He encontrado unas líneas de algo que tuvo, una vez, la forma de introducción de un libro.
Dice asi:
Odio a la gente feliz.
Es un diagnóstico, el de la felicidad que no el del odio. Lo
del odio es natural porque está
justificado. Lo que no es natural es la necesidad aquella de ser feliz siempre,
con todo. Hay personas que se sienten plenas cuando sus hijos recién nacidos,
mientras les cambian el pañal, les orinan en la cara. Si bien cada uno vive el
milagro de la vida a su forma y yo no he pasado por esa situación. Cuentan que
es aparentemente similar a una inyección de droga potente y creo que un
escenario feliz no iba a ser mi decorado elegido. Mucho menos, que ahí viene lo
más grave, esforzarse en demostrar al resto del público lo inmensamente
maravilloso y pleno que me hace ser dicha circunstancia es algo que me resulta
desaprensivo y maquiavélico. Las personas felices sonríen como payasos después
de haber seccionado en trozos a su última víctima. Así que ese odio tan
cristalino que me hacen sentir no es una maldad sino un equilibrio poético
entre la verdad y la hipocresía. Debería de estar justificada la ejecución de
un dolor directamente proporcional al halo de felicidad que irradian cuando se
ponen el disfraz de personas plenas, incluso llegando a la amputación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario