"Nos ahogamos en el océano de posibilidades que tenemos a nuestro alcance". Más o menos ese es el punto de partida de la conversación de ese oráculo científico sosegado que es nuestro querido Punset con Barry Schwartz, un psicólogo del comportamiento que ha estudiado el grado de insatisfacción que nos genera el gran catálogo de compras en los que se ha convertido nuestro entorno.
Ese concepto que hemos heredado de libertad se basa en el concepto de elección como cuantificador de la libertad que nos hará felices y que ha generado un backfire bastante peculiar.
El error que hemos cometido es considerar que un mayor numero de elección implica una mayor libertad y sin embargo el exceso de opciones nos convierte en personas infelices, agotados y tiranizados por cada decisión, por cada pequeño peaje.
Una de cada 4 personas en el mundo occidental, en este mundo opulento que nos pone todo a nuestro alcance, se siente sola. Y la realidad es que se nos va el tiempo en elegir entre todo ese mercadillo consumista sin dejarnos tiempo para las cosas realmente importantes: Amor, felicidad y las relaciones sociales. No son ideas en las que no me haya regodeado demasiadas veces.
Dicen que las personas, en estos momentos, se dividen en dos:
Los maximizadores, que no se sienten nunca satisfechos porque saben positivamente que no han valorado todas las opciones y eso les hace sentir que quizá no han tomado la decisión correcta, lo cual les tortura. (Me da igual que sea la elección del móvil, la camisa con volantes o la pareja correcta)
Los satisfactores , que deciden no pensar en lo que han dejado aparte porque se sienten bien con aquella elección que les vale, que les abriga o que les quiere, sin llegar a gastar el resto de su tiempo en martirizarse con la infructuosa búsqueda de la verdad absoluta o de la pareja perfecta ( o de esa ropa interior perfecta, por poner un ejemplo).
Todos nos creemos consumidores (de objetos, de trabajos o de personas) más listos que nadie pero en realidad, cuando nos metemos en nuestra cama y oimos el chirrido que hace al apoyarnos sobre ella, somos conscientes de nuestros errores y quizá es ese arrepentimiento lo que nos hace evolucionar si es que evolucionamos hacia algún sitio.
También es cierto que el problema es que nos arrepentimos de no haber elegido el pantalón perfecto o el plato de comida perfecta y no somos capaces de reflexionar sobre si debemos de arrepentirnos sobre aquella persona que dejamos marchar. Supongo que lo que sucede es que arrepentirnos de algo que es verdaderamente importante quizá nos genera una carga demasiado dificil de admitir o simplemente es que de las cosas importantes nos arrepentimos más tarde.
En realidad, y si pensamos sobre ello quizá estaremos todos de acuerdo, la vida se compone en una serie de experiencias que deberian de hacernos felices. Sin embargo nos empeñamos en todas esas mierdas facilonas disfrazadas de rebajas o en aquellos viajes interminables para no enfrentarnos a aquello para lo que no nos han educado, que es ser feliz.
Aunque creo que no todo está perdido porque cuando pensamos sobre ello damos la razón a todo eso que no hacemos y que, sin darnos cuenta y mientras nos engaña, nos hace infelices. Piensa en tu último momento de felicidad real: no eras maximizador, no eras satisfactor. Simplemente eras feliz. Eso es.
1 comentario:
Pues yo este verano me voy a pasar al lado de la satisfaccion y voy a buscar la felicidad en el sillon del dentista, aunque luego me toque llorar por los precios.
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