Mal dia para buscar

29 de abril de 2021

La verdad ya pasó.

Voy a sonar viejo pellejo.

Hace no mucho un buen amigo me comentó que iba a trasladar su carnicería a uno de los barrios más conflictivos de Bilbao. -¿Por qué?- le pregunté. -Yo me he criado allí- dijo. Me explicó que aquel era su barrio. Que, allá por el principio de los 80, en una gris ciudad manchada por la heroína, la crisis y las virutas de metal que se llevaban los barcos, se crió entre las campas y los pisos precarios donde se hacinaban los trabajadores que sobrevivían soñando con una vida mejor mientras sus hijos crecían con las esperanzas castradas. Aquel barrio se convirtió en un gueto donde llegaron a vivir casi todos los que se apellidaban Amaya y era el lugar perfecto para comprar el radiocasette que te habían robado del coche tres días antes.

Su razonamiento, aparte del componente sentimental que da la vuelta a los orígenes, se basaba en la teoría que un barrio subvencionado con mucha vida casera tiende a comer carne de mayor calidad. -La carnicería que tengo en el centro no vende más que pollo- me confesaba como quien ve por una rendija las cocinas de algunos. -En el barrio las abuelas se encargan de comprar filetes y "sacramentos" para el cocido. Los pobres, que aún comen alrededor de la mesa lo que cocinan con esmero, no gastan en viajes pero sí en alimentarse. ¿Has visto algún gitano delgado?- y sonreía. Entonces yo me ponía algo dramático y le preguntaba sobre los robos, la delincuencia y la inseguridad. Ahí empezaba algo parecido a la carcajada.

Jesús, el carnicero, afirmaba como quien está convencido de lo que dice que esos delincuentes no son más que los hijos, y en algunos casos hasta los nietos, de sus colegas. Que no son tontos y saben que él mismo y aquellos robaban coches, atracaban algún banco que otro, solucionaban sus problemas a navajazos y sabían que el barrio tenía unas normas no escritas a las que había que atenerse. Y esas normas no tenían problema en matarte y clavarte un destornillador en la rótula para que cada vez que cojeases supieras lo que debes de hacer. -De todos aquellos- me decía con nostalgia- probablemente solo quedo vivo yo pero no porque no fuera igual de malo sino porque las drogas me sentaban fatal- 

Así que, según él, lo que ahora llamamos delincuencia no es más que una caricatura de lo que fue y estaba convencido que en alguna parte del cerebro de los que van ahora con la gorra al revés y los pantalones cagados hay una certeza en que meterse con alguien, como él, que ya ha pasado lo que creen que es un límite inalcanzable, es jugar a perder. A un delincuente no le gusta el riesgo porque, en realidad, es un cobarde.

Jamás le robaron, quizá por la fama. Quizá porque tenía bien a la vista los cuchillos de carnicero.

Uno de los discursos más extendidos de hoy en día se basa en la pobreza, en la desigualdad, el hambre, la pobreza energética, las amenazas. En la necesidad de una revolución contra las injusticias, cada vez mayores, de un mundo incorrecto que maltrata a las buenas personas como tú y como yo. No eres merecedor de tanto sufrimiento, de tanta pena, de tanta agresividad.

Lo dicen personas twiteando con sus móviles de última generación molestos por no poderlo todo, tal y como prometían los anuncios y los últimos programas electorales.

Entonces, cargados de vocabulario, vomitan injusticias como si nadie antes hubiera estado tan mal como están ellos. Juegan con las estadísticas para encontrar el dato que les ratifica entre capítulo y capítulo de la nueva maratón de series.

Algún panfletista disfrazado de político y adalid de la exageración cuando las cosas le pasan a él, quiere hacer extensiva la amenaza de un imbécil al exterminio judío donde, obviamente, él mismo es el judio y todos los demás, los nazis. Se escandaliza porque ha recibido una carta. No la que recibió Rita Barberá en el 2015, ni cuando a Rajoy le partieron la cara por la calle y él mismo aseguraba que era un incidente sin importancia. Entonces es cuando sale mi yo más viejuno. Ese yo que vivió en Euskadi en los 80 y aprendió a diferenciar entre una carta con remitente y que a un tipo que tenía una pequeña empresa le pegaran un tiro en la cabeza mientras iba a buscar a su hijo al colegio. Eso sí que eran amenazas (del fascismo de izquierda, porque no tiene una sola ubicación) y no salían, los amenazados, en la televisión con cara de víctimas contando lo malísimos que son los demás. ¿Por qué? Porque eran amenazas de verdad. En la Euskadi sometida al fascismo de Eta de los 80 había que ser realmente valiente para hacer público que te amenazaban porque mañana por la mañana tu casa ardía impunemente. Conozco a miles de ateos que se cagan alegremente en Dios pero no se van a Irán a enseñar el culo a Mahoma delante de una mezquita, a cientos de homosexuales que no se besan delante de Kremlin y alguna feminista que no se planta delante de los Hutus para detener la próxima ablación infantil. Se quejan ( con razón histórica) de la prepotencia de la Iglesia, de la imposibilidad de ser sexualmente libres y de la discriminación de la mujer pero, y aquí me podeis criticar lo que os venga en gana,  tu orientación sexual, sexo, raza o creencia me la trae absolutamente al pairo en la españa del siglo XXI. Me jode la estupidez, porque eso no lo perdono. Me jode, cada vez más, el victimismo exagerado que busca siempre la misma compensación que el niño que llora sin hambre para que le den de comer solo porque hace ruido.

Me joden aquellos que, como hacía Alianza Popular, necesitan que existan ciertos conflictos para su propia supervivencia. Son bomberos que, si no hay incendios, los prenden o ponen las cerillas en manos de los pirómanos. Son los que creen estar autorizados para hacer a los nietos de los abuelos malvados lo mismo que aceptan como cierto que los bisabuelos se hicieron entre ellos. 

Todo eso no quita que en la actualidad haya miles de cosas que solucionar pero quizá, solo quizá, lo que haya que hacer es que la gente tenga trabajo, que las calles tengan luz, que el agua salga con presión del grifo o que sus hijos puedan desenvolverse en otros idiomas mientras aprenden a pensar y ser autosuficientes. Claro, que cuando no sabemos como solucionar los problemas de verdad lo que hacemos es regodearnos en lo que ya conocemos y jugar al juego de "qué malos son los otros y qué bueno soy yo". Es un juego que se juega desde todos los lados del campo.

Pero, de la misma forma que la delincuencia del siglo XXI es una broma comparado con los navajazos de los 70, de la misma forma que las amenazas de un loco a otro loco no tienen nada que ver con los fusilamientos de Franco o las ejecuciones de ETA, de la misma manera que el hambre que vivió mi madre tras la guerra civil no tiene parangón con las penurias de Las Barranquillas o de la misma manera que la represión no es una palabra similar cuando se trata de las inversiones en infraestructuras ferroviales o de grises repartiendo con las porras, la vida es mucho mejor ahora que hace 40 años y eso es algo que parece que se nos olvida porque a alguien le interese vendernos que ahora estamos peor que nunca cuando, la verdad, es que es justamente al contrario.

Solo se ha enardecido el discurso porque hemos aprendido mucho más vocabulario.

Y, sinceramente, no hemos mejorado quejándonos sino haciendo cosas. Llevamos unos cuantos años hablando y hablando sin ir a ningún lugar, sin mancharnos las manos, sin memoria histórica. Sin perspectiva. Con reuniones que no evitan la crucifixión.

Morirse de hambre. Que tras una carta de Eta haya más de 800 muertos. Quemar al infiel o al cura. Dilapidar al homosexual. La esclavitud en un campo de algodón. Las violaciones permitidas en el código penal o los ajustes de cuentas que realizaba Jesus, el carnicero, cuando alguien no cumplía las normas del barrio son cosas que, afortunadamente y en nuestra sociedad, ya no existen.

Cada vez que veo a alguien quejándose me pregunto si son quejas de verdad y, cada vez más, me suenan a inventos.

Con eso no digo que el niño que llora no tenga hambre, pero estoy convencido que hambre de verdad no es. Y cuando digo hambre me refiero a sentirse amenazado, discriminado, perseguido o castigado. Es como la gripe: que alguno se muere por su culpa pero de 7000 casos el año pasado lo hemos dejado en 6.

Deberíamos de reconocer el daño que hacen discursos que no se parecen a la verdad porque la verdad, ya pasó. Y fue durísima.

Jesús falleció hace un par de años. Nadie cogió el traspaso de la carnicería. Supongo que es porque están convencidos que aquel es un barrio conflictivo. Lo es según nuestros parámetros actuales, pero no lo conocieron hace 50 años.

24 de abril de 2021

Delictiva historia de amor.

Hace unas semanas apareció la noticia de la puesta a disposición judicial de un gallego que había conducido 30 km en dirección contraria y resultó detenido tras descubrirse que llevaba un cadáver en el asiento del copiloto. Carne de titular.

Como todas las noticias que parecen locas, tiene una historia detrás.

El muerto y el conductor eran pareja. Hace muchos años un gallego marchó a Suiza. Allí se buscó la vida trabajando de camarero y conoció a quien sería el amor de su vida. Los dos descubrieron que la vida avanza y tras saber, producto de la modernidad, que el final estaba cerca, decidieron viajar hasta que la muerte les encontrara, juntos, en el último momento de felicidad compartida que debe tener el amor.

Así que bajaron hasta Italia. Les imagino aparcados en la Toscana dejando que el sol descienda como las tardes sin prisa que se llenan del silencio común en una complicidad indescriptible. Abriendo las ventanillas por esas estrechas carreteras de costa en las que los quitamiedos de piedra se han quedado en bordillos. Adelantando un tractor y perdiendo la cobertura del móvil porque no hace falta comunicarse con nadie más que quien tienes en el asiento de al lado.

De ahí a Francia. Sin saber si tendrían que volver a dormir en el coche porque los hoteles estaban cerrados por la pandemia. Sin saber si volverían a despertarse con la luz de la mañana. Sin saber si ese despertar, como al final pasó, iba a ser el último.

Con su compañero ya fallecido, porque los dos sabían que estaba muy enfermo antes de empezar el viaje, nuestro gallego enamorado perdió la conciencia de la verdad como se pierde con el dolor infinito del vacío. Arrancó. Pensó en ir a Lugo. Pensó en volver a Zurich. Quizá lo que hizo fue precisamente no pensar. Tapó a su compañero con una manta y siguió conduciendo sin encontrar descanso. Cuenta, en el atestado, que su familia no lo acogió como pensaba después de tantos años fuera. Que se volvió al volante y que en el sur de Francia vio un control de policía. Que se asustó. Solo cayó en la cuenta que no tenía hecha una PCR y decidió, locamente, dar la vuelta en medio de la autopista. Salir por un desvío. Volver a entrar en España como un prófugo americano llegando a la frontera con México.

Allí fue detenido. Su compañero en estado de descomposición, las manos momificadas y sujeto con el cinturón bajo la manta. 

El conductor kamikaze, R., de 66 años, ha sido puesto en libertad con la prohibición de conducir y espera poder enterrar a su compañero H, de 88, fallecido por causas naturales en la ultima delictiva historia de amor que vivieron juntos. Será enterrado de Girona tras una despedida inolvidable. Quiero pensar que al mismo nivel que el amor.

A veces tras los titulares escabrosos sólo quedan historias de amor.

22 de abril de 2021

Parados 4.0

Hace más años de lo que puedo admitir mi trabajo consistía en ir de banco en banco, a primera hora de la mañana, con mis billetes en el bolsillo, mis órdenes en una carpetilla y una lista de propósitos a realizar con todos y cada uno de los cajeros que, gentilmente, ya me llamaban por mi nombre.

Supongo, no sin cierta nostalgia, que eran esos tiempos en los que salía un tipo con un mono puesto en la gasolinera y te echaba gasolina antes de cobrarte, después de saludar y de llenar el depósito. A mi tía, que siempre fue una dama, hasta le limpiaban el cristal. Claro, que era muy de dar propina.

En las terrazas de Madrid se veía algo tan castizo como los camareros, con pajarita y camisa blanca, atentos a las indicaciones de los clientes para que les sirvieran otra ronda, que acompañan con una tapa.

Debajo de mi casa, en Ultramarinos Benito, yo cogía el pan y mi madre bajaba a pagar todas las semanas las cuentas pendientes.

Incluso recuerdo estar improvisando el pedido de la comida basura mientras se echa una mirada al gran cartel luminoso que está encima de la caja donde un futuro abogado en paro, te atiende con la gorra de la compañía.

Pues bien.

Ahora resulta que los pedidos los tienes que hacer en unas enormes pantallas táctiles, que tú te coges el pan y lo pagas al pasar por caja, que echar gasolina torpemente es una asignatura en la autoescuela y que tienes que levantarte a pedir en el bar. No está el chico que te atendía y te soportaba. Ya no quedan camareros incansables pendientes de un nuevo pedido como un subastador esperando una nueva puja.

Hace más años de lo que debo admitir una cajera me dijo que no podía ingresar dinero en ventanilla. No podía, aunque fuera mi cuenta y fuera medio millón de pesetillas. Que tenía que hacerlo en el cajero. Que si no lo hacía en el cajero me iba a cobrar una comisión. Así que quité aquella cuenta y me fui a otro banco. Y me pasó lo mismo con el tiempo. Después, con una pandemia, usaron la excusa de que el dinero puede estar contaminado y tuve que usar la jodida máquina del exterior con sus normas infranqueables. No puedo meter más de una cantidad, no me admite billetes de 500, no puedo usarla el 20% de las veces porque hay problemas técnicos. "Si todo sigue así"- le dije a la chica que me mandó a la máquina- "te vas a quedar sin trabajo". Me respondió que "son las normas". Aquello era la Caixa y ayer mandaron al paro a 8300 personas. Hoy casi 4000 del BBVA. No son los primeros ni van a ser los últimos.


Se llama revolución 4.0.

Curiosamente, casi como el poema de Niemöller, como no trabajo en un banco hago como que no me importa. Cuando te pase a ti será demasiado tarde.

Y será un mundo sin personas porque parece que, como en la Superliga de fútbol ( que se planteaba para ser rentable sin público), es lo que sobra.

20 de abril de 2021

Loquillo ( by Lichis)

Existe una frase que le atribuyen a Churchill: "Cuando tienes 20 años te importa lo que piensen de ti. Cuando tienes 40 dejas de preocuparte por lo que todos piensan. Cuando tienes 60 te das cuenta que nadie pensaba en ti en primer lugar"

Teniendo en cuenta que la sociedad en la que vivimos se infantiliza con demasiada rapidez, quizá la franja de edad es diferente. Que los 30 son los nuevos 20 y que los 50 son los nuevos 40. Eso sí, creo que los 60 siguen estando en el mismo lugar. Será que aún no llegué.

Lo que resulta cierto es que cada vez se actúa más pensando en lo que vayan a pensar los demás. Que cuando la duda infinita que vive dentro de cada uno se hace más grande,  es lo que creemos que van a pensar de nosotros lo que nos hace ir en una u otra dirección. Y si no es eso utilizamos la falacia del sesgo cognitivo para convertirnos en lo que creemos que haría cualquiera de todos esos que usamos como referentes. El Lichis, cantautor brillante, hizo "Loquillo" (con la ayuda de R.Pozo) pensando exactamente en lo mismo:

12 de abril de 2021

La pinza de la intransigencia.

"El psicólogo social Jonathan Haidt decía que las derechas no son menos sensibles al valor de la justicia, lo que pasa es que la interpretan de una manera diferente de cómo lo hace la izquierda. Los conservadores interpretan la justicia como proporcionalidad (las personas deben ser recompensadas en función de lo que aportan, incluso aunque esto implique desigualdades), mientras que los progresistas entienden la equidad desde el punto de vista de las necesidades; lo que a la derecha le indigna especialmente es que falte correspondencia entre el mérito y la recompensa, que haya subvenciones sin esfuerzo, mientras que la izquierda llama la atención sobre la falacia de la igualdad de oportunidades o la idea de mérito cuando hay una posición de partida muy desigual".

Este párrafo es una obviedad que muchas veces se nos olvida. Se nos olvida porque, quizá, estamos demasiados preocupados en defendernos del otro mientras le consideramos el enemigo. La realidad es que ambos estamos buscando lo que creemos mejor. Curiosamente en las guerras ambos bandos luchan por lo que creen que será mejor para el pueblo mientras destruyen el pueblo, pero si se les preguntan creen que hacen lo mejor. Ni siquiera los más sanguinarios personajes históricos creían de si mismos que no fueran la respuesta ética para un futuro mejor de su pueblo.

Uno de los elementos más perversos que tiene la supuesta opinión formada de algunos es que cuando se le pone en duda lo consideran un ataque contra su propia persona, ya que han identificado la opinión con ellos mismos y a nadie le gusta que le ataquen en lo que cree que es. A nadie le gusta un puñetazo en la cara.

Por otra parte el ser humano es grupal y necesita , en estos tiempos de soledades encubiertas más que nunca, sentir que pertenece a algo y hacer suyas las ideas, eslóganes, forma de comportamiento e incluso las reivindicaciones de su grupo.

Por último hemos tendido a la simplificación de los mensajes y necesitamos convertirlo todo en algo fácil. Así, una persona de derechas ha de ser rica, limpia, racista, católica y tener un coche caro aparte de ser feliz llegando con su yate a un hotel de 5 estrellas. En el lado opuesto , una persona de izquierdas viste con forma casual, sobrevive economicamente, se jacta de sus amigos negros y gays, no cree en ningún Dios, va en patinete eléctrico comprado de segunda mano y viaja de mochilero porreta en verano a aldeas solidarias.

He de decir que estoy seguro que no existen ninguno de esos dos personajes pero cuando alguien se considera de izquierdas o derechas quiere ser ese tipo, se identifica con ese tipo y defiende como si fuera suya las opiniones que cree que debe tener ese tipo. Esta explicación me vale para el independentista o no, para el del madrid o el de barcelona, para el de telefónica o vodafone. Para el de HBO o Netflix, para el conductor o el ciclista. Para el vegano y el carnívoro. Para el hetero y el gay. Para los que van de rojo o los que van de azul.

Si alguna señal es del bando contrario, de forma automática, el espécimen en cuestión se pone en posición de alerta y enciende sus sensores de ataque buscando todas aquellas partes que le ratifiquen como poseedor de la superioridad moral. Para eso Internet es maravilloso porque se pueden encontrar argumentos ya cocinados que defienden la postura deseada. Internet, ese lugar donde si se pone en Google "china con tres tetas" salen hasta fotos probatorias.

Con todo este caldo de cultivo se han hecho más que habituales esas personitas que ponen algo asi como: "A partir de ahora borraré de mi facebook a todo aquel que sea de... " y supongo que van por los perfiles de los demás, cual perros investigadores, analizando señales que les indiquen que la maldad reside en la mente y el corazón de sus nuevos enemigos. En realidad actúan creyendo que hacen algún tipo de bien pero, si nos atenemos a la razón cierta de todo ello, eliminando cualquier elemento disonante que les pueda poner en duda. Aunque se llamen de izquierdas y tengan un SUV. Aunque se llamen de derechas y les importe una puta mierda si sus colegas se acuestan con un tío, una tía o una cabra.

Con eso lo único que se genera es una pinza de intransigencia que viene desde todos lados obligando a quienes vivimos en duda cogiendo argumentos de aquí y de allá, a posicionarnos en algún extremo o a perder amistades.

Tú no eres totalmente de izquierdas ni de derechas, pero yo cada vez tengo menos amigos.

Lo curioso es que ser un intransigente parece estar de moda. Es una moda peligrosa.