A veces creo que la navidad es la excusa para no pensar en el frío. Entretenerte con los viajes, acabar con los stock de los productos económicos de los bazares, comer como si fuera un estado mental y tener más buenos deseos que un ecologista convencido mientras va en su coche de combustión a las manifestaciones.
Jessica, que se lleva quejando varios años de lo injusto que es el sistema con ella precisamente, se hace fotos procurando enseñar el logo de su móvil nuevo a cámara mientras en un reflejo se ve la cómoda que puso la abuela, en la sonrisa se puede adivinar una muela picada y hay un pedido del Shein en la cama.
Una de las cosas que tienen las mejores bromas del día de los inocentes es que pueden ser verdad y a la vez son ridículas. En mi infancia hicieron un reportaje en el que Fernando Romay (pivot histórico de 2m13cm) dejaba el baloncesto para ser jockey. Salía con un ridículo casco y una fusta en el hipódromo de la Zarzuela concediendo una entrevista. Hace un par de años se viralizaba la noticia en la que el Ministerio de Igualdad ( nótese la ironía del término) se quejaba amargamente de llamar al mayor premio de la lotería "El Gordo" porque eso fomentaba la gordofobia y la discriminación de los cuerpos no normativos. Lo curioso es que eso Sí que podría ser verdad.
Con el paso de los años y la globalización de las noticias hay bromas que se han entremezclado con la verdad y han convertido determinadas reivindicaciones en oximorones. Por definición un oximorón es decir una cosa y la contraria en la misma frase. Dada mi formación técnica podría decir que estar en contra de la energía nuclear y exigir una energía continua y barata es un oximorón. Que quejarse de que contraten para dar las campanadas a una mujer por su cuerpo y defender que en otra cadena las dé una mujer contratada por gorda es una incongruencia. Que defender la libertad pero estar a favor de la cancelación de quien dice lo que nos molesta es absurdo. Que ser racista pero soñar con tener una asistente filipina es hipócrita. Que hay que admitir que un coche eléctrico deja las praderas de África contaminadas cuando has decidido que ya no te gusta como queda con tu outfit reciclado. Que apostar por la democracia en los países árabes puede llevarte a que la mayoría decida que hay que apalear a las mujeres o que no puedes lloriquear porque cierran la tienda de Maria del Carmen para poner una casa de apuestas mientras no has entrado en tu puta vida y haces apuestas desde la cama los martes.
Todo eso son ejemplos claros de que vivimos en un continuo día de los inocentes, salvo que no somos tan inocentes porque, por mucho que nos guste jugar al juego de que hay unos poderes superiores que delimitan, castran y orientan nuestras vidas en forma de gobiernos, clubs Bilderberg o Soros, somos nosotros como masa los responsables últimos de lo que nos sucede.
La sociedad occidental actual vive en una dualidad extraña. Hemos aprendido lo que es lo bueno y lo ideal: la redistribución, la bondad, la integración, el ecologismo, la solidaridad, el lenguaje integrador y la vida sana con nosotros, los vecinos y el planeta. Por otra parte hemos llegado donde hemos llegado a base de industrializarnos, jugar a la imposición cultural, aprovechar la mano de obra barata, invadir algunos paises, pagar poco y vender caro, esforzarnos bastante y arrastrar al resto del planeta a nuestras disputas personales. Como Jack Nicholson en "algunos hombres buenos" eso, infame y hasta sucio, es algo que hemos necesitado para podernos comer una hamburguesa con queso a las tres de la mañana después de salir de fiesta.
Quizá, solo quizá y de la misma forma que hablar de determinadas cosas parece que es un tabú, algunos no son conscientes que para que las cosas estén limpias alguien debe de mancharse las manos. Que para exigir con furiosa cólera cualquiera de nuestros derechos adquiridos quizá hay que pensar si nos los hemos ganado. Una de las partes que va desapareciendo con el estado del bienestar es la responsabilidad personal. Es algo que aparece en las segundas y terceras generaciones. Nuestros abuelos de dejaron la piel por conseguir una sociedad mejor para sus hijos y ellos, que eran conscientes del esfuerzo de sus progenitores, lo mantuvieron con mimo e incluso lo disfrutaron. Luego vinieron los que nacieron con ello y lo valoraron como quien valora que mañana haga sol: es lo natural y como es natural no hay que hacer nada porque viene dado.
La primera vez que fui al Reino Unido tuve una sensación curiosa. Me pude dar cuenta cómo en la época victoriana se habían hecho grandísimos esfuerzos por hacer de aquello un gran pais. Que existía una ordenación, unas construcciones y unos sistemas de alcantarillado muy bien pensados y forjados a base de la siderurgia que supuso un cambio en todo el mundo gracias a la inventiva anglosajona. Sin embargo también me di cuenta que aquel imperio se había quedado anclado en aquel momento porque como estaba bien hecho no había que cambiarlo. El Reino Unido me resultó algo a mitad de camino entre el siglo XX y los misterios de las pirámides. Si algo nos dice la historia es que más de una gran civilización desapareció por la desidia de sus pobladores más que por las guerras perdidas. Los romanos se fueron al guano cuando dejaron de hacer acueductos y se empeñaron en comer uvas y hacer orgías.
La gran broma contemporánea es jugar a gritar muy alto lo preocupados que estamos por algo que es culpa de otros, de lo que no somos responsables y que deberían de solucionar los demás.
Una vez hubo uno que quería mancharse las manos y los amigos le señalaban con el dedo porque no comía uvas ni se iba a una orgía.
Vivimos creyéndonos una broma porque es loco, ridículo y parece real.
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