Disfrazarse en carnaval es una actividad que parece apasiona a la mayoría del mundo. Me han contado que la ministra de economía se ha disfrazado de brote verde y cuando se ha encontrado con Emilio Botín (disfrazado del señor con sombrero de copa del monopoly) le ha dicho que iba de guisante, porque le ha dado vergüenza. Esperanza Aguirre había hecho suyo un coqueto disfraz de enfermera, pero dado el desequilibrio entre hospitales y sanitarios madrileños, se ha quedado en casa. Leire Pajin ha desempolvado un uniforme de V, la serie, para estar acorde con el momento interesteral (no confesional) en el que Zapatero y Obama se encuentren. Rajoy estaba de Santo Job, esperando a que se cayera el gobierno solo y Zapatero se ha dado cuenta tarde que estabamos en carnaval y ha cogido una capa negra de sus hijas intentando que no se notara su despiste.
Lo cierto es que cada uno se disfraza si es que quiere y de lo que quiere. En realidad la elección de ese disfraz, en esta fecha en la que se suele decir que todo está permitido, supongo que hace visible nuestro sueño de ser quien precisamente no somos. Existen ideas para todos los gustos (via yonkis, aqui, aqui, aqui , aqui, aqui y aqui)
Por mi parte, debido al frío y a la desgana habitual en mis febreros me he disfrazado de eremita con barba blanca y me he dedicado a recuperar algunos papiros de las estanterías, poner en orden mi vida interior y (erroneamente) rebuscar en el facebook. Claro está, me encontré con esto:
Porque hay personas que se han disfrazado de olvido. Pero es normal, es carnaval. Yo llegué a pensar en disfrazarme de futuro, pero se habían acabado los disfraces. Como carnaval etimológicamente significa "abandonar la carne" mañana pienso ir rápidamente a comprar pescado, que es muy sano. Me disfrazaré de Atún para que me llamen Bonito, es una confusión habitual.
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