Vaya por delante que cada uno es libre de irse de vacaciones como le dicte su propio arco del triunfo.
Hay quien vive las vacaciones como el proyecto de bricolaje infinito en su casa del pueblo. Un rato se va a pintar sin parar y otro intenta arreglar la moto del abuelo. Lava las cortinas o procura, sin éxito alguno, hacer una mesa de jardín cortando troncos del bosque cercano.
Los hay que creen que por irse más lejos que nunca van a sufrir de la anunciación de la verdad mariana, pero solamente son más horas de avión.
En mi caso, que soy un anarquista del tiempo libre, disfruto sobremanera del tiempo sin rumbo. Coger un par de mudas, tener los dispositivos cargados, gasolina en la moto y procurar consultar el mapa lo menos posible. No tener reserva en ningún lugar. Estar dispuesto a que pueda suceder cualquier cosa y, como mucho, disponer de un punto extremo a partir del cual habrá que volver. Por supuesto, no volver nunca por el mismo sitio por el que fuiste. Después de muchos años convencí a mi hermana para hacer 50km y la llevé por la costa parando en algún camino y en algún banco con vistas a las bahías. ¿Dónde vamos a comer?- me preguntó. -No lo sé- Y ella puso cara de que ese pequeño paseo iba a ser un espectáculo de inanición absoluto. Al final comimos algo a eso de las cinco de la tarde, porque con dinero siempre te sirven en algún bar. A la vuelta nos cayó una tremenda tormenta de verano y aunque yo lo viví como una experiencia, ella lo consideró una certificación más de la importancia de los viajes con techo y la necesidad de una planificación detallada. A mi hermana le gustan las vacaciones manufacturadas.
Las vacaciones manufacturadas son aquellas puntualmente organizadas. Saber, en todo momento, qué, cuando y cuanto se va a comer. Conocer el modelo, matrícula y fecha de la última revisión del medio de transporte. Poder tener a mano la titulación del socorrista de la piscina. Haber hecho un estudio previo de la cobertura móvil del destino, las tarjetas sanitarias necesarias y los servicios del hotel. Disponer de un mapa de acciones a acometer en caso de incendio y, por supuesto, la planificación metereológica de los días reservados. Para su futuro viaje de Costa Rica tiene reservadas las excursiones. Ha aprendido de los destinos con videos de Youtube. La diferencia entre ella y yo es que, en Africa, ella iba a hacerse unas fotos con unos guerreros Masai maquillados para los turistas y a mi, seguro, me iba a comer un león sin que encontraran mi cádaver.
También existe, en el rango de los amantes de las vacaciones manufacturadas, quien quiere llegar a un destino, sentarse y esperar que le hagan la pelota. Es el que baja a la piscina con su pulsera de Todo Incluido, se pone ciego a mojitos, vive como un cangrejo al sol, come intensamente, sestea en la tumbona, se pega una ducha y va a una discoteca donde también se pone hasta el culo. Repetir en modo bucle cada día. Normalmente es el que te mira con desprecio porque jura que conoce Punta Cana mejor que tú, que te perdiste en Avila. Una variación es el turista de parque temático, al que acude con sus hijos obesos y hablando en un tono muy alto en la cola de las atracciones.
Por supuesto que profeso un desprecio, al igual que un dietista despreciará a los que pueblan las cadenas de comida rápida, a quienes utilizan estas fechas para transformarse en instagramers predecibles y en algo similar a los gordos que viven en la nave Axion, de Wall-e. Admito que es absolutamente subjetivo porque el mismo derecho tienen de no hacer nada que de perderse por ahí.
Lo que creo que estoy en disposición de afirmar es que las vacaciones manufacturadas y eso de convertirlo todo en un ejercicio de aventura sin riesgo o en un espejismo en el que algunos ansían en vivir, es algo tremendamente común porque requiere de poco o ningún esfuerzo.
También sé que las aventuras, por definición, pueden salir mal. No me vale que me cuentes de aquella chica que metió el pié en un sumidero de la piscina y se lo partió por tres sitios, usando el seguro a todo riesgo del resort. Te puedes ahogar con el quinto helado de vainilla de la misma forma que yo puedo caer por un terraplén tras una mala frenada de la moto en una pista forestal. A ti te atenderán rápido y a mi, seguramente, me comerán los buitres. O, si me quedo a dormir en casa de un matrimonio muy amable y rural, me despierte atado a la cama como en Misery con dos jubilados que me rompan los tobillos a mazazos.
En fin, que cada uno hace lo que quiere con su tiempo por mucho que yo insista en que las vacaciones manufacturadas me producen el mismo sopor que una película que no me gustó cuando la vi la primera vez y que ya sé cómo termina.
1 comentario:
Todo eso suena a mucha envidia
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