Mal dia para buscar

13 de junio de 2011

Guetos comerciales y manteros.

Hace unos meses tuve un sueño: cogía unas mantas blancas, un buen montón de pendrives, un saco de ratones, unos cuantos altavoces, diez o doce portátiles, algún que otro disco duro, material variado y me ponía en la puerta de El Corte Inglés entre unos bolsos falsos de CH (Carmen Hornillos, me temo) y unas copias de Torrente4.

En unos minutos y tras el estupor general era detenido por la policía, apareciendo inmediatamente en el noticiario de Tele5 donde se suponía que mi motivación era la cabalgante crisis económica originada por la infame gestión del partido socialista. Se equivocan. La motivación era absolutamente comercial porque, al igual que quien se pone a vender las copias de los discos de Bisbal, supuse que ahí vendería más producto que en el barrio periférico donde dispongo de un local cubierto, licencia de apertura, impuestos en regla e hilo musical.

En vez de un mantero explotado por un sistema injusto se me describiría como un loco, un valiente, un ladrón o un gilipollas, dependiendo de quien lo redactase.

Yo nunca he comprado por la calle eligiendo sobre una manta, regateando y pagando como si diera una limosna. No lo he hecho porque aquello es un delito o una manera de fomentar la mendicidad y obviamente porque para mi, como para el dueño del Corte Ingles, levantar la persiana tiene un coste mayor que un trozo de tela sobre la acera ya que hay licencias de apertura, salarios, seguros sociales e impuestos indirectos. En cierta ocasión, recibiendo una llamada en alguna tertulia sobre el tema, una señora me recriminaba mi oposición a una actividad comercial fraudulenta. Le expliqué que cuando a ella le duele y va al médico ese médico se paga, en una mínima parte, con los impuestos que yo recaudo y que son mucho menores, en porcentaje, que lo que se queda el explotador que le ha dado los bolsos a la hija del peruano de turno para que vaya a la puerta del centro comercial a dar penita a los transeúntes. Me llamó, enrabietada: racista. Y colgó.

Los chinos, que saben mucho del mundo del comercio porque se pasan el día mirando y pensando, han ido comprando todos aquellos locales que la crisis, la mala gestión, la caída de precios o el hastío han ido dejando vacíos por las calles de nuestras ciudades. Los han abarrotado de producto y han descubierto que si dejan el rótulo original y contratan a una amable lugareña logran quitarse el estigma del comercio asiático de "todo a 100" que les persigue.
Los árabes, en un porcentaje aceptable, han encontrado el filón del Kebab.
Los indios venden flores a las parejas que tontean mientras yo me acabo la última cerveza.
Los negros, salvo los que van llenos de cadenas, relojes y malas copias de DVD, van al 50% con los sudamericanos entre locutorios o tiendas de telefonía barata y extrañas tiendas de alimentación que abren por las noches y están repletas de ociosos compatriotas que fuman en las puertas.
Los gitanos siguen fuertes en sus mercadillos de tres bragas a un euro.
Todo esto son ejemplos de pequeños guetos comerciales en los que parece que metemos a las razas antes de admitir que no nos importa, es más, que nos encantaría ver a un chino presidente del Banco Santander, un árabe al frente del Corte Ingles o un negro presidente del gobierno de Armenia.

Sin embargo estoy seguro que si mañana regento un Kebab, vendo rosas a gigolós de pacotilla, pongo un restaurante chino o saco las mantas de mi comercio suburbial en la puerta de El Corte Ingles sería, yo mismo, parte de la noticia del día como el hombre que muerde a un perro.

Porque hasta para ser mantero tienes que tener raza. Sería muy poco rentable intentar vender cinturones falsos con apariencia de alemán ario mientras vistes un estupendo traje de Armani que haga lucir tu perfecto afeitado delante de la manta que poses a lo largo del Paseo de Gracia hasta que lleguen los Mossos.

¿Cuantos ordenadores entrarán encima de la manta de mi cama?

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