Mal dia para buscar

4 de julio de 2017

Capitalismo 4.0

Los repartidores de deliveroo están en huelga. Oh, que pena. Nótese cierta ironía en esta desagradable tragedia.  Me sucede más o menos lo mismo que cuando a un grupo de padres defensores de lo natural se les muere un hijo porque no les ha dado la gana de vacunarlo. Me da pena pero hay una parte de mi que dice que cuando se compran muchos boletos para algo hay veces que toca.

Bien.

No se si sucederá lo mismo en el resto de los lugares del mundo pero España es el puto paraíso low cost. Low cost de vuelos, de hoteles, de cervezas en una happy hour, de black friday, de orange weekend, de bloddy sunday. Los reyes del outlet y de la rebaja. La mejor manera de engañar a un español es decirle, aunque sea una mentira como un record mundial en los doscientos cincuenta metros lisos de tu primo el cojo, que tiene un descuento de un 60% en esa unidad que es, además, la última. 

Y después, sacar otra para buscar a otro que no se preocupa de mirar lo que costaba antes o valorar si realmente lo necesita para algo.

Si algo tiene el cambio cultural al que estamos siendo sometidos desde hace un relativo poco tiempo es que busca satisfacer esa necesidad tan absurda e imbécil de querer ser más listo que el vecino aunque sea poniéndole una zancadilla. Engañar a nuestros iguales es algo muy de los pobres, qué quieres que te diga. Es algo absurdo pero es cierto. Viene a ser como disfrutar viendo por el circuito cerrado de televisión cómo dos se pegan por unas enaguas de rebajas cuando dispones de un almacén lleno pero sabes que el hecho que se peguen es lo que le da valor a esa prenda de mierda.

Lo que se llama economía colaborativa tiene mucho de eso. Creo que requiere de una explicación:

La inmensa mayoría de esas aplicaciones, esos servicios que parece que se han inventado ahora y existen desde los confines de los tiempos, hablan de la ecología, de la felicidad, de la ilusión enorme que supone ser un nuevo elemento colaborar de un mundo mejor que haremos entre todos contra las garras de la polución, la indignación y el capitalismo. Conducir una bicicleta por una gran ciudad, contaminar menos con un coche compartido, aprovechar esas cosas que ya no usas para que hagan felices a otros... no sé, enriquecerse de la cultura de otros mientras se despiertan en el sofá compartido de tu casa. Hostia, cómo me molo. Lo hago por la alegría, por la bondad. Todos olemos a rosas y nadie se lleva el candelabro de tu abuela cuando le dejas al británico borracho solo en tu salón. Es un componente absolutamente hipócrita porque, mi querido cabrón, lo haces por la puta pasta. Por no pagar un hotel, por no ir en taxi o por pagar menos por el porte. lo haces por sacar unos euros miserables aunque el niño se haya cagado cien veces en ese cochecito que has puesto de segunda mano. Apuestas por internet, intentas poner publicidad en tu blog o quieres hacerte youtuber por un porcentaje de ego y, sobre todo, por el maldito parné.

Y claro está, te importa una mierda el trabajo del repartidor, si gana un salario digno o si la plataforma de mierda es la que se lleva el dinero a cotizar al Congo para no pagar impuestos. Eso no te importa porque , sencillamente, no es tu problema. He visto a cargos electos de la izquierda reaccionaria colaborativa española reclamando acabar con el esclavismo infantil con una camisa de zara, unas bragas del primark y haciendo fotos con su iphone. Eso, en mi idioma, es la definición de hipocresía. A ver si nos aclaramos: el trabajo basura es una mierda pero cada vez que usas un puto servicio low cost estás ayudando a crear otro trabajo basura. Unos los crea un gobierno poco sensibilizado con las personas y otros, hijo de puta, los creas tú.

La economía colaborativa, al menos a la que me refiero, exprime a la mano de obra intermedia al máximo. No protege a sus trabajadores, no ayuda a generar riqueza y nos aboca a un futuro donde ganes una mierda alquilando tu salón por airbnb, otra mierda repartiendo pizzas en bici, unos euros vendiendo la ropa usada y la licuadora con restos de pomelo, otro poco con la publicidad que google quiera poner en tu blog y el resto para llegar a fin de mes a base de apuestas por internet de esas en las que sólo ganan los matemáticos. Es decir: por ese camino en vez de un trabajo de calidad tendrás cuatro trabajos de mierda. Decía un amigo de universidad: Más fijo que un Longines.

Por detrás nuestro viene una generación que no quiere renunciar a nada. Quiere móvil, internet, viajar, conocer mundo y hacerlo todo. Vivir en un jodido anuncio. No saben que no se puede tener todo y lo que queda es tenerlo todo pero de una calidad de mierda.

Elegir es renunciar pero es un verbo que no se aprende a conjugar viendo la televisión. Mucho menos en una app. Mucho menos trabajando para una app, comprando en Amazon (impuestos en Luxemburgo) y descubriendo que el capitalismo 4.0 es mucho más cabrón que del que queríamos escapar.

Lo curioso es que en éste algunos entran de cabeza jurando que no es verdad.
Cuéntaselo a los repartidores de Devliveroo.

A ver si al final los taxistas, los comerciantes e incluso el dueño del Corte Ingles va a ser un tipo que trata mejor a las personas que Google, Uber o el imbécil que está ahora mismo buscando una excusa molona para encontrar mano de obra gratuita de una nueva web gay friendly, ecologista y solidaria.

No me jodas, anda, que badoo pone que es para hacer amigos y todos sabemos que es para follar.
Uno hizo un amigo, si. Y yo contaminé menos llevando a cuatro en BlaBlaCar pero, ¿sabes?, !me pagaron el viaje!.

5 comentarios:

pesimistas existenciales dijo...

De lo de no querer pagar por la cultura ya ni hablamos. Aun así , recomiendo la columna de un amigo: http://revistacactus.com/la-culpa-es-tuya-porque-te-da-igual/

Alberto Secades dijo...

Recuerdo a un imbécil explicando que había que eliminar al intermediario, para ganar más, cuando tú y yo sabemos que el intermediario es el cliente.

Y el cliente SIEMPRE tiene razón.
(aunque quiera auriculares fucsia).

pesimistas existenciales dijo...

Porque el intermediario no es él ni su hijo ni su mujer ni su primo. (Y porque se desprecia a una parte muy importante del entramado necesario para que las cosas funcionen, no digamos aún la necesidad de que para que te valoren a ti hay que empezar valorando a los demás)

Ina Blackwood dijo...

El triunfo del capitalismo salvaje se basa en el correcto aprovechamiento de las emociones animales del hombre, sobre todo la de la pertenencia tribal. Y ese sentimiento es tan fuerte que escoger la renuncia al comportamiento mediocre social resulta más dificil que aprovechar todo lo que es Low Cost para creer que eres más inteligente que el vecino.

gemmacan dijo...

Es bastante complicado hoy en día, y en esta sociedad en la que casualmente vivimos (existen otras a las que se puede emigrar libremente) ser consecuente con tus principios y nadar contracorriente. Fíjate si creo en el ser humano de base, que todavía pienso que sí hay políticos y grandes empresarios con vocación, ideales y ganas de echarle bemoles al asunto para ¿vivir mejor? o dicho de otra manera: poder vivir todos de una manera digna. El problema no es económico, es social. Necesitaríamos a un antropólogo muy puesto para analizar ésta nuestra conversión en escaparate, en una irrealidad tan resplandeciente, que sin todo, no somos nada. Diría que estamos francamente jodidos, pero esa pequeña certidumbre en la perpetuidad de la especie, me lleva a estar segura del cambio (que nosotros no veremos) y ¡Oh, Señor! la salvación.

Pd: Que basta que me digan ¡a dormir! para ponerme a divagar.