Voy a sonar viejo pellejo.
Hace no mucho un buen amigo me comentó que iba a trasladar su carnicería a uno de los barrios más conflictivos de Bilbao. -¿Por qué?- le pregunté. -Yo me he criado allí- dijo. Me explicó que aquel era su barrio. Que, allá por el principio de los 80, en una gris ciudad manchada por la heroína, la crisis y las virutas de metal que se llevaban los barcos, se crió entre las campas y los pisos precarios donde se hacinaban los trabajadores que sobrevivían soñando con una vida mejor mientras sus hijos crecían con las esperanzas castradas. Aquel barrio se convirtió en un gueto donde llegaron a vivir casi todos los que se apellidaban Amaya y era el lugar perfecto para comprar el radiocasette que te habían robado del coche tres días antes.
Su razonamiento, aparte del componente sentimental que da la vuelta a los orígenes, se basaba en la teoría que un barrio subvencionado con mucha vida casera tiende a comer carne de mayor calidad. -La carnicería que tengo en el centro no vende más que pollo- me confesaba como quien ve por una rendija las cocinas de algunos. -En el barrio las abuelas se encargan de comprar filetes y "sacramentos" para el cocido. Los pobres, que aún comen alrededor de la mesa lo que cocinan con esmero, no gastan en viajes pero sí en alimentarse. ¿Has visto algún gitano delgado?- y sonreía. Entonces yo me ponía algo dramático y le preguntaba sobre los robos, la delincuencia y la inseguridad. Ahí empezaba algo parecido a la carcajada.
Jesús, el carnicero, afirmaba como quien está convencido de lo que dice que esos delincuentes no son más que los hijos, y en algunos casos hasta los nietos, de sus colegas. Que no son tontos y saben que él mismo y aquellos robaban coches, atracaban algún banco que otro, solucionaban sus problemas a navajazos y sabían que el barrio tenía unas normas no escritas a las que había que atenerse. Y esas normas no tenían problema en matarte y clavarte un destornillador en la rótula para que cada vez que cojeases supieras lo que debes de hacer. -De todos aquellos- me decía con nostalgia- probablemente solo quedo vivo yo pero no porque no fuera igual de malo sino porque las drogas me sentaban fatal-
Así que, según él, lo que ahora llamamos delincuencia no es más que una caricatura de lo que fue y estaba convencido que en alguna parte del cerebro de los que van ahora con la gorra al revés y los pantalones cagados hay una certeza en que meterse con alguien, como él, que ya ha pasado lo que creen que es un límite inalcanzable, es jugar a perder. A un delincuente no le gusta el riesgo porque, en realidad, es un cobarde.
Jamás le robaron, quizá por la fama. Quizá porque tenía bien a la vista los cuchillos de carnicero.
Uno de los discursos más extendidos de hoy en día se basa en la pobreza, en la desigualdad, el hambre, la pobreza energética, las amenazas. En la necesidad de una revolución contra las injusticias, cada vez mayores, de un mundo incorrecto que maltrata a las buenas personas como tú y como yo. No eres merecedor de tanto sufrimiento, de tanta pena, de tanta agresividad.
Lo dicen personas twiteando con sus móviles de última generación molestos por no poderlo todo, tal y como prometían los anuncios y los últimos programas electorales.
Entonces, cargados de vocabulario, vomitan injusticias como si nadie antes hubiera estado tan mal como están ellos. Juegan con las estadísticas para encontrar el dato que les ratifica entre capítulo y capítulo de la nueva maratón de series.
Algún panfletista disfrazado de político y adalid de la exageración cuando las cosas le pasan a él, quiere hacer extensiva la amenaza de un imbécil al exterminio judío donde, obviamente, él mismo es el judio y todos los demás, los nazis. Se escandaliza porque ha recibido una carta. No la que recibió Rita Barberá en el 2015, ni cuando a Rajoy le partieron la cara por la calle y él mismo aseguraba que era un incidente sin importancia. Entonces es cuando sale mi yo más viejuno. Ese yo que vivió en Euskadi en los 80 y aprendió a diferenciar entre una carta con remitente y que a un tipo que tenía una pequeña empresa le pegaran un tiro en la cabeza mientras iba a buscar a su hijo al colegio. Eso sí que eran amenazas (del fascismo de izquierda, porque no tiene una sola ubicación) y no salían, los amenazados, en la televisión con cara de víctimas contando lo malísimos que son los demás. ¿Por qué? Porque eran amenazas de verdad. En la Euskadi sometida al fascismo de Eta de los 80 había que ser realmente valiente para hacer público que te amenazaban porque mañana por la mañana tu casa ardía impunemente. Conozco a miles de ateos que se cagan alegremente en Dios pero no se van a Irán a enseñar el culo a Mahoma delante de una mezquita, a cientos de homosexuales que no se besan delante de Kremlin y alguna feminista que no se planta delante de los Hutus para detener la próxima ablación infantil. Se quejan ( con razón histórica) de la prepotencia de la Iglesia, de la imposibilidad de ser sexualmente libres y de la discriminación de la mujer pero, y aquí me podeis criticar lo que os venga en gana, tu orientación sexual, sexo, raza o creencia me la trae absolutamente al pairo en la españa del siglo XXI. Me jode la estupidez, porque eso no lo perdono. Me jode, cada vez más, el victimismo exagerado que busca siempre la misma compensación que el niño que llora sin hambre para que le den de comer solo porque hace ruido.
Me joden aquellos que, como hacía Alianza Popular, necesitan que existan ciertos conflictos para su propia supervivencia. Son bomberos que, si no hay incendios, los prenden o ponen las cerillas en manos de los pirómanos. Son los que creen estar autorizados para hacer a los nietos de los abuelos malvados lo mismo que aceptan como cierto que los bisabuelos se hicieron entre ellos.
Todo eso no quita que en la actualidad haya miles de cosas que solucionar pero quizá, solo quizá, lo que haya que hacer es que la gente tenga trabajo, que las calles tengan luz, que el agua salga con presión del grifo o que sus hijos puedan desenvolverse en otros idiomas mientras aprenden a pensar y ser autosuficientes. Claro, que cuando no sabemos como solucionar los problemas de verdad lo que hacemos es regodearnos en lo que ya conocemos y jugar al juego de "qué malos son los otros y qué bueno soy yo". Es un juego que se juega desde todos los lados del campo.
Pero, de la misma forma que la delincuencia del siglo XXI es una broma comparado con los navajazos de los 70, de la misma forma que las amenazas de un loco a otro loco no tienen nada que ver con los fusilamientos de Franco o las ejecuciones de ETA, de la misma manera que el hambre que vivió mi madre tras la guerra civil no tiene parangón con las penurias de Las Barranquillas o de la misma manera que la represión no es una palabra similar cuando se trata de las inversiones en infraestructuras ferroviales o de grises repartiendo con las porras, la vida es mucho mejor ahora que hace 40 años y eso es algo que parece que se nos olvida porque a alguien le interese vendernos que ahora estamos peor que nunca cuando, la verdad, es que es justamente al contrario.
Solo se ha enardecido el discurso porque hemos aprendido mucho más vocabulario.
Y, sinceramente, no hemos mejorado quejándonos sino haciendo cosas. Llevamos unos cuantos años hablando y hablando sin ir a ningún lugar, sin mancharnos las manos, sin memoria histórica. Sin perspectiva. Con reuniones que no evitan la crucifixión.
Morirse de hambre. Que tras una carta de Eta haya más de 800 muertos. Quemar al infiel o al cura. Dilapidar al homosexual. La esclavitud en un campo de algodón. Las violaciones permitidas en el código penal o los ajustes de cuentas que realizaba Jesus, el carnicero, cuando alguien no cumplía las normas del barrio son cosas que, afortunadamente y en nuestra sociedad, ya no existen.
Cada vez que veo a alguien quejándose me pregunto si son quejas de verdad y, cada vez más, me suenan a inventos.
Con eso no digo que el niño que llora no tenga hambre, pero estoy convencido que hambre de verdad no es. Y cuando digo hambre me refiero a sentirse amenazado, discriminado, perseguido o castigado. Es como la gripe: que alguno se muere por su culpa pero de 7000 casos el año pasado lo hemos dejado en 6.
Deberíamos de reconocer el daño que hacen discursos que no se parecen a la verdad porque la verdad, ya pasó. Y fue durísima.
Jesús falleció hace un par de años. Nadie cogió el traspaso de la carnicería. Supongo que es porque están convencidos que aquel es un barrio conflictivo. Lo es según nuestros parámetros actuales, pero no lo conocieron hace 50 años.
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