Es curioso cómo nos pasamos los días con preocupaciones menores. Que si uno no utiliza los pronombres adecuados o si un cliente no está suficientemente satisfecho. Un rayón del coche o unos calcetines que no te gustan. Una visita a los suegros o simplemente que tu hijo o tú mismo has llegado beodo a casa. A veces simplemente no ser capaz de decir a alguien que la echamos de menos o entrar en cólera porque te quedas sin internet o sin batería.
Y entonces, un día, suena el teléfono y casi todo cambia.
Cuando todo cambia es la vida, llamando. Un accidente, una enfermedad, un acontecido de los que marcan un punto. Nada que no le haya pasado a nuestros abuelos o les pasará a nuestros hijos. Nada nuevo y nada que no esté en la ecuación. Simplemente es algo que está ahí, acechando, que pasa un día.
A partir de ahí todo cambia. No se puede reaccionar con rabia ni ignorarlo, como quien ignora un grano hasta que desaparece. Solamente se puede aceptar, como un dolor crónico, como envejecer o como la entropía cuando no se ejerce una energía para compensarla.
Hay demasiadas cosas sobre las que no se habla y, sin embargo, nos marcan. No se habla de los suicidios, de las personas que faltan, de las enfermedades, de la vejez o de los miedos. No se habla de los sentimientos ni de la preparación necesaria ante las cosas que seguro que nos van a pasar, si es que la vida sigue su camino. Si nuestros mayores enferman o se les va la cabeza, si no nos sentimos capaces de llegar a donde creímos que nos merecíamos. Si nos sentimos solos. Si nos levantamos por las mañanas con un kilogramo de angustia que nos aprieta la parte superior de la mandíbula.
Por alguna razón todas esas cosas se han quedado en la parte más privada de nuestra intimidad y alguien nos quiso convencerque debíamos avergonzarnos de ello. Que podemos poner una foto de un postre que nos comimos el martes pero que está mal sentir que se nos engangrena un brazo cuando alguien de tu vida pasa la noche en un hospital del que hay un porcentaje de posibilidad que no salga, o que no salga igual.
Simplemente es uno de esos momentos en los que suena el teléfono y te das cuenta que a la vida, la de verdad, no la habías tenido en cuenta.
Y siempre está ahí.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo con esta entrada. Ese maldito teléfono que un día cualquiera (soleado o nublado, lunes o viernes, que empiezas y estás a punto de terminar cum laude o de puto culo ...) suena y lo desincroniza todo.
Como decía el gran Humet hay que vivir y pasearse por los paisajes que un día nos hicieron felices, sin nostalgia dolorosa ojo.
Abrazo
Es curioso. Ayer estuve con un colega. Una empleada jovencita que tiene, cuando me oyó decir que mi tia había fallecido me dio el pésame. Entonces le conté que mi tía, nacida en 1931 era una mujer con carrera, con casa propia, que jamás se casó y que aún así: sin marido ni padre protector, hizo su vida profesional, estuvo con quien quiso, se compró su casa, viajó, ahorró y se desarrolló personalmente. Entonces me miró, esta chica, con ojos de Irene montero, diciéndome que eso era imposible porque en la España franquista no estaba permitido y yo le dije que claro que estaba permitido, que mi tía lo hizo. Que quizá la sociedad la miraba raro pero eso no significa que no pudiera porque el resultado final es el que fue y que una señora nacida antes de la guerra civil podía estudiar, trabajar, conducir, tener una cuenta corriente y vivir. El relato es cabrón y se olvida de las heroínas, como ella, que te joden el discurso.
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