Mal dia para buscar

23 de julio de 2025

Deberes infinitos.

Hay una escena de Terminator 2 en la que el doctor Dyson,  que ha trabajado con el brazo biónico en Cyberdine Systems, está herido sujetando la bomba que hará saltar por los aires el laboratorio. Les mira, sudoroso y temblando. Les dice: "No sé cuánto tiempo podré aguantar". Todos sabemos que en el mismo instante en que sus fuerzas se vayan, activará el detonador.


Cuando ya no puede más, todo revienta.

Conozco esa sensación, con la salvedad que no soy científico y que alguna de las veces en las que he sentido que el aire no me llega al pecho el mundo ha seguido girando sin percatarse del hecho que ya no estoy pendiente de él. Nada explota después de morirte ( salvo que lleves una bomba, claro está). Asocio la muerte al silencio y,  psicóticamente, al descanso. Tengo una edad en la que ya he visto, conocidos y desconocidos, algunos cadáveres. Absolutamente siempre me recorre una sensación de silencio y de extraña comunicación entre el montón inerte de piel y huesos con mi cabeza. Suele suceder que una comunicación sincera, intima y personal se establece entre los dos. Los borrachos, los niños y los muertos dicen la verdad.

El ser humano occidental, como decía Tuiavii a los habitantes de Papúa tras volver de conocer el mundo, se empeña en vivir recordando el pasado y preparándose para el futuro. Se le olvida el presente.

Considero que hay roles que aceptamos sin quererlo. Pensemos en un viaje. Alguien se encarga de la ruta. Alguien de que el vehículo esté en orden. Unos son los que reservan los alojamientos. También hay quien simplemente se deja llevar. Mi hermana, por ejemplo, es de esas personas que se están quejando de tener que hacer todos los papeleos. Curiosamente cuando yo intento hacerlo me mira inquisitoria y me dice que no lo estoy haciendo bien. Me quita los papeles y los hace ella. Luego vuelve a quejarse.

A mi me resulta agotador tener gente en casa. Me gusta, no lo niego, pero siempre estoy atento de que puedan necesitar algo. Me levanto a recoger. Pienso si tengo un aperitivo mejor o si el sonido de la tele es suficientemente envolvente. Adopto un rol de anfitrión sirviente que tampoco me hace ningún bien. Laboralmente hay ocasiones en las que no se si me he esclavizado por culpa del cliente o porque , en realidad, soy el Jose Luis Lopez Vazquez de la informática y me considero un admirador, un siervo y un esclavo. Paso demasiado tiempo pensando en todo lo que hay pendiente, en si aparece un argumento perfecto para otro libro. Anoche pasé un trapito por la cocina mientras se hacía el huevo frito. Arrastro un poco los pies por el parquet, si estoy con calcetines, para que brille. Sigo, cuando estoy en casa, el recorrido de los pedidos del trabajo. Leo compulsivamente revistas de informática y me siento en la obligación de estar al día con la prensa. Llamo a mi madre, siempre y sin falta, todos los días a las 21:30. No he fallado ni un solo día en 17 años pero siempre tengo la sensación que hoy será el día en que no estaré al nivel que se espera de un hijo que desea ser modélico. Ojo, y que nunca lo es porque siempre se puede hacer mejor. Se pueden ordenar mejor los cables del último ordenador, volver a escribir aquel texto, aguantar unos minutos más en la cama, aprender un nuevo lanzamiento de frisbee, querer como esperas que te quisiera, coger las curvas mejor con la moto. Cuando escojo una canción creo que había otra más adecuada. Nunca estuve satisfecho con una nota, salvo que fuera un diez. El problema es que no fui un niño de diez, así que siempre existía un margen de mejora. Siempre existía alguien mejor con el que compararse: Alvarez era mejor en ciencias, Rubio en el equipo de baloncesto, Martín con las chicas. Roberto era un interlocutor mucho más ocurrente. No es que quiesiera, y ahí está el error, es que debía ser todos en cada momento. El Lichis tiene una canción en que se pregunta "Qué haría Loquillo". Cuando me deprimía quería ser Tom Waits. Estoy en disposición de afirmar que el esfuerzo que supone todo eso es ímprobo, agotador y siempre decepcionante.

Luego llega un día en el que parece que puedes parar, hacer uso de la libertad y dedicarte a aquello que te gusta y te relaja. Coges aire. Lo escuchas salir de tus pulmones, a veces silbando entre los dientes haciendo temblar el labio superior. No eres capaz de recordar qué era lo que te gustaba.

En Agosto no voy a irme de vacaciones. Puedo convencerme que hay demasiadas cosas que hacer pero, en realidad, se me ha olvidado la lección aquella de no hacer nada.

Soy ese tipo que tiene un detonador en la mano y te mira agotado afirmando que no sabe el tiempo que podrá aguantar. Es el deber, y mata. También el tabaco. Yo soy de los que no se mueren porque Dios me ha dado demasiadas cosas que hacer. Ese es un buen argumento para un libro: un tipo, incapaz de disfrutar de nada, de descansar o de morirse porque tiene la pena eterna de las obligaciones. Al final del libro, despues de haber buscado al culpable por todos los recovecos, resulta que es él mismo.

No hay comentarios: