Con esa manera tan competitivamente absurda que el ser humano tiene de establecer donde están sus límites físicos y mentales en 1970 el señor James Flynn se puso a calcular la evolución que nuestra inteligencia va asumiendo. Los estudios que más tarde publicaron sobre este caso en el libro "The Bell Curve" pudieron afirmar que el CI crece aproximadamente entre 3 y 6 puntos por década, lo cual permite admitir que nuestros hijos serán genios comparados con nuestros abuelos.
Parece ser que la competitividad social y el tener que ir adaptándose a un mundo cada vez más complejo han fomentado la propia evolución de nuestro cerebro. Muchos estudios afirman que el mero uso de internet despierta unas zonas cerebrales que son responsables de nuestra "mejora" evolutiva.
También es cierto que esta sociedad no se parece mucho a la que vivíamos hace escasos 40 años y que probablemente habrá cercenado otra serie de virtudes mentales de las que nuestros abuelos hacían gala. La calculadora es responsable de muchas de nuestras carencias, por poner un ejemplo. Hace no mucho se escribía con un bolígrafo (¿recuerdas cómo era tu letra?), se tenían que realizar los cálculos a mano sobre papel y, como si fuera un reino del bricolaje, nuestros abuelos aprendían cómo afilar los cuchillos de la carne porque uno nuevo resultaba ser un objeto de lujo. Todas esas virtudes y esos desarrollos se han podado de nuestro día cotidiano y supongo que habrán frenado en seco la parte del cerebro responsable de la supervivencia cotidiana porque la revolución industrial nos ha hecho dependientes comerciales de los productos elaborados.
Tenemos cuchillos que cortan mucho y que son baratísimos. Es más barato comprar un mueble que hacerlo. Llevamos fuego con nosotros (cuando luego es la prueba más compleja de supervivientes) y yo siempre afirmo que aún teniendo los ingredientes la mayoría de nosotros no seríamos capaces de hacer pan sin googlear su elaboración en Internet.
Vivimos más relaciones, pero somos macacos sentimentales.
Recibimos más información, pero la procesamos mucho peor.
Competimos contínuamente con nuestros semejantes, pero los que triunfan siempre tienen un olorcillo a trampa tecnológica o publicitaria.
Y nos queda la sensación que nunca son los más inteligentes los que están situados en lo alto de nuestra escala social evolutiva.
Probablemente el Efecto Flynn no es tan cierto sino que los medios de medir la inteligencia no han sido los correctos.
Porque yo no me siento más listo por mucho que digan que la inteligancia sube con cada generación y a mí me da la sensacion que la tecnología nos apaga partes mentales como interruptores.
Van a poner una de Errol Flynn en la tele para rellenar la programacion de agosto.
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