Ramón Rodriguez siempre fue educado con unos firmes valores. Aprendió que no debía abusar de los que habían tenido tanta suerte como él, a ceder el asiento en el autobús. Se esforzaba en fomentar los valores en los hijos de sus amigos cuando parecía que los primeros ya se habían rendido. Apoyó la igualdad salarial de sus compañeras de trabajo y reciclaba todo lo que podía antes de ir en bicicleta a la oficina.
Un día descubrió que María Gonzalez ganaba más que él por realizar el mismo trabajo. Lo vio en un mail con su nómina que también adjuntaba la de ella, incluyendo los días de baja por asuntos propios remunerados de su compañera. Recordó, por un momento, todas las veces que se había posicionado por que cobraran lo mismo creyendo, con firmeza, que él cobraba más. Parece ser que no era así y que ella era consciente de ello.
Tampoco podemos hacer extensivo todo por un caso puntual. "Es lo de los perros y los mataperros"- se dijo a modo de chiste y esbozando una sonrisa como quien perdona una salida de tono a alguien a quien aprecia de verdad. En realidad, si eso es así, también significa que las cosas han ido cambiando.
Resulta parecido a la multa que le habían puesto por la mañana. Iba es su bicicleta, retando al frío que hay en esas horas en las que todo el mundo va en alguna dirección. Quizá no todos porque un agente, probablemente ocioso, le había parado para aprovechar y multarle. El caso es de debe de existir algún tipo de normativa, que Ramón desconoce, que le obliga a ir con casco, con un seguro de responsabilidad de bicicleta, catadriópticos de una determinada forma y , además, la bolsa que lleva en forma de bandolera no cumplía las dimensiones autorizadas por algún bando municipal referente a la movilidad. "Lo hacemos por su seguridad"-le dijo el policía según le notificaba la lista de sanciones.
"Las normas están hechas para cumplirlas"- repitió mentalmente mientras guardaba el cargador de sanciones en el bolsillo y empujaba la bicicleta.
María le vió llegar sudando y se sonrió. "¿Qué te ha pasado?". Le contó que le habían puesto varias multas. Que intentar ser un tipo concienciado con el medio ambiente no es tan fácil como pedalear silbando mientras los pajarillos hacen ameno el amanecer sobre la ciudad. Que existen más normas de las que creía conocer. Que las sujecciones para los pedales deben de estar homologadas. "A mi que vengas en bici me parece fenomenal"- le respondió- "porque así aparco en tu plaza de aparcamiento". Después le contó cómo uno de sus hijos había sido premiado. "¿Cual?"- María tenía dos hijos. Si somos políticamente incorrectos podremos decir que uno era un niño convencional: hacía deporte, sacaba unas notas medianas, correteaba por la oficina cuando venía y sufría de las inquietudes que se le suponen a un preadolescente. El otro, sinceramente, era una jodida bola de grasa que había descubierto cómo exagerando rasgos podía llegar a conseguir todo aquello por lo que debía esforzarse su hermano. Te miraba con cara de niño apaleado desde el borde del escritorio como uno de esos perros vagos y pedigüeños a los que les das un poco de pan para que te dejen en paz y que, después de olisquearlo y chuparlo un poco, lo abandonan porque no les gusta y te siguen acosando hasta que les das jamón. Se llamaba Asdrúbal. Es ese tipo de nombre que parece original y moderno el día que se le ocurre a sus progenitores pero que le persigue durante toda la vida más aún que siendo el hermano de un gran conquistador. Obviamente según su madre era a él al que le habían premiado. A veces se llama premio una atención personalizada porque eres espectacularmente insoportable y hay alguna ley que impide dar una bofetada a tiempo. En realidad la separación de María viene de un momento en el que Asdrúbal se puso a patalear delante de su padre justo en la mitad de la tanda de penaltis de la final de la copa de Europa del 2017 y, tras decírselo con la condescendencia posible pero sin ningún éxito, el niño del demonio decidió quitarse de medio a su competidor por la atención paterna y tiró la tele 4k al suelo. Cuando ella entró en el salón, alertada por los gritos, encontró a su futuro exmarido azotando al niño por su comportamiento. Y el niño, igual que con la tele, se quitó a un competidor por el amor de madre y, como extra, una pensión generosa para no hacer pública una demanda por malos tratos infantiles.
El exmarido trabaja por las mañanas en su oficina y por las tardes se le puede ver repartiendo comida a domicilio con una mochila enorme. Una vez le tocó llevar un pedido a su antigua casa y ella le puso una sola estrella.
Ramón sabe que uno ha de pagar por pegar a un niño y se lo repite a si mismo, con intención de eliminar las ganas de materializarse en Herodes, cuando ella suelta a la fiera por la oficina en las jornadas de conciliación. Aprovechando que está ocupado manipulando a otros adultos ella desaparece unos minutos para salir a fumar.
"Lo cierto es que es problema de ella"- se dice a si mismo cuando siente la paz de no tener al niño cerca.
María se ha echado novio. es un muchacho más joven que ella al que conoció bailando una noche en la que dejo a los niños con los abuelos. Es pelirrojo. Y cubano. Siempre hace chistes con eso. Parece que llega con un finlandés pero cuando abre la boca te das cuenta que ha llegado de un lugar mucho más caluroso. Aprovechó unos cursos de verano y, simplemente, decidió no volver. Viven en el edificio que está frente a la casa de Ramón gracias a unos pisos de bajo alquiler que promovió el ayuntamiento. Obviamente ella sigue empadronada en casa de sus padres para que el pelirrojo no tenga penalizaciones en el pago, no sea que tenga que pagar lo que pagan los demás. A veces les ve, de lejos y desde su ventana, en alguna de las fiestas que dan. "Es envidiable cómo saben divertirse los demás"- piensa antes de dormir apostando por si María, el día siguiente, llegará a la hora al trabajo o no. No sería la primera vez.
Más o menos esa es la vida de Ramón Rodriguez.
Excepto que un día, al levantarse, decidió coger su coche, aparcar en su plaza de garaje, ignorar a Asdrúbal, denunciar a su empresa por pagar diferente a trabajadores por realizar el mismo trabajo, fotografiar a María robando material de oficina y hacer llegar un escrito al ayuntamiento con las pruebas de malversación de las ayudas para la inmigración en el edificio de enfrente.
Y fue despedido, acusado de maltrato infantil, de discriminación sexual y de racista. En un control sorpresa su coche fue inmovilizado por contaminar. Perdió el trabajo, María dijo que una vez le había piropeado sin su consentimiento y eso le generaba cefaléas que le impedían llegar a la hora con regularidad al trabajo, tuvo que acudir a un curso de comportamiento para con los niños y realizar labores de voluntariado obligado en centros de inmigración.
Así que si por las noches ves a dos tipos en bicicleta entregando pedidos por una miseria, que sepas que son el exmarido de María y Ramón: racista, machista, pedófilo e intolerante. Comparten piso y resquemor.
Pero nadie les importuna cuando los partidos, en la tele, se ponen emocionantes.
"Al menos no cogí un fusil y me puse a pegar tiros"- comenta Ramón para sus adentros antes de domir.
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