A veces no logramos nuestros sueños, si es que alguna vez los tuvimos. No somos más altos ni tenemos la capacidad de volver a ese momento identificado en el que tomamos la decisión incorrecta o solamente no tomamos ninguna. Hay quien dice que somos completamente responsables de lo que nos sucede y eso, como todas las generalizaciones, es mentira. Pero el contrario también es válido y no aceptar que somos limitados es algo que en vez de hacernos daño a nosotros se lo hace al entorno. Y ahí estamos.
Tenemos ante nosotros una nueva sociedad de los superpoderes personales en la que ya no es que seamos capaces de todo sino que si no lo conseguimos es por algún tipo de maldad innata de los demás. La culpa es del patriarcado, del capitalismo, del techo de cristal, del racismo social, de la industria alimenticia, de la ambición desmedida de los bancos, de la homofobia, del lenguaje no inclusivo, de la contaminación o, yo qué sé, del estigma que pone el porno sobre las relaciones personales supérfluas. En definitiva, no es mi culpa porque soy un ser puro perfecto con todas las capacidades intactas, sino que el universo nació contra mi.
Hay un enorme porcentaje de indignados que han creado monstruos imposibles de domar para justificar ser lo que somos todos: humanos e imperfectos.
Y, por supuesto, todo aquello que ponga en duda que yo soy perfecto y que tengo razón es, por defecto, el enemigo.
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