Mal dia para buscar

22 de abril de 2015

Hasta luego (2007-2015)

Siempre tuve la necesidad de escribir. Ello lleva implícito algún tipo de lectura ajena y la búsqueda de alguna respuesta porque, casi como la confesión o el psicoanálisis, lanzar fuera algunos de los demonios los descubre como minucias. También tuve la necesidad de querer, lo cual lleva integrado sentirse querido. Tuve la necesidad de intentar hacer las cosas mejor porque me enseñaron de pequeño que aquello lleva alguna recompensa relacionada con el esfuerzo: Si soy bueno con las personas, las personas serán buenas conmigo. Si estudio apruebo. Si quiero, me querrán. En el fondo todo se basa en una concepción mercantilista del mundo. Casi nada de lo que hacemos resulta hacerse gratuitamente porque no hay nada gratis en la vida. A veces es una compensación en forma de sonrisa, algunas incluso la recompensa en regodearse en las propias miserias y otras se puede contabilizar en dinero aunque la inmensa mayoría de las veces va relacionada con llenar necesidades básicas aceptadas o desconocidas.

Nuestras acciones son los síntomas de nuestras necesidades.

Aquellos fueron los orígenes. Si en el año 2007 (!8 años!) alguien me hubiera preguntado el motivo de empezar con un blog hubiera contado que era el entrenamiento para un libro, para algo más serio, para una realización personal. Después fue un lugar donde plasmar las enseñanzas. Una libreta donde ir dejando cada momento, cada segundo milagroso que tenía cada día. Soy perfectamente capaz de leer entre líneas en todos y cada uno de los posts. Hay declaraciones de amor y hay despedidas. Hay sudores encontrados en los bunkeres y muchos kilómetros buscando un destino o una respuesta a los lomos de mi moto. Hay rabia. Quizá como un viaje al lado oscuro esa rabia se hizo dueña de todo lo demás. Últimamente hay una gran decepción con el mundo. Cuanto mejor he escrito más bajas han sido las estadísticas de los lectores. Hago las cosas mucho mejor y, sin embargo, el resultado es ínfimo. Un blog con fotos de escupitajos de monos sería más valorado por google y, lo que es peor, por el número de visitas. Follo mucho mejor que hace años pero ya no me reclama nadie. Poseo una conversación y dialéctica mucho más interesante pero hace meses que no tengo una tertulia inteligente. Soy capaz de arreglar cualquier ordenador y adivinar la máquina o solución tecnológica correcta para cualquier persona pero esa profesionalidad parece no valer ante una oferta falsa de un centro comercial con un párbulo de uniforme y acné delante de un jubilado con dinero. Alguien me estuvo explicando que para todos hay un lugar, como el de Juan Salvador Gaviota. Respondí que empiezo a estar cansado de esperar, como la canción. Soy un ciclista entrenado que se ha perdido en medio de una vuelta. Soy un buen amante y compañero que ha aprendido a cenar solo y a ocupar toda la cama.

Este blog tiene muy buenas cosas. Tiene mucha y muy buena música, selecciones cada fin de año, reflexiones brillantes y mucha mala leche de la que vomitamos los hombres buenos. Tiene una evolución, una terapia, unos cuantos desencuentros. Tiene algún polvo loco y más de una historia de amor, a veces en el mismo sitio, a veces en lugares enfrentados. La mayoría de las ocasiones son historias inventadas. Tiene una sensación de culpa y una sensación de desprecio. Este blog tiene raciones inmensas de melancolía y grandes vacíos todos los 20 de diciembre desde el 2009. Y tiene, como un ancla en un crucero, algún impedimento.

Un impedimento es descubrir que todo se repite. El tiempo atmosférico, las discusiones, las sensaciones de desamparo, los refugios no encontrados, las noticias, la estupidez humana y la propia o los chistes. Hay un momento en el que leer la prensa es un dejavú contínuo. Hay una situación en la que las conversaciones son recurrentes como los diálogos de las películas que ya hemos visto y que tengo a bien memorizar porque, desafortunadamente, la memoria es mi mejor músculo aunque me duela de agujetas de recuerdos.

Otro impedimento es la misma sensación que estar debajo de su casa cuando sabes que, detrás de esas persianas bajadas a las once de la mañana del domingo, está acompañada por un soplagaitas que conduce un mercedes de segunda mano. Es la sensación de que no vale para nada, recordando continuamente la fábula de Alfredo. No escribí aquel libro ni me reconcilié con mi interior. Hice rico a un psicólogo y aprendí que todos contamos siempre una parte de nuestras historias.

Pero descubrí, cuando no entendí al último cliente, que dejé de crecer.

Por eso dejo de escribir.

Es el mismo motivo por el que he dejado de querer, aburrido de no encontrar un refugio ni un final feliz a 8 años de blog. Aburrido de perder.

Hasta que vuelva a recuperarlo, es un hasta luego. Quizá sea un hasta luego muy largo.

Pd: Este soy yo, antes de buscar un cigarro en los bolsillos. Os he querido, según corresponda, a todos.

20 de abril de 2015

Contaminación digital. Ecología 2.0

Uno de los problemas de Mozambique es que las personas, acostumbradas a la salubridad de los paraisos naturales y la poca población, dejan la playa atiborrada de restos cuando se van a pasar las tardes mirando al océano. Dejan sus latas y sus vidrios, sus plásticos y sus restos. La naturaleza, que es sabia, se lo lleva y lo descompone pero se supone que en cuanto el poder adquisitivo de la población aumente también lo harán sus residuos y, ademas, serán más porque el ser humano con dinero es mucho más cerdo.

Por ello intentan educar a sus cientos de niños en la concienciación de la limpieza para que el problema no sea tan grande como se supone que será. En realidad lo que sucede cuando se ensucia es que no se es consciente de que es una autentica mierda y se deja ahí, esperando que se vaya por arte de birlibirloque.

Con la basura física es algo sencillo, porque huele.

Pero nosotros, que somos cool y tenemos nuestros ordenadores y nuestros vídeos saltando charcas en youtube, no hacemos anda con nuestra basura digital. Hay perfiles abiertos sin visitas como hay canciones en spotify sin escuchas. Hay miles de páginas en el caché que hablan de ofertas de viajes para las vacaciones de semana santa de 1996 y las fotos sensuales con las que algunas mujeres (u hombres) lograron la pareja de la que ya se han separado. Hay una foto mía de la boda de mi hermana si me busco en google images. Y eso es basura también.

La misma basura que videos de gatos, que gracietas absurdas de esas que se hacen en una noche de fiesta con el teléfono. La porqueria de los comentarios de trolls en noticias antiguas o esa declaración de amor del 2008 que no se puede borrar y por la que te pregunta tu novia, si la encuentra, cuando ni siquiera eres capaz de recordar el nombre de la persona al que la escribiste en una noche de soledad. Son noticias pasadas que, excepto si se busca la fecha, parecen de hoy. Son ese tipo de cosas que, en el mejor de los casos, mi padre guardaba en carpetas y subía al trastero.

Sin embargo están ahí manchando la playa sin que se lo lleve la marea.

Probablemente el 90% de la información que circula por intenet es basura. Chistes de whatsapp, una foto enseñando un pezón, una oferta sexual, un video haciendo el mono en un bar o una ocurrencia tuiteada. Se crea, se envia y se espera que desaparezca con las mareas.

En algún lugar hay un servidor con un perfil de facebook de tu perro consumiendo electricidad del petróleo que sale de Guinea por el que unos niños dejaron de ir a la escuela. Es basura con la que google te manda anuncios de comida de perros y facebook te ofrece cachorrillos. Es el motivo por el que amazon te saca como compras posibles huesitos. Es una mierda sobre la orilla de la playa digital.

Configuración, borrar. Nos iría bastante mejor. Nadie habla de la contaminación digital, de la necesidad de empezar a pensar en la ecología 2.0. Conozco pocas personas que limpian sistemáticamente su carpeta de whatsapp y mucho menos los que van a la carpeta (que no sale en la galería) de lo enviado con el teléfono y lo borra.

15 de abril de 2015

(En) La ciudad moderna (los leones comen gambas)

Fui a una ciudad moderna.

Había un Starbucks, muchos muebles de Ikea, wifi gratis en la puerta de la Apple Store. Los repartidores entregaban paquetes de Amazon y hasta creí ver a un tipo orientándose con unas Google Glass. La policía lo domina todo con drones que señalan los lugares donde las viejas han resbalado. Las personas hacen running con wearables adosados al cuerpo. En el autobus se paga "contacless" y viven con emisiones cero. Hay árboles y pantallas táctiles. No fui capaz de encontrar papeles por el suelo y los músicos callejeros son todos una mezcla de Damien Rice con Glen Hansard, pero con la rubia, que viste de Zara, pero de temporada. Bolsos de Bimba&Lola, Yoko Ono en la música de los ascensores. Los chandal de Adidas no son de esos que llevan las líneas blancas en el lado del pantalón. No había gordos ni escuálidos. Todos los productos antes costaban mucho y ahora están continuamente en oferta.

Las personas se saludan con unos perfectos dientes sin intercambiar palabra. Tatuajes de diseño sin ser tribales. No hay rastro de Melendi. La comida no es alimento, es una experiencia. Las citas se sincronizan con Evernote y las presentaciones se hacen con Prezi porque Powerpoint es una herramienta del tercer mundo. Nadie paga en metálico. Se organizan grupos de coaching, ha estado cien veces el TED y han pagado a Coelho para que transcurra su próximo cuento entre sus calles. Todos los habitantes de la sonriente multiculturalidad poseen unos chacras bien abiertos. Algunos son contingentes pero todos necesarios. Los turistas van en bici y huelen bien.

Los columpios están acolchados, las luces son de bajo consumo. El agua: mineral. La Coca Cola lleva menos azúcar, los deportistas no sudan y todos llevan una GoPro.

La sociedad es homogéneamente rica y todos los césped son igual de verdes. La educación gratuita habla de las grandes hazañas de la historia y las guerras parece que han sido limpias, sin muertes y sin reconstrucciones porque todo estaba ordenado al llegar, como los armarios. Nadie tose en sanidad. No hay niños obesos que apesten. Las chocolatinas tienen fósforo para el cerebro, calcio para los dientes y vitaminas para la vista junto con un amable sabor a naranjas. Las naranjas llevan líneas de puntos por donde pelarlas y transgénicamente saben a mandarinas.

A nadie le suda la mano al darla. Los concejales dimiten y se respetan las colas del banco. No hay enfermedades venéreas o infidelidades. Todo el sexo es tántrico porque se aprobó en un referéndum a favor de las ocho horas de sueño. El sol calienta pero no quema. Los hombres no tienen pelo en el culo. Las mujeres se alternan en los anuncios de pelo Pantene. Los perros no babean ni huelen las entrepiernas. Los gatos hacen memes.

11 de abril de 2015

Cada vez que haces botellón se muere un camarero

Ayer defendía un muchacho, alarde de la modernidad y los ajustes enfrentados a la postadolescencia, el botellón. A su lado un hostelero con ocho mil dias de experiencia asiente al hablar del precio de las copas, como si con cada diez euros pusiera cara de avaricioso al lado de la caja. Le dice que las copas son excesivas y él responde, tras tomar aire, que un bar no solo es cerveza. Es la música, los baños, la sonrisa del camarero, las chicas que te ligas y el suelo limpio. Un bar no solamente da copas. Dicho así posee una lógica aplastante. A veces que el camarero atienda a tus estupideces hay que pagarlo. No es tu amigo, tu siervo ni tu psicólogo.

Afortunadamente las copas aún no se pueden pedir en webs chinas.

Hoy tuve un cliente que, casi como un especialista, había decidido arreglar las averías de su ordenador. Después de leer en foros, contrastar guías y doblar algún destornillador, pide una pieza muy particular. "65€"- le digo poniéndola en la mesa. "No"- replica. "Más de 20€ no te voy a pagar". "¿Por qué?"- le pregunto sabiendo que su precio es ajustado. "Porque he comprado en una web china por 20 esa misma pieza". Entonces le miro y le pregunto "¿Ha funcionado?". "No"- dice con una sonrisa- "si hubiera funcionado no estaría aqui". Entonces le intento explicar que lo mío funciona, que tiene garantía, que dispongo de cierta titulación y conocimientos como para saber lo que es y responder por ello pero, por sorpresa, se fue sin comprar y, como últimamente pasa más a menudo de lo que sería inteligente, sin querer valorar la experiencia, garantía, sonrisa, calidad e inmediatez. Si no son solamente las copas, tampoco solamente es algo que parezca un producto final porque, al menos en este caso, ni siquiera funcionaba lo comprado por internet.

Parece que los clientes básicos asumen que un centro comercial o una web sin garantías puede estafarles pero, por el contrario, el especialista es un esclavo que debe de ceder a sus deseos monetarios. No hay problema en pagar la cerveza a precio de oro en los bares del Santiago Bernabeu pero la salida de un electricista de carrera para reparar a domicilio el microondas es un escándalo.

De la misma forma en que la publicidad actual no se habla de virtudes del producto sino de sensaciones experimentadas (sea un coche, un seguro, un teléfono o un yogurt) parece un delito razonar que estamos aquí para hacer negocio y lo que pone "gratis" implica "estafa encubierta". Hay quien se gasta 120€ en una camiseta de Messi pero le parece un abuso que una bandeja de lomo valga 3.45€ y manda un whatsapp desde su iphone al telefono chino de imitación sin bateria ni garantía de su cuñado. Nunca hay punto intermedio.

La licencia de apertura, las cotizaciones a la seguridad social, las calidades, las garantías y la experiencia no se tienen en cuenta al comparar la manta del negro con el bolso de Bisca&Lolas con la emprendedora que abrió debajo de casa y te trata por tu nombre.

Porque, sencillamente, no es lo mismo.

Dicho así es una obviedad mientras, a base de estupidez, algunos os vais quejando de los pocos comercios que quedan de verdad y de lo frías que son las franquicias, las grandes superficies o que no saben hablar los chinos.

Cuando no queden médicos porque los acupuntores asiáticos o los curanderos guineanos que matan un carnero hayan acaparado el mercado porque son más baratos se procederá a la extinción de la especie.

Hay cosas que no se mueren solas sino que se matan de inanición.
O de botellón

Nuestro consumo, mucho más que nuestro voto, es la manera más democrática que tenemos de organizar nuestro futuro.

Cada vez que vas a ikea se muere un ebanista. Cada día que haces botellón despiden a un camarero. Cada vez que pasas por un centro comercial hacen un nuevo contrato basura quitando a un indefinido. Cada click en una página sin garantía fallece un dependiente. Eso no es modernidad, es el resultado de tus actos.

La copa tiene un precio que es suma de todos lo que la acompaña de la misma manera que si eres de esos afortunados que tienen trabajo habrás valorado lo que te cuesta llegar a la oficina (pero, claro, ese es tu trabajo y no el de otras personas a las que te importa un bledo valorar)

Y ahora te vas en un vuelo de Ryanair, que paga miserias a sus empleados, a protestar por los salarios dignos.

10 de abril de 2015

La zona egoista de confort en la autoayuda

Una de las actitudes que mas asco me dan son esas en las que cualquier persona, fruto de la democratización del éxito, es capaz de todo aquello que se proponga. Como si fuera un efecto secundario de la droga de Coelho, santa santorum de las aspiraciones de los imbéciles, tu prima la coja puede ser campeona del mundo de salto de longitud si se esfuerza y clarifica su mente orientándola en el camino de la verdad y la felicidad para la consecución de las metas lícitas en cualquier humano.

Todo eso, en realidad, elimina la depresión lógica de adivinar que nunca se va a llegar a nada pero tiene el infernal trasfondo de ser falso como una propuesta económica de algún partido que considere que todos los españoles, excepto los que no les votan, son honestos y trabajadores.

Hay quien dice, y yo mismo lo llegué a creer en tiempos inmemoriales, que si éramos capaces de apostar por ascender a la cima de la montaña quedarnos a mitad de camino era algo apropiado porque si empezamos la senda con la vista puesta en la mitad no llegaremos a ningún lado. He sido el rey de los silogismos interesados varios años. Probablemente hubiera escrito gloriosos libros de autoayuda llenos de mentiras que agrada escuchar.

"Deberías de cogerte unas vacaciones y descansar"- Es una frase que he oído varias veces a la sombra de mis ojeras y mis lacónicas respuestas ante la visión de mis futuros. Reconozco que es una opción válida, casi como los días en los que se necesitan dos hostias, un par de polvos o cuatro cervezas. Son soluciones hipotéticas, como las vacaciones, porque la economía, las responsabilidades o la mera incapacidad física o social impiden algunas de esas variaciones.

Sin embargo existe una creencia falsa en la que la responsabilidad, que de eso se trata, recae sobre el propio sujeto. Si no se hace lo necesario para cambiar la vida propia es, sencillamente, porque no se quiere. Esto es una espada sobre el parietal sobre todo si se ha nacido lleno de aspiraciones.

En realidad somos responsables de muchas de las mierdas que nos suceden. También de algunos de los triunfos. No podemos controlar las circunstancias ni somos capaces de teletransportarnos o desplazarnos en el tiempo. Nadie nos dice, nunca, que esa última mochila es o no la definitiva. Conozco a gente con mala suerte y a quien se ganó la mala suerte. Conozco a quien se merece y a quien no se merece las cosas buenas que le han pasado. Conozco a algún gilipollas que duerme con la mujer perfecta. Conozco a un tipo inteligente, trabajador y preparado que todo lo que toca lo convierte en mierda. Las generalizaciones solo valen para vender libros y dar charlas, al estilo de telepredicador, llenas de obviedades de agradable escucha.

"Búscate una novia que te quiera"- he oído como si estuviera en la estantería de medias naranjas del supermercado. "Vende más"- me ha dicho un gurú del mundo empresarial. "Cambia ya esa moto". "Tómate un año sabático". "Elige tu propio rumbo". "Toma las decisiones y llévalas a cabo". Estoy seguro que son consejos verbalizados desde la bondad pero tienen el caramelo envenenado de la mentira, de la incapacidad. Despiertan en mi la conciencia de mis limitaciones, de mi incapacidad de volar, de las aristas que tiene la vida de verdad. Me bloqueo cuando no puedo alcanzar el cielo que me juré que iba a ser mio.

Porque somos seres únicos, pero no seres infinitos.

"No me des datos, dame direcciones"- responde un amigo cuando le mandan a tomar por el culo. Es el sitio al que se pueden ir todos aquellos que bienintencionadamente, han aceptado que somos capaces de lograrlo todo sólo con proponérnoslo, hasta ser idiotas. Yo ya no puedo hacer más.
Cuando los consejos no son factibles no son consejos. A veces el egoismo reside en creer que ayudar es decir a la otra persona lo que deseas para ti mismo en vez de lo que puede o necesita.

En el fondo eso. Egoismo. Esa es la zona de confort de la autoayuda.

Pd: Los que aconsejan así son unos ególatras. Miserables de discurso podrido, incapaces de empatizar con la verdad, yonkis de lo magnífico, estafados de las frases rimbombantes, defensores de dietas y piadosos de la fe en las mentiras interminables. Son los que se sientan a orar cuando llegan los tsunamis en vez de ayudarte a hacer el dique porque, si lo intentas con suficiente energía, creen que se abrirán las aguas.

9 de abril de 2015

Lo mejor que pudo pasar

Podría follarme con la violencia que tienen los deseos, las ocasiones desesperadas o las últimas veces. Podría decirme que "no" como lo hace el orgullo o la situación de ventaja estratégica que tienen los nuevos amantes respecto de los antiguos, si es que estoy en esa categoría. Podría haberme puesto una excusa como se ponen para demorar las decisiones. Sin embargo simplemente me ignoró como una publicidad en la boca del metro o una llamada de un teleoperador aburrido, como un buzoneo de un autónomo desesperado o el tipo que aparece cuando aún no está lo suficientemente borracha para haber bajado el listón al grado de la compañía, al sitio de los segundos platos, al lugar del mondadientes después del postre o al listado de las llamadas perdidas.
Y fue lo mejor que pudo pasar, aunque un escalofrío arrastró a parte del orgullo, porque todo lo anterior suponía no perdernos y seguir en las espirales en las que viven las telenovelas infinitas.

Pd: es literatura, aunque sea jueves.

8 de abril de 2015

Las deudas acumuladas

Mi madre, inspirada en la noticia griega de pedir los 279.000 millones de euros que supone que Alemania le debe por aquello de las guerras mundiales, ha decidido que es un buen momento para que le pague la manutención y educación que gastó en mi desde el nacimiento hasta a la emancipación.

Siguiendo la misma lógica yo estoy haciendo un listado de las cenas e inversiones varias que no llegaron a buen término con más de alguna mujer. Estoy, también, anotando las cajas de orfidales que me tuve que tomar para sobrevivir a las noches en vela que me dejó y las llamadas, cuando el establecimiento era más que el coste por minuto, de las veces que me colgó. He sumado la gasolina y voy a enviar cartas certificadas con formato de factura para ver si cuela.
También estoy anotando los favores que nunca volvieron a amigos que nunca lo fueron. Intento recordar los discos que presté sin devolución, los libros que se perdieron en el camino y las veces que reparé algún ordenador gratis. Cada sms eran 25 pesetas y el billete de vuelta, si es que era fruto de un abandono, tiene que contabilizar el doble. Las horas extras para los trabajos inconclusos deben de sumar con un poco más del salario mínimo y aquella redacción sobre el primer catarro de la navidad con la que pusieron buena nota a mi sobrina es probable que la incluya en el excel de la compensación.

Tendré que sumar los buenos consejos que para mi no tuve o los abrazos esos que se dan creyendo que son necesarios cuando fui un pañuelo de decepciones ajenas. Hay que añadir los desvíos para acercar al portal de casa los días de lluvia y todos los momentos de silencio escuchando historias que no me importaban o fotos de vacaciones en las que no estuve. Habrá que contabilizar con algo cada "me gusta" protocolario, cada muñequito en un mensaje o las canciones de artistas infumables que tuve que escuchar en coches prestados.

Y todo eso es una cantidad nada despreciable cuando se monetiza como se monetizan las faltas en un juicio creyendo que el dinero lo compensa todo.

Sin embargo me olvido de las veces que yo decepcioné, que impuse una canción, que exigí un abrazo, una caricia o un deseo. Se me olvidan los favores que no devolví o las mil veces que defraudé. No cuento las tardes en las que, apagado, me adherí a un grupo para ser un lastre creyendo mis dramas más importantes que la vida de los demás. No resto los días en los que, magníficamente insoportable, me soportaron. No cuento las semanas que me esperaron y no acudí.

La cuenta, probablemente, no salga a pagar sino a devolver.

La única que sale a pagar es la de mi madre porque ella tiene razón siempre. El resto de las deudas, estatales, autonómicas, personales o sentimentales, es mejor no pararse a pensar en ellas porque en definitiva, es un listado de errores personales y ajenos.

2 de abril de 2015

Devolverte

Una tarde, hace mucho tiempo, tuve un síndrome de abstinencia pero el número al que llamaba estaba apagado, fuera de cobertura o en un concierto de Jero Romero sin mi. Yo me metarmofoseé en alguna canción pero, muchas veces, no se presta atención a las letras.

Depresión, vacaciones, autoengaños y neuróticos



Así que, como tengo un poco de neurótico deprimido, dispongo una mala previsión para los próximos días. Es casi como un horóscopo chungo, como salir perdiendo en las apuestas, como discutir con la pareja en un día de resaca o como competir con un profesional en una actividad que requiera habilidad adquirida. A veces no es lo mismo partir de cero que de menos cuatro.

Todo esto no dejan de ser reflexiones a golpe de la soledad de un trabajador la tarde previa a la desbandada nacional donde ocho millones de desplazamientos acapararán las carreteras, los hoteles y más de un chiringuito para beneplácito y resarcimiento de la maltrecha economía nacional. Somos un país de crisis donde, para superar el mal trago de la insuficiencia monetaria y laboral, una mayoría suficiente, si no absoluta (la mitad más uno), se va de vacaciones.

En realidad el concepto vacacional como un derecho ha sido aceptado a la misma velocidad que los móviles, que se mostraron al mundo en 1973 y se quedaron en la mesilla de noche hace quince años. No son muchos y para algunos son demasiados. Yo tuve un nokia 2110.

-Estoy deprimida- me dijo una amiga. -Ya no cobro paro y no encuentro trabajo. Estoy a punto de entrar en depresión- Siguió después de dar un sorbo al final de una cerveza consumida la mañana de un miércoles. - Voy a irme unas semanas a Argentina.

Yo asentí. Pensé, casi de manera automática, si acaso era rica. Calculé rápidamente si acaso yo, sufrido trabajador incansable a la búsqueda onírica de la estabilidad económica y la realización personal, podría dejarlo todo y marchar a otro continente. No era posible.

-No te creas que soy rica- continuó como si me hubiera leído el cerebro- he tenido que pedir algo prestado y voy a ir de barato. -¿Qué es de barato?- pregunté. -A habitaciones alquiladas, albergues, tirando de amistades... ya sabes-. No, yo no sé. No tengo ni idea. He estado de prestado, si. Muchas veces. He ido a casas de amigos y he comido los platos de sus abuelas poniendo buena cara. He andado mucho y una vez dormí con un saco en medio del campo lavándome en los aseos de una gasolinera. Lo hice pero no fue gratis. Nunca es gratis. Nada es gratis. No se puede hacer autostop para cruzar el océano. No entra en mi cabeza gastar para superar una crisis económica personal pero, claro, yo soy de ciencias y conozco la diferencia entre los números reales y los imaginarios.

Sin embargo unos meses después la volví a ver. -¿Qué tal estás?- dije -Bien. Ha sido una experiencia maravillosa- respondió deslumbrando con la sonrisa. -Ahora estoy triste porque no me ha salido ningún trabajo en este tiempo- Y yo pensé en un proverbio que cuenta que algunos problemas se solucionan solos.

Me sorprendió el punto de atrevimiento de aquella manera de ver el mundo, sobre todo por esa educación extraña llena de responsabilidades que yo he hecho de mi día a día. Me pregunté, como un cuerdo en medio de un psiquiátrico, si acaso tenía alguna premisa inconclusa. Recordé que algunos psicólogos consideran el autoengaño como una sofisticada forma de inteligencia. Consideré que aquella manera de vivir la vida era una manera de engañarse y, sin embargo, Rusia, toda Europa, Centroamérica, India y ahora Argentina habían sido unos bonitos engaños vividos mientras yo, con la mochila de la responsabilidad a la espalda, no había vivido engañado más allá de algún lugar que me permitiera volver en menos de cinco horas.

Y, aunque el tiempo en mi depresión va mucho más despacio, es más que probable que siga anclado en el mismo lugar desde hace años. Paralizado, neurótico y viendo como la ciudad se va vaciando de autóctonos y llenando de turistas que se quejan, si son de casa, de lo mal que está todo mientras se toman una cerveza al sol.

Porque toda persona tiene derecho a un trabajo digno, porque toda persona tiene derecho a unas vacaciones y un móvil con conexión a Internet, una vivienda, una nevera, que le quieran de forma incondicional y wifi gratis.

Yo soy el tonto que paga todas sus conexiones wifi. Las mías.Me enseñaron a esforzarme por conseguir los pequeños triunfos. Me educaron con la premisa de tener que renunciar a algunas cosas para conseguir otras, a obtener recompensas por esfuerzos, a sacrificarme un poco para llegar a la cima de alguna montaña. A mitad de la ladera veo a más de uno subir en helicóptero. Son los mismos que han dejado las plazas de aparcamiento vacías en el último día laborable. Los que viajan de barato pero viajan esperando que sus problemas se solucionen sin hacer nada al respecto.

Y aquí estoy yo, pegándome con mis problemas, sin ganar el combate. Resentido como un perdedor.

No recuerdo el dineral que me costó el Nokia 2110. Recibí una foto desde Argentina con un móvil regalado por una operadora en un contrato de permanencia que nunca permaneció.

Tengo trabajo pendiente. A veces me duele no ser capaz de autoengañarme. Probablemente si: es una demostración de inteligencia, aunque sea de barato. Aunque los besos sean de mentira, los vuelos low cost, los hostales de tercera y el nivel de paro, de récord.

Al fin y al cabo, "como he asumido que nunca podré tener un trabajo digno o pagar completamente una vivienda, habrá que vivir". Y oyendo esta sentencia me quedé, planchado y pagando mi hipoteca esperando que llegue un momento en el que empezar a vivir cuando, solamente, va pasando el tiempo. Ese que dicen que pone casa uno en su sitio y, por ahora, mi sitio es este y el de otros, todos los demás.

Es falta de valor y más de una neurosis, no lo voy a negar.
También es que tengo una poco contemporánea manera de entender el mundo o que el pan es para el que se lo trabaja. 

27 de marzo de 2015

Nuestras enfermedades mentales

En la casa familiar, aquella en la que me crié, había un salón con un gran sofá varias veces tapizado en donde cada uno de los miembros familiares teníamos nuestro lugar. Mi padre, centrado, en el lugar predilecto para ver la televisión, embutida con su tubo en el mueble de madera que cubría toda la pared frontal a un lado de las portezuelas de cristal donde se veía la vajilla buena y las copas perfectamente colocadas al fondo. En un extremo y mucho menos gastado estaba el lugar de mi madre. A un lado mi hermana y yo, que era el pequeño, tenía el lugar más escorado con, supongo, alguna marca de los pies en los cojines. En medio una robusta y baja mesa separaba el hábitat del sofá de la luz de la televisión. Tenía cuatro gruesas patas de madera tallada y un mármol encima. Frío, con vetas y una enorme cicatriz que lo atravesaba de lado a lado. Un día, casi como una confesión familiar, mi hermana me contó cómo, en cierta ocasión y sin especificar el motivo, mi padre se enfadó con el mundo y golpeó la mesa rompiendo ese mármol y creando la susodicha cicatriz. Nunca lo cambió para recordar el daño que se hizo y la estupidez autolesionante de enfadarse con el mundo. Viene a ser exactamente lo mismo que una marca en mi nevera fruto de un momento de esos en los que no se está seguro si se necesitan seis cervezas, dos polvos, nueve hostias o castigar al mundo que nos acecha.

Los niños, a veces cuando se enfadan, se golpean contra la pared para que les duela más el chichón que perder un juguete.

Los adultos, en más de una ocasión, gritamos al cajero del banco por un recibo no previsto, al conductor lento porque llegamos tarde o al hombre guapo porque otro nos arrebató una novia sin que tenga culpa de nada. Yo pasé años sin entrar en el Pryca porque una chica me dejó por un reponedor pero, por vergüenza, juraba, patriótico y digno, que estaba haciendo boicot a los productos franceses.

Volver a lugares donde nos sentimos infelices es el primer destino de muchos desengaños.

Todos hemos sufrido desengaños porque un desengaño es uno de esos momentos en los que el mundo se confabula contra nosotros. Es un día de lluvia cuando se pasea por la calle desatendido y sin paraguas. Es una avería en un mes de bajos fondos. Es un teléfono apagado o fuera de cobertura. Es un atasco llegando tarde a una cita. Es un impuesto indebido, una gasolinera cerrada, un imbécil gritando en el metro, un grupo de borrachos sobre la ropa limpia. Es una baldosa mal puesta
o los mil enanos que crecen en un día de furia.

A veces, en determinadas épocas, parece que todo viene junto, en un lote, en un tres por dos.

"A tomar por culo"- dan ganas de decirlo. A veces no hay valor para hacerlo. En ocasiones los cobardes tiramos platos al suelo, damos una patada a una puerta o nos ahogamos de alguna forma estúpida y poco razonada dejando que nuestras pequeñas enfermedades mentales nos posean de manera circunstancial. No conozco a nadie sin una mayor o menor psicopatía.

El problema es cuando a los mandos se lleva un Airbus.

Los últimos pensamientos, quizá fuera de la caja negra, fueron "a tomar por culo". La grieta del mármol se extiende por la ladera de la montaña.

26 de marzo de 2015

No fue

No fue que fuéramos jóvenes ni que fuera alta o baja. No fue que quisiera salir por la noche y yo deseara tumbarme al lado de una copa de vino y ese calor que tienen los salones habitados y los colchones dormidos. No fue que no supiera comer con las manos o que le faltara peso o le sobraran kilos. Ni siquiera fue que hiciera frío en la calle o que me exigiera bailar cuando fui más de mirarla, como un deseo, desde la parte externa del escaparate que es la barra. No fue que quisiera viajar sin un lugar al que llamar casa o que quisiera una casa o que tuviera un refugio o que fuera un refugio o que la chimenea alimentara las cenizas de todos los pasados que no tuvimos. No fue una playa o una montaña, una cuneta donde perderse o quedarse mirando al infinito desde algún acantilado. No fue nada de eso. Fui yo, todas las veces. Y todavía lo sigo siendo sin poder quemar la culpa aunque siempre busco excusas que me eximen de responsabilidades cuando, en definitiva, el común denominador que lo divide todo fue, vestido de justificaciones, el mismo que viste y calza.

24 de marzo de 2015

Pequeño y accidentado retrato social

El detonante es: ayer lloró un azafato y hoy se cae un avión.

Como es lógico hay un momento de ofuscación general por eso de las víctimas y eso de lo dramático de tener más de cien cuerpos esparcidos por las laderas de los alpes. Un drama, un segundo de estupefacción por eso de que algo más pesado que las nubes tienda a fulminarse contra las rocas. Y, tras coger aire, empieza el retrato.

Un tipo, hermano, pariente o amigo de un conocido dirigente empieza a decir que se ha caído por culpa del capitalismo. Que sí, que luego pide perdón y todo eso, pero resulta que ya sabía él que los aviones se caen por culpa del libre mercado. Los comunistas no tienen turbulencias.

Unas televisiones deciden, teniendo en cuenta que es probable que haya cuarenta y tantos muertos "de casa", extender un poco sus programaciones matinales para mantener informadas a las personas de bien pero, sin embargo, eso atrasa debates de camas y ciclados con el correspondiente enfado de los seguidores habituales que se creen en el derecho adquirido de quejarse con su nivel intelectual correspondiente en las redes sociales, logrando una repercusión de la que, seguramente, harán gala delante de sus amigos.

Otros exigen que el gobierno arregle este desastre, sumándolo al paro y a la corrupción, aunque fuera un avión alemán. La culpa, igual que la disfunción eréctil, es del gobierno.

La compañía en cuestión se solidariza tiñendo su logo a negro en un alarde de marketing
Aparecen algunos que se quejan de que otros dicen que si se han muerto catalanes en el avión, bien muertos están casi como si hubiera que iniciar una guerra civil por un silbido a un himno o un amago ante cualquier trapo que tenga forma de bandera, la que fuera.

Los tertulianos hablan de turbulencias y de efecto suelo, de falta de potencia en los motores y de las normas de aviación casi de la misma forma en la que hablan del último divorcio o de los resultados electorales. Nadie explica el maravilloso perfil Kutta, que es el motivo por el que vuela un avión.

Y, por ahora, los cadáveres están en las laderas de un monte. Sin conciencia, sin identidad casi, con el adn frío y los documentos de identidad esparcidos. Muerte. Solamente muerte como en el silencio de los accidentes de automovil.

Al principio está la solidaridad, luego la indignación. Primero se empatiza un poco y después, pensando tres segundos, se empiezan a decir barbaridades o razonamientos, se busca a quien sepa o se explican datos contrastables.

Pero no.

Antes de retirar los cuerpos ya nos hemos retratado y nuestro retrato es un accidente. Cada día hace falta menos para que aparezcan los gilipollas. Será la primavera, que la mayor barbaridad vende mucho más que la prudencia o que nos ha pillado antes de comer.

22 de marzo de 2015

Cigarrito.

- Un cigarrito... ¿no tendrás, eh?- sonó desde atrás con una voz de adolescente de los que ya empiezan a quitarse el bigote. Con chandal, con gorra, con ese paso cadencioso del que arrastra los pies como perdonando la vida a la tierra.
- Pues no
- Pero si te lo he visto
- Ya, pero no me da la gana
- Pero hombre, ¿qué te cuesta?
- No es que me cueste, es que no quiero darte nada. Si quieres un cigarro, te lo compras
- Pero es que no hay dinero.
- Pues no te lo compres o trabajas o lo que sea
- Es que está la cosa muy mala
Entonces es cuando yo mismo murmuro hacia adentro y otro muchacho añade:
- No es para ponerse así, jefe.
Y pienso, sin decir nada y siguiendo mi camino, que me pongo como me sale de las entrañas, que parece que les debo algo , que yo no les pido su gorra o, simplemente, que si alguien quiere algo no vale solamente con pedirlo como si fuera un derecho recibir. No vale. No es un derecho fundamental quedarse delante del bar para esperar a ver al primer fumador y exigirle parte del botín. Estoy en mi derecho de molestarme, de no tener que aguantar a imbéciles niñatos con ropa de un deporte que no hacen. De no tener que soportar las malas maneras al recibir una negativa de algo por lo que no han hecho ni un esfuerzo mínimo, ni siquiera una petición educada y elaborada con un "por favor". Algo que no es necesario, que no es comer ni respirar y mucho menos un derecho ganado.
Entonces, me dice un vecino al subir en el ascensor y después de ser espectador que a veces hay que ceder para no entrar en problemas, que es un cigarro, que no me están pidiendo las escrituras de mi casa.
- ¿Se lo vas a dar tú?- le pregunto
- Es que yo no fumo.
Así que ahora, siendo el malo de la película, me voy a fumar uno mientras me dedico una canción.

17 de marzo de 2015

Los atrevidos nuevos renacentistas

Una de las quejas más habituales de los periodistas es que cualquier idiota con un blog o con una cuenta en twitter también se define a si mismo como periodista, aunque lo haga mal, sin criterio, gratis (como muchos periodistas) y con faltas de ortografía. Un tronista, un contertulio o uno que pasaba por allí.

Algo que no soy capaz de entender son los carteles en las farolas en donde curanderos se atreven a ofrecer sus servicios para sanarlo todo casi como quiromantes de la salud que hablan de la tradición milenaria de matar un carnero para arreglar un fístula por mucho que hace mil años la esperanza de vida fuera de menos de 30 años.

Yo me topo, personalmente, con cuñados avispados que juran ser capaces de arreglar cualquier ordenador para que haga absolutamente todo, aunque eso incluya el tuneup y descargas de softonic. Sin embargo ese desparpajo al contar lo que van a hacer, incluído lo imposible, engaña y estafa al supuesto cliente porque el cliente, en todos los casos, es más permeable a las barbaridades que a la verdad.

Es más emocionante una curación milagrosa, una solución de la crisis de veinte minutos, una polémica o unos polvos mágicos que la lentitud de una recuperación, una opinión razonada o la realidad. Es mucho más vendible ser runner que corredor ocasional, bloguero que escritor, místico que científico o dj que músico.

Sexualmente hablando Tony Manero sigue siendo un éxito. Ligan más los idiotas porque es una cuestión de marketing. Tienen más audiencia los que gritan, más votos los que hablan de milagros, más atención la pose que la acción, la autocomplacencia que los resultados.

Así que, de alguna manera, en los semáforos pone, el conductor del coche de al lado, una pose de automovilista de carreras. En una cena, a la hora del postre, alguno empieza una conversación sobre dietética o economía como si fuera el mismísimo Krugman. Miran en los bares con la mirada azul acero. Escriben imitando a Houellebecq y graban videos en vertical considerándose a si mismos el nuevo Bergman. A lo largo del día son médicos, informáticos, periodistas, deportistas, escritores, economistas o los nuevos hombres del renacimiento alimentado por la wikipedia.

-¿Por qué ha hecho eso?- pregunta el profesional al ver el desastre del resultado - Porque me lo ha dicho mi cuñado, que sabe mucho.

A veces la información no nos hace más sabios, sino más atrevidos. Y el atrevimiento, en determinadas ocasiones, es el germen de la estupidez. Claro que el camino está lleno de cadáveres de hombres precavidos y profesionales formados muertos.



11 de marzo de 2015

Todos esos pocos.

Mi padre decía que eran necesarias 8 horas para el trabajo, 8 para dormir y 8 para el ocio. Esa era su receta para la distribución del tiempo.

Pues bien. El español medio pasa 65 minutos con el whatsapp, 8 minutos viendo porno, un par de horas viendo televisión, 22 minutos quejándose del gobierno, 12 hablando de deportes o, en su versión femenina, despellejando a alguna. Se pasa más o menos una hora perdiendo el tiempo en el trabajo, si es que tiene trabajo porque si no lo tiene se pasan dos horas envidiando el césped de los demás. Se piensan unos minutos en sexo, unos más si es que se está casado o en pareja. Se fantasea un rato sobre las vacaciones y se gasta casi una hora en sueños que nunca se van a cumplir.

Se debería de llamar a casa a diario, que es lo que hago con mi madre porque se lo merece y me reconcilia con mi infancia, que es un lugar en el que era mucho más feliz, dormía mejor arropado y siempre había pan. Dicen que hay que comerse un yogurt para la flora intestinal y también que hay que procurar hacer un poco de deporte. Algunos hablan de la necesidad de relajarse unos minutos al día y otros van a que les limpien los chacras. En realidad todas las nuevas actividades solamente llevan un poquito. Un poco de aqui y un poco de allá, un poco para reconciliarnos con el ocio y un poco para un medio de transporte o subir en el ascensor. Un poco para añorarla o para esperarla. Un minuto para preguntarse sobre lo que pudiera haber sido. Una décima de segundo para notar el calor del aliento en su cuello o ese escalofrío del café entrando en el cuerpo. Un descanso con la mirada a la derecha, que es donde está la verdad, antes de responder a ese mensaje. Un suspiro para soltar el aire antes de responder una barbaridad.

El problema es que todos esos pocos suman más de 24 horas y aún faltan las 8 del trabajo, las 8 del ocio y las 8 de los sueños.

Lo que me cuesta cada vez que algo supone un poco de mi vida es renunciar a vivir o, quizá, lo que sucede es que vivir es acumular muchos pequeños pocos.

Y no he sumado el tiempo de procrastinación. Ahora tengo que doblar los calcetines.

9 de marzo de 2015

La muerte de la virtud

Por supuesto que existirá algún libro estupendamente editado y avalado por alguna universidad o unos cuantos testimonios de americanos anónimos con nombre y apellido que contará lo mismo pero hay una realidad que se nos olvida desde la razón. Esta realidad es el mundo real, el impulso, las acciones compulsivas o simplemente, el letargo del cerebro.

Nuestro cerebro, que es una máquina maravillosa, intenta conseguir los mismos objetivos con el menor consumo posible. Es absolutamente permeable al amarilleo de la prensa, a los realitys y a los chistes fáciles. Se deja guiar, como un cuervo con los elementos luminosos, por los carteles de gratis y algunas cómodas verdades absolutas. Se arrastra con tremenda facilidad por el dramatismo y la exaltación, por los eslóganes y los ritmos machacones o por la pertenencia a grupos en los que se siente protegido. Todo eso, todo aquello que simplifica aparentemente la existencia, consume menos neuronas y de una manera absurda nos engaña con una supervivencia superior casi como una selección darwiniana.

Por eso triunfa Internet, porque no hay que memorizar el dato. Por eso los community managers que tienen miles de seguidores gracias a soplapolleces dan charlas sobre coaching. Por eso, aunque la historia nos explique una y otra vez que es mentira, el resarcimiento exagerado es un refugio para las venganzas mal entendidas. Todo ello apela a algo fácil en vez de a algo mejor.

"Si me votas"- seguro que dice algún candidato- "te devolveré lo que te han robado los otros". "Si me compras"- estoy convencido que lo dirá alguna publicidad- "serás más feliz". "Pulsa aquí"- dicen los programas publicitarios- "y te arreglaré todos tus problemas informáticos aparte de que podrás ver cualquier partido o serie totalmente gratis". Aunque tres segundos de razonamiento impiden caer en dichas tentaciones la realidad nos dice que ese tipo de mensajes son exitosos.

Hay éxito en las polémicas, en una contertulia a la que pillan sin bragas, en un escándalo controlado por twitter o en una salida de tono políticamente planificada. Recordamos a todos los freaks de la televisión pero no conocemos el nombre de ningún tertuliano que utilice correctamente todas y cada una de las palabras esdrújulas. Sin embargo nos quejamos de que vivamos en este turbio mundo donde no triunfa el esfuerzo, el equilibrio o la razón sino el próximo nuevo chascarrillo o la próxima nueva estrella a la que se le ve un pezón en un photocall.

Y en cuestiones de mercado, que al fin y al cabo es de donde comemos casi todos, hay una brecha mucho mayor que la que puede llegar a existir entre ricos y pobres. Los productos insultantemente de lujo se agotan y las marcas blancas llenan estanterías a donde acude el cliente que cree que se ahorra cientos de euros. Internet, despreciando las condiciones de garantía, la profesionalidad o los controles de calidad se ha convertido en el montón de saldos donde ávidos buscadores de chollos caen una y otra vez en trampas que no admiten cuando se jactan de sus hallazgos en los bares. "Casi cualquier cosa es válida"- me decía un experto en marketing- "si consigues atraer la atención del cliente. Lograr un viral es un éxito. Fíjate en la tontería del vestido blanco o azul. Son ricos y no lo son porque el vestido sea mejor o peor, más bonito o más feo, sino porque es viral". "Entonces"- le respondía yo con una pregunta- "¿no hay que ser mejor?". "Para vender, ahora mismo, no".

Así que reuní al equipo y les conté la buena nueva. Les expliqué que hacer las cosas bien e incluso mejor ya no es un sinónimo de éxito. Les dije que si salimos a la calle correteando con los genitales al aire y logramos salir en televisión es probable que las ventas mejoren. Les dije que si en vez de contratar a una persona preparada nos atrevemos a valorar más un buen escote o un paquete prieto es probable que haya más clientes. Les demostré que un tipo en monociclo disfrazado de Darth Vader tocando Star Wars con una gaita es más famoso que nosotros y nuestra manera de clonar los discos duros o la forma que tenemos de optimizar el rendimiento de los ordenadores de nuestros clientes. Les aporté cifras de cómo los ordenadores "todo en uno" siguen siendo un éxito porque son bonitos aunque valgan más rindiendo mucho menos. Les hice suponer que un trozo de mierda con una manzana mordida sería siempre una apuesta segura de ventas y que más de uno, sin pararse a pensar, haría cola para comprarlo. Les puse un anuncio de Marimar donde un tonto hace de tonto sin hablar de la calidad o la garantía, del servicio o la experiencia. "Si un chino estuviera atendiendo aqui"- terminé- "podríamos vender más caro porque bastantes clientes creerían que es más barato y la prueba es que el chino de la calle de arriba vende las tarjetas de memoria un 200% más caro que nosotros y sigue abierto".

Apostar, hoy en día, por la profesionalidad y por lo que debería de ser parece un desvío asegurado hacia algún tipo de desastre porque se basa en la capacidad de razonamiento de la mayoría y no en apelar a sus arquetipos o ideas preconcebidas. Vender la impresora 3€ más barata pero obligar a comprar un cable por 5€ da un argumento para no gastar 3€ más, aunque yo regale el cable y al final de la historia 50€ parezca más que 52€.

Hemos acabado hace muchos años con el amable gasolinero que se manchaba las manos con las mangueras del surtidor y nos quejamos al tener que salir, con lluvia de costado bajo esas estaciones de servicio de diseño que gotean por todos los lados, a llenar el depósito.

Quizá habría que ejercitar el cerebro un poco más porque, si lo pensamos tres segundos, nos iría mucho mejor. Si no lo hacemos ya tenemos una imagen de nuestro futuro: políticos publicistas, tronistas que no saben escribir, graciosetes con alma de comercial, gratuidades con trampa y lujo mal entendido. En definitiva, si dejamos que la vagancia de nuestro cerebro sea lo que mande en nuestras vidas, vamos a matar la clase media. Y en la media, así lo aprendí yo, está la virtud.

Otra cosa es que ser virtuoso no mole porque es más divertido ver a una choni con un pezón fuera, a un político insultando gravemente a otro, leer a un community manager de un centro comercial diciendo mamonadas, hacer acto de fe con un banner o quedarse solamente a ver las tanganas de los resúmenes de los partidos de fútbol porque no importan los goles sino los puntos de sutura de las cicatrices.

Aún quiero pensar que haciendo las cosas bien se obtienen mejores resultados pero últimamente la política, el deporte, las redes sociales, los nichos de mercado, la tecnología, las frutas y las verduras o la realidad no me dan la razón.

Veo a personas haciendo botellón en un banco y luego tomando copas a 17€ en discotecas con entrada mientras cierran bares con el cubata, servido en copa con esmero y cuidado, a 8€ con un músico tocando en directo canciones con más de cuatro acordes. 

Pajaros mojados

Corresponde al trabajo de los chicos de Dummie.
Pd: extra. Lo más impresionante de Quique fue su primer single en la gira de su segundo disco y en directo...

6 de marzo de 2015

La inmensidad de las expectativas infinitas.

Reventé, supongo, como un esclavo al ver acabadas las pirámides mientras el faraón creía que la había hecho él solo, como un arquitecto en paro delante de las grandes construcciones de una ciudad de esas que retan a los cielos, como un ingeniero encima de un puente en ménsula o un solitario en un parque donde las familias se jactan de sus felicidades.

En todos los casos son expresiones de ser pequeño.

1989. Se llamaba Virginia. Era el ángulo recto más perfecto cuando, con sus largas piernas, inclinaba el cuerpo sobre la mesa del profesor de álgebra para hacer algún tipo de consulta. Estaba alquilada cerca de mi casa y tenía esa forma hacia arriba en la comisura de los labios, casi como el joker pero con una belleza hipnótica, que le dejaba una expresión de estar sonriendo siempre. "Me gusta"-decía- "mirar hacia atrás y ver que hay algo que merece la pena". Yo hacía eso que se hace en las películas, que es buscar un reflejo del protagonista en la vida propia. Me resultaba difícil porque, casi como un componente intrínseco de la educación, todo era un cúmulo de esfuerzos, estudios y entrenamientos para llegar a una final, a un destino o a uno de esos momentos en los que se descubre que aquel era el lugar para el que me había estado preparando.

Todos los besos fueron ensayos para los diez minutos en su puerta. Todos los libros granos de arena para la playa de ese proyecto. Todas las palabras ensayos para algún libro.

Jose Luis Garci decía, en una entrevista, que su primer beso fue una decepción. Que había visto cientos, en las películas, y que esperaba que cuando le llegara el momento aquello tuviera la exaltación del amor y la capacidad emotiva que había visto en las pantallas. Sin embargo, al tocar los labios de su primera chica, no sonaron violines, no se paró el tiempo, no giró la cámara alrededor de ellos abriendo o cerrando el plano. No pasó nada de eso y se quedó frío pensando que algo había hecho mal porque aquellas expectativas, como casi todas, aniquilaron el momento.

En las olimpiadas que se celebran cada cuatro años solamente gana una persona y pierden todos los demás. Es lógico aceptar que triunfar de esa forma tan reconocida y representativa casi resulta un imposible pero también hay que reconocer que, en términos de autoestima, tampoco está bien tener que aprender a perder siempre.

Quizá porque el esclavo de las pirámides, al ver la tercera piedra de la segunda fila, ha aprendido a reconocer que esa es su medalla de oro. Es lo mismo que hacía Virginia al mirar atrás con sus pequeños 19 años. Es lo que debemos de aprender en vez de mirar la inmensidad de las expectativas infinitas.

PD: Acabo de oir que Superman no quiere ser el gilipollas de  Clark Kent a todas horas pero Superman no existe.

4 de marzo de 2015

Mi Bugatti, el water, mi mierda y yo.

No sé cual fue la ultima vez que fui al baño a lo loco, así , sin nada entre las manos. Sin un teléfono o una tablet que me hiciera parecer un intelectual válido que se informa de las noticias del mundo para tener una opinión supuestamente formada absolutamente de todo. De verdad que no lo sé aunque la realidad es que me he comprado un Bugatti Veyron con los puntos acumulados del Real Racing 3 y he de reconocer que los comentarios más ocurrentes se me ocurren en ese impás de tiempo que va entre acabar y levantarme. Una vez se me durmieron los pies y casi me parto la crisma al incorporarme. Lo peor es que el cable del cargador es corto y no me permito llegar con la batería baja, no sea que la cosa lleve más tiempo del previsto o inicie un partido de respuestas concatenadas con algún otro usuario perdiendo por retirada al perder cobertura. En definitiva, creo que eso es cagar 2.0. Antes iba con el periódico pero hacer el autodefinido sentado resultaba muy complejo y había que terminar leyendo, con lo que implica de pensar y de razonar. Incluso una vez fui sin nada y conté los azulejos. Es más, cuentan que si solamente se hace de vientre existe un momento en el que el cerebro hasta descansa. Debe de ser un mito. Por si acaso tengo un cargador portátil al lado del papel higiénico no sea que el mundano acto me reconcilie con la vida de verdad y descubra algo mucho más sorprendente que el próximo nuevo chismorreo de Internet o la manera de recortar en Silverstone con mi Bugatti.

O quizá es que no quiero tener que enfrentarme a mi mismo. A mi mierda.

Por eso y por otras muchas cosas la informática es portátil.

1 de marzo de 2015

Richard

De pequeño yo pasaba del cuarto piso al quinto para jugar con el scalextric de su hermano, que estaba perfectamente montado, con el detenimiento de un adolescente, encima de la habitación de mi hermana, porque los mayores tenían siempre la habitación mejor. Lo destrozábamos como niños y luego bajábamos a jugar al futbol en el pasillo haciendo de portería el propio ancho de la estancia.

Y nos distanciamos porque sus padres se fueron a otro piso y los mios a algún otro lugar. Era un año mayor que yo y un pequeño cabrón. Así que, como compartíamos colegio, le alcancé con 15 años. Estábamos en la misma clase y compartíamos nombre, porque una de las cosas que nos unía era llamarnos de la misma forma. Es más, en el velatorio de su padre me di cuenta de cómo, aunque en el DNI somos idénticos, el nombre coloquial es el mismo y por un momento casi sentí que se referían a mi mismo. No estuvo. No quería, y lo entiendo, ver a su progenitor, a esa imagen inalcanzable que son algunos padres para los hijos de mi generación, marchito y frío tras un cristal.

Pregunté por él. Me dijeron que la noche anterior, un momento después de morir su padre, abrieron una buena botella de whisky entre su hermano y sus primos hasta acabarla, porque la habían encargado para ello casi como una importación ilegal, un homenaje y un último deseo. Sé que se casó, que se separó, que tuvo un hijo en alguno de esos episodios. Sé que jugábamos, camino de su casa siendo pequeños, contando preservativos flotando en la ría de Bilbao sin saber exactamente qué era aquello y estoy seguro que me ganaba siempre porque me convencía que las bolsas del supermercado podridas también lo eran. Estoy seguro que, en algún momento, me protegió de las travesuras abusonas de los malos de clase porque nos respetábamos como se respetan las enseñanzas que se reciben de pequeño y que son casi inalterables por muchos años que pasen.

Así que salió a la calle unos días después de enterrar a su padre y en una acera, en medio del frío, cayó fulminado agarrándose el pecho. Luchó, sin salir del sueño, hasta hoy mismo. Y dejó el contador en 44 porque aún no eran 45.

Me ha pillado en medio de las peleas infames contra las deudas y los amores no realizados. Me ha pillado en silencio y con esa marcha larga metida que tienen los domingos en los que no se coge ritmo hasta el lunes. Me ha pillado con cansancio y con esas ganas eternas que llegan a los 40 pidiendo romper con todo como si fuera algún tipo de solución. Me ha pillado sin whisky y con una sensación extraña que llega cuando los entierros empiezan a ser de tu generación.

Y las dudas sobre lo que realmente importa vuelven casi como los juegos de la infancia, acobardado con el silencio que tiene el vacío de la muerte de una parte de lo que fui o fuimos mientras yo perdía en todos los juegos con mi vecino de la escalera, el niño del piso de arriba.

Era Ricardo. Richard en su casa. Richi en el colegio. (1970-2015)

28 de febrero de 2015

Viajar eternamente en el tiempo.

En alguna ocasión, en medio de la vida académica, me di un manotazo en la frente al salir del examen tras percatarme del error en el problema número tres. No podía volver porque ya lo había entregado, porque no había paso atrás, porque no es posible desplazarse por el tiempo para solucionar errores del pasado. Era un examen y , por definición, implica la resolución de diferentes preguntas o problemas en un determinado espacio de tiempo. Se hace y ya está. Queda escrito y se queda, de la misma manera, pendiente de valoración. Lo sabía, si. Lo podía hacer mejor, también. Pero no es posible porque, casi como una misión a Marte, no se puede cambiar nada después de despegar. Como tener que sobrevivir en una isla desierta después de un accidente o en un reality: no hay más que lo que hay.

Qué más hubiéramos querido que volver atrás en el tiempo, desplazarnos para no cometer aquellos errores, no repetir algunas estupideces y simplificar la resolución para llegar a una solución un poco más correcta.

Si algo tiene la vida moderna es que los deadline ya no son tan grandes. Se llaman a los coches a revisión, se puede modificar el programa electoral, se espera que esa persona que tiene el potencial cambie. Se compran aplicaciones que prometen demasiadas cosas imposibles y se espera a la nueva actualización. La esperanza en el futuro, en que todo lo que han prometido que pueden llegar a hacer sea una realidad, en que toda esa satisfacción se convierta en una verdad, está posicionada en la nueva notificación de la versión siguiente.

No compramos o apostamos por productos finalizados porque hemos asumido como innata la obsolescencia del consumo, del amor, del cariño y de la compatibilidad del software. Aceptamos las promesas y esperamos que sean ciertas en la nueva actualización.

Y cuando nos damos cuenta que, en realidad, no es cierto buscamos una versión de prueba que teóricamente haga lo mismo. Entonces empezamos a nadar en mares publicitarios como quien ha fracasado con las esperanzas que tenía en una persona y sale a la calle a bucear en bares entre los anuncios, normalmente interesados, que son los pantalones justos creyendo que ahí reside la verdad cuando solamente residen los pasatiempos que procrastinan entre nuestras decepciones.

De la misma forma que con los archivos borrados y los contactos eliminados siempre queda un residuo donde encontrar el rastro hemos aprendido a vivir en un nuevo orden de las cosas donde casi siempre existe una vuelta atrás, una recuperación de datos o un futuro mucho más prometedor en forma de nueva versión. Vale para el software, las personas que nos rodean, quien vendrá, quien se fue, la centralita del coche, las condiciones de garantía y nosotros mismos.

Eso nos impide vivir en el presente. Fantasear sobre el futuro. Intentar volver al pasado.

Viajar eternamente en el tiempo.

26 de febrero de 2015

El futuro de cuñados, gatos y videos en vertical

-y... ¿Por qué este es más caro que el otro?
- Porque es del tipo 3.
- ¿Y el otro?
- Del 2. Como usted sabrá 3 es más que 2.

La clienta, absolutamente convencida, compró el del tipo 3. Bajó a la calle con su bolso pequeño, sus zapatos de tacón limpios, se puso las gafas de sol al salir del comercio y se subió a su Porsche 911 que, como todo el mundo sabe, el menos que el Seat 1430 y mucho, mucho más que un estrafalario Renault 5.

Es una cuestión numeraria, simplificada y cuantificable. Un argumento de venta, un razonamiento lógico. Una estadística explicable con un gráfico. Un sosiego para la incógnita absoluta y una respuesta ante futuras críticas.

A veces, la mayoría de las veces, me congratulo de que todos los brillantes músicos no aparezcan en conciertos de productos de marketing creado a base de reverb con las metralletas cargadas asesinando el mal gusto de artistas y comparecientes. En ocasiones me extraña que los comerciales formados en los productos no descuarticen a las niñatas desinformadas que un día venden informática y otro bragas en los diferentes pisos de El Corte Inglés. Me sorprende que los economistas de verdad no hagan comandos para degollar contertulios que los jueves saben de deuda externa y los martes huelen bien.

Después de años de evolución en motores gráficos e inteligencia artificial todos los programadores sueñan con hacer el próximo Candy Crush. 

Dame veinte años de formación, detalle extremo en cuidar el resultado, autoexigencia enfermiza y te pisaré con mi meme, con el video en el que se tropieza un gato, con una gracieta en un tuit o con una foto para que la mandes por whatsapp.

Las imágenes desenfocadas de una gorda con leggins sacando dinero del cajero son más rentables que el trabajo de una vida de un fotógrafo profesional. La última gilipollez acabó con la razón.

Gilipollez que es del tipo 3. Y todo el mundo sabe que 3 es más que 2.

Los memes mueven el mundo mientras los profesionales se ahogan en un mar de cuñados, de sabiondos de bar, de amateurs y de esa clase social que podría ser del tipo 4, que es más que 3, mucho más que 2 y los que yo aprendí de mis mayores, porque soy 1.

El futuro está dirigido por cuñados, gatos y vídeos grabados en vertical.



Ejemplo práctico:

Primero llegó un músico (tipo 1)
Después un aficionado a la música (tipo 2)
Más tarde un tipo con una flauta (tipo 3)
Ahora está el perro que se tira un pedo en un trombón. Millones de visitas. Ha sacado una línea de ropa. (tipo 4). Están pensando, dado el éxito, presentarle a las municipales de su ciudad. Crece en las intenciones de voto. Es un caso hipotético.

21 de febrero de 2015

Abajo el régimen del 78

Definitivamente tenemos un problema.

No es que nos tengamos que referir a las injusticias o las malas realidades como un conjunto de molestias innecesarias que nos toca vivir como consecuencia de otra serie de desmanes. Ya se sabe: ir en coche a protestar contra la contaminación. Querer ser ricos sin considerar que eso implica que haya un agravio comparativo llamado pobre. Esperar que vuelva a llamar tras recordarme insistentemente que hay otro tipo. Uno de los problemas que tienen los teóricos es que se les olvidan los componentes casi mágicos que tiene la realidad. Ese es el problema de muchos de los estudios científicos o teorías sociales que casi lo pueden todo. A veces, solamente a veces, aciertan. La mayoría de las ocasiones son algo parecido a la solución sobre la vida sentimental de cada uno cuando alguien aconseja sobre ella delante de un café: parece posible pero cuando, un par de días después, preguntan qué tal te ha ido sólo puedes responder: "me han dado hasta en el carnet".

Existen ciertas concepciones de la realidad sustentadas en despachos universitarios como si fueran los altares de la única certeza. Existen palabras grandilocuentes como igualdad, democracia, justicia o verdad que parecen exactas pero en realidad no lo son. Cuando la supuestamente equilibrada sociedad occidental apostaba por la democracia egipcia nos imaginábamos tiendas de apple, hamburgueserías, un poco de botellón, wifi gratis y casas unifamiliares con jardín a lo ancho y largo de El Cairo. Sin embargo la democracia, por definición, es hacer lo que decida la mayoría del pueblo y el pueblo egipcio votó un gobierno que apostaba por tapar la cara y los derechos de las mujeres, cortar la mano del ladrón y castigar al infiel. Ahí ya no era democracia pero, en realidad, lo era. La teoría se había equivocado porque a ningún profesor universitario se le podía ocurrir pensar que la mayoría podía equivocarse o apostar por algo que, desde aquí, suena medieval. Viene a ser como creer en el amor eterno, encontrar a alguien que dice que te quiere y descubrir con asombro que su manera de querer y la tuya no se parecen en nada mientras ninguno está dispuesto a ceder en sus líneas rojas.

Ahora estamos subyugados por estudios que son capaces de decirnos y de demostrarnos que justicia, igualdad, reparto de la riqueza y equilibrio social es algo nítido, que es casi la clarividencia de una obviedad que no se ha alcanzado antes por desidia. Se nos jura que todos valemos lo mismo, que nos gusta la misma música o que nos agrada igualmente la forma de hacer cositas en la cama. Se establecen puntos inamovibles teóricamente perfectos y se desprecian errores y aciertos de antaño. Por una cuestión estadística se eliminan los extremos de la campana de gauss.

Hay una mayoría de personas que prefieren wifi gratis a tener asegurada la comida y ese es un síntoma del problema, casi como considerar que somos un pais de iguales pero me mandan las consignas revolucionarias con un teléfono de 600€ que yo no me puedo quiero permitir por mucho que me vengan a vender que eso es parte de la democracia, porque no lo es.

Mi profesor de universidad jamás cogió un destornillador y se permitía dar lecciones a obreros experimentados porque él tenía un título y ellos no. Ellos le respetaban. Es una pena que, desde su despacho, siga sin aprender a respetar a los que no tienen whatsapp.

También es cierto que si uno tiene despacho no siente la necesidad de bajar a la calle.

La realidad, el amor, la certeza y la verdad residen en pequeñas gotas esparcidas en todos nuestros lugares y en cada uno de nuestros aciertos y errores.

Pd: pero todo evoluciona, como Batman.

17 de febrero de 2015

La osadía, la inteligencia y la virtud.

Existe un video maravilloso sobre un partido de futbol entre filósofos donde gana no el que más piensa ni el más inteligente sino el primero que hace algo y, como es humor, gana Grecia.
Es curioso que se acabe de publicar un artículo que, refiriéndose a la inteligencia de los futbolistas, viene a decir que en un caso de diferencia mínima en capacidades innatas atléticas la capacidad de pensar merma las posibilidades de éxito.

En realidad podría ser extensivo a ciertas facetas de la condición humana si es que partimos de la base de la similitud entre las capacidades de los elementos de control. En muchas, quizá en demasiadas ocasiones, el triunfo o la recompensa no viene dado por la inteligencia o el tiempo de maduración de la actividad en si misma sino por hacerlo, lo que sea, aunque sea peor. La osadía, como tal, se compone de suerte y desprecio de los daños colaterales. Vivimos en un momento de admiración por los osados.

Tuve un compañero osado. Se enriqueció y se arruinó al mismo ritmo que se casaba y se divorciaba. Tuvo hijos sin saber como mantenerlos y pidió hipotecas sin ninguna seguridad de poder devolverlas. Se vende a si mismo como un hombre de su tiempo, un triunfador porque se arriesgó y yo, callado en medio de la reunión de antiguos alumnos, me pregunto el motivo por el que esperé y esperé hasta la oportunidad adecuada o la mujer perfecta para acabar entre el silencio "asolterado" de la única vivienda que creí poder pagar, y aún no estoy seguro de nada mientras sigo pensando continuamente si el nuevo próximo paso puede o no puede ser el correcto. Es lo mismo que intentar bailar tras haber memorizado los pasos: un ridículo con gestos de pato mareado.

Arvydas Sabonis, pivot ruso ya lesionado al llegar a la NBA y con más de 30 años, triunfó entre ese baloncesto de saltarines y atletas porque, sencillamente, era mucho más listo. En ese caso la diferencia suponía algo abismal. Sin embargo es un caso excepcional que casi reside en una anécdota histórica porque hemos aprendido a sobrevalorar ciertas actitudes irracionales que en algunos casos son casi animales. Un "valiente" que pone en riesgo su vida bajando por las escarpadas laderas nevadas sobre una tabla. Un "deportista" que tiene el coraje de ponerse sobre dos ruedas a más de 300km/h rozando el suelo con las rodillas. En el fondo lo que admiramos es el desprecio a matarse, casi como el que cree que un kamikaze es un patriota. En realidad, aún sabiendo que su primera mujer y él no encajaban en absoluto, que no estaba preparado para educar a nadie, que esa era una hipoteca imposible, hay una parte de envidia por no ser yo, por no haber vivido esa experiencia y poder contarla como la cuenta él mismo, henchido de orgullo por no tener que arrepentirse de lo que no ha hecho, que es lo que me pasa a mi cuando miro hacia atrás en mi vida.

-¿Donde te ves dentro de un par de años?

Pensando.
Esa es la respuesta de un cobarde.

En un ático de una gran ciudad con un deportivo en el garaje, dos niños preciosos y una mujer estupenda, brillante e inteligente.
Esa es la respuesta de un gilipollas.

Ahí está la duda, que en el medio reside la virtud pero no es la respuesta satisfactoria.

Pd1: Para eso existen los entrenadores, los coroneles y quien acompaña en algunos viajes: para salir de la cobardía y parar, aprender a parar, antes de la gilipollez, como un deportista que sabe cuando retirarse.

Pd2: Siempre que pensé, que amé o que soñé encontré en algún hueco una posibilidad de fracaso que me dejó en vela mirando cómo la perdía mientras mis pensamientos los llevaban a cabo, mucho peor, osados inconscientes que viven la vida que yo no me atreví a tener.

Pd3: Será que no es el momento. Aún.