Mal dia para buscar

2 de junio de 2023

¿Quien es Frank Grimes?

Es fácil, lo resumen al principio del episodio aquel de 1997 ( temporada 8)


Obviamente es un poco "mini sueño americano". Tiene su punto de drama, su punto de empatizar con el protagonista y ese emotivo momento que , si fuera  una pelicula del siglo XXI habría de ser en cámara lenta con música épica. Frank Grimes, de esforzado niño a trabajar como técnico nuclear. Rocky, luchando por ser campeón del mundo llorando por Adrian con la cara ensangrentada.

Así que cuando Frank llega a su puesto en la central espera encontrarse con sus iguales por fin. Haber recuperado el tiempo que le detuvieron los obstáculos para, como una gaviota que llega a su grupo, sentirse tranquilo sin pararse ahí, sino manteniendo el esfuerzo para convertirse en la mejor de aquellas gaviotas. Y conoce a Homer. Reconocer a un inutil no es dificil porque solamente hay que dejarle hacer. Caerá, continuamente, en estrepitosas equivocaciones que habrán de ser certificadas por cualquiera con un mínimo cociente intelectual. La gran sorpresa de Frank es que Homer, como un político inutil, posee todas las miserias que él mismo no se permite y, sin embargo, vuelve a ser reelegido hasta con mayoría absoluta.

Entonces es cuando la estupefacción da paso a la rabia.


Existen mil millones de veces en las que pensamos que un imbécil está viviendo felizmente la vida por que nosotros luchamos tanto. Se acuesta con la persona a la que amamos, come la comida que nos gusta y conduce el coche que nos hace girar la cabeza por la calle. Se va de vacaciones 16 semanas y es incapaz de valorar todo aquello porque es imbécil. Así que esperamos que el tiempo ponga las cosas en su sitio pero van pasando los días y las semanas sin que eso suceda. No cejamos en ser disciplinados, serios, honestos y cumplimos las promesas que hacemos y nos hacemos. Pero no pasa.

Y Fran Grimes revienta.



Pd: El primer capítulo de un libro, tiene esta intervención:

»A lo largo de la evolución humana siempre hemos vivido en una especie de desarrollo darwiniano que nos hacia mejorar, como si fuera la ley de gen fuerte, para adaptarnos al medio. Nos pusimos sobre dos patas, perdimos el pelo, hicimos herramientas, suavizamos nuestras garras, creció nuestro cerebro y fuimos superando límites mientras nuestro propio ser competía y superaba los siglos poco a poco. Es verdad que puede ser probable que esas adaptaciones sean cada vez más rápidas y nuestros nietos tengan los pulgares mucho más ágiles que los nuestros gracias a algo tan tonto como la comunicación entre smartphones. Aunque quizá no sea tan tonto porque eliminar parámetros de la comunicación como la entonación o los gestos puede ser, en realidad, una forma de adaptarse o de usar en ventaja propia esa misma carencia. Viene a ser como jugar a un juego en el que desaparecen dos o tres reglas y quizá nos da la sensación de poder ganar con mayor facilidad. Eliminar, bajo la excusa de la tecnología, es en sí mismo una manera de seguir las propias teorías de la evolución, aunque no hacia delante o, por lo menos, lo que hemos considerado que es ir hacia delante.

»Eso mismo, ese planteamiento tan sencillo de intentar adivinar lo que el propio ser humano desea para sí mismo es lo que inicia mi estudio. Durante años hemos generado modos de catalogar y cuantificar nuestra salud. Hemos medido los glóbulos rojos y las transaminasas. Hemos establecido unos grados de colesterol en los que debemos estar. Hemos desarrollado múltiples maneras de medir algo tan volátil como la inteligencia, considerándola algo innato y que, en su mayor medida, nos hace mejores seres humanos. Ser inteligente, casi como una máxima, es mejor que ser tonto.

»Hasta aquí podríamos estar de acuerdo.

»Pero ser tonto no es lo mismo que ser estúpido. La estupidez implica no querer. La tontería es no poder. Podemos perdonar a un tonto, pero no a un estúpido. Carlo María Cipolla estableció en 1988 las leyes fundamentales de la estupidez, llegando a la conclusión de que es el peor tipo de ser humano que existe.

»Así que, en vez de medir la inteligencia o los defectos cognitivos de determinados sujetos de estudio, hace unos años intenté establecer un método que, sin lugar a dudas, fuera capaz de determinar el grado de estupidez de un humano.

»Se preguntarán el por qué. Para eso no hay que considerarlo como un hecho aislado sino como una plaga. Un estúpido procurará convertir en lo mismo a otro humano. Tenemos ejemplos muy claros en la historia contemporánea: la moda de los años 80, los memes de Internet, el triunfo de los reality shows… Ninguna de todas esas “cosas” mejoran al ser humano ni lo adaptan a un nuevo grado evolutivo. Simplemente restan. En el último siglo, abotargados por una revolución tecnológica establecida para tener más tiempo en el que desarrollarnos como personas, hemos usado ese tiempo en volvernos más y más estúpidos. Hemos retorcido nuestro mundo siguiendo a líderes democráticamente elegidos porque la mayoría posee el poder sobre los demás y, enfermos de estupidez, hemos cometido los mayores errores de la historia de la humanidad. Así que, si fuéramos capaces de medir, sin ninguna duda, ese parámetro antes de que nos lleve a nuestra propia destrucción, probablemente convertiríamos nuestro mundo en un lugar mejor.

»La principal duda que me surge es si acaso no es la estupidez el camino que desea la mayoría. Ser un robot evita el miedo a la libertad. Dejarse llevar por un ideal, cumplimentar un argumento marcado, pertenecer a una tribu o moverse en la dirección de la bandada de pájaros a la que cada uno cree pertenecer es, en realidad, una manera de vivir. Negarse a crecer, a decidir o a utilizar mejores herramientas, aunque estén a nuestro alcance, es también una decisión que se debe respetar. Si alguien desea ser estúpido hay que dejarle serlo.

»Pero no premiarle. Quizá ese sea el problema.

»Ese es un dilema moral que como científico no puedo ni debo de resolver. Solamente opino que más que medir la inteligencia, la capacidad espacial o de razonamiento, más importante aun que la propia salud personal o cien o doscientos virus que asolen algunas de nuestras ciudades, el estudio, valoración y, si es posible, la erradicación de la estupidez en nuestro mundo será la puerta a esa sociedad que siempre hemos querido tener. 

1 comentario:

Alberto Secades dijo...

Quizá la metáfora de las gaviotas sea demasiado forzada, incluso ahora mismo.
Que si son cien, tienen un toque retro molón, pero, siendo más, se convierten en una deleznable banda.

Gracias

PD: hoy he visto más Simpsons que en los últimos quince años.