Cerca de mi trabajo hay una Gelateria , por lo menos eso pone en los carteles. En realidad, para el que no lo haya asociado ya, hacen helados. Cuando les conocí acababan de abrir. Él es un tipo grande de esos que suelen decir que cuando te abrazan sientes que no te puede pasar nada y que, al igual que los chicos con algo más de pelo de lo normal (y que buscamos nuestro momento tras estas modas depilatorias), dan calor en invierno. Él es italiano. Ella es una chica delgada y sonriente de esas que te dejan pasar en la cola del supermercado. Lleva el pelo con una coleta, un vestido de los que pasan desapercibidos y tiene la virtud de llenar la tarrina de helado justo hasta el borde sin conseguir que se caiga.
Tuve durante una temporada la sana costumbre de comprar una tarrina para invitar a las visitas que aparecían por mi casa los miércoles. Probé el helado de queso, el de tomate y el clásico de chocolate. Nos hicimos amigos comercialmente coyunturales. Así que alguna tarde de pocos clientes y recogiendo mi pedido ella me contó cómo acabaron en una zona obrera de Bilbao haciendo helados. Resulta que se conocieron en Italia. Que se enamoraron. Ella puede que fuera una turista o una estudiante desatinada. Él: cocinero. Me lo contaba haciendo gestos con sus delgadas manos mientras él, con los brazos en jarra y manchado de helado, afirmaba desde atrás con los silencios de quien aún no conoce el idioma con la soltura adecuada. "Así que decidimos venirnos cerca de mi familia y hemos abierto nuestro negocio"- sentenciaba. "¿Te gustan los helados?"- me preguntaba como si esperara una aprobación de su locura de amor. "Si"- sentenciaba yo enseñando las tarrinas en mis manos como prueba aunque siempre eran para mis invitados.
La heladería cerró en invierno. Después, pasando por delante, no volví a verla a ella. Le he visto a él detras del mostrador con todas esas variedades delante. Quise pensar por un momento que quizá habían dado el salto cuántico hacia la procreación, porque siempre quiero pensar en positivo como primer paso. Rápidamente pensé en enfermedades, en accidentes, en que ella podía haber muerto ahogada o congelada en helado de pimiento (que es una variedad que pude ver un día). Me contaron que la pareja se había roto, que algo salió mal y que él se quedó con el negocio mientras ella desapareció como la vainilla que se deshace. Me contaron cómo ella había contado orgullosa la mágica historia de cómo se conocieron a muchos de sus clientes. Me contaron cómo aquella sonrisa enamorada que narraba la locura de amor era la anécdota recurrente con que amenizaba las tardes del único verano que compartieron negocio, cama, clientes y helados. Me contaron que él seguía llenando cucuruchos sin responder a preguntas sobre ella y con un marcado acento italiano. Me dijeron que los helados seguían siendo perfectos pero que está trabajando por las noches en un nuevo sabor llamado Gelotofobia.
Pd: Gelotofobia, en psicología, se define como "el miedo a la risa ajena". Se trata de ese tipo de trastorno debido a algún tipo de trauma que asocia la risa de los demás a la ansiedad de suponer sentirse el blanco de las burlas y aunque se suele dar en las fases tempranas de socialización en los niños puede aparecer en cualquier momento porque en muchas cuestiones nunca dejamos de ser infantes de aquellos que se manchan de helado los calurosos dias de verano o de los que aquellos que están predispuestos a que les rompan el corazón clavándoles un cucurucho.
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