad de su consumo.

Y los mayores de 30 no quieren ser menos. Los jubilados y mi hermana, leyendo las opiniones de los hoteles a los que quiere ir (con ofertas de mentira), son un mercado potencial brutal de la mediocridad en la que nos ha dejado la crisis. Si se sobrevive sin hacer nada, ¿para qué hacer algo?. ¿Inventar el rock?. Hagamos regetton con autotune y creamos que es lo único que existe. Compra el pan por Amazon y después asómbrate de que cierre la panadería que estaba a todas horas abierta debajo de tu casa, cabrón.

Cambio de afirmación: En el 2008 éramos gilipollas y en el 2018 somos gilipollas que no sabemos que somos gilipollas. Y ademas somos pobres porque nos quitamos el pan los unos a los otros.

Mientras seamos estúpidos no terminará nada.

Al menos nos da algunas buenas canciones.

Cuando, autónomo sin futbolin, digo que llevo más de cinco años sin vacaciones me dicen que es porque yo no quiero y luego me miran como si fuera imbécil. Algo debo de serlo, si.

8 de agosto de 2017

Los universos paralelos del whatsapp


Pues no, no lo hizo. pero no lo hizo porque estuviera gozando de sexo carnal con el equipo eslovaco de waterpolo ni porque al ver que era ella pusiera una cara de repulsión y siguiera tomando cervezas con los amigos. No lo hizo y no fue porque estuviera viendo un mundano evento deportivo en el que los que sudan son los otros. Ni siquiera fue porque estaba cagando y dejó sonar el teléfono que podría estar cerca de donde deja las llaves a la entrada de casa. No lo cogió porque se lo dejó en la chaqueta y cuando la mete en el armario y cierra la puerta simplemente no lo oye. Y tenía hambre, cenó. Le entró hambre, durmió. Se fue a trabajar y al salir de casa vio la llamada perdida. "Buenos días"-  escribió. Entonces fue cuando ella le llamó para decirle que no le cogió el teléfono, como una batería de metralleta que sólo lanza un disparo. Un obús con forma de reproche.
No tiene que ser algo en una sola dirección, aunque hay parámetros curiosos en lo contemporáneo. Yo la llamé, da igual quien fuera. Habíamos pasado el fin de semana anterior juntos y sonrientes, como quien se pierde. Habíamos reído y habíamos desayunado. Incluso hablamos las noches, después de cenar, sobre lo que nos pasaba en nuestros días. El viernes no cogió el teléfono. Yo pensé, mientras esperaba que volviera a sonar, que estaba cagando. También pensé, porque esa llamada no llegaba, que lo tenía en la chaqueta y la chaqueta en el armario. O en el bolso, junto a un cepillo de dientes diminuto y un kit de supervivencia. Y el sábado por la tarde me devolvió la llamada en forma de mensaje. La llamé y esta vez sí cogió. Hablamos del tiempo y de asuntos circundantes hasta que, como el que no quiere saber la respuesta a las preguntas, pregunté. "Ayer me follé a uno. Pero no es nada importante"- recalcó como si eso fuera a tranquilizar mi autoestima. Me indigné de una forma teatral y emocional, sin aspavientos, que es como debe de hacerse cuando aún no ha pasado un mes ni ha llegado la quinta noche. "...cómo sois los machistas"- dijo en un susurro y se animó en un argumentario -"¿qué pasa?, ¿que por ser mujer te tengo que rendir pleitesía?. No estabas aquí y yo no soy de nadie. Me apetecía y lo hice. No hay nada malo en ello. Si te sirve de excusa tú la tienes bastante mejor"- Y me callé porque hay discusiones absurdas que es mejor no tener. Es una historia verídica que, salvando las distancias, me ha sucedido de manera idéntica dos veces.

La ante última vez que no cogí el teléfono estaba perdido en la moto, echando de menos en medio de la nada, buscando toros de Osborne. Debo de ser muy tonto. La última estaba dormido. La próxima estaré intentado no pensar haciendo deporte para tener una excusa con la que fumarme un cigarro después de cenar y, con suerte, leer mensajes que llegan desde universos paralelos.

Porque si algo tiene la comunicación moderna es que creemos, positivamente, que el resto del mundo debe de estar ahí, puntualmente preparado para interactuar de forma inmediata a nuestras necesidades. Que las tiendas han de estar abiertas cuando las necesitamos, que la persona del mostrador de información sabe todas las respuestas y que hay una gasolinera a unos metros de cuando se enciende el piloto de la reserva. Un mundo para atendernos, unos brazos cuando los necesitamos, unas palabras justas que nos sanan de la próxima cicatriz. Todo completo, intenso, emocional y , sobre todo, ya.

Lo curioso de todo esto es que vamos fortaleciendo nuestro universo sin darnos cuenta que el de los demás está ahí, igual de importante que el nuestro y, muchas veces, con las mismas necesidades aunque sean en momentos diferentes del día. Que a mi me gusta despertarme despacio y a ella el día le actúa como un resorte. Que yo soy de desayunar antes de la ducha y que hago mejor la parte izquierda del autodefinido. Que me gusta más la moto que el coche y no me meto en el mar por las tardes. Que tengo la manía de tener los relojes en hora y todos los dispositivos electrónicos funcionando. Que, y eso lo acepto como tara, las televisiones las tengo ordenadas alfabéticamente.

Hay personas que se complementan y quienes son iguales, eso es irrelevante. No tiene que ser nada sentimental ni sexual porque una pareja es una amistad, a la que tampoco contamos todo, con quien nos acostamos de vez en cuando y, además, sentimos que no nos va a apalear cuando le enseñamos nuestras debilidades.

Pero, joder, que no nos crucifique cuando no respondemos las palabras exactas al último mensaje. Que no nos mate porque tuvimos un universo paralelo diferente en ese preciso instante en el que nos esperaba, atentos, una vez más. El whatsapp no tiene entonación ni todas las partes necesarias para algo parecido a la comunicación real. No tiene olor, ni dudas de verdad. No tiene nada más que una ilusión de universos paralelos que no son el uno, el otro o simultáneos. Y deberían de ser infinitos.
No respondí al mensaje, quizá. Eso no significa que no te quiera a un lado. Es más, cuando no respondo quizá es porque no quiero sentir la puñalada de descubrir que cuando se apaga la pantalla, no estás. Ese es un universo paralelo en el que no solemos pensar. "No respondiste y me busqué otra compañía"- fue el último mensaje que no tuve ganas de responder. Es literatura. Es verdad. Es algo parecido a la verdad. Es algo que sucederá. O que sucedió.

4 de agosto de 2017

El curriculum de los fracasos (está mal visto).

Hay quien quiere oir sólo lo que le agrada. Oir palabras e historias en las que haya un final feliz y un sueño cumplido. Un reto que se afronta y se supera. Un alegre y reconfortante relato en el que los malos pierden y los buenos ganan. A nadie le gustan las historias en las que muere el héroe porque no se quiere admitir que, en más de un caso, los a quien le alegran el dia es al enemigo de Harry el sucio.

Vivimos en un entorno en el que el fracaso, la pérdida, los errores y sacar la cabeza fuera del agua aunque sea como un cocodrilo mirando sin que se le vean más que los ojos está mal visto. No vivimos en una sociedad de triunfadores pero sí en una de esas que esconden a los que fracasan y cree que preguntarles es volver a caer.

Me encontré con el director de mi universidad. Fue mi profesor de mecánica hace ahora unos 23 años. Se enfadó conmigo cuando, allá por 1994, le comenté que iba a emprender, que no quería trabajar para nadie y que el futuro iba a ser un campo de flores por el que yo danzara como Julie Andrews: tonto y feliz como un villancico. -¿Cómo le va a usted que eran tan emprendedor?- me dijo con ironía. -La verdad es que me han dado hostias hasta en sitios insospechados- le respondí aceptando la verdad esa que dice que seguir lo establecido es siempre más fácil, mucho más fácil. Entonces hizo una pausa -Pero, ¿está usted vivo tantos años después?-. Le dije que sí con cara de resignación. -Entonces- afirmó- ya ha hecho mucho más que la mayoría. Debería de estar orgulloso- Luego nos despedimos y me quedó una sensación incierta. No era esa de sentir que había hecho el canelo a base de altas expectativas que luego se convierten en altas decepciones sino que quizá el camino, sin ser de baldosas amarillas, era un camino como cualquier otro.

No comprendo la exaltación de la virtud, real o inventada, que se hace casi como la de las vacaciones en las redes sociales. Pero lo que no comprendo es que se aparte y se desconfíe de quien pudo identificar sus errores, que se dejen a su suerte a los lobos que lucharon y perdieron en la manada, que se intente hacer creer que las oficinas con futbolin en la sala de juntas son mejores que las demás, que el profesor con manchas de tiza en los dedos es peor que el que hace chistes en el grupo de whatsapp del colegio. No comprendo que si digo que fracasé y me levanté 57 veces soy un apestado o que lo tengo que decir sin decirlo. No entiendo que caer tenga que ser un castigo añadido al hematoma del golpe.

Encumbramos a los que ganan pero pisamos a los que caen. Eso no es elegante.

La superación es volver a levantarse. Despedir es mucho más difícil que contratar. La naturaleza humana es hipócrita y sorprendente, me digo si pienso en las decepciones o en los hijos de perra que piden ayuda con la última ordinariez que se han comprado por Amazon y no saben configurar, creyendo que mi deber está en ayudarles gratis, como si mi experiencia fuera un melón que estrellar contra el suelo. Pelear deja marcas, pagar nóminas descubiertos. Hablar con sinceridad a los amigos, vacíos. Cuando veo mis cicatrices, las que se ven y las que duelen, recuerdo cómo me las hice y es entonces cuando aprendo o, al menos, me recuerda lo que pasa cuando se hace lo mismo. Y lo vuelvo a hacer, porque es innato en mi cometer tonterías creyendo absurdamente en el karma, pero ya no me sorprende el resultado.

Así que un día llega ese momento en el que hay que hacer la presentación resumida de cada uno. -Hola- se empieza cogiendo aire- me he dado mil millones de hostias y habré engañado una vez menos de las que me engañaron a mi. Me caí, me levanté, me volví a caer. Fregué el suelo y puse la lavadora. Me quedé tirado a mitad de camino en ninguna parte y sigo respirando. No sé donde iré o si iré a algún lado, pero mis pies se mueven cuando escucho canciones favoritas- Y entonces, en ese momento, se van con uno que dice que es un semidiós de la verdad con fortaleza física infinita y valores absolutos, que siempre acierta y nunca se equivoca. 

Lo curioso es que estábamos en el mismo bar pero sólo uno dice la verdad. El que se vuelve a casa oyendo el silencio del atardecer.

Y la verdad, como el fracaso, está mal vista.

Desconcertante pero real.
He escrito un curriculum de todos mis fracasos y llevo un libro sin ilustraciones a la mitad. Al final el héroe creo que muere. Espero que me dé tiempo. Wake up and smell the coffe (again).