Se han publicado, como cada fin de año, muchas listas. Una en particular especifica los 100 vinilos más vendidos en España allá en el 2020. Hay un dato estremecedor: para estar en el puesto 99 hace falta haber vendido once ( !!11!!) discos.
Como siempre que algo se basa en las estadísticas hay que conocer el grupo de control y es bastante cierto que no tiene en cuenta las tiendas convencionales. Pero, aún así, !que son once!. ( En mi presentación pandémica de "Dame Cuerda" se vendieron 30. Claro, que yo no canto)
Así que me vienen a la memoria tiempos en los que me compraba un disco a la semana. O tiempos en los que a lo largo de un mes acumulaba algún libro, varios discos y alguna película. Jopé, y me iba de conciertos. Después de aquellos locos años 90 reconozco que ese absoluto acceso a la cultura hizo que empezara a comprar con criterios extraños. Dejé de comprar discos de artistas ricos. Será que mi cultureta izquierdoso me hizo pensar que Bruce o Madonna eran los Amancios de la música. Así que llené mi estantería de discos nacionales de gente pequeña que me hacía tremendamente feliz. Aún dispongo de bastantes sin abrir porque me gustó tanto lo que me bajé de internet que decidí comprarlo como una forma de agradecerles esos buenos momentos. Entonces, una vez, cuando fui a comprar uno de esos pequeños discos, descubrí que era imposible hacerme con el formato físico. Que alguien, en una oficina ruinosa de antiguo éxito, ya se había rendido al futuro gratuito. Esos fueron unos años complejos en los que, hasta cierto punto, una desorientada industria sobredimendionada se daba continuamente tiros en el pie. Después de eso he de reconocer que en el año 2020 no habré llegado a diez discos comprados. Primero porque no hay prácticamente tiendas, segundo porque esos discos que me llevaban a un lugar a lo largo de hora y media han sido devorados por tonadillas de escasos tres minutos en busca de ser el audio del meme del momento y tercero porque la tecnología me ha vuelto vago, pirata y poco solidario con el trabajo intelectual de los demás.
Luego me quejo porque no vendo un jodido libro y tengo mi grano de arena de responsabilidad.
¿Somos responsables de la lenta muerte de la cultura? Sí. Porque cuando alguien no puede vivir de su trabajo lo que suele hacer es trabajar en otra cosa. Sin conciertos, con unos algoritmos que no premian la calidad sino las reproducciones en bucle, con producciones hechas a golpe de estadística y sin discos que comprar lo que se termina es no gastando. El grueso del gasto en "cultura" de nuestro país reside en plataformas de cine y series abarrotadas de producciones molonas que te hacen pensar en un mundo feliz alternativo y solidario con las que, quienes tienen dinero, contratan gente con salarios de Rider y se llevan tu pasta a lugares más baratos que Andorra para tributar.
Quizá, podría pensar, la cultura ya no responde a lo que yo tenía entendido por cultura. Quizá cultura es coger a una choni , invertir dos millones de euros, esperar a que se deje las uñas largas y ponerle detrás una producción excelente para usar a Rosalía como un producto. Quizá es poner a un niñato abotargado que no sabe cantar detrás de un autotune esperando que haga polémica para que, con la curiosidad, Spotify pague 0.01€ por reproducción. Quizá el Pronto es el nuevo Mariano José de Larra y yo aún no me he enterado. Quizá Ciudadano Kane son Ocho Apellidos Vascos.
Pero aún así, si con once copias alguien está entre los discos más vendidos es que no se compran discos y eso solo significa que, de una forma u otra, la cultura se desangra en una esquina mientras estamos mirando hacia otro lado.
Y un mundo en silencio es un mundo muy triste. Cuando dejen de girar los discos quizá dejará de girar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario