Hay varias maneras de vivir en la sociedad compleja y llena de contradicciones en la que nos ha tocado subsistir. Una, la más sencilla, es aceptar que las cosas son como son y simplemente cumplirlas. En otra, revolucionaria de postureo, la actividad principal consiste en llenarse la boca de quejas y de reclamaciones para, al final, cumplir las normas como el primero.
Viene a ser como aquellos que iban a tomar el congreso por la fuerza del pueblo pero luego se compraron un chalet con el dinero de diputado. También los que no iban a cantar "mariconez" aunque les echaran de la academia pero luego fueron un clon de Ana Torroja sin las piernas que tenía,a golpe de gimnasio, la auténtica en los años 90. Los que se hacen un Dolera de vez en cuando. Estos, la historia reciente lo demuestra, son peligrosos porque buscan la manera de retorcer las normas para volverlas de su lado como el que pone una demanda porque el gps le llevó en dirección contraria.
Son los que iban a quitar los aforamientos en 60 días, acabar con los lazos amarillos, recuperar Gibraltar, evitar el cambio de hora, reformar la reforma laboral, quitar a Franco antes de verano de donde sigue hoy, bajar los impuestos a los autónomos o no darle un puesto público a su mujer. (Hola, Pdro). Todos los que, no sé si fuísteis de los que firmaron, eran solidarios con Julian Assange, se oponen a la explotación laboral, a los paraísos fiscales y procuran comprar en Amazon ropa de Zara mientras vuelan con Ryanir a un Airbnb desde el que piden un Deliveroo. Hipócritas de hipocresía rentable. Cumplen las normas y la culpa es de las normas, pero las cumplen. Mi sobrina, cuando no me atienden en un bar, me pide que la deje ponerse en la barra, donde deja ver su melena rubia, y se jacta de lo rápido que la atiende el joven camarero. Luego me habla de que la sociedad la cosifica pero si puede aprovecharse, lo hace.
Después están los que se preguntan el por qué. Los que, antes de hacer algo, se preguntan el motivo.
Mi padre era un señor incansable que cumplía las normas. No se preguntaba por los objetivos más allá de hacer lo que debía de hacer y eso no le generó grandes conflictos y más de un rédito laboral. Si hubiera sido un soldado, una larga cola de enemigos muertos plagarían su currículum. Es más que seguro que hubiese sido condecorado varias veces. Conozco a alguien que combatió en el Frente Sandinista de Liberación Nacional y me contaba que cuando la Contra les acechaba quemaban las granjas de los nicaragüenses para que no quedara nada a su paso. Arruinaban a su propio pueblo porque para ellos la única norma era ganar una guerra que, en realidad, perdieron. Pensar en por qué, en una guerra, es perderla contra los perros hambrientos de la devastación. Será por eso por lo que no recuerdo ningún boxeador filósofo. Cuando perdí gran parte de mi virilidad en forma de poderío físico descubrí (tarde) que se folla mucho mejor sin pensar porque es como sentir pero menos divertido. !Cuanto gozo perdido por ésta cabeza incansable!.
En realidad cada una de las actitudes responde a la concepción de la realidad que queramos aceptar. El universo en el que creemos vivir es el que determina nuestra forma de interactuar con él. Si aquella mujer vive en un mundo donde todos los hombres son unos hijos de la gran puta que intentan aprovecharse de su bondad entonces dispone de una excusa perfecta para engañarle antes de que lo haga él. Al fin y al cabo, más tarde o más temprano y en el ese mundo en el que cree vivir, lo hará. Es una certeza a lo Minority Report,
Si tiene que aparecer el caballero a lomos de un corcel blanco, aliento a eucalipto, pelo brillante al aire, conjugación verbal correcta, disponibilidad acorde con los horarios laborales de la dama, falta de ronquidos y que no huela después de ir al baño... te vas a quedar sola en tu anuncio, guapa. En tu universo existe, pero en Instagram también hay escaparates de mentira. Yo ya me rendí en encontrar a quien pudiera lidiar con mis taras. Ahora sólo pido que me aguante, que no me pida ser quien no soy y saque lo que me queda de bueno en algún lugar.
Si el futuro laboral del adolescente no está lleno de horas libres y parapente pagado por la empresa deja de esforzarse. Si no mete goles el primer día deja de entrenar aunque ya haya comprado las zapatillas de Messi y tenga tres pelillos en forma de la barba de Isco. En ese universo de inmediatez y hedonismo incontrolado si hay algo que no está al servicio del protagonista de la historia, la historia está mal hecha. Derechos conocidos. Deberes de los demás. Un universo egocentrista con wifi y fotos en la nube.
La concepción de la realidad, aunque no sea beneficiosa o cierta, determina la actitud mucho más allá de lo que podamos considerar objetivos. Porque ¿qué objetivos tenemos en realidad?. Carpe Diem no es un objetivo, es escabulllir el bulto. Adelgazar (hasta un peso marcado), hablar inglés (como para ir a Norfolk y que te entiendan), correr una maratón (y acabarla) pueden ser objetivos. A veces el objetivo es algo fútil como acompañar a un equipo de fútbol a un partido de mierda, pero también lo es. Llegar a un lugar determinado. Acabar un puzzle. Despertarse, un domingo, de la siesta como un cervatillo.
Al contrario que mi padre yo me pregunto continuamente el por qué. He dejado de experimentar seguramente procelosos y excitantes momentos de piel y calor por razonar lo que viene después de avalanzarse sobre la saliva sin que le de tiempo a quitarse los calcetines (lo cual me parece algo más de confianza que de comodidad). Cuando no encuentro el por qué pienso en el objetivo. Y entonces lo junto todo y me pregunto el por qué del objetivo. Incluso en lo que hay después del objetivo. Soy un gran vidente de mis fracasos futuros no cumplidos.
Y, entonces, los perros hambrientos de la devastación, que no piensan ni tienen objetivos, me dejan como un campo quemado esperando la llegada del otro ejército. O quien vive en un universo se va con otro que no piensa, O se quedan esperando un hombre anuncio. O me llaman derechón, izquierdoso, alto o bajo en un mundo de gigantes.
Por eso, pensando, sin estar convencido de un objetivo claro y sin un universo cerrado definido: soy un erial.
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