En el patio del colegio, cuando se jugaban partidos, se montaban las porterías con dos mochilas. Desde ellas, casi de una manera holográfica, dos postes se alzaban hasta la altura a la que podía llegar Jorge, el gordo elegido en último lugar, que se quedaba como portero.
Prácticamente siempre llegaba un momento de discusión en el que se intentaba que fuera gol lo que para el equipo que lo recibía no lo había sido. Quizá porque Jorge podría saltar más o porque los postes estaban unos centímetros más hacia afuera. Y, al final, la mitad de recreo eran discusiones en vez de juego efectivo.
Curiosamente Roberto, que era un jugador de fútbol mediocre, parecía disfrutar más en las argumentaciones que en los regates. Hay en día es un brillante abogado. No sé qué fue de Jorge, pero me gusta pensar que es un cocinero orondo y bonachón feliz en uno de esos restaurantes secretos que brillan en alguna carretera comarcal.
Personalmente no soy un fanático de la burocracia. Me parece, casi como la teorización de la verdad, los coach y todos esos profesores universitarios que te enseñan, sin haber trabajado en una empresa jamás, a desenvolverte en el mundo real sin haberlo pisado: una manera de vender la sensación falsa de control sobre algo que resulta muy diferente cuando hay que enfrentarse a ello. Es como saber hacer las instrucciones del montaje de muebles pero no haber montado un mueble en tu puta vida.
En algún momento le dimos a la burocracia, a la creación de las normas, a la elección de los jueces o al artículo 113 de la constitución mucho más valor que la realización del trabajo en si. Llegó un momento en el que creímos que el politólogo, el tertuliano o el que había hecho el estudio que salió en televisión sobre las abejas asiáticas, sabía mucho más que el apicultor.
Y como nadie quiere entrenar día y noche para ser futbolista, tornero o mancharse las manos en una obra, le dimos mucho más valor al estudioso del fútbol o al que vigila el VAR. Está mucho más valorado ser ingeniero que saber coger un destornillador. Cuando terminaba la carrera le pregunté a uno de mis profesores por qué aunque había dibujado cientos de fresadoras jamás me habían enseñado a usar una. "Si tengo que explicarle a alguien cómo usarla, yo debería de saber"- le dije. "Usted es ingeniero"- me respondió- "deje eso para los de formación profesional". Y lo zanjó todo con una bofetada de clasismo.
Si algo tiene la modernidad urbana, la política y parte de la industria, es que un grupo de clasistas no reconocidos que no pasean por la calle, no han trabajado duro por su salario o no han cogido un destornillador manchándose las manos, deciden cómo deben actuar los que intentan realizar el trabajo de verdad. Los Robertos se pasan las horas discutiendo la interpretación de las mochilas en el patio para, a ser posible sin jugar, ganar la copa de Europa del recreo.
Cuando los Robertos se hacen mayores interpretan los artículos del convenio interno, de la junta de portavoces, de la normativa europea o de las normas del quinto manual de la cuarta carpeta del código para salirse con la suya aunque eso implique que el resultado final sea nada. Al burócrata le importa mucho más el tipo de letra del informe sobre la fabricación del polímero que si las ruedas explotan en la N-IV . Al político le importa mucho más la rueda de prensa que la buena vida o las posibilidades que consiga para aquellos que le han votado. Le importan los apoyos de la moción de censura y si consigue ocupar más o menos minutos en el noticiario de ayer. Conseguir poderes y despachos está por encima de hacer un trabajo que implica, necesariamente, mancharse las manos.
Cuando nos empezamos a preocupar de las normas más que de la finalización del trabajo algo estamos haciendo mal.
Ninguno de mis compañeros llegó a ser jugador de primera división.
En este mundo el que hace la camisa es mucho menos valorado que el que piensa en cómo se debe de coser, aunque no haya cosido jamás.
Tuve un profesor que aseguraba, sorprendido, que en el futuro todos íbamos a ser empresas de servicios. Y luego añadía "lo que no sé es a quien le vamos a dar servicio porque, a este ritmo, nadie va a fabricar nada".
Curiosamente llevamos años sin irnos a la mierda y aprendiendo demasiado excel. Y es que la burocracia, como el orden, es importante pero, como tipo desordenado que soy, debería de ser secundaria y no la castrante versión de la modernidad en la que se ha convertido.
2 comentarios:
Se lo dijo el
Coronel Trautman
a Murdoch cuando
este le preguntó
que con quien se
cree que está
hablando, la
respuesta :
Con un asqueroso
burocrata , y como
el, muchos Murdoch
en esta vida .
¡Pero qué viejo soy ya, coño!
Cuando yo iba al cole, todavía no se usaban mochilas y llevábamos carteras.
Y hacíamos los postes con jerseys.
Gracias
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