Recordando American Psycho a golpe de videoclip me pregunto el motivo por el que nos apasionan tanto los personajes atormentados que han saltado al ring de los psicópatas.
Nos ha encantado Dexter, y su código. Nos encantó el personaje de Anton Chigurh en No es país para viejos. Hemos intentado comprender a todas y cada una de las mentes criminales y en todos y cada uno de los capítulos de CSi se ha buscado una explicación al motivo del asesinato cruel del personaje de turno que cae antes de la primera pausa publicitaria. Nos encantan los atormentados que traspasan los límites del comportamiento correcto.
Cuanto más normal es el personaje en cuestión y más oscuro es su alter ego más nos apasiona. Da igual que sea real o ficticio. Quizá es la parte de nosotros a la que le encantaría traspasar los límites de lo correcto para hacer lo que una parte de nosotros nos pide a gritos. Hace unos dias publicaron un modelo matemático que intenta explicar el comportamiento del cerebro en un asesino en serie. Pero eso no explica el motivo por el que nos apasionan los personajes definidos como borderlines. Nos hace mucha gracia descubrir, en televisión, que el investigador de turno descubrió que ella era culpable porque el perro se atragantó con los huesos del difunto. Nos encanta pensar que un pelo con un tinte que sólamente usa la asesina apareció debajo de las uñas del muerto. Pero lo que no nos atrevemos a admitir es que una parte de nosotros, aquella que le encantaria coger una recortada y hacer sufrir indiscriminadamente a todos aquellos que convierten algunos de nuestros días en un suplicio, siente un puntito de envidia por algunos psycho killers.
Porque si no fuera así, no tendrían tanto éxito algunas series de televisión. Y Tele5 no contrataría a algunos asesinos a compartir plató con Jordi y sus anunciantes.
Es más famoso el asesino de Kennedy que el último premio nobel.
1 comentario:
Y si no te convencen los mencionados... ríndete ante Ignatius Reilly, antitodo pero tremendamente adictivo ídolo de mi generación.
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