Hoy, justamente hoy, cumplo 47 años. Es un lugar incierto en el que he pasado de ser joven a estar bien para mi edad. Me hice pragmático. Ni siquiera supe cuando pero es así. He tenido que aceptar cerebralmente que hay cosas que no son como me las contaron. Que es más fácil destruir que construir, que las promesas no son ciertas el 80% de las veces que te las hacen, que es mucho más sencillo echar un polvo que hablar de los sentimientos o que la estupidez es una enfermedad infinita y contagiosa. Que el ser humano tiene una capacidad desmesurada en crearse excusas para no cargar con responsabilidades.
Quizá, llegados a este punto, no debería de enfadarme con los sinsabores que tiene la realidad al sacarla del anuncio que nos contaron. Sin embargo, igual que Marty McFly no es capaz de quedarse quieto cuando le llaman gallina, yo sigo arrepintiéndome de todas y cada una de las veces en las que mi moral mal entendida me hace terminar perdiendo las partidas.
Al menos he llegado a ese incierto lugar en el que soy capaz de verlo desde fuera como un dron, una steady cam que hace un plano secuencia por toda la vida que sigue palpitando a mi alrededor. A veces me veo, cenitalmente, acurrucado y deseando poner mis cartas sobre la mesa pero viene, como una visión real, las veces que lanzaron mis miedos confesados contra mi. Y me hago pequeño, me doy la vuelta, me vuelvo a casa.
Sé que no viviré mucho, es algo que he sabido siempre. No es malo porque es casi una especie de descanso en ésta búsqueda sin éxito de un El Dorado que no soy capaz de recordar la forma que tiene y es por ello por lo que quizá lo encontré sin identificarlo: porque no tenía una bandera de cuadros señalando que era el destino. Alado, organizado, con el olor a refugio. Un destino es un espacio al que se pertenece sin saber por qué. Y te hace despertar descansado con ganas de volver cada día.
Un destino no es un lugar al que se va los martes. Es un sitio en el que se está todos los días y donde, como en el sexo que merece la pena, no se sabe lo que sucederá ni cómo pero sí que sucederá. Y después aparece esa sensación de sueño reconfortante.
47 está cerca de 50. Tengo la armadura de explorador oxidada pero sigo montado a caballo. Más despacio, empezando a creer que no hay final del camino y creyendo que detrás de la próxima colina estará el oceáno.
Sé que no viviré mucho, es algo que he sabido siempre. No es malo porque es casi una especie de descanso en ésta búsqueda sin éxito de un El Dorado que no soy capaz de recordar la forma que tiene y es por ello por lo que quizá lo encontré sin identificarlo: porque no tenía una bandera de cuadros señalando que era el destino. Alado, organizado, con el olor a refugio. Un destino es un espacio al que se pertenece sin saber por qué. Y te hace despertar descansado con ganas de volver cada día.
Un destino no es un lugar al que se va los martes. Es un sitio en el que se está todos los días y donde, como en el sexo que merece la pena, no se sabe lo que sucederá ni cómo pero sí que sucederá. Y después aparece esa sensación de sueño reconfortante.
47 está cerca de 50. Tengo la armadura de explorador oxidada pero sigo montado a caballo. Más despacio, empezando a creer que no hay final del camino y creyendo que detrás de la próxima colina estará el oceáno.
...y el día que yo me muera, y moriré mucho antes que tú (y que tú , que tú y que tú) sólo quiero que una pena se llore sobre mi ataúd. Que ésta herida en mi alma no llegó a cicatrizar. (...) Un momento se va y no vuelve a pasar
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Pd2: 41
Pd3: 40
Pd4: 39
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