“Sálvame”- mandó en un mensaje.
Hemos perdido completamente la entonación de las palabras y nos hemos acostumbrado a los dramatismos. A las exageraciones. A las noticias falsas. No nos asombramos por los nuevos cataclismos ni por las pequeñas soledades. No sabemos reaccionar con los cadáveres a los pies de la próxima red social. No nos quedamos traspuestos por las lágrimas ni nos parecen excepcionales los millones de momentos maravillosos que se nos escapan cada día. No le damos valor a las yemas de los dedos encontrando el valle que se forma en la espalda, justo a la altura contraria al ombligo, porque siempre queremos más. Arriba, con la mano extendida. Abajo, con un movimiento acrobático por debajo de los elásticos. La gran decepción es descubrir que la vida real no es un anuncio pero , en verdad, no lo fue jamás. Hay mentiras que estamos deseando creernos como espejismos necesarios para seguir esperando. Puede ser algo parecido al cine. Sin efectos especiales parece menos cine y , sin embargo, es porque nos dan la imaginación ya resuelta. Somos una sociedad de vagos cerebrales.
Miró al mensaje como una botella lanzada al océano. Lo pensó directo y claro. Nítido. Cristalino como una erección a la hora de dormir. Urgente como un hombre ahogándose cerca de la orilla.
“Sálvame”- recibió.
Se sonrió como si fuera una expresión de angustia menor. Una queja infantil sin importancia. Se sintió cómplice pero no partícipe. Espectador pero no concursante en el juego de la comunicación. La pantalla es un universo paralelo al que recurrir de vez en cuando y de vez en cuando aceptar que no es real, aunque haya noches en las que lo que desea. No es de noche. El ruido de la realidad hace estéreo en su cabeza. Puede esconderlo en un bolsillo y rescatarlo cuando sea el tiempo adecuado, cuando haya que volver a meterse un poco de droga virtual en la que poder ser quien la misma persona pero con superpoderes. Poderes de esos que no hace falta demostrar siempre, que son los buenos. Los poderes que pueden probarse y probarse hasta que el encuadre de la foto es la que debe de ser. Entonces sí, como la toma buena entre mil ensayos. Y adjuntarlo como prueba. Hacer desprecio a la excepcionalidad de la toma como si fuera lo habitual como meter un triple de espaldas.
Creyó que era un componente del juego.
Era de verdad.
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