No sé que es lo que pasa pero últimamente no hago más que encontrarme con personas que se empeñan en salvarme. Será algo que echan en el agua y no sube hasta mi casa por eso de la potencia de las bombas o la calcificación de las cañerías. Gente que, en absoluta concordancia con la bondad de sus corazones, se ponen bondadosos y empiezan a contarme la manera correcta de plantear la vida y la actitud ante los devenires del día a día. Que piense en positivo, que hable de lo que me gusta antes de lo que me disgusta, que utilice una dialéctica incluyente o que haga ejercicios respiratorios antes de dormir. Soy tan tonto que cuando veo que me va a costar dormir me masturbo y es un sistema que me funciona desde los quince años. Tenía la costumbre de hacer multiplicaciones por dos. Dos, cuatro, ocho, 16, 32, 64, 128, 256, 512, 1024... y era capaz de llegar a 1073741824 sin problemas. Con mi sistema tardo unos veinte minutos entre unas cosas , otras y la higiene. El caso, porque ahora mi intimidad está en un segundo plano (que no la salvación de mi alma), es que me encuentro rodeado de psicólogos sin titulación, analistas del amor en forma de perfiles de facebook. Místicos de tercera regional que ven claramente la paja (esto es un chiste) en mi sin ver que sus vidas son una puta mierda a la que no quieren enfrentarse. Pero yo debo de pensar en positivo: son buenas personas con el mártir equivocado.
No niego que hago aguas con facilidad pasmosa y que cometo el error, una y otra vez, en esperar una recompensa que sea externa y me haga sentir en valor todo el esfuerzo que creo que he realizado. Las veces que fui buen tipo, los jubilados a los que cedí el paso o incluso las veces que me callé lo que pensaba para no herir la sensibilidad ajena. Soy mucho de herir, tengo un don armado continuamente con la lengua. Y no niego en que haya algún tipo de respuesta mágica al malestar que arrastro de la misma forma que un agudo dolor en el hombro cada vez que me doy la vuelta en la cama pero no está en el karma ni en la Gestalt y mucho menos al final de un curso de pago de mindfullness. Esas cosas son placebo, fotos de comida cuando estas hambriento. No sacian, no llenan pero tampoco hacen ningún mal. O sí. Lo hacen porque ponen esas respuestas sencillas a preguntas que no hemos encontrado respuesta como si fuéramos tan gilipollas de haberlo pasado fatal por no habernos dado cuenta que la clave era decir que sí antes de decir que no. O sonreir por la calle. O llegar a tocarse los dedos de los pies antes de salir de la cama. En ese caso,si lo consideramos una verdad, establece que éramos idiotas antes. Idiota será tu puta madre, jodido bienhechor.
No creo en la bondad de las personas. Una psicóloga contaba, sentada en el sofá de enfrente en una tertulia televisiva, que nos agrada de una manera extraña la mala fortuna ajena. Decía que cuando alguien nos cuenta sus mierdas desataba en nosotros una especie de sentimiento materno que nos indicaba que aunque lo nuestro era una basura siempre podría ser peor, siempre podría llover o ser lo que está pasando al otro. Por otra parte hace unos años se demostró, con la paradoja de la amistad, que es lógica esa percepción de que los demás viven mejor que tú. El caso es que cuando llego cansado y agotado, hastiado de la vida y de la maldad innata del egoísta ser humano moderno, alguien intenta salvarme. Y me jode mucho porque prometen algo que no pueden cumplir.
No me salves, dame direcciones.
Para contarme mierdas, te las comes tú.
Te digo lo mismo que la última chica que juró que estaba aquí, incondicional, para salvarme. Un mes y medio después desapareció y cuando la volví a contactar , porque creí que la necesitaba, me habló de que vivo en un púlpito de reproches, que no tomo la dirección correcta (sin decirme, a mi que tengo el depósito lleno, cual es), que hablo en negativo, que tengo una diléctica excluyente y que no hago ejercicios respiratorios antes de dormir. Gracias por nada, pensé. Y me dispuse a dormir. A mi manera. Por agotamiento.
Será por eso por lo que tengo cara de cansado. Tampoco voy a dejar de fumar.
Lo único en lo que le doy la razón es en que soy intenso, que no soy fácil. Hubiera sido mucho más sencillo que asumiese que no puede conmigo aunque eso significa que vuelvo a perder yo. Siempre hay una canción, señora del sombrero. Una de las cosas que más me gustaba de usted es que no quería salvarme, hasta que lo intentó.
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