Mi padre decía que eran necesarias 8 horas para el trabajo, 8 para dormir y 8 para el ocio. Esa era su receta para la distribución del tiempo.
Pues bien. El español medio pasa 65 minutos con el whatsapp, 8 minutos viendo porno, un par de horas viendo televisión, 22 minutos quejándose del gobierno, 12 hablando de deportes o, en su versión femenina, despellejando a alguna. Se pasa más o menos una hora perdiendo el tiempo en el trabajo, si es que tiene trabajo porque si no lo tiene se pasan dos horas envidiando el césped de los demás. Se piensan unos minutos en sexo, unos más si es que se está casado o en pareja. Se fantasea un rato sobre las vacaciones y se gasta casi una hora en sueños que nunca se van a cumplir.
Se debería de llamar a casa a diario, que es lo que hago con mi madre porque se lo merece y me reconcilia con mi infancia, que es un lugar en el que era mucho más feliz, dormía mejor arropado y siempre había pan. Dicen que hay que comerse un yogurt para la flora intestinal y también que hay que procurar hacer un poco de deporte. Algunos hablan de la necesidad de relajarse unos minutos al día y otros van a que les limpien los chacras. En realidad todas las nuevas actividades solamente llevan un poquito. Un poco de aqui y un poco de allá, un poco para reconciliarnos con el ocio y un poco para un medio de transporte o subir en el ascensor. Un poco para añorarla o para esperarla. Un minuto para preguntarse sobre lo que pudiera haber sido. Una décima de segundo para notar el calor del aliento en su cuello o ese escalofrío del café entrando en el cuerpo. Un descanso con la mirada a la derecha, que es donde está la verdad, antes de responder a ese mensaje. Un suspiro para soltar el aire antes de responder una barbaridad.
El problema es que todos esos pocos suman más de 24 horas y aún faltan las 8 del trabajo, las 8 del ocio y las 8 de los sueños.
Lo que me cuesta cada vez que algo supone un poco de mi vida es renunciar a vivir o, quizá, lo que sucede es que vivir es acumular muchos pequeños pocos.
Y no he sumado el tiempo de procrastinación. Ahora tengo que doblar los calcetines.
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