Hay un vídeo ejemplarizante de lo que quiero contar. En él un adolescente cuenta, en calzoncillos y con una camiseta a juego del nuevo accesorio de su iphone, que tiene un invento que le hace estar tecnológicamente por encima de los demás y más a la moda que el Capitán América. Cuenta lo bonito que es, lo moderno y lo maravilloso. Cuenta, en un alarde tan cuidado como su tupé, que si tira el teléfono al suelo el invento lo protegerá. Y lo tira. Y se rompe. Entonces dice, obviando el hecho de que el que lo ha tirado al suelo es él mismo, que mañana mismo pondrá una reclamación.
Lo curioso es que si bien algunos no son especialistas en nada, el arte de la reclamación es algo que dominan con creces.
Yo vivo en un mundo donde una reclamación es un acto excepcional pero descubro que para algunos es un medio de eximente moral de la estupidez. Hay quien demanda al gps porque le ha levado por mal camino. Quien reclama porque el teléfono que se compro 300€ más barato no era el del anuncio. Quien sale llorando en la tele porque ese alquiler de 100€ al mes de un coqueto apartamento en el centro era, en realidad, un zulo.
Se pone la reclamación, la denuncia, la queja dramática y perfectamente decorada. Se pone a Greta llorando contra el cambio climático y se espera a que todo se solucione solito porque ya sabemos que el dueño del Primark se sienta en su despacho y piensa "joder, hay miles de firmas en Change contra la explotación infantil. Quizá debería de usar adultos y pagarles bien sin subir los precios". Todo el mundo sabe que los diputados en España van a renunciar a 6000€ porque haya quejas en Twitter de la misma forma que tú vas a devolver algo que te han ingresado en la cuenta. ¿O si?. Y si no se hace caso a tu reclamación, pues empiezas a poner comentarios en contra en internet para arruinar a quien haga falta. Porque internet, ese lugar al que parece que hay que hacerle caso, tiene ejemplos como el tipo que puso a un cobertizo como el mejor restaurante de Londres gracias a comentar con miles de cuentas falsas.
Estamos entrando en la era de la queja por cualquier cosa, del simbolismo dramático. En cataluña se hace de el homenaje al bolardo caído un ejemplo de resistencia al invasor español pero nadie se ha sentado a preparar un plan para pagar las pensiones (o controlar las fronteras, o el espacio aéreo, o a gestión de la electricidad) el día después de la república. Vamos a quejarnos y lo de mancharse las manos o asumir responsabilidades, si eso, que lo hagan los demás. Mientras tanto hagamos publicidad de la defensa de lo que creemos que merecemos aunque no hayamos hecho nada por su consecución más allá de desearlo, como un adolescente que se va de casa y descubre, atónito, que la nevera no se llena sola.
Se buscan mil y un problemas que en realidad lo son pero que no es nuestra culpa y , además, no podemos solucionar ni solos ni en el breve espacio de tiempo que dura un tutorial de youtube. Y se hacen comentarios en Internet a favor de liberar a las gallinas oprimidas, los contratos basura, el coltan del congo o las dictaduras disfrazadas de democracias que no nos permiten ganar más pagando menos por lo que consumimos. La culpa siempre es de otros y con un tuit se debería de solucionar todo. Vamos a quejarnos haciendo fotos de nuestras pancartas imaginativas
Activismo de mentira a golpe de like. Y muchas reclamaciones. Sobre todo las que haces tras haber tirado tu teléfono al suelo como un gilipollas.
1 comentario:
Hoy has estado muy gracioso.
El pavo del los gayumbos seguro que tiene más followers que clientes tú y yo juntos.
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