La inmediatez. Las prisas. Saltar de video en video cada veinte segundos y exigir soluciones inmediatas. Si algo tiene el siglo XXI es un regusto a velocidad y magnificiencia humana, creyendo que lo podemos todo y que, además, es nuestro derecho tenerlo todo ya que somos buenos, virtuosos y contribuyentes.
Todo ya. Todo ahora. Todo cuando yo decida que debe de estar. Todo preparado para mi con la función de espejismo que llevan consigo los asistentes robotizados. "Hola, José Ramón"- y José Ramón siente que hay un lazo amigable que le une a la máquina que está al otro lado y que la han programado expresamente para atenderle a él. A la hora que sea y aunque haga preguntas absurdas. Con amabilidad extrema y sin posibilidad alguna de que se sienta maltratado verbalmente.
Yo siempre he pensado que las máquinas deberían de ser hostiles si es necesario. Que algunos se merecen una bofetada, una bordería, una mala respuesta. Algunos deben de aprender a esperar pero eso no va con los tiempos. Con los tiempos va tener todo, ya mismo, perfectamente manufacturado, a cualquier hora, con personalización extrema y dártelo sonriendo.
Así que el cliente del siglo XXI es un niñato malcarado que quiere todo al menor precio y que se lo des haciendo una reverencia.
La sociedad del siglo XXI, por extensión, cree que lo puede todo con proponérselo. Ser campeón del mundo sin entrenar, vivir más de cien años, perdurar digitalmente, encontrar el amor a los tres minutos de darse de alta en una aplicación para ligar o parecerse a las fotos de instagram que le gustan (y que son de otros).
Aquello relacionado con el esfuerzo son cosas de viejos, de perdedores. Las partes en las que el protagonista estudia o entrena en las películas siempre son breves y con una épica música de fondo. No hay agujetas. No existe, entre aquellos que tienen menos de 30 años mentales, la sensación de sentirse superado que tuve con la química orgánica de segundo de carrera. Un problema grave, como mucho, se busca en Google para encontrar un tutorial locutado por un sudamericano que nos pide que le demos a subscribir al final del vídeo.
Esa sensación de merecerlo todo, merecerlo todo ya y, sobre todo, poderlo todo casi con la arrogancia de un niño rico malcriado por una sociedad rica.
Hasta aquí estamos casi de acuerdo.
Pero llega un barco y se encalla, un virus y mata a tu prima. Llega un conductor borracho y te rompe un pierna mientras estabas esperando el autobús. Llega un político y te dice que mañana no puedes abrir tu negocio. Aparece un yonki y te roba. Aparece un tipo que enamora a esa novia que creías incondicional. Aparece la casualidad y, sin avisar, todo cambia.
Porque somos frágiles y nadie nos lo explicó.
Hay dos verdades: nos convencieron que todo estaba para servirnos pero nos dimos cuenta que somos mucho más frágiles de lo que pensábamos.
Algunos decidieron dejar de entrenar esperando ese momento en que todo se va a la mierda.
Otros no quieren ver que hay un día, o varios, en los que todo cambia hacia direcciones que jamás habíamos pensado.
Yo, por mi parte, intento llegar preparado al día en que todo se convierta en mierda. O en oro.
El discurso de Darin en "El mismo amor, la misma lluvia" también debería de tener la lectura contraria.
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