-Guapa- le dijo con sinceridad y admiración como quien se queda delante de una escultura. Y ella, al ver que no era en absoluto el hombre de su vida, detuvo a una patrulla para denunciar una agresión machista que más tarde salió en el periódico sin poner, en ningún caso, la cara pixelada o salvaguardar la presunción de inocencia. Salió absuelto y marcado, señalado.
El nunca más, ni siquiera en la intimidad más absoluta, volvió a piropear a nadie. Todas sus parejas, a partir de entonces, le acusaron de ser poco cariñoso, de no decir amables palabras de amor y de callar sus sentimientos. Le dijeron que era un hombre frío y se fueron buscando calor más allá de la puerta de entrada al hall de su vivienda. La misma donde le encontraron, un martes, devorado por las moscas y muerto de soledad.
-Era un buen tipo- decían sus vecinos en los reportajes de 20 segundos del informativo local. - Reservado- dijo la vecina del tercero, a la que siempre quiso en secreto pero no pasó de hacer referencias a la temperatura de la calle cuando bajaban tres pisos en el ascensor.
No devolvió jamás el balón que se le escapó a unos niños. No detuvo a un ladrón extranjero que salía corriendo con su botín de una pequeña tienda. No cruzó ningún semáforo en rojo aunque tuviera prisa. Cedió el asiento, todas las veces, en el autobús.
En el todo o nada de los comportamientos sociales, se quedó en nada, en un zumbido a su alrededor.
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