Mi madre, inspirada en la noticia griega de pedir los 279.000 millones de euros que supone que Alemania le debe por aquello de las guerras mundiales, ha decidido que es un buen momento para que le pague la manutención y educación que gastó en mi desde el nacimiento hasta a la emancipación.
Siguiendo la misma lógica yo estoy haciendo un listado de las cenas e inversiones varias que no llegaron a buen término con más de alguna mujer. Estoy, también, anotando las cajas de orfidales que me tuve que tomar para sobrevivir a las noches en vela que me dejó y las llamadas, cuando el establecimiento era más que el coste por minuto, de las veces que me colgó. He sumado la gasolina y voy a enviar cartas certificadas con formato de factura para ver si cuela.
También estoy anotando los favores que nunca volvieron a amigos que nunca lo fueron. Intento recordar los discos que presté sin devolución, los libros que se perdieron en el camino y las veces que reparé algún ordenador gratis. Cada sms eran 25 pesetas y el billete de vuelta, si es que era fruto de un abandono, tiene que contabilizar el doble. Las horas extras para los trabajos inconclusos deben de sumar con un poco más del salario mínimo y aquella redacción sobre el primer catarro de la navidad con la que pusieron buena nota a mi sobrina es probable que la incluya en el excel de la compensación.
Tendré que sumar los buenos consejos que para mi no tuve o los abrazos esos que se dan creyendo que son necesarios cuando fui un pañuelo de decepciones ajenas. Hay que añadir los desvíos para acercar al portal de casa los días de lluvia y todos los momentos de silencio escuchando historias que no me importaban o fotos de vacaciones en las que no estuve. Habrá que contabilizar con algo cada "me gusta" protocolario, cada muñequito en un mensaje o las canciones de artistas infumables que tuve que escuchar en coches prestados.
Y todo eso es una cantidad nada despreciable cuando se monetiza como se monetizan las faltas en un juicio creyendo que el dinero lo compensa todo.
Sin embargo me olvido de las veces que yo decepcioné, que impuse una canción, que exigí un abrazo, una caricia o un deseo. Se me olvidan los favores que no devolví o las mil veces que defraudé. No cuento las tardes en las que, apagado, me adherí a un grupo para ser un lastre creyendo mis dramas más importantes que la vida de los demás. No resto los días en los que, magníficamente insoportable, me soportaron. No cuento las semanas que me esperaron y no acudí.
La cuenta, probablemente, no salga a pagar sino a devolver.
La única que sale a pagar es la de mi madre porque ella tiene razón siempre. El resto de las deudas, estatales, autonómicas, personales o sentimentales, es mejor no pararse a pensar en ellas porque en definitiva, es un listado de errores personales y ajenos.
1 comentario:
Conversación con el vendedor de la ONCE que para delante de una panadería que conozco:
- Javi, ¿notaste la subida del IPC de hoy? Yo llevo, ya, vendido un 0.3% más que ayer, a esta misma hora.
- Yo voy un 0.4% mejor.
- Joder. Esa puta décima me ha jodido. Mucho.
Ya sabes que en la calle no se puede hablar sin ser malhablado.
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