La Ley de Joy establece, casi de manera inicial, que los más inteligentes terminan trabajando para otros menos inteligentes.
Es una postura absolutamente quijotesca de la verdad pero, en más de un caso (que no en todos) es verdad. Es verdad cuando creemos que los que nos mandan son tontos, que los jefes son unos vagos, que el tipo ese que va de la mano de la mujer perfecta es un verdadero gilitonto. Es cierto cada vez que criticamos al entrenador de nuestro equipo deportivo y todas y cada una de las veces que creemos, indignados y enfurecidos, que lo podríamos hacer mejor nosotros mismos.
Claro que eso sucede porque queremos creernos por encima de los demás y para echar por tierra nuestro supuesto axioma de la verdad basta con dejarnos una estantería de Ikea sin montar y sin instrucciones, darnos quince minutos y esperar pasar desde la superioridad moral a la desesperacion del bricolaje. En ese caso simplemente se queda una estantería sin hacer pero , en realidad, el problema está cuando sacamos a un tipo orondo de la grada para sustituir al portero y nos meten dos docenas de goles. El problema está cuando alguno, apelando a la Ley De Joy en estado puro, se pone a dirigir el tráfico en un cruce peligroso y termina sucediendo un accidente a gran escala. Quizá fuera más listo que el policía pero, también, menos preparado porque la preparación, el estudio, el entrenamiento, probablemente también el fracaso y todas esas cosas que reducen la importancia de la casualidad también tienen su importancia.
Quizá ese regodeo en la ley de Joy tiene mucho que ver con la necesidad de inmediatez en la que se está convirtiendo el mundo. Decretos de ley que lo arreglen todo en unas horas. Acabar las crisis en media legislatura. Sexo de usar y tirar. Detenciones, juicios y condenas inmediatas. Quitar un virus informático con dos clicks y de forma telefónica. Responder un whatsapp ipso facto. Olvidar para siempre desde un preciso momento. Pasar, en definitiva, de un extremo al otro como si los dos fueran extremos posibles. Me han pasado de querer a odiar con la misma velocidad con la que la oposición jura que se pueden acabar con todos los problemas de este curioso pais.
¿Por qué? Porque todos somos más listos que los demás, porque "ese" está ahí por casualidad, porque "te voy a decir yo cómo se arregla este problema". "Pim, pam, toma lacasitos"- tenía como eslogan uno de los ejemplos de la generación nini en youtube.
Hay muchas veces en las que la ley se cumple. Lo hace en esos casos, quizá cada vez más frecuentes, en los que la inteligencia se demuestra al no doblegarse ante algunas obviedades capitalistas o acomodaticias. Lo hace cuando personas brillantes se descubren a si mismos siendo infelices y buscan la felicidad en los lugares que a ellos, y no a la mayoría, les vale. También se cumple cuando algún poderoso tiene tanto miedo a sus medriocridades que es incapaz de aceptar a nadie mejor que él y, por ello, los listos deciden parecer algo más tontos.
El problema es que para sentirse más listo que otros hay que ser plenamente consciente de lo que uno es, de a lo que uno mismo es capaz de llegar y a lo que no. Conocerse. Darse tiempo y calma para aceptarse. Normalmente con eso se solucionan casi todos los problemas.
Nos aterra, en lo político, en lo deportivo y en lo personal, enfrentarnos a nosotros mismos y, ante la duda, nos creemos mejor que lo que somos. "Tuve razón al dejarte", "hubiéramos ganado con un 4-4-2", "esto se arregla metiendo a los políticos en la cárcel". Por supuesto todos los demás, son tontos. Y los que están "por encima" de nosotros, más. Mucho más , incluso, que los que opinan diferente a nosotros porque esos no son tontos, son idiotas.
"Vivimos en un país en el que si se presentara un mono con una chistera a las elecciones le haríamos presidente del gobierno"- dije el otro día. "Nos gobierna un mono con una chistera"- me respondieron. "Cualquiera lo haría mejor"- siguieron. Eso, también, es la Ley De Joy. Supongo que se refiere a un hipopótamo con chistera o a un lemur con chistera o a mi primo con una chistera. El problema es la chistera. Tenemos tantas ganas en que suceda algo mágico a cada momento que lo único que perdura es la chistera.
Y si no pasa es porque los inteligentes no mandan y están castrados por los tontos poderosos.
En realidad que me parece una absurda, pero muy efectista, simplificación de la realidad. (Y sin necesidad de pararnos a pensar en lo que somos o lo que somos capaces)
No hay comentarios:
Publicar un comentario